Festival de cine INSTAR

El archivo cinematográfico cubano, regido de manera hegemónica por las instituciones oficiales desde 1959, es un compendio de censuras y omisiones.

Toda visión divergente o anómala fue depurada. Cada herejía encontró su castigo. En un proceso de autofagia que ya resulta cíclico, los cineastas que no se ajustan a la norma son condenados a la cárcel, al ostracismo o al exilio. Sus películas, aquellas que sobreviven, se vuelven pasto de la desidia y el olvido. La brecha, si bien proscrita y precaria, está en el cine independiente. Un movimiento que intentan quebrar de manera sistemática, pero siempre encuentra formas de subsistir y reorganizarse. Que opera muchas veces al margen de la ley, bajo acoso, en la intemperie absoluta. Su consolidación a partir de los ’90 del siglo pasado y, sobre todo, en la década del 2000, es uno de los actos de resistencia más notables en la cultura cubana contemporánea. 

Transformar el Kabinett 1 de Documenta Halle en una sala de cine, como sucedió en este festival, habla del desplazamiento que habitualmente sufre esta producción audiovisual, consumida muchas veces en espacios privados e íntimos, con recursos mínimos como pequeñas pantallas y un precario sonido. Gran parte de los materiales compilados en este archivo, no pocos censurados y, en su gran mayoría, de producción alternativa o independiente, han circulado sigilosamente de mano en mano. Si hacer la lista de estos filmes es hacer el archivo, hacer la sala de cine es hacer un centro temporal para el consumo y estudio del mismo. El archivo “Tierra sin imágenes” acampó diez días en Documenta Halle. Con un programa de proyecciones diarias de aproximadamente 100 horas y más de 150 películas, recupera esa Cuba que nos fue arrebatada en algunas de sus visiones más poderosas.

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