Festival de cine INSTAR

Notas

Festival de Cine INSTAR cierra con el Premio Landrián para ‘La historia se escribe de noche’, de Alejandro Alonso, y mención para el filme ruso ‘Dreams about Putin’

Por REDACCIÓN – 7 de noviembre de 2024

RIALTA

Fotograma de “La historia se escribe de noche” de Alejandro Alonso

La quinta edición del Festival de Cine INSTAR llegó a su fin este domingo 3 de noviembre con la entrega del Premio Nicolás Guillén Landrián al cortometraje documental La historia se escribe de noche (2023), del cubano Alejandro Alonso, y de una mención especial al filme Dreams about Putin, de los cineastas Nastia Korkia y Vlad Fishez, rusa y ucraniano respectivamente.

El galardón –que cada año se concede, según destacó el programador del evento, José Luis Aparicio, a “la obra que mejor explore desde el lenguaje cinematográfico una temática tabú de la sociedad correspondiente”– ha distinguido esos dos títulos entre quince obras en competencia que delinearon un “gran y diverso espectro de cine”, de acuerdo con el curador de cine y escritor Jonathan Ali (Trinidad y Tobago), miembro de un jurado compuesto además por la editora Joanna Montero (Cuba) y el realizador y mentor cinematográfico Francesco Montagner (Italia).

Durante el encuentro en línea transmitido a través de las redes sociales del Instituto de Artivismo “Hannah Arendt”, Ali subrayó –antes de leer el fallo razonado– que fue “difícil” escoger una sola entre tantas películas que “resuenan con nuestras sensibilidades cinematográficas, valores humanos y conciencias”.

El acta del jurado argumenta el lauro para La historia… en virtud del “uso experto del lenguaje cinematográfico, un lenguaje más cercano a la conciencia humana, en el acto de documentar el grave estancamiento social, político y cultural que enfrenta Cuba en este momento”, así como de “su naturaleza poéticamente hipnótica, evocativa de un alma con miedo a los espejos y, literal y figurativamente, de luces en la oscuridad”.

“El jurado decidió también dar una mención especial por su importante trabajo artístico y político, a una película que arroja luz sobre el impacto que las figuras políticas represivas tienen en nuestras psiques”, leyó Ali: “Dreams about Putin, de Nastia Korkia y Vlad Fishez, transfigura y crea magistralmente un metraje-archivo que parcialmente pertenece al mundo del inconsciente, revelando la necesidad de los sueños para exorcizar nuestros miedos”.

En comentarios al margen, Montagner agradeció al equipo del Festival “por esta maravillosa oportunidad de mirar y juzgar de alguna forma un cine muy importante y muy político, y de apoyar un cambio en el futuro de muchos países del mundo”. A su vez, Montero quiso felicitar especialmente a Alejandro Alonso, por “arrojar un poco de luz sobre la situación de Cuba”, y agradecer también a los organizadores por “esta selección de películas tan linda que hemos visto”.

El filme ganador –que sigue en el palmarés al documental Mafifa, de la cubana Daniela Muñoz Barroso— “no apela a prácticas textuales depositadas”, ha escrito en Rialta Magazine Antonio Enrique González Rojas. “Todos los referentes sucumben bajo las tinieblas. Todos los conceptos y nociones aprehendidos se sumergen en una profunda crisis gnoseológica. Ante esta película lo único cierto es que no se sabe nada”.

“La historia se escribe de noche […] anuda registros de paisajes urbanos, rurales, costeros, casi siempre paisajes periféricos, comunes e insólitos a un mismo tiempo, que, gracias a la imaginación y la inteligencia del realizador, consiguen alegorizar “la larga sombra” que se tiende sobre nosotros”, reseña a su vez Ángel Pérez. “La película esculpe en forma audiovisual ese “estado de excepción” histórico descrito por Walter Benjamin como condición y suerte de los oprimidos. Alonso ha encontrado esta vez en la noche, y en “los apagones” (los cortes de electricidad, cada vez más extensos, a que son sometidos los cubanos), la materia significante para su propósito… Como es costumbre, este autor entrega, con La historia se escribe de noche, una obra de meticulosa orfebrería cinematográfica: se funden resonancias, ecos industriales, naturales, apocalípticos que alimentan el espíritu medieval de unas imágenes donde la luz es poco más que una reminiscencia”.

Acerca de Dreams about Putin, el propio crítico ha dicho en el marco de este certamen trasnacional: “La animación es un recurso tan elocuente no solo por el ingenio de la iconografía desarrollada por Nastia Korkia y Vlad Fishez para dar cuerpo a estos sueños con Putin, no solo por el brío visual y figurativo de esas recreaciones en 3D medio desmañadas. Los realizadores han probado, una vez más, la idoneidad de la animación como recurso para documentar la subjetividad. En términos expresivos la animación resuelve testimoniar esos rincones inaccesibles de la sensibilidad; en este caso, la violencia psicológica ejercida por la figura del dictador. Al contrastar el registro analógico de los archivos de YouTube y la artificialidad plástica de la animación digital, el filme transparenta el valor de esta última para aprehender una verdad del totalitarismo que se fuga muchas veces de la aparente realidad que se extiende ante nuestros ojos”.

Como parte de la clausura del V Festival de Cine INSTAR, la artista cubana Tania Bruguera –directora ejecutiva del evento y fundadora del Instituto auspiciador– agradeció al jurado y a todos los cineastas que han confiado en el proyecto y resaltó el crecimiento sostenido de estas citas: “Este año es el que más materiales hemos recibido”, dijo, y de inmediato apuntó que el curador tuvo que ver más de dos mil películas en el proceso de configuración del programa.

“Este ha sido el más internacional de todos los festivales que hemos hecho. Ya desde el año pasado, como se sabe, habíamos invitado artistas de otros lugares que tuvieran situaciones similares a la de Cuba, con represión, censura, dictaduras o autoritarismos… o del Sur Global”, señaló la reconocida artivista. “Es bien interesante, porque a veces los grandes circuitos descubren las obras experimentales que se hacen en nuestros países cuando ya ha pasado demasiado tiempo […]. Entonces, me parece una apuesta interesante que el Festival […] tenga esa intención de buscar las propuestas más atrevidas, digamos, también en el lenguaje [para] abordar los temas de nuestros países en el presente”.

En este punto, José Luis Aparicio hizo notar que el Premio Landrián tiene igualmente la intención de ser un aporte financiero para la próxima película de los cineastas galardonados.

Por último, Bruguera destacó “con muchísimo orgullo” la aparición en el marco de este certamen del primer número de la revista anual de cine Fantasma Material, editada en colaboración con Rialta Ediciones. “Yo creo que esto va a ser algo que va a ayudar mucho al Festival, porque ya no es solamente poner películas”, dijo, “sino también proveer de un espacio de pensamiento, de reflexión […]. Espero que les guste a los cineastas y a [los] aficionados de la producción independiente en Cuba”.

“Aunque esta primera edición [de la revista] tiene un contenido que mira bastante a Cuba, la idea es que en próximas ediciones –como mismo el Festival– pues también mire al cine de otras regiones del mundo”, precisó Aparicio. “Que tenga este diálogo con el cine cubano en cuanto a las formas de producción, en cuanto a los contextos en que se produce, las dificultades que hay para hacer estas películas… Y, bueno, las propias decisiones formales de los cineastas marcan mucho la curaduría de la revista, como marca la del Festival: encontrar visiones arriesgadas, al margen, que estén contra todo tipo de hegemonía, ya sea política, ya sea estética, ya sea del mercado. […] También tiene la revista su independencia, aunque se dialoga con el Festival, […] de contenido y de forma”.

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INSTAR apunta hacia la universalidad sin dejar atrás lo cubano

Por YOLANDA HUERGA – 6 de noviembre de 2024

RADIO TV MARTÍ

El V Festival de Cine INSTAR cerró sus puertas el pasado domingo con el afianzamiento de una perspectiva que trasciende la cubanidad para ser más inclusivo e internacional. “Si tuviera que pensar en logros, diría que se pudo consolidar la internacionalización del evento con la participación de películas, no solamente de Cuba, sino de otras regiones; de América Latina, del Caribe, de Europa del Este, de Asia, África, que es la selección, definitivamente, más internacional que hemos tenido”, dijo a Martí Noticias el cineasta José Luis Aparicio Ferrera, director artístico del festival.

“Con esto, logramos, quizás, cumplir uno de nuestros propósitos, o por lo menos comenzar a hacerlo, que es expandir los horizontes del festival y no solo mirar el cine de la Isla, sino también al cine de países cuyas circunstancias, también, para la creación cinematográfica, dialoguen, sean similares, establezcan un tipo de relación con las que vivimos en el contexto cubano”, añadió.

Nacido en 2019, el Festival de Cine INSTAR, es impulsado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), fundado por la artista cubana Tania Bruguera.

Su edición más reciente, celebrada del 28 de octubre al 3 de noviembre en Barcelona, Madrid, París, Múnich y Berkeley (California); mostró películas de Ucrania, Rusia, Palestina, República Dominicana, Costa Rica, Guinea Bissau, Croacia, China y Hong Kong.

En este sentido Aparicio Ferrera afirmó que el cine cubano necesita entablar un diálogo con otras cinematografías: “salir de nuestra frontera, no solo las fronteras del país literalmente, sino también las fronteras de nuestra propia cultura y aprender de las experiencias, de los hallazgos estéticos y productivos, de homólogos, de colegas de otras partes del mundo”.

En la clausura online del festival, Bruguera resaltó que este ha sido el más internacional de todos los celebrados por Instar.

“Como se sabe, habíamos invitado a artistas de otros lugares que tuvieran situaciones similares a las de Cuba como represión, censura, dictaduras o autoritarismos; o del sur global”.

“Me parece es una apuesta interesante que el festival que tú curas tenga también esa intención de buscar las propuestas más atrevidas, digamos también en el lenguaje de cómo dar los temas de nuestros lugares en nuestros países en el presente”, precisó.

Quince películas fueron la selección oficial a concursar para el Premio Nicolás Guillén Landrián, solo cuatro de ellas eran cubanas. El resto vino de diversas regiones del mundo, y están enfocadas en sus complejos contextos sociopolíticos.

El galardón fue otorgado al cortometraje cubano “La historia se escribe de noche” de Alejandro Alonso, “por su uso experto del lenguaje cinematográfico, un lenguaje más cercano a la conciencia humana en el acto de documentar el grave estancamiento social, político y cultural que enfrenta Cuba en este momento”.

Se dio una mención especial para Dreams about Putin de la rusa Nastia Korkia y el ucraniano Vlad Fishez.

El festival presentó, este año, una retrospectiva del cine chino independiente de las últimas dos décadas, curada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive, situado en la Universidad de Newcastle del Reino Unido.

Además, “inauguramos una nueva sección, no competitiva, dedicada específicamente al cine cubano independiente que se hace en la isla o en el exilio, en la diáspora, que se llama ‘Panorama del cine cubano’, que mantiene los intereses del festival en esta producción en un lugar bastante importante”, apuntó Aparicio.

