V Festival INSTAR: el nuevo cine cubano desborda la isla
Por MARIO LUIS REYES – 31 de octubre de 2024
EL ESTORNUDO
Es aún octubre de 2024 y el cine cubano se ha salido del circuito en el que estuvo contenido por décadas. El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la organización estatal creada para fomentar y monopolizar la producción y la distribución de cine en la isla ya no es el principal referente para los cineastas, quienes en las últimas décadas han ganado autonomía aprovechando los avances tecnológicos que les permiten filmar y postproducir una película al margen de la institución.
En un contexto marcado por el absoluto control estatal, esto significa poner patas arriba los mecanismos que funcionaron de forma inamovible por décadas. Ahora esos dispositivos han implosionado; el ICAIC ya no produce la mayor parte de las películas, ni controla sus guiones o escenarios. Tampoco ofrece espacios de difusión como la Muestra Joven, pues optaron por suprimirla antes que aflojar la censura.
Si miramos detenidamente el panorama audiovisual de la isla saltan dos cosas a la vista: los circuitos de distribución de las películas están sumamente deteriorados tras el colapso de la mayor parte de los cines del país y el cierre o debilitamiento de los principales festivales, mientras, por otro lado, una gran parte de la comunidad de realizadores, sobre todo los más jóvenes, ha salido del país en los últimos cinco años.
Poco antes de que las cosas fueran exactamente así surgió el Festival de Cine INSTAR, un certamen impulsado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), la organización fundada por la artista cubana Tania Bruguera que combina el arte con el activismo y tiene como misión fomentar la alfabetización cívica y promover la justicia social en Cuba y el extranjero, apoyando la creación de artistas independientes a través de becas y premios.
Cuando inició la primera edición del Festival de Cine INSTAR, en diciembre de 2019, ya el cine cubano independiente era un elefante en la habitación para la institucionalidad cultural del país, que un año antes había aprobado el Decreto 349 como un intento desesperado de controlar a los artistas en un contexto de autonomía creciente. Los funcionarios no lo sabían, pero ese elefante estaba a punto de salir andando y arrasar todo lo que se cruzara en su camino.
Tania Bruguera, a inicios de 2018, había sido invitada a exponer la instalación Untitled (Havana 2000) en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Para la clausura de esa exposición, la artista organizó en el museo una muestra de cine titulada Cuban Cinema Under Censorship, curada por el crítico Dean Luis Reyes.
«Si tú me preguntas cuál es el origen del Festival de Cine INSTAR, yo te pudiera decir que fue esa muestra en el MoMA, un evento que tenía un poco el mismo espíritu que tuvo el festival, que fue darle visibilidad al arte independiente y reforzar o mostrarle al mundo los procesos de censura que existen en la cultura cubana», me explica Tania Bruguera desde Estados Unidos, donde reside actualmente.
La artista cubana recuerda que al finalizar la proyección de los audiovisuales se fue a un bar cercano con Miguel Coyula, Juan Carlos Cremata, Eliecer Jiménez Almeida, Orlando Giménez Leal y Dean Luis Reyes, a quienes preguntó, entre otras cosas, qué necesitaban los cineastas para trabajar. «Producción», recuerda que contestaron, y de esa respuesta surgió el Premio PM.
Al regresar a Cuba, de la mano de la actriz y cineasta Lynn Cruz, INSTAR comenzó a proyectar películas e invitar a los realizadores a su sede en La Habana. Pasado un año, planearon hacer un resumen de las obras proyectadas en el mes de diciembre, aprovechando la atención que genera por esas fechas el séptimo arte debido a la realización del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Para esa edición, curada por Lynn Cruz y producida por un reducido equipo, se contó con la presencia de los directores de la mayor parte de las obras proyectadas, pero la asistencia del público fue pobre. El temor de cubanos y extranjeros a acercarse a una institución prohibida por el régimen influyó notablemente en ello.
«Fue una guerra y un fuego abierto hacia nosotros», cuenta Bruguera. «Ellos trataron de frenar el Festival de varias maneras, entre las que estuvo intimidar a personas que iban a venir. También nos decían que había obras que no podíamos proyectar porque les pertenecían. Recuerdo en especial el caso de un estudiante de la Facultad de Medios de Comunicación Audiovisual, cuyo cortometraje no se pudo mostrar porque la institución lo prohibió alegando ser dueña de la obra».
