Archivos personales, conflictos bélicos, emigración y violencia política en el V Festival de Cine INSTAR
Por ÁNGEL PÉREZ – 25 de octubre de 2024
RIALTA
El protagonista de Nome (Sana Na N’Hada, 2023) regresa al pueblo donde creció después de luchar por la independencia de su tierra. Pero sus ansias de poder y de ascenso social lo empujan a traicionar los ideales por los que un día luchó. Los jóvenes de Republic (Jin Jiang, 2023) intentan escapar a las dinámicas capitalista de la sociedad china y crean una comunidad hippie de ideales comunistas; sin embargo, su estilo de vida no hace sino demostrar el sinsentido de sus creencias. La realizadora de Smoke of the Fire (Daryna Mamaisur, 2023) se encuentra descolocada en su país de adopción, extraviada entre las posibilidades de un nuevo idioma con el que no consigue expresar a plenitud sus emociones; mientras, la directora de Wild Flowers (Karla Crnčević, 2022) contrasta, desde el exilio, la operatividad de los archivos personales y las negociaciones de los individuos con su memoria.
La corrupción del poder y el impacto de la guerra en los imaginarios colectivos, el desajuste de una juventud atrapada en sociedades autoritarias y la violencia ejercida por los gobiernos dictatoriales, las crisis existenciales acarreadas por la emigración, y el valor de los archivos familiares, son algunas de las temáticas discutidas en los títulos “En competencia” del V Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre. De la mano de su programador, el director y curador José Luis Aparicio, el evento vuelve a apostar –en un programa riguroso, compuesto por obras inteligentes y problematizadoras– por un cine político “de países donde se encuentran amenazadas las libertades de expresión y creación”, según palabras de la artista Tania Bruguera, directora de INSTAR.
Distingue el conjunto de películas que este año aspiran al Premio Nicolás Guillén Landrián –tal como advierte el propio Aparicio en sus palabras “Sobre la curaduría”– el hecho de que todas “reflexionan sobre el mundo que habitan [sus realizadores] en un acto que pasa, irremediablemente, por un cuestionamiento de las formas [de representación]”. De ese nexo entre vanguardismo lingüístico y vocación política emanan los más significativos valores de estos filmes. Y vocación política se debe entender como análisis, necesidad de comprensión y cuestionamiento del modo en que las determinaciones históricas y los poderes institucionales impactan la suerte de los ciudadanos, así como de las estrategias de resistencia que estos ensayan. Es constatable esa eticidad de la forma en el diseño de los personajes y en la eficacia discursiva de las puestas en escena de Solo la luna comprenderá (Kim Torres, 2023), Republic y Dreams like Paper Boats (Samuel Suffren, 2024); en el desmontaje discursivo y la exploración expresiva de materiales de archivo en Wild Flowers y Three Promises (Yousef Srouji, 2023); en la estilización intencionada del diseño visual y la indeterminación genérica de La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso, 2024), Smoke of the Fire y Dreams about Putin (Nastia Korkia & Vlad Fishez, 2023).
Pero los evidentes valores cinematográficos de estas obras no son la única virtud de la curaduría; otra es la inclusión de películas vinculadas a geografías culturales tan diversas como Ucrania, Croacia, Palestina, China, Rusia, Hong Kong, Haití, Cuba, Guinea-Bisáu, Costa Rica y República Dominicana. Semejante diversidad propicia la exploración de los conflictos sociales, históricos y políticos que acechan al individuo en el mundo contemporáneo, así como el conocimiento de los despeñaderos emocionales, íntimos, de los sujetos inmersos en tales contextos.