Todo esto habla “de una voluntad del festival de mantener lazos con proyectos, con instituciones afines, pero también de todo el tiempo estarse abriendo a nuevas colaboraciones”, subrayó el cineasta.

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V Festival de Cine INSTAR: La Guía (episodio 6)

Por DEAN LUIS REYES – 3 de noviembre de 2024

RIALTA

Rialta propone una aproximación crítica diaria a varias de las películas cubanas presentes en la sección oficial del V Festival de Cine INSTAR, que sesiona entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024. De la mano del crítico Dean Luis Reyes, estas valoraciones son una contribución a la tarea de elegir que toca al espectador.

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Sueños y pesadillas de Cuba y Rusia, premiados en el V Festival de Cine INSTAR

Por REDACCIÓN – 3 de noviembre de 2024

DIARIO DE CUBA

Videograma de "Dreams about Putin", de Nastia Korkia y Vlad Fishez

El V Festival de Cine INSTAR otorgó su premio Nicolás Guillén Landrián al cortometraje cubano La historia se escribe de noche (2023), de Alejandro Alonso, y decidió una mención especial para Dreams about Putin (2023), de la rusa Nastia Korkia y el ucraniano Vlad Fishez.

El jurado del evento, integrado por el curador y crítico Jonathan Ali (Trinidad y Tobago) y los cineastas Joanna Montero (Cuba) y Francesco Montagner (Italia), reconoció durante la ceremonia de clausura, que tuvo lugar el domingo 3 de noviembre, al filme de Alonso “por su uso experto del lenguaje cinematográfico, un lenguaje más cercano a la conciencia humana en el acto de documentar el grave estancamiento social, político y cultural que enfrenta Cuba en este momento”.

Además, indicó en su veredicto que decidieron premiar el corto “por su naturaleza poéticamente hipnótica, evocativa de un alma con miedo a los espejos, y literal y figurativamente de luces en la oscuridad”.

La sinopsis de La historia se escribe de noche, coproducción entre Cuba y Francia, señala que “un gran apagón ha sumergido a Cuba en la oscuridad. En las calles, los habitantes intentan escapar de la penumbra mientras el fuego de las hogueras parece anunciar el fin de una época. Refugiados en el interior de nuestra casa, mi madre me cuenta una visión que desde hace años le atormenta”.

En cuanto a Dreams about Putin, fundamentaron la mención especial “por su impacto político y artístico”, al tratarse de una película que muestra “el impacto que las figuras políticas represivas tienen en nuestra mente”. Según su parecer, este corto experimental “transfigura y crea archivo, metraje que pertenece parcialmente al mundo del inconsciente, revelando la necesidad de los sueños para exorcizar nuestros miedos”.

Este filme, coproducido entre Bélgica, Hungría y Portugal, basa su argumento en los sueños y pesadillas que comenzaron a experimentar numerosas personas con Vladimir Putin después del inicio de la invasión rusa a Ucrania, el 24 de febrero de 2022.

Luego de que esas personas comenzaran a compartir estos sueños en los medios, “se han documentado más de mil sueños sobre Putin. Esta película es un ensayo sobre el inconsciente, las pesadillas y las esperanzas de muchos rusos. Es un intento de reflexionar sobre el tema de la represión a través del prisma del arte”.

Las obras premiadas, de acuerdo con las bases del evento, son aquellas que mejor reflejan temas tabú de las sociedades de referencia. El Premio Nicolás Guillén Landrián está dotado con 3.000 dólares, y la mención especial con 1.500, sumas destinadas a apoyar las próximas realizaciones de los cineastas premiados.

La V edición del Festival de Cine INSTAR, que organiza el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, dirigido por la artista cubana Tania Bruguera, tuvo lugar entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre en sedes de Barcelona, Madrid, Múnich, Berkeley (California) y París, mientras que las obras estuvieron disponibles vía internet para Cuba a través de la plataforma Festhome.

Bruguera reconoció durante la clausura que este es el año en que se recibieron más postulaciones para el evento, lo que supuso escoger entre más de 2.000 filmes. La artista señaló también que ha sido “el más internacional de los festivales que hemos hecho” desde el nacimiento del evento.

El festival, celebrado cada año, privilegia audiovisuales con arriesgadas propuestas estéticas y narrativas, así como piezas híbridas de cualquier nacionalidad, extensión, género y formato. Es además la única muestra fílmica en la que coinciden obras producidas tanto dentro como fuera de Cuba por realizadores de la Isla, y en la que se exhiben películas censuradas por el régimen de La Habana.

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Putin invade los sueños

Por ÁNGEL PÉREZ – 2 de noviembre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Dreams about Putin’; Nastia Korkia y Vlad Fishez

Nastia Korkia y Vlad Fishez devienen psicoanalistas en Dreams about Putin, una película de su autoría acogida por el Festival de Cine INSTAR, cuya quinta edición concluye este domingo. En el filme –una excelente contribución al exclusivo dominio del animated documentary–, ambos realizadores ejecutan ante nuestros ojos una inmersión en el imaginario colectivo ruso, justo allí donde resulta atenazado por la esencia totalitaria del gobierno de Vladimir Putin. Dreams about Putin es también una radiografía del punzante malestar que acecha y somete la conciencia de Rusia.

La película reúne un conjunto de sueños que tuvieron algunos ciudadanos rusos con el presidente tras la invasión a Ucrania; sueños escogidos entre miles compartidos en redes sociales. Pero sueños no es la palabra correcta, más bien se trata de pesadillas; son pasajes oníricos que dejan ver cómo el dominio de Putin se ha ramificado al punto de acribillar, incluso, la mente de las personas. Ya no es suficiente el control y la vigilancia de los cuerpos. Fuera del imperio de la razón, en el sueño es donde se expresa involuntariamente esa asfixia cotidiana, ese temor que derrota todas las ilusiones. Y es el terreno donde se hace manifiesto lo latente: el desprecio y el miedo que provoca el oligarca. Al mostrar cómo irrumpe Putin en el espacio privado de los sueños, este filme diagrama el trauma de una sociedad bajo los efectos del autoritarismo. Al propulsar la publicación de estas pesadillas, el conflicto bélico hizo constatar a muchas personas las inusitadas dimensiones que pueden alcanzar los desatinos del “zar” ruso.

Una mujer soñó, por ejemplo, que era esposa de Putin y vivía aislada dentro de las murallas del Kremlin, atormentada por la presencia de cientos de prisioneros encerrados en el sótano, donde eran “tratados como insectos”. Alguien más cuenta que, en su sueño, residía en un búnker junto a su familia y al presidente, quien se acostaba con mujeres que accedían a sus deseos acosadas por el miedo. Una niña dice haber soñado que intentaba escapar del gobernante por los callejones de su barrio, mientras él, omnipresente, se aparecía en cada rincón, a la vuelta de cada esquina… Estos y otros relatos oníricos, mucho más catastróficos y trágicos, parecerían excesos fantasiosos estimulados por la ansiedad, el pánico, el asco. En puridad, son pasajes típicos de una realidad donde un grupo de autócratas dispone de la realidad a su antojo, al punto de administrar, en cierto modo, incluso el inconsciente de los ciudadanos.

Mientras escuchamos en off estos relatos oníricos –narrados con una cierta parquedad que, quizás, encarna la impotencia de las personas frente al estado de las cosas–, vemos en pantalla animaciones en 3D que los grafican. No se trata de representaciones estrictas de esos testimonios, ilustraciones realistas de los mismos. Son esbozos que escenifican las narraciones mientras expanden virtualmente la violencia psicológica que condiciona esos mismos sueños. Esta materialización animada en 3D de las pesadillas aprovecha las claves gráficas propias del programa con que fueron generadas, Unreal Engine (concebido originalmente para el modelado de videojuegos). Y, con tales cualidades de fondo, se despliegan unos ambientes expresionistas, oníricos, grotescos, sin demasiado acabado, crudos… Se pudiera pensar que Nastia Korkia y Vlad Fishez deseaban que la arquitectura visual secretara los estertores inconscientes de los propios ciudadanos entregados a relatar sus pesadillas.

Pero Dreams about Putin no acaba en la recopilación de estos sueños y su representación animada. Los directores insertan entre las narraciones fragmentos de videos de archivo donde se observa a Putin en actividades comunes, recreacionales, deportivas… Y es justo en el contraste entre las escenas animadas y las imágenes de archivo –tomadas de YouTube– donde esta película consigue su gesto político más elocuente. Estos segmentos dibujan una apariencia cercana, humana, ordinaria del tirano, aunque acá son sutilmente manipulados para exhumar el auténtico carácter absurdo y ridículo de su comportamiento. Pero cuando son enfrentados/contrastados estos videos con las pesadillas animadas, se desnuda todavía más la desfachatez y la obscenidad del oligarca. Esa vida idílica de un Putin que pesca con arpón en un lago, o escala una montaña, o se entretiene rodeado de grullas en una vasta llanura, resulta más artificiosas que las imágenes animadas. Son la puesta en escena de un heroísmo, de un sinflictivismo, de un estado de normalidad que oculta la tragedia experimentada por los individuos. El héroe satisfecho que fijan esos registros de archivo se alimenta del miedo desencadenado en la ciudadanía.

La animación es un recurso tan elocuente no solo por el ingenio de la iconografía desarrollada por Nastia Korkia y Vlad Fishez para dar cuerpo a estos sueños con Putin, no solo por el brío visual y figurativo de esas recreaciones en 3D medio desmañadas. Los realizadores han probado, una vez más, la idoneidad de la animación como recurso para documentar la subjetividad. En términos expresivos la animación resuelve testimoniar esos rincones inaccesibles de la sensibilidad; en este caso, la violencia psicológica ejercida por la figura del dictador. Al contrastar el registro analógico de los archivos de YouTube y la artificialidad plástica de la animación digital, el filme transparenta el valor de esta última para aprehender una verdad del totalitarismo que se fuga muchas veces de la aparente realidad que se extiende ante nuestros ojos.

Dreams about Putin cierra con un material de archivo en el que vemos al presidente ruso entre rejas, en una corte, a punto de ser juzgado. El video también fue tomado de YouTube, donde parece haber circulado en calidad de fake news. En su momento, quizás, no podía aún ser leído como una escenificación de los deseos reprimidos de esa ciudadanía para la cual Putin es una pesadilla. Ahora resulta el mejor colofón para Dreams about Putin, en tanto proyecta en la vigilia los deseos latentes en los sueños: eliminar al tirano y encarar la libertad.

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Editorial

Editors

Fantasma Material (Material Ghost) was born disturbing a specter: that of an unlocalized type of cinema, one that seeks its sovereignty of expression outside the fixed coordinates of form and production, one that is propelled toward self-invention by the desire to exist as a celebration of human imagination. A type of cinema that manifests itself as a transnational phenomenon, for the most part outside the bounds of commercial circuits and the legitimacy of auteur filmmaking. These films, for which there is still no definition or label, could be described as the lingua franca of a contemporary and imperfect type of cinema, one less interested in “quality” than it is in exploring the horizon of possibilities to give way to a form of termite art, as free as possible from preconceptions. Purist views are rendered useless when this type of cinema declares that the resources of genre filmmaking are just as worthy as the documentary approach, the use of archival footage is as good as the wild ideas of the imagination, and the tools of realism are no better than those of the irrational realm. Its quest for freedom places it in opposition to the fascisms of the present, which is why it exists under the threat of persecution, censorship, and erasure. It is dependent on fragile networks of solidarity and exchange, of constant reinvention in terms of its political significance, which is why it is an endangered art form.