Otro caso mencionado por la artista fue el de la cineasta Ishtar Yasin, quien pertenecía ese año al jurado del Premio PM, pero también participaba en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y como castigo por lo primero las autoridades cubanas le suspendieron al menos tres presentaciones públicas que tenía previstas.
Además, las proyecciones y los debates con los cineastas se tuvieron que realizar en presencia de agentes de la Policía y la Seguridad del Estado, quienes merodeaban por la sede de INSTAR; algo que no solo generaba tensión en los organizadores, más habituados a este tipo de intimidaciones, sino también entre el público asistente, tanto cubano como extranjero.
En Cuba todo estaba a punto de precipitarse cuando terminó esa primera edición del Festival, por lo que cuando empezó la segunda, en diciembre de 2021, el panorama era totalmente distinto: en medio hubo la desaparición de la Muestra Joven ICAIC; la huelga de San Isidro; la protesta de cientos de artistas frente al Ministerio de Cultura; una pandemia y el colapso del sistema de salud; el inicio, con la «Tarea Ordenamiento», de un proceso inflacionario que aún persiste, y las mayores protestas antigubernamentales de los últimos 60 años, con un saldo de más de mil presos políticos. También se iniciaba el mayor éxodo migratorio de la historia del país.
Tania Bruguera había salido de Cuba bajo amenazas unos meses antes de que arrancara, vía online, la segunda edición del certamen, curada por el cineasta cubano José Luis Aparicio Ferrera, quien desempeña esa labor hasta la actualidad.
Esta vez contó con la presencia de obras y autores de España, México, Colombia y República Dominicana, una retrospectiva del cineasta experimental Manuel Marzel, y un programa teórico de charlas y talleres sobre temas como la distribución de cine independiente, el cine de género en América Latina, el cine queer y el cine femenino.
Su tercera edición, celebrada en Alemania durante octubre de 2022 como parte de la participación de INSTAR en la prestigiosa Documenta de Kassel, consolidó al Festival como el certamen de referencia para el cine independiente cubano al tiempo que lo colocó en un escenario internacional. Era un reflejo de la situación que atravesaba el país y gran parte de sus artistas, los cuales emigraban masivamente huyendo de la crisis.
Esa edición incluyó la retrospectiva Tierra sin imágenes, considerada la mayor muestra de cine alternativo/independiente cubano realizada hasta la fecha, pues estuvo compuesta por unas 175 piezas, que se proyectaron en el Kabinett 1 de Documenta Halle durante cien horas repartidas en diez días.
«Fue un proceso muy intenso, pero muy estimulante, que consistió en reunir más de un centenar de piezas yhacerlas dialogar entre sí. Curamos diez programas distintos, buscando siempre un equilibrio entre cine de ficción, cine documental, cine experimental, videoarte. Piezas de cubanos realizadas en la diáspora conpiezas de extranjeros realizadas en Cuba, o con alguna relación temática con Cuba», explica José Luis Aparicio, curador de la muestra.
Ya con nuevas comunidades de cubanos asentadas en varias de las capitales más importantes del mundo, el Festival de Cine INSTAR dio el salto a un formato híbrido de presentaciones online y presenciales en su cuarta edición. Los emigrantes cubanos y otros ciudadanos del mundo pudieron asistir a ver las películas proyectadas en ciudades como Barcelona, París, Miami, Nueva York, Ciudad de México, Buenos Aires y São Paulo.
En este punto los organizadores asumieron como premisa el carácter trasnacional del nuevo cine cubano, y llevaron a las pantallas lo que comenzaba a ocurrirles a muchos realizadores de la isla recientemente emigrados: el establecimiento de un diálogo con otras cinematografías. Se remarcaba, además, las de otros países regidos por gobiernos dictatoriales o totalitarios como el cubano.
«Nos pareció una estrategia muy interesante que el Festival se abriera al mundo, que asumiera estaestructura itinerante, simultánea, transnacional, emulando la condición actual del cine y los cineastas cubanos», explica Aparicio. «También que diera espacio a obras procedentes de contextos que de alguna forma son cercanos al nuestro, generando oportunidades de que se compartan experiencias y hallazgos entre los creadores cubanos y sus homólogos de otras partes del mundo».