Nome es un drama histórico, de rigurosa construcción dramática, que visita el pasado de confrontación entre las guerrillas del Partido Africano para la Independencia de Guinea y el ejército colonial portugués. Su director se formó en Cuba con el propósito de documentar, en calidad de reportero, la gesta de esas guerrillas anticoloniales. El archivo fílmico de aquellos años sesenta y setenta –poéticamente entreverados en la trama–sirve de asiento a y relato cuyo devenir argumental no hace sino cuestionar el aliento épico y la verdad histórica estampada en dichos archivos. Sana Na N’Hada no parece demasiado interesado en la contienda, más bien en su desembocadura. El repaso de la resistencia anticolonial es una catapulta para criticar el saldo del propio colonialismo tras la conquista de la independencia, y una sagaz maniobra para escenificar cómo una revolución se traiciona a sí misma.
Diversos tipos de archivo posibilitan al documental An Asian Ghost Story (Bo Wang, 2023) emprender su revisión del pasado en Hong Kong. Bo Wang se inventa una simpática ficción para pensar el impacto de las relaciones geopolíticas entre el capitalismo occidental, el mercado de los Estados Unidos y el comunismo de Mao en ese territorio. El fantasma que habita en una peluca se encarga de rememorar esas tensiones en el paisaje de la guerra fría, cuando las cabelleras postizas de pelo natural confeccionadas en Asia se volvieron populares en los Estados Unidos y este país impuso un embargo a su importación. Ello motivó transformaciones radicales, tanto políticas como culturales, en Hong Kong, puerto fundamental de exportación de pelucas.
An Asian Ghost Story teje su experiencia cinematográfica bajo una rigurosa concepción visual (manipula a su favor las diversas texturas de los archivos) que, conjugada con una ficcionalización del discurso documental, acaba por disparar este ensayo a la condición de obra excepcional. Empresas similares de riesgo creativo, que también operan con/desde materiales de archivo, emprendieron los realizadores de Wild Flowers, Three Promises y Dreams about Putin. En estos filmes el archivo es depositario de la memoria y testigo irrefutable del paso del tiempo en la configuración subjetiva del individuo, forzado, de algún modo, a pactar con el olvido. En Three Promises, Yousef Srouji recupera grabaciones en video realizadas por su madre durante la Intifada de Al-Aqsa. Mientras resuenan al fondo de las imágenes los ataques de Israel sobre Cisjordania, vemos la cotidianidad de una familia que intenta escapar de la muerte, sacudida por el miedo… El documental transcurre como un testimonio contundente de la resiliencia de una madre decidida a salvar su hogar a cualquier precio. Las grabaciones son el registro de un acto de amor, tanto como una denuncia de cómo se puede arrebatar la infancia a un niño.
En cierto momento, se escucha al realizador de chico decir a su madre: “Mamá, tengo miedo; mamá, deja de grabar”; mientras, se observa el fuego causado por el bombardeo y se escuchan resonantes los disparos. Sin embargo, ahora –vista la imposibilidad de comunicar mediante las grabaciones aquella experiencia en toda su dimensión–, Srouji decide colocar la voz de su madre sobre las imágenes.
Wild Flowers también atiende el impacto de la guerra en el cosmos íntimo y las realidades del cuerpo de las personas. Como Srouji en Three Promises, Karla Crnčević articula una colaboración entre el contenido de unas cintas de videos y los recuerdos fácticos del individuo que grabó. La realizadora digitaliza estas imágenes de VHS donde su padre documentó la devastación del pueblo donde vivía en Croacia durante la Guerra de los Balcanes. Y mientras repasa estos registros conversa con él por teléfono sobre el momento de la filmación. Crnčević no se preocupa por la imposibilidad de asir mediante el archivo el pasado, tal como sucedía en el caso de Srouji; ella más bien corrobora la importancia de su materialidad. ¡Son impresionantes las disyuntivas entre lo que recuerda el padre y lo que vemos en las imágenes!