In an attempt to grasp this specter, this first issue of our magazine begins in the place that we know best and from which we speak: Cuban cinema, which over the past twenty years has become an exercise in the deconstruction of the totalitarian condition, an awakening from the spell of state-controlled/popular art to become a form of free creation. The specter of Nicolás Guillén Landrián, an author from the past who inspires rebellions in the present, receives special attention in four substantial texts that contemplate his legacy. We also put forward an attempt, in the voice of Cuban filmmakers and critics, to define present-day cinema on the island, a territory that finds itself adrift and seeks to re-imagine itself through images, beyond the official catalog and the approved versions of stories.  One model of what a more expansive Cuban cinema could be like is the collective project coordinated by filmmaker Rafael Ramírez that is reproduced here, one that is obsessed both with the ways the past extends into the present and with what has not yet come to be, even though it could.

In a similar vein, we pay homage to Gilberto Pérez, a key thinker and writer about cinema, whose suggestion that we understand the moving image as a “material ghost” is a decisive force behind our efforts. His idea of cinema as a specter and co-inhabitant of our existence is a doorway to understanding the type of cinema that we dared to describe earlier. One in which the films accompany us during both our dream and wakeful states; they complement the relationship we build with our own lives and mobilize us to view the world as an abstraction. This last concept, which is fundamental to engaging in action to transform reality, brings us back to the specter at the beginning: we need these ghosts in order to produce something new.

Dean Luis Reyes and José Luis Aparicio Ferrera 

The Editors

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La ciudad y las palabras. A propósito de ‘Parole’, filme de Lázaro J. González

Por ÁNGEL PÉREZ – 31 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Parole’; Lázaro J. González

Mientras pasan los créditos iniciales de Parole (Lázaro J. González, 2024), sobre negro, se escucha la voz de una mujer que grita. Parece la voz de una mujer cubana. Cuando irrumpe la imagen, un plano fijo encuadra al realizador, en ángulo frontal y desde una prudente distancia. Está sentando en un banco de algún espacio público. La imagen es sutilmente gélida; se figura un día frío, de otoño o de invierno. Hay poco movimiento. Algunas personas caminan al interior del plano, un señor se encuentra sentado al otro extremo del banco, se ven palomas en el piso, y al fondo se observan pasar varios automóviles. Los gritos de la mujer invaden la imagen y se produce una disonancia, una tensión… Lo que vemos corresponde a California, Estados Unidos, donde vive Lázaro J. González. La voz proviene al parecer de los mensajes de audio que, regularmente, el director recibe de su madre a través de WhatsApp. ¿Se escucha desde la isla realmente esa voz? Ahora escuchamos a la mamá de Lázaro decir que en su barrio se comenta que mucha gente se está yendo de Cuba.

En ese primer plano, Parole cifra todo su sentido. Ese instante viene a ser el pareado final de un soneto inglés, cuyos cuartetos, inversamente, conoceremos en lo adelante. Parole no representa; es la experiencia de un emigrado, su experiencia subjetiva. Y es tan elocuente al respecto porque González impregna la forma (el manejo expresivo de la fotografía, el puntual anudamiento de audios e imágenes) de su estado emocional: esa desconexión con el lugar donde ahora vive que sacude/impacta su ser. Parole es una puesta en cine de las sensaciones que experimenta su autor tras haber intentado dejar atrás un mundo del que finalmente no se puede desprender, un mundo que lleva siempre consigo.

Comprende que ese mundo también es su mamá. Ella es su patria y es Cuba. Desde la distancia, a través de los mensajes de audio, ella se adentra en la ciudad que su hijo habita. En esa tensión entre documentación y mensajes (que en realidad es un diálogo productivo) se condensa la pena subyacente al convencimiento de que no hay vuelta atrás. Se escucha decir a la madre: “Es verdad que tú no debes volver hasta ver qué podemos hacer. No, no, tranquilo ahí, ni pienses en eso […] es mejor esperar; hasta a mí me daría terror que te suceda cualquier cosa y que después no puedas virar”. Por sobre las contrariedades económicas que hacen vacilar a González sobre una posible visita a Cuba, en ese comentario se destila la magnitud de la situación que empuja a emigrar a los cubanos. El miedo a quedar encerrado en la isla fuerza a postergar incluso un breve reencuentro familiar. Y semejante zozobra está inevitablemente acompañada por la sensación de vivir siendo otro; el espacio es un espejo donde reconocer semejante condición, cada escueta conversación con algún nativo también. Los contados encuentros que sostiene González ocurren siempre fuera de cámara –y no solo porque la cámara son sus ojos o porque la ciudad es su cuerpo y habla por él—, sino porque, a ratos, el realizador deviene una presencia espectral, un individuo que no acaba de encontrar tierra fértil donde echar raíces. En esta experiencia documental él es menos un cuerpo y más una voz, una voz que se desliza entre avenidas y callejones.

Dije que la ciudad en Parole es el cuerpo del realizador, cuando en puridad debí decir que es el enunciado de sus sentimientos. Parole es una película física: graba en el perfil que registra de la ciudad las percepciones del emigrado, sus colisiones íntimas –según el director son los lugares que frecuenta, por donde suele pasar cada día.

Dos motivos del criterio fotográfico llaman la atención al respecto. Primero, el trabajo con planos fijos, siempre frontales y subjetivos, que recortan fragmentos de esa ciudad como si se tomaran “postales” de un pueblo para enviar en Navidad. (Alguna vez González confiesa que el documental es para enseñar a su madre el sitio donde vive). Después, esa recurrencia, una y otra vez, de los mismos motivos urbanos, arquitectónicos, del tránsito… que reafirma la sensación de rutina. Esa recurrencia es la materia de su tiempo, y en consecuencia el tempo de la narración. Dicha intencionalidad en el diseño visual postula que no estamos dentro de la ciudad real, sino dentro de la ciudad que Lázaro González vive. O para ser más preciso: Paroleentrega la estampa que la ciudad devuelve de sí misma al realizador, una ciudad filtrada por su subjetividad, sus afectos. Cada espacio, cada motivo urbano o arquitectónico deviene entonces un símbolo que rezuma e su angustia, su desconcierto, su soledad tal vez, el reconocimiento de su ser exiliado.

Dije que la cámara parecía reproducir su mirada, y no quise decir, simplemente, que es una cámara subjetiva. Quise decir que en la imagen compuesta se escurre cómo Lázaro contempla su alrededor. Cuando vemos al director dentro del plano se produce un sutil extrañamiento: se contempla a sí mismo. Contadas veces aparece frente a cámara realmente, casi siempre en su apartamento; quizás porque ahí se siente seguro, menos expuesto y vulnerable. Pero incluso en su apartamento se presenta siempre tendido sobre un sofá recostado contra una ventana, en evidente postura de introspección.

La ciudad documentada, en definitiva, postula su desasosiego, permite atisbar la espesura de sus circunstancias. Callejones prácticamente vacíos por donde apenas caminan personas, terminales de metro, calles atestadas nomás de automóviles en tránsito, escaleras mecánicas vacías o donde apenas se encuentran tres o cuatro personas concentradas en sus teléfonos, ciertos establecimientos nocturnos… Esos motivos vuelven una y otra vez… Y su figuración recuerda un poco el clima de la pintura de Edward Hooper, donde el espacio no importa en tanto registra puntualmente algún lugar de la urbe, sino por las emociones que evoca. El espacio en Parole, el conjunto de espacios exteriores e interiores, desprende esa melancolía que poéticamente el pintor imprimía a sus lienzos.

Quizás un plano clave del documental (y es un documental solo por convención) es aquel que, hacia mediados de la película, presenta a su creador en plano americano, de frente, de pie en el separador de una avenida de dos vías por donde transitan, en ambas direcciones, autos y motos. Es de noche y la composición aprovecha la expresividad de los estallidos de luz de los carros. Se escucha una música pesarosa, en español. Es una imagen elaborada, plástica. Y se escucha también, en algún instante, un mensaje de la madre en que pide disculpas por insistir en un dinero que él no tiene para enviar a Cuba. Mas no importa tanto esa turbación experimentada por la inestabilidad económica que supone la vida en el exilio, o por la presión de tener que ayudar a su familia. En esta imponente imagen importa la sutileza con que se alegoriza, como sucedía con el plano inicial, la punzante encrucijada afectiva en que el realizador se encuentra; no importa las razones puntuales que la determinan, sino su suficiencia al describir una condición subjetiva del emigrado.

En lo adelante, el filme deja ver al director en un subrepticio tour de force: intenta encontrar Cuba en cualquier figura o entorno de la ciudad. En el curso de este acontecer, la cámara se detiene en varios establecimientos de comida. Evoca a Cuba por contraste: la abundancia de California hace flotar en su memoria la escasez de Cuba. Hacia el final, en algún sitio, de noche, el director comenta: “Mami, esto sí se parece a Cuba”. Pasan unos pocos planos, y agrega: “Bueno, mami, me acabo de encontrar el potaje de chícharo de la universidad, de todas las becas de mi vida…”. Pero dice la madre que no son iguales, que los cubanos son “balas” y esos tienen “carne de puerco”. En un guiño proustiano, esos chícharos estimulan el recuerdo de un tiempo de crisis, que es aún tiempo de su madre.

En su habitación se alcanza a ver una bandera cubana. Cuba es algo que no puede perder. El título del documental, sin dudas, evoca el permiso de residencia que permite a los cubanos viajar bajo patrocinio a los Estados Unidos. A esa posibilidad se aferra ahora para traer consigo a su madre. Pero volver a estar junto a ella fuera de Cuba no es solo lograr que escape de la precariedad inherente a la vida material del país (asunto sobre el que ella insiste en sus mensajes de audio). Es también recuperar uno de los fragmentos de sí que quedaron atrás, que condiciona esa sensación de incompletitud, de inseguridad, en el lugar de acogida.

Por estos días, Parole compite por el Premio Nicolás Guillén Landrián que otorga el Festival de Cine INSTAR. El evento tiene entre sus objetivos auscultar las cualidades de ese cine cubano emprendido fuera de la isla hoy, cuando el fenómeno migratorio se intensifica en Cuba y son cada vez más los creadores residentes en la diáspora.

La condición de emigrante/exiliado de tantos directores está motivando otras maneras de pensar, sentir, ser cinematográficamente Cuba, de dialogar con Cuba, de ser cubano. Es un tema que vuelve sistemáticamente al “cine independiente”, resuelto en exploraciones que abarcan múltiples facetas (las motivaciones que instan a emigrar, la índole de las rutas migratorias emprendidas, y la manera en que se experimenta corporal, emocional y racionalmente la condición misma de emigrante, tal como hace Lázaro J. González en su película). Cada filme es un nuevo perfil, pues estos autores no hablan sino de/desde su yo; cada filme es una inflexión sobre sí mismos que hace de la obra un escalpelo anatómico y un archivo personal.