Este formato supuso nuevos retos que se mantienen en su quinta edición, que comenzó este 28 de octubre en ciudades como Barcelona, Madrid, París, Múnich y Berkeley, y que entre sus principales propuestas cuenta con una retrospectiva internacional enfocada en el cine chino independiente de los últimos 20 años curada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive, situado en la Universidad de Newcastle del Reino Unido.
Al respecto, la cineasta cubana Leila Montero, productora del Festival de Cine INSTAR, considera que «uno de los principales desafíos en la organización es la comunicación. Somos un equipo reducido de cinco personas ubicadas en distintos países, como Brasil, México, España y Estados Unidos, lo que hace que coordinar horarios para trabajar juntos ya sea una tarea compleja. Sin embargo, en el Instituto trabajamos con un sistema basado en objetivos semanales, lo que nos permite avanzar en nuestras tareas de manera independiente y hace que los encuentros de equipo sean más reducidos y fructíferos».
«Cuando a esto le sumas la colaboración con profesionales y sedes del Festival en diferentes lugares, se complica aún más la logística. Este año hemos logrado adaptar mejor el sistema, pero el año pasado, siendo la primera vez que realizamos el Festival de manera simultánea en múltiples sedes durante una semana, coordinar la comunicación entre países como Chile, Brasil, Argentina, México, Estados Unidos, Francia y España fue todo un reto», asegura la productora cinematográfica cubana.
«Sin embargo, logramos establecer flujos de trabajo eficaces para que todo saliera a tiempo», señala. «Aunque, claro, no todo fue color de rosas, y vivimos momentos de crisis y estrés que enfrentamos juntos como equipo».
Más allá de eso, Montero dice que «uno de los principales desafíos radica en la promoción y la comunicación, ya que necesitamos desarrollar una estrategia conjunta con cada una de las sedes. Ellas son quienes mejor conocen sus espacios y el público que los frecuenta, por lo que es fundamental crear una sinergia entre la esencia del Festival y los intereses particulares de cada lugar. Este enfoque permite que las sedes se involucren de manera significativa en la colaboración».
Que un grupo de cinco personas pueda generar un Festival con estas características parece una proeza. Leila Montero explica que comenzaron a prepararlo con cinco o seis meses de antelación y asegura que el certamen «es muy grande y muy ambicioso», pero «se hace gracias al ímpetu, al amor y al sentido de pertenencia que tienen los miembros de INSTAR por él».
Sobre la visibilidad que ofrece el Festival a cineastas provenientes de entornos represivos más allá de Cuba, Montero expone que decidieron expandirse porque «las realidades de Cuba se reflejan en muchos otros países, y creemos que es fundamental abrir un diálogo entre estos cineastas. Este intercambio puede generar una sinergia que no solo permita hablar de nuestros problemas y de cómo nos sentimos ante ellos, sino también aprender formas de enfrentarlos».
«A la par», dice, «el Festival trabaja para dar una mayor presencia al cine cubano en otros países, colaborando con diversos espacios a lo largo del año para organizar muestras. Además, cuenta con el Fondo PM, que apoya la producción cinematográfica de cineastas tanto en la isla como en su diáspora».
Este año el Festival cuenta con novedades como el lanzamiento de la revista Fantasma Material en colaboración con Rialta Ediciones y mantiene el espíritu de constante expansión no solo entendido como «tratar de estar en la mayor cantidad de sedes posibles», puntualiza Montero, sino también en lo referente a incluir «otras cinematografías que estén dentro de nuestro mismo espectro, dentro de las mismas temáticas que abordamos».
José Luis Aparicio, quien se ha encargado del programa del Festival desde su segunda edición en 2021, considera que el evento cinematográfico se ha adaptado durante estos años «a las circunstancias de vida de los cineastas y del cine cubano. Es decir, a partir de los cambios ocurridos en nuestro contexto más inmediato, de las dificultades que han aparecido y de las experiencias que hemos atravesado individual y colectivamente, el Festival ha permitido que su mirada se permee del espíritu de los tiempos y las mutacionesque vamos experimentando».