A través de una elaboración diferente en términos estilísticos, de una enjundiosa arquitectura visual, Dreams about Putin insiste también en el peso de la guerra sobre la conciencia de una nación. Pero no se ocupa de la experiencia de los agredidos, sino de la experiencia de los sujetos residentes en el país agresor. Nastia Korkia y Vlad Fishez, sus directores, recurrieron a la animación 3D para materializar los sueños (difundidos en los medios) que tuvieron varios ciudadanos rusos con el presidente Putin tras la invasión a Ucrania. Los sueños son el espacio donde estos seres dejan en libertad aquellos pensamientos o emociones reprimidos en la vigilia como consecuencia del régimen autoritario del oligarca. Los segmentos animados son expresionistas, a veces grotescos, pero sobre todo oníricos, siempre consecuentes con los pasajes que representan. Pero este ensayo fílmico intercala, además, videos de archivo tomados de YouTube donde Putin es expuesto en situaciones ridículas, o ridiculizadas por el ademán fílmico, que vulgarizan el aura de poder con que este se desplaza en el espacio público. Las crisis del imaginario social ruso son condensadas en Dreams about Putin, que, hacia el final, muestra unas imágenes de acción real donde el “zar” aparece tras las rejas: una manipulación que proyecta como posible una invasión de los sueños en la vigilia.
El conflicto entre Rusia y Ucrania aparece, desde otra perspectiva, en Still Free (Vadim Kostrov, 2023).Kostrov se muestra preocupado por las repercusiones de esa contienda bélica en la suerte de una sociedad y su gente más allá del desastre físico. La película registra con espontaneidad –desde un criterio observacional que, singularmente, se mimetiza con una estructura cuasi de ficción– el recreo en un lago de cierto grupo de jóvenes durante el verano anterior al comienzo de la guerra. La imagen desborda luminosidad, pero esa vista veraniega, el clima de fiesta poco a poco se van desvaneciendo –más a nivel del discurso que del plano visual. Y esto acontece según conocemos mejor a la pareja protagónica, cuando ya somos capaces de avizorar su futuro: Kostya está próximo a ingresar en el ejército y Katya piensa matricular en la universidad. Ambos confían en sostener su relación después de tales accidentes. Por supuesto, cuando vemos a estos jóvenes abandonar el balneario, de espaldas, todo el relato no puede ser comprendido sino como una estampa vívida de una buena parte de la sociedad rusa, de una generación imposibilitada de amar, a la que han quebrado sus afectos la falsa democracia, el militarismo y la autocracia.
Como Still Free, La historia se escribe de noche también alegoriza el estado de un país. Pero mediante una estrategia muy diferente. Mientras Kostrov difumina las fronteras entre ficción y documental, Alonso despliega un fresco visual donde ensaya con las posibilidades expresivas de las sombras y la oscuridad. El asunto es que esa oscuridad no es consecuencia de la noche sin más, sino de una noche azotada por esos prolongados cortes de electricidad que sufren cada vez más los cubanos. La ausencia de luz metaforiza con elocuencia la situación abisal que atraviesan los habitantes de la isla. Es un filme que echa mano también, a su manera, del sueño como expresión del inconsciente social, como suceden en Dreams about Putin.
El resto de las películas cubanas que aspiran al Premio Nicolás Guillén Landrián —Parole (Lázaro González, 2024), Petricor (Violena Ampudia, 2022), y Souvenir (Heidi Hassan, 2024)– se consagran a una problemática esencial en el presente del país: la emigración. Estos documentales diseccionan esa materia con escalpelos estéticos muy diversos, si bien llegan a ser semejantes en la medida en que superan la argumentación corriente en el género, así como en el propósito de experimentar con estructuras más performáticas, vinculadas a la tradición del cine ensayo. Ese es un valor constatable en todas las obras susceptibles de ser etiquetadas como documental en la selección. Habría que destacar el tema específico del exilio (enfocado desde el prisma personal de los realizadores), no solo en piezas de directores cubanos, sino en creaciones de otras nacionalidades como Dreams like Paper Boats y Smoke of the Fire. (Se debe tener en cuenta que los autores de la mayoría de las producciones presentes en el festival trabajan desde la diáspora, forzados a emigrar de países dictatoriales o con una extrema precarización de la vida material, donde hacer cine, y sobre todo un cine auténticamente político, puede a ser virtualmente imposible).