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V Festival de Cine INSTAR: La Guía (episodio 5)

Por DEAN LUIS REYES – 2 de noviembre de 2024

RIALTA

Rialta propone una aproximación crítica diaria a varias de las películas cubanas presentes en la sección oficial del V Festival de Cine INSTAR, que sesiona entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024. De la mano del crítico Dean Luis Reyes, estas valoraciones son una contribución a la tarea de elegir que toca al espectador.

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V Festival de Cine INSTAR: La Guía (episodio 4)

Por DEAN LUIS REYES – 1 de noviembre de 2024

RIALTA

Rialta propone una aproximación crítica diaria a varias de las películas cubanas presentes en la sección oficial del V Festival de Cine INSTAR, que sesiona entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024. De la mano del crítico Dean Luis Reyes, estas valoraciones son una contribución a la tarea de elegir que toca al espectador.

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Entre las ruinas, flores silvestres

Por ÁNGEL PÉREZ – 31 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de Wild Flowers’ de Karla Crnčević

El breve y hermoso ensayo cinematográfico de la realizadora croata Karla Crnčević, Wild Flowers, germinó de unas cintas de video doméstico grabadas por su padre treinta años atrás. Wild Flowers es, por tanto, una película que opera con/desde ese archivo y consuma una sensible y esperanzadora rehabilitación de sus valores. Especialmente potenciados ahora. Vueltas a estimular, rescatadas de algún rincón del museo de la memoria familiar, estas grabaciones en VHS vienen a reafirmar la siempre inextricable negociación emocional y racional de las personas con su pasado, así como su capacidad para encontrar asidero por sobre el dolor y la pérdida, no importa cuán infame y desastroso haya sido ese pasado.

El material recuperado por Karla Crnčević fue grabado por su papá cuando regresó a su pueblo natal al término del demoledor conflicto bélico conocido como tercera guerra de los Balcanes o guerra de la antigua Yugoslavia. Y aunque las resonancias étnicas, políticas, nacionalistas de la contienda se filtran entre las ruinas del poblado registrado, tales resonancias no ocupan el interés de la realizadora en sus pesquisas archivísticas. Confesó Crnčević al terminar el filme que su padre utilizó esa única vez una cámara. De ahí que no resulte demasiado irracional conjeturar que el impulso de grabar respondía a una urgencia por salvar (para el mañana, para sí mismo) el testimonio de la devastación. ¡Incitado, sin dudas, por la atrocidad del paisaje que se extendía frente a sus ojos, quiso fijarlo en imágenes! Atraparlo en las cintas magnéticas era mucho más que una reacción, era un afrenta temprana al olvido.

Vistas ahora, semejantes imágenes notifican una rebelión contumaz, íntima: el gesto último cuando todo ya parece imposible. Pasan frente a nosotros varias casas demolidas, el escombro de una villa reducida a poco menos que cenizas –captadas por un ojo agitado y ansioso por registrar una comunidad arrasada por la barbarie. En off se escucha al padre de Crnčević relatar –ambos sostienen un diálogo, puesto que la directora intenta saber cuánto recuerda este hombre– cómo “entró lentamente a la villa para grabar todo a su alrededor, hasta llegar a [su] casa”, donde registró las habitaciones devastadas: “cada detalle”. Cuenta que el sitio estaba “completamente destruido por el fuego”. Desgastada por el paso del tiempo, insuficientemente nítidas, la textura misma de la imagen habla ya por los vestigios de un hogar pulverizado, de un pueblo sin alma, que pareciera largo tiempo deshabitado.

La directora inicia el filme con un travelling en primer plano que recorre el espacio marítimo de un mapa virtual, presumiblemente en la pantalla de su computadora. El cursor se desplaza medio desorientado entre el azul de la imagen en un intento de arribar a tierra –una imagen próxima a la abstracción, todo es agua marina. (Los movimientos del cursor parecen anticipar los giros de la cámara del padre al moverse entre las ruinas de la villa). A esas vistas del mar virtual las antecede un poema: “Esta partida […]/ no sigue el movimiento/ del barco que se dirige al norte,/ sino que retrocede,/ decayendo en el pasado”. El deslizamiento del cursor bien podría aludir a la descolocación de la propia realizadora en el exilio; pero es más bien una parábola del exilio forzado, del desplazamiento y la fuga tras la guerra, y más que del evento en sí, del desasosiego que desata. Mientras pasa el azul granulado del mar por la pantalla, unos subtítulos, que reproducen quizá la voz de la autora, apuntan: “Cuando te vas de casa es difícil decidir qué es lo más importante. Pensé […] que no iba a durar mucho”; sin embargo, “pronto la agresión aumentó, las carreteras se cortaron y la ciudad se volvió más aislada. Con el tiempo olvidé la cronología de los acontecimientos, pero no olvidé el sentimiento de la despedida”.

Podemos leer en este segmento prologal la perspectiva con que la directora vuelve sobre los archivos familiares. Su gesto reclama el valor ético de esas imágenes, no su condición de documento del desastre. En Wild Flowers el archivo es recuperado menos por su testimonio de los efectos de la guerra que como alegato sobre la resiliencia de una familia, resiliencia entroncada a la relación que se sostiene con esas imágenes hoy (pasadas tres décadas) y con el impulso que las produjo. Por supuesto, Wild Flowers, para consumar su revalorización ética, emplea una ingeniosa techné. Sacados de las arcas donde reposaron treinta años, y teñidos de una nueva luz, tales archivos son estimulados en su expresividad fílmica: este movimiento es un asalto de rebeldía contra el valor histórico en sentido estricto; es responsable, en no poca medida, de la nueva vitalidad que los transforma ahora (convertidos en una película) en un artefacto colectivo, cuando eran nomás un resguardo personal.

Muchas de las reflexiones suscitadas por la película afloran gracias al diálogo en off entre la realizadora y su padre. En tal particularidad reside esencialmente el gesto cinematográfico de Wild Flowers. Crnčević desea contrastar los recuerdos de su padre (una memoria personal) con las imágenes efectivamente estampadas por él en las cintas (archivo material). Y no son pocos los vacíos en la memoria del padre. No recuerda bien, por ejemplo, la presencia de la abuela de la realizadora. Olvidó haber grabado algún animal (una vaca), e incluso no logra precisar si se detuvo en las cruces serbias dibujadas en cada rincón de la villa, aun cuando hizo énfasis en ellas. Estas imágenes nebulosas son entonces complementos de los frames de su nebulosa memoria; consuman el apuntalamiento de un sentido del pasado y una identidad. Porque Wild Flowers afirma el valor del archivo como vestigio, pero también su impotencia para revelar el estado o la condición que abrazaba a quien esculpió entonces ese mismo archivo.

Wild Flowers versa sobre la memoria, el exilio, la familia, la guerra, el archivo… Invita a meditar en estos temas con una asombrosa economía de recursos. Ahora bien, este breve ensayo fílmico tiene su momento definitivo hacia el final, cuando la voz de la madre (infiero) de Crnčević toma la palabra y confiesa que, al regresar, “esperaba el horror y la oscuridad”, pero que, en cierto momento, “[vio] un jardín lleno de flores anaranjadas, un jardín lleno de flores silvestres que se extendían muy rápido”. Observa: “Era todo lo contrario de lo que esperaba”. Y finalmente afirma: “pero no lo grabé”. Claro, esa es otra mala jugada de su memoria. Mientras escuchamos su comentario, la realizadora nos deja ver las esplendorosas flores furtivas que rodean las ruinas, imbatibles por el tiempo, una confirmación de que incluso allí donde sobreviene la más cerrada oscuridad hay posibilidades de renacer.

No son pocas las películas hoy día consagradas al trabajo con el archivo, motivadas sin dudas por cómo estos posibilitan horadar nuevos sentidos en las petrificadas historias oficiales. Wild Flowers es un precioso ejemplo de cómo dar nueva vida a los archivos personales. Y basta echar una rápida mirada al propio Festival de Cine INSTAR 2024 , donde la película de Crnčević compite por el Premio Nicolás Guillén Landrián, para constatar en la selección esa recurrencia al archivo por parte de directores políticamente comprometidos. Junto a Wild Flowers, An Asian Ghost Story, Nome, Three Promises, patentan que el archivo encarna un gesto político y que es el material para irrebatibles actos creativos.

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La ciudad y las palabras. A propósito de ‘Parole’, filme de Lázaro J. González

Por ÁNGEL PÉREZ – 31 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Parole’; Lázaro J. González

Mientras pasan los créditos iniciales de Parole (Lázaro J. González, 2024), sobre negro, se escucha la voz de una mujer que grita. Parece la voz de una mujer cubana. Cuando irrumpe la imagen, un plano fijo encuadra al realizador, en ángulo frontal y desde una prudente distancia. Está sentando en un banco de algún espacio público. La imagen es sutilmente gélida; se figura un día frío, de otoño o de invierno. Hay poco movimiento. Algunas personas caminan al interior del plano, un señor se encuentra sentado al otro extremo del banco, se ven palomas en el piso, y al fondo se observan pasar varios automóviles. Los gritos de la mujer invaden la imagen y se produce una disonancia, una tensión… Lo que vemos corresponde a California, Estados Unidos, donde vive Lázaro J. González. La voz proviene al parecer de los mensajes de audio que, regularmente, el director recibe de su madre a través de WhatsApp. ¿Se escucha desde la isla realmente esa voz? Ahora escuchamos a la mamá de Lázaro decir que en su barrio se comenta que mucha gente se está yendo de Cuba.

En ese primer plano, Parole cifra todo su sentido. Ese instante viene a ser el pareado final de un soneto inglés, cuyos cuartetos, inversamente, conoceremos en lo adelante. Parole no representa; es la experiencia de un emigrado, su experiencia subjetiva. Y es tan elocuente al respecto porque González impregna la forma (el manejo expresivo de la fotografía, el puntual anudamiento de audios e imágenes) de su estado emocional: esa desconexión con el lugar donde ahora vive que sacude/impacta su ser. Parole es una puesta en cine de las sensaciones que experimenta su autor tras haber intentado dejar atrás un mundo del que finalmente no se puede desprender, un mundo que lleva siempre consigo.

