Festival de cine INSTAR

‘Still Free’, o de las sombras que esconde el verano

Por ÁNGEL PÉREZ – 29 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Still Free’; Vadim Kostrov. En el Festival de Cine INSTAR 2024

La luz del verano en el río Zeya inunda la imagen, abrasa el cuerpo de los personajes. Esa luminosidad estival, que se fuga gradualmente según pasan las horas del crepúsculo, sumerge todo Still Free –película del realizador ruso Vadim Kostrov que compite en esta quinta edición del Festival INSTAR— en una atmósfera sutilmente cálida y melancólica. Kostrov se comporta en Still Free como un sensualista, un poeta entregado al don espiritual y paisajístico del lago donde filma; allí, entreverado con las personas que disfrutan en la orilla, en el agua. Esa cualidad paisajística se aproxima por momentos a la temperatura de un Sorolla; cercanía aplazada, sin embargo, por las vibraciones en la imagen de las incertidumbres, los temores latentes al dorso del placer que experimentan los personajes durante esas horas de recreo.

Conocido por su trilogía Orfeo, Verano e Invierno, Kostrov documenta en esta película dos días, un fin de semana, de las vacaciones de verano que ya casi terminan para Katya y Kostya. Así como se muestra atento a la belleza natural, el realizador –cámara en mano, como si grabara una home movie— está siempre atento a sus personajes, no los abandona un instante, observa sus cuerpos, registra sus conversaciones, habla con ellos, extrema el zoom para dejar constancia de sus caricias mientras se bañan en el río, capta en primeros planos sus besos y las miradas cómplices que se regalan… Aun en ese espacio público, Still Free consigue ser una cinta asombrosamente íntima, lírica incluso, que implica a los espectadores con ternura en la experiencia vivida por sus cómplices, quienes responden con naturalidad y afecto a la presencia de la cámara.

Still Free está lejos de ser nomás un ensayo contemplativo, por supuesto. Es una película desafiante, cuya serenidad visual, tal como sugería, acoge una urdimbre de tensiones bajo ese criterio observacional pulsado por la cámara, solo en apariencia extasiada con la gracia de la cotidianidad del lugar. (Todavía más, el espontáneo registro se ampara en una intrépida y compacta estructura narrativa y de montaje que deja al filme a unos pocos pasos de la ficción). El flirteo del lente con el encanto que emana del encuentro de los cuerpos de Katya y Kostya –jóvenes que apenas rebasan los veinte años– deviene subrepticiamente una parábola acerca de la suerte inmediata de un país y su gente. Y en particular de la generación que por esos días irrumpe en la vida adulta.

La película se divide en dos momentos (cada uno de los días de recreo testimoniados) delimitados por las despedidas de la pareja al caer la tarde y regresar a casa. En el tránsito de la primera a la segunda jornada –como un corrientazo en medio de tanta apacibilidad–, sabremos que Kostya está próximo a ingresar en el ejército ruso. Se viene preparando hace algún tiempo para ello, y ahora tiene un poco de dudas acerca de semejante decisión. El tiempo de veraneo se figura entonces como la despedida. ¿Qué podrá pasar mañana? Más adelante conoceremos el interés de Katya en ingresar a la universidad. Ambos confían en que nada será un obstáculo para su amor, que podrán realizar sus planes en el futuro.

Pero, ¿qué posibilidades existen de consumar los deseos individuales, las expectativas de futuro, en un país –como dice Katya– solo en teoría democrático, que en realidad es un país autoritario? Still Free coloca ante nuestros ojos el crepúsculo de unos jóvenes para quienes muy pronto sobrevendrá la noche, la noche de una nación abocada a una guerra. El clima bucólico en el lago no hace sino más impactante el golpe emocional que supone vislumbrar lo que pudiera deparar a estos jóvenes el día después.

Ellos, aunque ansiosos, confían en que se impondrán a los obstáculos. En los últimos minutos del filme es inminente la segunda y última despedida; las imágenes se cargan de una extraña gravedad. Cuando vemos a Katya y Kostya tomar el camino de regreso a la ciudad se adivina el cierre mismo de Still Free como el resignado adiós a un capítulo de sus vidas, a toda una época quizá.

Al final, el director presenta un cartel donde toma partido respecto a las imágenes registradas. Un poco también para hacer justicia a un premonitorio cumplido de Kostya, quien le dijo en algún momento durante las horas de recreo: “Vadim, no puedes imaginar lo útil que eres con tu cámara. Eres un cabrón salvador”.

En ese cartel final, Kostrov cuenta que, tras esos días, solo pudo encontrarse con Katya y Kostya dos veces más. “Kostya se quejaba de que el ejército no era lo que esperaba”, escribe. “Más tarde supe que ellos rompieron. Katya entró en una universidad en Arkhangelsk [y] Kostya continuó sirviendo en el ejército en Svobodny”. Y se lamenta luego: “Hoy, 30 de marzo de 2022, se cumple un mes de la terrible y absurda guerra en Ucrania. Es muy probable que Kostya haya sido enviado allí como carne de cañón y sin consentimiento”.

Vadim Kostrov comienza su película recordando un versículo bíblico (Corintios 13:13) que devela el sentido con que pone a disposición de sus espectadores las imágenes de Still Free, evocación de un tiempo que no volverá jamás, aniquilado por la política imperialista rusa: “Por la paz, la juventud, la alegría y el verano, con esperanza, fe y amor. No a la guerra”, leemos allí.

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