En Petricor, Violena Ampudia teje imágenes de las plantas flotantes diseminadas en su apartamento en Bélgica; la composición es íntima. El espacio es angosto y su voz parece frotar los objetos… (Solo por un instante la cámara abandona su habitación para escuchar y contemplar a las tiernas hijas de una amiga suya que decidió sentar raíces fuera de Cuba). El detonante de su reflexión fílmica es un audio de WhatsApp donde alguna amiga comenta a la realizadora que soñó con Cuba transformada en un enorme cementerio flotante. Cuba dista de ser ya una tierra fértil para sus plantas, originarias de allí. El énfasis de Violena en las raíces flotantes es un énfasis en su propia sensibilidad, que evoca aquellos versos de Jamila Medina Ríos: “Emigró. / Hay algo ahí con la desposesión: / raíces sin tener dónde agarrar”. Violena dice experimentar una nostalgia que resulta de “la necesidad de saber qué lugar ocupa en el presente”; esa nostalgia impregna toda la atmósfera de las imágenes, es el sujeto mismo de su enunciación.
Lázaro González imprime a Parole un tratamiento similar al de Wild Flowers y Three Promises: coloca la voz de su madre (audios de WhatsApp que recibe a diario) encima de las imágenes de los espacios que recorre cotidianamente en San Francisco. En Parole se registran calles, alguna estación, el apartamento del realizador, sitios que suele visitar, su encuentro accidental con algún transeúnte… No importa dónde la cámara emplace su mirada, aprehende siempre un vacío, un sutil aroma de soledad, quizás la nostalgia de que habla Ampudia, trasuntada en unas vistas que son el filtro de una sensibilidad que no acaba de encontrar plenitud en su nueva residencia. Las palabras de la madre interrumpen a ratos esa atmósfera de introspección; están dichas desde la incomprensión del amor. Y de esa manera Parole sintetiza conflictos de los que se van y de los que permanecen: los conflictos desatados por la fractura de los afectos familiares.
Heidi Hassan opta por un ángulo radicalmente diferente: enfrenta la romantización de las experiencias comunistas. Juzga esos parques temáticos levantados por el mercado occidental para el disfrute de unos turistas que desconocen la violencia, la represión política y la miserable vida experimentada por los habitantes de aquellas sociedades totalitarias. Ella misma, exiliada, es reducida a la imagen exótica que hacen realidad tales gestos pseudomemorísticos, víctima de su tranquilizadora ideología. Souvenir se adentra en las habitaciones de un museo que recrea alguna vivienda de la República Democrática Alemana y, mientras observa, se escucha a Hassan reflexionar sobre la cómoda ignorancia de realidades como la cubana, donde la vigilancia y el control de la vida por el poder empuja a sus ciudadanos, cuanto menos, al exilio.
El realizador de Dreams like Paper Boats (a diferencia de los cubanos) mira, en esencia, hacia las personas que permanecen; escenifica el resquebrajamiento de una familia haitiana como consecuencia del abandono y la separación propios de la emigración. Las familias quebradas son el corolario inevitable del acto de abandonar el país de origen, motivado ya sea por sueños de mejora económica o por razones políticas –esta realidad se transparenta en Parole y en Smoke of the Fire. En Dreams like Paper Boats, ante la falta de noticias de la madre, un padre y su hija pequeña se sumen en el dolor.
En tanto, el ejercicio de Daryna Mamaisur en Smoke of the Fire se distingue por abordar el idioma como el núcleo donde un emigrante vive su desajuste de identidad. Establecida en Portugal, ella intenta aprender la lengua de este país mientras es interpelada por las amenazas de guerra en Ucrania. Las fotografías que recibe de Kiev, ahogada en la oscuridad, emociones que no consigue comunicar en portugués. Mas ella persiste en el intento, figurado en el semblante plástico mismo de este documental performático, poético por momentos. Quizás Mamaisur sabe –como aconsejó a Violena Ampudia su amiga– que, si quiere sembrar en esta nueva tierra, debe conocer las plantas que crecen en ella.