Comprende que ese mundo también es su mamá. Ella es su patria y es Cuba. Desde la distancia, a través de los mensajes de audio, ella se adentra en la ciudad que su hijo habita. En esa tensión entre documentación y mensajes (que en realidad es un diálogo productivo) se condensa la pena subyacente al convencimiento de que no hay vuelta atrás. Se escucha decir a la madre: “Es verdad que tú no debes volver hasta ver qué podemos hacer. No, no, tranquilo ahí, ni pienses en eso […] es mejor esperar; hasta a mí me daría terror que te suceda cualquier cosa y que después no puedas virar”. Por sobre las contrariedades económicas que hacen vacilar a González sobre una posible visita a Cuba, en ese comentario se destila la magnitud de la situación que empuja a emigrar a los cubanos. El miedo a quedar encerrado en la isla fuerza a postergar incluso un breve reencuentro familiar. Y semejante zozobra está inevitablemente acompañada por la sensación de vivir siendo otro; el espacio es un espejo donde reconocer semejante condición, cada escueta conversación con algún nativo también. Los contados encuentros que sostiene González ocurren siempre fuera de cámara –y no solo porque la cámara son sus ojos o porque la ciudad es su cuerpo y habla por él—, sino porque, a ratos, el realizador deviene una presencia espectral, un individuo que no acaba de encontrar tierra fértil donde echar raíces. En esta experiencia documental él es menos un cuerpo y más una voz, una voz que se desliza entre avenidas y callejones.

Dije que la ciudad en Parole es el cuerpo del realizador, cuando en puridad debí decir que es el enunciado de sus sentimientos. Parole es una película física: graba en el perfil que registra de la ciudad las percepciones del emigrado, sus colisiones íntimas –según el director son los lugares que frecuenta, por donde suele pasar cada día.

Dos motivos del criterio fotográfico llaman la atención al respecto. Primero, el trabajo con planos fijos, siempre frontales y subjetivos, que recortan fragmentos de esa ciudad como si se tomaran “postales” de un pueblo para enviar en Navidad. (Alguna vez González confiesa que el documental es para enseñar a su madre el sitio donde vive). Después, esa recurrencia, una y otra vez, de los mismos motivos urbanos, arquitectónicos, del tránsito… que reafirma la sensación de rutina. Esa recurrencia es la materia de su tiempo, y en consecuencia el tempo de la narración. Dicha intencionalidad en el diseño visual postula que no estamos dentro de la ciudad real, sino dentro de la ciudad que Lázaro González vive. O para ser más preciso: Paroleentrega la estampa que la ciudad devuelve de sí misma al realizador, una ciudad filtrada por su subjetividad, sus afectos. Cada espacio, cada motivo urbano o arquitectónico deviene entonces un símbolo que rezuma e su angustia, su desconcierto, su soledad tal vez, el reconocimiento de su ser exiliado.

Dije que la cámara parecía reproducir su mirada, y no quise decir, simplemente, que es una cámara subjetiva. Quise decir que en la imagen compuesta se escurre cómo Lázaro contempla su alrededor. Cuando vemos al director dentro del plano se produce un sutil extrañamiento: se contempla a sí mismo. Contadas veces aparece frente a cámara realmente, casi siempre en su apartamento; quizás porque ahí se siente seguro, menos expuesto y vulnerable. Pero incluso en su apartamento se presenta siempre tendido sobre un sofá recostado contra una ventana, en evidente postura de introspección.

La ciudad documentada, en definitiva, postula su desasosiego, permite atisbar la espesura de sus circunstancias. Callejones prácticamente vacíos por donde apenas caminan personas, terminales de metro, calles atestadas nomás de automóviles en tránsito, escaleras mecánicas vacías o donde apenas se encuentran tres o cuatro personas concentradas en sus teléfonos, ciertos establecimientos nocturnos… Esos motivos vuelven una y otra vez… Y su figuración recuerda un poco el clima de la pintura de Edward Hooper, donde el espacio no importa en tanto registra puntualmente algún lugar de la urbe, sino por las emociones que evoca. El espacio en Parole, el conjunto de espacios exteriores e interiores, desprende esa melancolía que poéticamente el pintor imprimía a sus lienzos.

Quizás un plano clave del documental (y es un documental solo por convención) es aquel que, hacia mediados de la película, presenta a su creador en plano americano, de frente, de pie en el separador de una avenida de dos vías por donde transitan, en ambas direcciones, autos y motos. Es de noche y la composición aprovecha la expresividad de los estallidos de luz de los carros. Se escucha una música pesarosa, en español. Es una imagen elaborada, plástica. Y se escucha también, en algún instante, un mensaje de la madre en que pide disculpas por insistir en un dinero que él no tiene para enviar a Cuba. Mas no importa tanto esa turbación experimentada por la inestabilidad económica que supone la vida en el exilio, o por la presión de tener que ayudar a su familia. En esta imponente imagen importa la sutileza con que se alegoriza, como sucedía con el plano inicial, la punzante encrucijada afectiva en que el realizador se encuentra; no importa las razones puntuales que la determinan, sino su suficiencia al describir una condición subjetiva del emigrado.

En lo adelante, el filme deja ver al director en un subrepticio tour de force: intenta encontrar Cuba en cualquier figura o entorno de la ciudad. En el curso de este acontecer, la cámara se detiene en varios establecimientos de comida. Evoca a Cuba por contraste: la abundancia de California hace flotar en su memoria la escasez de Cuba. Hacia el final, en algún sitio, de noche, el director comenta: “Mami, esto sí se parece a Cuba”. Pasan unos pocos planos, y agrega: “Bueno, mami, me acabo de encontrar el potaje de chícharo de la universidad, de todas las becas de mi vida…”. Pero dice la madre que no son iguales, que los cubanos son “balas” y esos tienen “carne de puerco”. En un guiño proustiano, esos chícharos estimulan el recuerdo de un tiempo de crisis, que es aún tiempo de su madre.

En su habitación se alcanza a ver una bandera cubana. Cuba es algo que no puede perder. El título del documental, sin dudas, evoca el permiso de residencia que permite a los cubanos viajar bajo patrocinio a los Estados Unidos. A esa posibilidad se aferra ahora para traer consigo a su madre. Pero volver a estar junto a ella fuera de Cuba no es solo lograr que escape de la precariedad inherente a la vida material del país (asunto sobre el que ella insiste en sus mensajes de audio). Es también recuperar uno de los fragmentos de sí que quedaron atrás, que condiciona esa sensación de incompletitud, de inseguridad, en el lugar de acogida.

Por estos días, Parole compite por el Premio Nicolás Guillén Landrián que otorga el Festival de Cine INSTAR. El evento tiene entre sus objetivos auscultar las cualidades de ese cine cubano emprendido fuera de la isla hoy, cuando el fenómeno migratorio se intensifica en Cuba y son cada vez más los creadores residentes en la diáspora.

La condición de emigrante/exiliado de tantos directores está motivando otras maneras de pensar, sentir, ser cinematográficamente Cuba, de dialogar con Cuba, de ser cubano. Es un tema que vuelve sistemáticamente al “cine independiente”, resuelto en exploraciones que abarcan múltiples facetas (las motivaciones que instan a emigrar, la índole de las rutas migratorias emprendidas, y la manera en que se experimenta corporal, emocional y racionalmente la condición misma de emigrante, tal como hace Lázaro J. González en su película). Cada filme es un nuevo perfil, pues estos autores no hablan sino de/desde su yo; cada filme es una inflexión sobre sí mismos que hace de la obra un escalpelo anatómico y un archivo personal.

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V Festival de Cine INSTAR: La Guía (episodio 3)

Por DEAN LUIS REYES – 31 de octubre de 2024

RIALTA

Rialta propone una aproximación crítica diaria a varias de las películas cubanas presentes en la sección oficial del V Festival de Cine INSTAR, que sesiona entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024. De la mano del crítico Dean Luis Reyes, estas valoraciones son una contribución a la tarea de elegir que toca al espectador.

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V Festival INSTAR: el nuevo cine cubano desborda la isla

Por MARIO LUIS REYES – 31 de octubre de 2024

EL ESTORNUDO

Proyección de cortos cubanos en el Berkeley Art Museum & Pacific Film Archive (BAMPFA), una de las sedes del V Festival de Cine INSTAR

Es aún octubre de 2024 y el cine cubano se ha salido del circuito en el que estuvo contenido por décadas. El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la organización estatal creada para fomentar y monopolizar la producción y la distribución de cine en la isla ya no es el principal referente para los cineastas, quienes en las últimas décadas han ganado autonomía aprovechando los avances tecnológicos que les permiten filmar y postproducir una película al margen de la institución.

En un contexto marcado por el absoluto control estatal, esto significa poner patas arriba los mecanismos que funcionaron de forma inamovible por décadas. Ahora esos dispositivos han implosionado; el ICAIC ya no produce la mayor parte de las películas, ni controla sus guiones o escenarios. Tampoco ofrece espacios de difusión como la Muestra Joven, pues optaron por suprimirla antes que aflojar la censura.

Si miramos detenidamente el panorama audiovisual de la isla saltan dos cosas a la vista: los circuitos de distribución de las películas están sumamente deteriorados tras el colapso de la mayor parte de los cines del país y el cierre o debilitamiento de los principales festivales, mientras, por otro lado, una gran parte de la comunidad de realizadores, sobre todo los más jóvenes, ha salido del país en los últimos cinco años.

Poco antes de que las cosas fueran exactamente así surgió el Festival de Cine INSTAR, un certamen impulsado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), la organización fundada por la artista cubana Tania Bruguera que combina el arte con el activismo y tiene como misión fomentar la alfabetización cívica y promover la justicia social en Cuba y el extranjero, apoyando la creación de artistas independientes a través de becas y premios.

Cuando inició la primera edición del Festival de Cine INSTAR, en diciembre de 2019, ya el cine cubano independiente era un elefante en la habitación para la institucionalidad cultural del país, que un año antes había aprobado el Decreto 349 como un intento desesperado de controlar a los artistas en un contexto de autonomía creciente. Los funcionarios no lo sabían, pero ese elefante estaba a punto de salir andando y arrasar todo lo que se cruzara en su camino.

Tania Bruguera, a inicios de 2018, había sido invitada a exponer la instalación Untitled (Havana 2000) en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Para la clausura de esa exposición, la artista organizó en el museo una muestra de cine titulada Cuban Cinema Under Censorship, curada por el crítico Dean Luis Reyes.
«Si tú me preguntas cuál es el origen del Festival de Cine INSTAR, yo te pudiera decir que fue esa muestra en el MoMA, un evento que tenía un poco el mismo espíritu que tuvo el festival, que fue darle visibilidad al arte independiente y reforzar o mostrarle al mundo los procesos de censura que existen en la cultura cubana», me explica Tania Bruguera desde Estados Unidos, donde reside actualmente.

La artista cubana recuerda que al finalizar la proyección de los audiovisuales se fue a un bar cercano con Miguel Coyula, Juan Carlos Cremata, Eliecer Jiménez Almeida, Orlando Giménez Leal y Dean Luis Reyes, a quienes preguntó, entre otras cosas, qué necesitaban los cineastas para trabajar. «Producción», recuerda que contestaron, y de esa respuesta surgió el Premio PM.

Al regresar a Cuba, de la mano de la actriz y cineasta Lynn Cruz, INSTAR comenzó a proyectar películas e invitar a los realizadores a su sede en La Habana. Pasado un año, planearon hacer un resumen de las obras proyectadas en el mes de diciembre, aprovechando la atención que genera por esas fechas el séptimo arte debido a la realización del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Para esa edición, curada por Lynn Cruz y producida por un reducido equipo, se contó con la presencia de los directores de la mayor parte de las obras proyectadas, pero la asistencia del público fue pobre. El temor de cubanos y extranjeros a acercarse a una institución prohibida por el régimen influyó notablemente en ello.