«Cuando yo comencé a trabajar en el Festival como curador principal o director artístico, el programa se centraba sobre todo en el cine cubano independiente, en potenciar esas voces y miradas sobre la realidad cubana que no encontraban mucha cabida en los festivales y eventos oficiales, pues son películas con una mirada contrahegemónica y que se realizan mediante vías de financiamiento alternativas», recapitula el realizador e investigador cubano.
Esas primeras películas, según Aparicio, a veces «podían encontrar algún espacio en la selección del Festival de Cine de La Habana, o del Festival de Gibara, o de la extinta Muestra Joven, pero por lo general se veían muy poco o nada dentro de la isla. Esto sin hablar», subraya, «de un cine independiente más radical, política y estéticamente, que a veces ni siquiera tenía la oportunidad de ser proyectado en cines de Cuba a través deeventos oficiales».
Para esta quinta edición, opina su curador que se está consolidando la «internacionalización del Festival, con una selección en concurso donde hay cuatro películas cubanas recientes, pero el resto de las obras proceden de muy diversas regiones del mundo, manteniendo siempre el foco en un cine que se interesa en las problemáticas sociopolíticas de sus respectivos contextos, que se piensa y se hace políticamente».
Por esa razón, Aparicio enfatiza: «Las propias elecciones estéticas y estilísticas reflejan una visión política, que pasa invariablemente por subvertir o buscar alternativas al lenguaje del opresor, del colonizador, a la retórica totalitaria, hallando nuevas formas de resistir, no solamente desde el contenido, sino también desde laforma cinematográfica, nuevas maneras de posicionarse ante el estado del mundo ahora mismo».
Esa internacionalización del festival, materializada en esta ocasión con la inclusión de películas procedentes de Rusia, de Ucrania, de Palestina, de Croacia, de Haití, de China, de Hong Kong, de Guinea-Bissau, responde entre otras cuestiones a que la situación transnacional del cine cubano es innegable, y se evidencia en que la mayor parte de los realizadores vive y trabaja actualmente fuera del país.
«Todavía, por supuesto, hay cineastas que viven en Cuba, que producen allá. Existe la Asamblea de Cineastas Cubanos y se siguen formando y graduando jóvenes cineastas en las escuelas de cine de la isla, pero digamos que una gran mayoría de los cineastas cubanos, incluso de los que habían empezado a construir una obra autoral más coherente y a conseguir reconocimientos tanto dentro como fuera del país, han emigrado en los últimos cinco años; se han unido a generaciones precedentes de cineastas cubanos que viven en el exilio, por lo que ahora mismo hay una gran diversidad de creadores viviendo fuera de Cuba, pensándose lejos de ese contexto de vida y de creación. No podemos estar de espaldas a eso», sostiene Aparicio, quien, por supuesto, también forma parte de esa comunidad cinematográfica en la diáspora desde que se radicó en Madrid en el año 2022.
En concreto, esta edición del concurso incluye obras de cineastas cubanos residentes en el exterior como como Souvenir, de Heidi Hassán; Petricor, de Violena Ampudia, o Parole, de Lázaro J. González, mientras en el Panorama del Cine Cubano pueden verse Cuatro hoyos, la primera película de Daniela Muñoz Barroso filmada fuera de Cuba, y Llamadas de Moscú, de Luis Alejandro Yero.
«Al final la transnacionalidad, por las propias circunstancias de vida y de producción, así como las temáticas y elecciones estéticas de las películas, es un hecho consumado en el cine de la isla», razona José Luis Aparicio, autor de filmes reconocidos como Tundra o Sueños al pairo (documental realizado junto a Fernando Fraguela). «Más allá de verlo como una limitación, como una dificultad o un obstáculo, abre nuevas posibilidades y caminos para renovar y repensar el cine cubano. Yo creo que cada vez más debemos intentar que nuestras películas, nuestras búsquedas e ideas, dialoguen mejor con los intereses de espectadores de cualquier parte del mundo. De ahí viene también la idea de mezclar nuestras películas con las de cineastas que trabajan en situaciones similares o con inquietudes parecidas, pero que lo hacen desde otras tradiciones y otros contextos de creación».