Solo la luna comprenderá, Ramona (Victoria Linares Villegas, 2023) y Republic completan el programa de títulos en competencia. Los tres recorren realidades y conflictos propios de la juventud, un tema que también rozan, desde sus especificidades, Parole, Petricor, Still Free, Three Promises y Smoke of the Fire. El filme de Kim Torres, Solo la luna comprenderá, gira en espiral alrededor de la adolescencia, consumando una poética evocación que dialoga con otras películas de la selección centradas también en la memoria. Su propósito parece ser dilucidar cómo negociamos emocionalmente con nuestro pasado. En pocos minutos de duración, el relato modela un universo onírico, emanado sin dudas de los recuerdos de esos niños que vemos retozar, jugar, correr entre las ruinas de Manzanillo, un pueblo de campo rodeado de escombros. La estilización de la fotografía estimula el sentido sensorial de la puesta en escena, y purifica ese tiempo recuperado de la infancia, aquella época en que soñaban escapar de un lugar olvidado por la Historia.
Todo ese lirismo se desvanece en las duras imágenes de Republic, un contundente testimonio sobre el desvarío idealista de unos jóvenes de Pekín. Ellos articulan algo bastante próximo a una comunidad hippie de ideas comunistas. Todos se reúnen en el pequeño apartamento de Eryang, donde beben, se drogan, escuchan Pink Floyd y The Beatles y discuten sobre política, clases sociales y consumismo. Republic llega a ser tan contundente por el modo certero (visual y argumentalmente) en que Jin Jiang documenta un estilo de vida y un pensamiento y deja constatar al espectador, en toda su abrumadora dimensión, el dislate utópico de esos muchachos. El rigor de la mirada, en un metraje de alrededor de 107 minutos, deja saber que sus comportamientos emanan tanto de una reactividad al acople de China a las dinámicas del capital como de una relación malsana con la memoria cultural del país, que no puede conducir sino a la insensatez. Ellos son también el corolario del recorrido histórico de una nación. Ese modo existencial es un poco el ser actual de China como la suerte de Kostya y Katya es un poco el ser actual de Rusia.
Ramona toca un tema frágil: el embarazo adolescente en entornos periféricos de República Dominica. Pero el valor de la película no se encuentra en su denuncia de las situaciones atravesadas por estas chicas, cuyas infancias son truncadas por la pobreza, la subordinación cultural de la mujer y la falta de políticas institucionales; sino en la meditación que propone, desde su planteamiento narrativo, acerca de la dificultad de representar las subjetividades de estas muchachas con el rigor ético necesario. En una singular simbiosis de ficción y documental, Ramona cuenta la aventura de una actriz de clase media que debe encarnar a una adolescente embarazada. Para interpretar el personaje ella visita una comunidad y se entrevista allí con varias jóvenes. Sus testimonios quedan en la película; ellas mismas evalúan ciertos fragmentos del guion y, finalmente, asumen el personaje. La distancia que Linares Villegas corrobora entre la realidad de las muchachas y sus opiniones sobre cómo deben ser representadas, suscita importantes interrogantes alrededor de la eticidad de toda puesta en escena.
Otra vez el Festival de Cine INSTAR propone un cuerpo de películas que radiografía varios de los conflictos más urgentes del mundo contemporáneo; obras resultas a través de operaciones estéticas ingeniosas, distantes de esa manía de clonar fórmulas conocidas, y estimuladas además por el convencimiento de que toda práctica expresiva se agota en sí misma si no mira hacia los problemas del mundo. En estos filmes no se trata del arte como instrumento de la política, ni del arte por el arte. Se trata del arte como finalidad política él mismo. Ese principio procura de alguna manera que las películas trasciendan la inmediatez de los asuntos discutidos y sostengan sus reflexiones por sobre las circunstancias específicas.
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