«Fue una guerra y un fuego abierto hacia nosotros», cuenta Bruguera. «Ellos trataron de frenar el Festival de varias maneras, entre las que estuvo intimidar a personas que iban a venir. También nos decían que había obras que no podíamos proyectar porque les pertenecían. Recuerdo en especial el caso de un estudiante de la Facultad de Medios de Comunicación Audiovisual, cuyo cortometraje no se pudo mostrar porque la institución lo prohibió alegando ser dueña de la obra».

Otro caso mencionado por la artista fue el de la cineasta Ishtar Yasin, quien pertenecía ese año al jurado del Premio PM, pero también participaba en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y como castigo por lo primero las autoridades cubanas le suspendieron al menos tres presentaciones públicas que tenía previstas.

Además, las proyecciones y los debates con los cineastas se tuvieron que realizar en presencia de agentes de la Policía y la Seguridad del Estado, quienes merodeaban por la sede de INSTAR; algo que no solo generaba tensión en los organizadores, más habituados a este tipo de intimidaciones, sino también entre el público asistente, tanto cubano como extranjero.

En Cuba todo estaba a punto de precipitarse cuando terminó esa primera edición del Festival, por lo que cuando empezó la segunda, en diciembre de 2021, el panorama era totalmente distinto: en medio hubo la desaparición de la Muestra Joven ICAIC; la huelga de San Isidro; la protesta de cientos de artistas frente al Ministerio de Cultura; una pandemia y el colapso del sistema de salud; el inicio, con la «Tarea Ordenamiento», de un proceso inflacionario que aún persiste, y las mayores protestas antigubernamentales de los últimos 60 años, con un saldo de más de mil presos políticos. También se iniciaba el mayor éxodo migratorio de la historia del país.

Tania Bruguera había salido de Cuba bajo amenazas unos meses antes de que arrancara, vía online, la segunda edición del certamen, curada por el cineasta cubano José Luis Aparicio Ferrera, quien desempeña esa labor hasta la actualidad.

Esta vez contó con la presencia de obras y autores de España, México, Colombia y República Dominicana, una retrospectiva del cineasta experimental Manuel Marzel, y un programa teórico de charlas y talleres sobre temas como la distribución de cine independiente, el cine de género en América Latina, el cine queer y el cine femenino.

Su tercera edición, celebrada en Alemania durante octubre de 2022 como parte de la participación de INSTAR en la prestigiosa Documenta de Kassel, consolidó al Festival como el certamen de referencia para el cine independiente cubano al tiempo que lo colocó en un escenario internacional. Era un reflejo de la situación que atravesaba el país y gran parte de sus artistas, los cuales emigraban masivamente huyendo de la crisis.

Esa edición incluyó la retrospectiva Tierra sin imágenes, considerada la mayor muestra de cine alternativo/independiente cubano realizada hasta la fecha, pues estuvo compuesta por unas 175 piezas, que se proyectaron en el Kabinett 1 de Documenta Halle durante cien horas repartidas en diez días.

«Fue un proceso muy intenso, pero muy estimulante, que consistió en reunir más de un centenar de piezas yhacerlas dialogar entre sí. Curamos diez programas distintos, buscando siempre un equilibrio entre cine de ficción, cine documental, cine experimental, videoarte. Piezas de cubanos realizadas en la diáspora conpiezas de extranjeros realizadas en Cuba, o con alguna relación temática con Cuba», explica José Luis Aparicio, curador de la muestra.

Ya con nuevas comunidades de cubanos asentadas en varias de las capitales más importantes del mundo, el Festival de Cine INSTAR dio el salto a un formato híbrido de presentaciones online y presenciales en su cuarta edición. Los emigrantes cubanos y otros ciudadanos del mundo pudieron asistir a ver las películas proyectadas en ciudades como Barcelona, París, Miami, Nueva York, Ciudad de México, Buenos Aires y São Paulo.

En este punto los organizadores asumieron como premisa el carácter trasnacional del nuevo cine cubano, y llevaron a las pantallas lo que comenzaba a ocurrirles a muchos realizadores de la isla recientemente emigrados: el establecimiento de un diálogo con otras cinematografías. Se remarcaba, además, las de otros países regidos por gobiernos dictatoriales o totalitarios como el cubano.

«Nos pareció una estrategia muy interesante que el Festival se abriera al mundo, que asumiera estaestructura itinerante, simultánea, transnacional, emulando la condición actual del cine y los cineastas cubanos», explica Aparicio. «También que diera espacio a obras procedentes de contextos que de alguna forma son cercanos al nuestro, generando oportunidades de que se compartan experiencias y hallazgos entre los creadores cubanos y sus homólogos de otras partes del mundo».

Este formato supuso nuevos retos que se mantienen en su quinta edición, que comenzó este 28 de octubre en ciudades como Barcelona, Madrid, París, Múnich y Berkeley, y que entre sus principales propuestas cuenta con una retrospectiva internacional enfocada en el cine chino independiente de los últimos 20 años curada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive, situado en la Universidad de Newcastle del Reino Unido.

Al respecto, la cineasta cubana Leila Montero, productora del Festival de Cine INSTAR, considera que «uno de los principales desafíos en la organización es la comunicación. Somos un equipo reducido de cinco personas ubicadas en distintos países, como Brasil, México, España y Estados Unidos, lo que hace que coordinar horarios para trabajar juntos ya sea una tarea compleja. Sin embargo, en el Instituto trabajamos con un sistema basado en objetivos semanales, lo que nos permite avanzar en nuestras tareas de manera independiente y hace que los encuentros de equipo sean más reducidos y fructíferos».

«Cuando a esto le sumas la colaboración con profesionales y sedes del Festival en diferentes lugares, se complica aún más la logística. Este año hemos logrado adaptar mejor el sistema, pero el año pasado, siendo la primera vez que realizamos el Festival de manera simultánea en múltiples sedes durante una semana, coordinar la comunicación entre países como Chile, Brasil, Argentina, México, Estados Unidos, Francia y España fue todo un reto», asegura la productora cinematográfica cubana.

«Sin embargo, logramos establecer flujos de trabajo eficaces para que todo saliera a tiempo», señala. «Aunque, claro, no todo fue color de rosas, y vivimos momentos de crisis y estrés que enfrentamos juntos como equipo».

Más allá de eso, Montero dice que «uno de los principales desafíos radica en la promoción y la comunicación, ya que necesitamos desarrollar una estrategia conjunta con cada una de las sedes. Ellas son quienes mejor conocen sus espacios y el público que los frecuenta, por lo que es fundamental crear una sinergia entre la esencia del Festival y los intereses particulares de cada lugar. Este enfoque permite que las sedes se involucren de manera significativa en la colaboración».

Que un grupo de cinco personas pueda generar un Festival con estas características parece una proeza. Leila Montero explica que comenzaron a prepararlo con cinco o seis meses de antelación y asegura que el certamen «es muy grande y muy ambicioso», pero «se hace gracias al ímpetu, al amor y al sentido de pertenencia que tienen los miembros de INSTAR por él».

Sobre la visibilidad que ofrece el Festival a cineastas provenientes de entornos represivos más allá de Cuba, Montero expone que decidieron expandirse porque «las realidades de Cuba se reflejan en muchos otros países, y creemos que es fundamental abrir un diálogo entre estos cineastas. Este intercambio puede generar una sinergia que no solo permita hablar de nuestros problemas y de cómo nos sentimos ante ellos, sino también aprender formas de enfrentarlos».

«A la par», dice, «el Festival trabaja para dar una mayor presencia al cine cubano en otros países, colaborando con diversos espacios a lo largo del año para organizar muestras. Además, cuenta con el Fondo PM, que apoya la producción cinematográfica de cineastas tanto en la isla como en su diáspora».

Este año el Festival cuenta con novedades como el lanzamiento de la revista Fantasma Material en colaboración con Rialta Ediciones y mantiene el espíritu de constante expansión no solo entendido como «tratar de estar en la mayor cantidad de sedes posibles», puntualiza Montero, sino también en lo referente a incluir «otras cinematografías que estén dentro de nuestro mismo espectro, dentro de las mismas temáticas que abordamos».

José Luis Aparicio, quien se ha encargado del programa del Festival desde su segunda edición en 2021, considera que el evento cinematográfico se ha adaptado durante estos años «a las circunstancias de vida de los cineastas y del cine cubano. Es decir, a partir de los cambios ocurridos en nuestro contexto más inmediato, de las dificultades que han aparecido y de las experiencias que hemos atravesado individual y colectivamente, el Festival ha permitido que su mirada se permee del espíritu de los tiempos y las mutacionesque vamos experimentando».

«Cuando yo comencé a trabajar en el Festival como curador principal o director artístico, el programa se centraba sobre todo en el cine cubano independiente, en potenciar esas voces y miradas sobre la realidad cubana que no encontraban mucha cabida en los festivales y eventos oficiales, pues son películas con una mirada contrahegemónica y que se realizan mediante vías de financiamiento alternativas», recapitula el realizador e investigador cubano.

Esas primeras películas, según Aparicio, a veces «podían encontrar algún espacio en la selección del Festival de Cine de La Habana, o del Festival de Gibara, o de la extinta Muestra Joven, pero por lo general se veían muy poco o nada dentro de la isla. Esto sin hablar», subraya, «de un cine independiente más radical, política y estéticamente, que a veces ni siquiera tenía la oportunidad de ser proyectado en cines de Cuba a través deeventos oficiales».

Para esta quinta edición, opina su curador que se está consolidando la «internacionalización del Festival, con una selección en concurso donde hay cuatro películas cubanas recientes, pero el resto de las obras proceden de muy diversas regiones del mundo, manteniendo siempre el foco en un cine que se interesa en las problemáticas sociopolíticas de sus respectivos contextos, que se piensa y se hace políticamente».

Por esa razón, Aparicio enfatiza: «Las propias elecciones estéticas y estilísticas reflejan una visión política, que pasa invariablemente por subvertir o buscar alternativas al lenguaje del opresor, del colonizador, a la retórica totalitaria, hallando nuevas formas de resistir, no solamente desde el contenido, sino también desde laforma cinematográfica, nuevas maneras de posicionarse ante el estado del mundo ahora mismo».

Esa internacionalización del festival, materializada en esta ocasión con la inclusión de películas procedentes de Rusia, de Ucrania, de Palestina, de Croacia, de Haití, de China, de Hong Kong, de Guinea-Bissau, responde entre otras cuestiones a que la situación transnacional del cine cubano es innegable, y se evidencia en que la mayor parte de los realizadores vive y trabaja actualmente fuera del país.