Para el joven director cubano resulta importante esta apuesta del Festival de Cine INSTAR por «salir de la endogamia que a veces trae pertenecer a una comunidad nacional muy específica, romper esos límites de ser parte de un gremio, de una generación y de un país con una historia muy particular, que a veces se vuelve limitante». En tal sentido, está convencido de que «uno de los daños que nos ha hecho el totalitarismo es quebrar esos puentes, tanto con otras generaciones de cineastas cubanos, como con el resto del mundo».
«Yo creo que situar las obras de cineastas cubanos, y a los propios cineastas, en espacios de pensamiento y debate con cineastas de África, Asia, América Latina y el Caribe, sobre todo de regiones del llamado sur global, va a enriquecer nuestras miradas, nuestro arsenal estético y nuestra comprensión del mundo», afirma. «Va también a romper poco a poco ese gran mito inculcado, en buena parte también por el totalitarismo, de la excepcionalidad de Cuba, nos va a hacer entendernos de una manera mucho más compleja dentro de un contexto global. Ese intercambio podría permitirnos hallar nuevos caminos productivos y creativos. Hay un aprendizaje, un intercambio de experiencias que a veces subestimamos, y realmente es ahí donde está la solución para hacer que el cine, el arte y la experiencia de vida de los cubanos sea cada vez más rica».
Según la realizadora cubana Daniela Muñoz Barroso, quien ganó el Premio Nicolás Guillén Landrián con su documental Mafifa (2022) en la pasada edición del Festival de Cine INSTAR, una de las principales virtudes del certamen es que mantiene a los cineastas cubanos atentos a las películas que están haciendo sus colegas, y a la vez da visibilidad al cine cubano independiente en diferentes ciudades del mundo, algo sumamente difícil para una comunidad que no se especializa exactamente en el cine mainstream o comercial.
«El hecho de que cada vez el Festival sea más internacional es interesantísimo porque pone a dialogar nuestra realidad con la de otros países en circunstancias similares», opina. «Nos conecta un poco a todos en estos conflictos con los que lidiamos día a día. Principalmente, la migración. Pero creo que hay otras temáticas que le interesan mucho al Festival, como la libertad de expresión».
Muñoz Barroso, quien además es productora, señala que el evento también ayuda a difundir las películas más allá de sus propios márgenes, pues tanto dentro del jurado como entre los espectadores hay programadores y otras personas vinculadas a la distribución internacional del cine.
Un anhelo de esta cineasta cubana radicada en Madrid, quien ha visto crecer al Festival durante estos seis años, es que en un futuro el evento consiga reunir a la comunidad de cineastas cubanos en alguna parte del mundo. Muñoz Barroso no alberga esperanzas de que se pueda hacer eso en la isla —donde las películas de INSTAR solo están disponibles online—, pero cree que «sí, con toda la diáspora que hay, podríamos intentar perfectamente encontrarnos en algún lugar».
Dean Luis Reyes, crítico cubano especializado en el cine independiente, asevera que «el Festival de Cine INSTAR es trascendental», puesto que nació «con la idea de promover buena parte de las películas cubanas que no tienen acceso a las salas de cine desde hace mucho tiempo».
Esto es algo, destaca el también investigador, que «está pasando prácticamente desde que en la primera década de los años dos mil ocurrió la emergencia del cine independiente cubano y muchas de esas películas que no encontraron espacio; lo que se convirtió en una demanda perenne de los jóvenes realizadores».
En su opinión, tras cuatro ediciones del Festival, nos encontramos en un contexto en que el certamen adquiere otro significado. «Porque desde 2019, cuando se hizo la primera muestra en La Habana, hasta ahora», apunta, «no solamente INSTAR ha tenido prácticamente que abandonar La Habana, sino que también buena parte de los realizadores cubanos, contemporáneos, sobre todo los más jóvenes, han tenido que irse del país, y hoy en día tenemos un cine deslocalizado, un cine postnacional, un cine cada vez más transnacional —que ya lo era, pero ahora mucho más. Y también es un cine que se ha vuelto pasto de la censura y que no se exhibe en la isla por el simple hecho de que los cineastas no residen ahí».