«Todavía, por supuesto, hay cineastas que viven en Cuba, que producen allá. Existe la Asamblea de Cineastas Cubanos y se siguen formando y graduando jóvenes cineastas en las escuelas de cine de la isla, pero digamos que una gran mayoría de los cineastas cubanos, incluso de los que habían empezado a construir una obra autoral más coherente y a conseguir reconocimientos tanto dentro como fuera del país, han emigrado en los últimos cinco años; se han unido a generaciones precedentes de cineastas cubanos que viven en el exilio, por lo que ahora mismo hay una gran diversidad de creadores viviendo fuera de Cuba, pensándose lejos de ese contexto de vida y de creación. No podemos estar de espaldas a eso», sostiene Aparicio, quien, por supuesto, también forma parte de esa comunidad cinematográfica en la diáspora desde que se radicó en Madrid en el año 2022.

En concreto, esta edición del concurso incluye obras de cineastas cubanos residentes en el exterior como como Souvenir, de Heidi Hassán; Petricor, de Violena Ampudia, o Parole, de Lázaro J. González, mientras en el Panorama del Cine Cubano pueden verse Cuatro hoyos, la primera película de Daniela Muñoz Barroso filmada fuera de Cuba, y Llamadas de Moscú, de Luis Alejandro Yero.

«Al final la transnacionalidad, por las propias circunstancias de vida y de producción, así como las temáticas y elecciones estéticas de las películas, es un hecho consumado en el cine de la isla», razona José Luis Aparicio, autor de filmes reconocidos como Tundra o Sueños al pairo (documental realizado junto a Fernando Fraguela). «Más allá de verlo como una limitación, como una dificultad o un obstáculo, abre nuevas posibilidades y caminos para renovar y repensar el cine cubano. Yo creo que cada vez más debemos intentar que nuestras películas, nuestras búsquedas e ideas, dialoguen mejor con los intereses de espectadores de cualquier parte del mundo. De ahí viene también la idea de mezclar nuestras películas con las de cineastas que trabajan en situaciones similares o con inquietudes parecidas, pero que lo hacen desde otras tradiciones y otros contextos de creación».

Para el joven director cubano resulta importante esta apuesta del Festival de Cine INSTAR por «salir de la endogamia que a veces trae pertenecer a una comunidad nacional muy específica, romper esos límites de ser parte de un gremio, de una generación y de un país con una historia muy particular, que a veces se vuelve limitante». En tal sentido, está convencido de que «uno de los daños que nos ha hecho el totalitarismo es quebrar esos puentes, tanto con otras generaciones de cineastas cubanos, como con el resto del mundo».

«Yo creo que situar las obras de cineastas cubanos, y a los propios cineastas, en espacios de pensamiento y debate con cineastas de África, Asia, América Latina y el Caribe, sobre todo de regiones del llamado sur global, va a enriquecer nuestras miradas, nuestro arsenal estético y nuestra comprensión del mundo», afirma. «Va también a romper poco a poco ese gran mito inculcado, en buena parte también por el totalitarismo, de la excepcionalidad de Cuba, nos va a hacer entendernos de una manera mucho más compleja dentro de un contexto global. Ese intercambio podría permitirnos hallar nuevos caminos productivos y creativos. Hay un aprendizaje, un intercambio de experiencias que a veces subestimamos, y realmente es ahí donde está la solución para hacer que el cine, el arte y la experiencia de vida de los cubanos sea cada vez más rica».

Según la realizadora cubana Daniela Muñoz Barroso, quien ganó el Premio Nicolás Guillén Landrián con su documental Mafifa (2022) en la pasada edición del Festival de Cine INSTAR, una de las principales virtudes del certamen es que mantiene a los cineastas cubanos atentos a las películas que están haciendo sus colegas, y a la vez da visibilidad al cine cubano independiente en diferentes ciudades del mundo, algo sumamente difícil para una comunidad que no se especializa exactamente en el cine mainstream o comercial.

«El hecho de que cada vez el Festival sea más internacional es interesantísimo porque pone a dialogar nuestra realidad con la de otros países en circunstancias similares», opina. «Nos conecta un poco a todos en estos conflictos con los que lidiamos día a día. Principalmente, la migración. Pero creo que hay otras temáticas que le interesan mucho al Festival, como la libertad de expresión».

Muñoz Barroso, quien además es productora, señala que el evento también ayuda a difundir las películas más allá de sus propios márgenes, pues tanto dentro del jurado como entre los espectadores hay programadores y otras personas vinculadas a la distribución internacional del cine.

Un anhelo de esta cineasta cubana radicada en Madrid, quien ha visto crecer al Festival durante estos seis años, es que en un futuro el evento consiga reunir a la comunidad de cineastas cubanos en alguna parte del mundo. Muñoz Barroso no alberga esperanzas de que se pueda hacer eso en la isla —donde las películas de INSTAR solo están disponibles online—, pero cree que «sí, con toda la diáspora que hay, podríamos intentar perfectamente encontrarnos en algún lugar».

Dean Luis Reyes, crítico cubano especializado en el cine independiente, asevera que «el Festival de Cine INSTAR es trascendental», puesto que nació «con la idea de promover buena parte de las películas cubanas que no tienen acceso a las salas de cine desde hace mucho tiempo».

Esto es algo, destaca el también investigador, que «está pasando prácticamente desde que en la primera década de los años dos mil ocurrió la emergencia del cine independiente cubano y muchas de esas películas que no encontraron espacio; lo que se convirtió en una demanda perenne de los jóvenes realizadores».

En su opinión, tras cuatro ediciones del Festival, nos encontramos en un contexto en que el certamen adquiere otro significado. «Porque desde 2019, cuando se hizo la primera muestra en La Habana, hasta ahora», apunta, «no solamente INSTAR ha tenido prácticamente que abandonar La Habana, sino que también buena parte de los realizadores cubanos, contemporáneos, sobre todo los más jóvenes, han tenido que irse del país, y hoy en día tenemos un cine deslocalizado, un cine postnacional, un cine cada vez más transnacional —que ya lo era, pero ahora mucho más. Y también es un cine que se ha vuelto pasto de la censura y que no se exhibe en la isla por el simple hecho de que los cineastas no residen ahí».

Reyes subraya que, en Cuba, actualmente, hay «una situación de agravamiento de la censura, de agravamiento de la invisibilización del cine independiente; lo que, asociado a toda la crisis humanitaria que está viviendo el país y al éxodo, hace que el Festival INSTAR se convierta en una instancia evidentemente mucho más necesaria, porque se convierte casi que en el depositario de todas esas líneas rotas y fracturadas que tienen que ver con la exhibición, la promoción y la reunión de los cineastas».

Eso sí, el crítico cubano lamenta, al igual que Muñoz Barroso, las limitaciones del Festival. «No es exactamente un evento que ocurre en un lugar físico específico donde se reúnen los cineastas, sino que es un festival deslocalizado que ocurre en varios países, en salas de cine, en centros culturales donde se exhibe», comenta. «Y, además, para que se pueda ver en Cuba solamente existe la opción online, que es el espacio que nos ha quedado».

Pese a las dificultades que implica hacer un festival con estas características, incluida la dispersión de los realizadores y sus públicos, Reyes considera que «el Festival INSTAR es probablemente el evento fílmico transnacional más importante de la historia del cine cubano», y pone en valor el hecho fundamental de que sea «una muestra que se produce más allá de las políticas culturales del Estado, de la censura oficial y de las formas de entender el cine de la isla».

«Este año hay 43 películas, lo que lo convierte en un evento mucho más grande de lo que ha sido nunca, de más de una decena de países, y, sin embargo, cuando tú ves el programa, te das cuenta que las películas cubanas están dialogando con una situación global; lo que tiene que ver con el carácter de identidad que está adquiriendo, pues es sobre todo un Festival que recoge cine independiente, cubano o no cubano, hecho en contextos en los que hay déficit de libertades», reflexiona finalmente Dean Luis Reyes. «Muchas de esas películas hablan desde una condición transnacional, desde una condición global, y ahí te das cuenta de que conectan por sus temas, por sus preocupaciones, por su modo de aproximación a comunidades que están en la diáspora, que tienen conexiones con sus países de origen o no, pero que son comunidades que de repente tienen temas y problemas comunes. Te das cuenta… cuando la ves y empiezas a conectar los hilos que hay entre ellas. Y eso se convierte entonces, en buena medida, en una de las identidades principales que va adquiriendo el Festival, al cual a partir de esta quinta edición lo veo mucho más maduro, mucho más concentrado en una especie de política cultural específica, de carácter o de identidad, como yo le llamo, que vendría a definir lo que va a ser el Festival INSTAR de ahora en adelante».

José Luis Aparicio, quien a sus 30 años no solo es uno de los cineastas jóvenes cubanos más prometedores, sino también uno de los principales investigadores y archivistas del cine cubano independiente, dice: «Es fundamental, en esta especie de páramo o de desierto en el que nos encontramos, que siga habiendo iniciativas como esta, espacios para encontrarnos, reconocernos y pensarnos, para que nuestras películas se vean, se compartan, se muestren juntas, unas con otras, como parte de ese corpus que sí existe, que es algo que no nos estamos inventando, no es una ilusión ni un espejismo, sino algo verificable».

«Siempre es muy difícil, arduo, hacer este Festival, pero yo creo que, si lo hacemos cada año, tratando de crecer y mutar, de encontrar alternativas, es porque lo creemos necesario», prosigue el programador de estas citas. «Y también [deseamos] que surjan espacios similares, para romper esa unidad monolítica tan típica del contexto cubano de las últimas seis décadas. Es preciso que cada vez haya más diversidad, otras voces, nuevos eventos que se vayan encontrando y definiendo a sí mismos, pero no en oposición a los otros. Creo que lo importante es darle oxígeno al contexto, hacerlo menos gris».

Por lo pronto, cuando se le pregunta acerca de la actitud y los objetivos futuros del equipo de INSTAR, Aparicio se limita a contestar con insistencia: «Seguir haciendo el Festival cada año, seguir creciendo y alimentándonos de la experiencia, incluyendo más países y visiones cinematográficas alternativas. Ser un espacio de resistencia cultural ante los embates del totalitarismo y las dictaduras, de la violencia, la guerra, la represión, y también, por supuesto, del mercado y las lógicas capitalistas, [portadores] de una visión hegemónica del cine con la que tampoco estamos en sintonía».

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V Festival de Cine INSTAR: La Guía (episodio 2)

Por DEAN LUIS REYES – 30 de octubre de 2024

RIALTA

Rialta propone una aproximación crítica diaria a varias de las películas cubanas presentes en la sección oficial del V Festival de Cine INSTAR, que sesiona entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024. De la mano del crítico Dean Luis Reyes, estas valoraciones son una contribución a la tarea de elegir que toca al espectador.

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Cine chino independiente en el punto de mira

Por EVELYN BOGEL – 30 de octubre de 2024

SÜDDEUTSCHE ZEITUNG

Fotograma de la película “Republic”, de Jin Jiang

Películas de países en los que la libertad de expresión y la creatividad están amenazadas son el centro de atención del Festival de Cine Instar, que este año se celebra durante tres días en el Interim de la Villa Stuck, en la Goethestrasse, con especial atención a Múnich. Instar está organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, un colectivo fundado por la artista cubana Tania Bruguera en 2015. El festival de cine tiene lugar anualmente; la primera edición se celebró en La Habana en diciembre de 2019. Se trata de una cooperación transnacional que tiene lugar simultáneamente en varias sedes internacionales.