Reyes subraya que, en Cuba, actualmente, hay «una situación de agravamiento de la censura, de agravamiento de la invisibilización del cine independiente; lo que, asociado a toda la crisis humanitaria que está viviendo el país y al éxodo, hace que el Festival INSTAR se convierta en una instancia evidentemente mucho más necesaria, porque se convierte casi que en el depositario de todas esas líneas rotas y fracturadas que tienen que ver con la exhibición, la promoción y la reunión de los cineastas».
Eso sí, el crítico cubano lamenta, al igual que Muñoz Barroso, las limitaciones del Festival. «No es exactamente un evento que ocurre en un lugar físico específico donde se reúnen los cineastas, sino que es un festival deslocalizado que ocurre en varios países, en salas de cine, en centros culturales donde se exhibe», comenta. «Y, además, para que se pueda ver en Cuba solamente existe la opción online, que es el espacio que nos ha quedado».
Pese a las dificultades que implica hacer un festival con estas características, incluida la dispersión de los realizadores y sus públicos, Reyes considera que «el Festival INSTAR es probablemente el evento fílmico transnacional más importante de la historia del cine cubano», y pone en valor el hecho fundamental de que sea «una muestra que se produce más allá de las políticas culturales del Estado, de la censura oficial y de las formas de entender el cine de la isla».
«Este año hay 43 películas, lo que lo convierte en un evento mucho más grande de lo que ha sido nunca, de más de una decena de países, y, sin embargo, cuando tú ves el programa, te das cuenta que las películas cubanas están dialogando con una situación global; lo que tiene que ver con el carácter de identidad que está adquiriendo, pues es sobre todo un Festival que recoge cine independiente, cubano o no cubano, hecho en contextos en los que hay déficit de libertades», reflexiona finalmente Dean Luis Reyes. «Muchas de esas películas hablan desde una condición transnacional, desde una condición global, y ahí te das cuenta de que conectan por sus temas, por sus preocupaciones, por su modo de aproximación a comunidades que están en la diáspora, que tienen conexiones con sus países de origen o no, pero que son comunidades que de repente tienen temas y problemas comunes. Te das cuenta… cuando la ves y empiezas a conectar los hilos que hay entre ellas. Y eso se convierte entonces, en buena medida, en una de las identidades principales que va adquiriendo el Festival, al cual a partir de esta quinta edición lo veo mucho más maduro, mucho más concentrado en una especie de política cultural específica, de carácter o de identidad, como yo le llamo, que vendría a definir lo que va a ser el Festival INSTAR de ahora en adelante».
José Luis Aparicio, quien a sus 30 años no solo es uno de los cineastas jóvenes cubanos más prometedores, sino también uno de los principales investigadores y archivistas del cine cubano independiente, dice: «Es fundamental, en esta especie de páramo o de desierto en el que nos encontramos, que siga habiendo iniciativas como esta, espacios para encontrarnos, reconocernos y pensarnos, para que nuestras películas se vean, se compartan, se muestren juntas, unas con otras, como parte de ese corpus que sí existe, que es algo que no nos estamos inventando, no es una ilusión ni un espejismo, sino algo verificable».
«Siempre es muy difícil, arduo, hacer este Festival, pero yo creo que, si lo hacemos cada año, tratando de crecer y mutar, de encontrar alternativas, es porque lo creemos necesario», prosigue el programador de estas citas. «Y también [deseamos] que surjan espacios similares, para romper esa unidad monolítica tan típica del contexto cubano de las últimas seis décadas. Es preciso que cada vez haya más diversidad, otras voces, nuevos eventos que se vayan encontrando y definiendo a sí mismos, pero no en oposición a los otros. Creo que lo importante es darle oxígeno al contexto, hacerlo menos gris».
Por lo pronto, cuando se le pregunta acerca de la actitud y los objetivos futuros del equipo de INSTAR, Aparicio se limita a contestar con insistencia: «Seguir haciendo el Festival cada año, seguir creciendo y alimentándonos de la experiencia, incluyendo más países y visiones cinematográficas alternativas. Ser un espacio de resistencia cultural ante los embates del totalitarismo y las dictaduras, de la violencia, la guerra, la represión, y también, por supuesto, del mercado y las lógicas capitalistas, [portadores] de una visión hegemónica del cine con la que tampoco estamos en sintonía».
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