La quinta edición de este año presentará películas y mesas redondas en Madrid, Barcelona, París, Berkeley y Múnich hasta el 3 de noviembre, así como un programa en línea para Cuba -en caso de que el estado caribeño no sufra otro apagón-. Uno de los focos del festival de cine es Múnich, donde Bruguera tiene actualmente la exposición «La condición del no» en el VS, las dependencias provisionales de la Villa Stuck en la Goethestraße 54 de Múnich.

Este año, Instar se dedica al cine independiente chino en colaboración con el Chinese Independent Film Archive (CIFA). Se proyectarán obras producidas sin autorización estatal, algunas de las cuales sólo se exhibieron en versiones censuradas o no se proyectaron en absoluto en su propio país por tratar temas sociales o políticos.

La inauguración en VS es gratuita y tendrá lugar el viernes 1 de noviembre a las 18.15 horas. Sabrina Qiong Yu, de la Universidad de Newcastle, pronunciará una breve conferencia sobre las películas en exposiciones, la censura cinematográfica estatal en China y la labor del Chinese Independent Film Archive (CIFA). A continuación (18.30 horas), se proyectarán las dos películas chinas «The Cold Winter» (El frío invierno) de 2011, dirigida por Zheng Kuo, y «The Second Interrogation» (El segundo interrogatorio) de 2022, dirigida por Wang Tuo, ambas sobre artistas y sus condiciones de producción en China.

El sábado 2 de noviembre, la película «An Asian Ghost Story» (director: Bo Wang, Hong Kong / Países Bajos, 2023) figura en el programa a las 14.00 horas, seguida de «The Memo» (director: Badlands Film Group, China 2023) a las 15.00 horas y «Republic» (director: Jin Jiang, China-Singapur, 2023) a las 16.00 horas. El domingo 3 de noviembre, el festival comienza a las 11 h con la película «Bing’ai» (director: Feng Yan, China, 2007), seguida de «Disorder» (director: Huang Weikai, China, 2009) a las 14 h.
Festival de Cine INSTAR, VS interior de Villa Stuck, Goethestraße 54, del 1 al 3 de noviembre, viernes entrada gratuita, para sábado y domingo las entradas están disponibles en la taquilla del museo o en la tienda en línea del Museo Villa Stuck.

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Censura y resistencia. El diálogo cinematográfico del V Festival de Cine Instar

Por BORIS HEREDIA ABRANTES – 30 de octubre de 2021

ELTOQUE

Cartel de la quinta edición del Festival de Cine Instar / Instituto de Artivismo Hannah Arendt

El lunes 28 de octubre de 2024 quedó inaugurado el V Festival de Cine Independiente Instar, con sedes físicas en Madrid, Barcelona, París, Berkeley y Múnich. En Cuba, como viene ocurriendo en las últimas convocatorias, la programación estará disponible a través de la plataforma digital Festhome.

En esta edición, entre las obras participantes de más de 15 países, el público tendrá la oportunidad de apreciar por primera vez una selección de cine chino independiente contemporáneo. Como Cuba y China comparten una historia de restricciones a la libertad de expresión, he centrado el interés del artículo en la censura que sufrió y sufre la cinematografía china durante los últimos años.

La inclusión de estas obras plantea un diálogo que ayuda a comprender cómo la censura moldea las narrativas y el arte en las sociedades bajo regímenes de control, las estrategias de expresión bajo censura y la forma de evadir o cuestionar las normas impuestas por el Estado. Es también una excelente oportunidad para analizar cómo los cineastas chinos contemporáneos se enfrentan a los conflictos sociales y políticos dentro de los límites impuestos por el autoritarismo.

Las películas chinas que forman la lista en concurso, y las seleccionadas para la retrospectiva que se exhibirá en Múnich, son fruto de la cooperación del Chinese Independent Film Archive (CIFA) y el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (Instar); cuyo objetivo común es seguir brindando apoyo a las filmografías de los países que sufren dictaduras o Gobiernos totalitarios.

Afortunadamente, en los créditos iniciales de ninguna de estas películas aparecerá la marca del dragón.

Pero de eso hablaremos más adelante.

Una exposición de Tania Bruguera para recordar lo que provocó una exposición de Tania Bruguera

Si echamos la vista atrás podemos comprobar que la sección de cine del Instituto de Artivismo Hannah Arendt tuvo su origen en las ideas que se generaron a partir de una exposición simultánea de la artista visual y el Cuban Cinema under Censorship, curado por Dean Luis Reyes, en el Museo de Arte Moderno de New York en 2018. Si en aquel momento se produjo un diálogo derivado de la relación de ambos proyectos, este año, en la sede muniquesa del Museo de Villa Stuck, La condición del no, exposición de Tania Bruguera, comisariada por Roland Wenninger, será quien dialogue de manera directa con la retrospectiva programada por el Festival de Cine transnacional sobre cine chino independiente.

Al examen del bagaje personal de Instar ―todo un experto en persecución revolucionaria―, La condición del no añadirá una serie de conversatorios respecto a la censura, la cancelación y los boicots que sufren los creadores en la actualidad, poniendo especial énfasis en los artistas alemanes.

Baby shower para la revista Fantasma Material

Otra de las sorpresas del Festival ha sido la presentación en sociedad del primer número de la revista Fantasma Material; que, en colaboración con Rialta Ediciones, rindió homenaje al legado del académico cubanoamericano Gilberto Pérez, el 26 de octubre de 2024 en la Cineteca de Madrid.

Según palabras de José Luis Aparicio, director artístico del Festival y coeditor de la revista junto al crítico de cine Dean Luis Reyes, «esta publicación de carácter anual se centrará en el estudio de la producción cinematográfica independiente, en especial, la que se realiza en las regiones del sur global».

Crouching artist, hidden dragon. Una historia de censura y cine chino contemporáneo

Incluso antes del surgimiento de la República Popular, el Partido Comunista chino había reconocido el poder del cine como principal medio de propaganda. Como la URSS estaba de moda, llegaron a crear en 1938 su primera unidad fílmica ―con ayuda soviética, por supuesto―. De esa forma se sentaban las bases del cine chino como herramienta de coerción ideológica. Esta tradición se reforzaría después de 1949 con el arraigo de los principios del realismo socialista como canon orientador, rudimento de lo que sería en el futuro uno de los aparatos censores más complejos y desarrollados del mundo.

En los países que sufren dictaduras, la persistencia del adoctrinamiento en el imaginario popular puede generar una inhibición que funcione como autocensura. Como cualquier manifestación que se desvíe del oficialismo va a complicar severamente la libertad creativa de los directores de ficción, una vez más, el cine independiente se va a apoyar en el documental como género idóneo para expresarse.

A finales de los ochenta comienza a verse un tipo de documental en el que la cámara ya no funciona como un apéndice ideológico. El protagonismo de la realidad subvierte el mensaje manteniéndose al margen de cualquier tipo de injerencia narrativa. Las películas empiezan a destacarse por su marcado carácter realista en oposición al tono teatralizado y decadente del realismo maoísta.

Documentales como A la deriva en Beijing, de Wu Wengwang ―cuyo rodaje fue interrumpido por la represión que se produjo durante las protestas en Tiananmén―, consiguieron traspasar la cortina de hierro de la censura, logrando participar en festivales internacionales[1] y obtener reconocimiento.

Como parte del Festival, en la retrospectiva que se programará en Múnich, coincidirán varios de los temas que han motivado a los cineastas chinos independientes en los últimos años. Entre los documentales, se podrá apreciar uno de los realizados durante la gran demolición provocada por el proyecto «La presa de las tres gargantas». Con Bing Ai (2007), el director Feng Yan rinde tributo a la vida rural y al esfuerzo de una familia que vive en un pueblecito a la orilla del Yangtze y que lo pierde todo. En nombre del progreso, la construcción del embalse más grande del mundo va a obligar a que 1.13 millones de personas terminen siendo desplazadas. La lucha desigual de la protagonista escenifica la tragedia y la indefensión del pueblo ante la maquinaria implacable del Estado.

En The cold winter (2011), Zheng Kuo documenta la lucha de los artistas de varios distritos de la 798 Art Zone de Beijing, desalojados ―supuestamente― para facilitar el crecimiento urbanístico de la ciudad. Los estudios, que al mismo tiempo son el hogar de los artistas, van a sufrir una serie de cortes de suministros durante un invierno especialmente frío, dejando en evidencia la brutalidad, la injusticia, la falta de escrúpulos y el sinsentido de la planificación socialista. Figuras de la talla de Ai Weiwei se encargan de dimensionar la resistencia de los artistas durante los sucesos conocidos como la manifestación de la avenida Chang’an. Manifestación pacífica que fue reprimida rápidamente por la Policía.

The memo (2023), realizado por Badlands Film Group, describe el período más intenso de la represión que sufrió Shanghai durante los peores días de la pandemia de la COVID-19. La edición magistral de los archivos recopilados por las cámaras de teléfonos móviles convierte este video-diario en un documento sin precedentes sobre la crudeza de la acción policial durante el confinamiento.

The second interrogation, dirigida por Wang Tuo en 2022, establece una curiosa simbiosis entre la figura del artista y la del censor. Tomando como referencia «Los siete pecados», una de las obras más emblemáticas en la época previa a las revueltas estudiantiles de 1989, el documental abunda filosóficamente sobre el significado del arte y el artista, logrando que el auto reconocimiento personal de ambos individuos desemboque en un intercambio de roles. El censor convertido en artista parece comprender el verdadero significado del arte en un Gobierno totalitario, mientras el artista se convierte en un vigilante encubierto que analiza los peligros de la ideología del arte para el Estado.

Disorder (2009), de Huang Weikai, es un acercamiento desaforado de la realidad más decadente de la sociedad china. El montaje establece la incoherencia como hilo conductor de una historia construida a partir de fragmentos caóticos, generando en el público un estado de indefensión tan nocivo como abrumador. En la ciudad todo está fuera de control, todos se sienten superados. La gama de grises de la película acentúa el tono amateur de las imágenes, liberando un vaho pseudoperiodístico tan deprimente que casi podemos oler.

Por suerte ―como ya habíamos mencionado antes―, ninguna de estas películas tiene la marca del dragón.

La marca del dragón. Un país con películas para todas las edades

El logotipo del dragón no es más que el colorido sello de aprobación de la Sección de cine de la Administración estatal de radio, cine y televisión de China. Junto al logo se reseñan la licencia de emisión otorgada, el año en que ha sido concedida y el total de películas que han superado la censura ese año.

La ardua actividad de los censores ―que suelen trabajar en grupos de cinco― puede provocar la cancelación directa de las películas; aunque lo más habitual es que se realice una propuesta al director con los cambios que se considere pertinentes. En la actualidad, la revisión de los censores sigue las directrices de la ley de promoción de la industria cinematográfica de 2016:

Artículo 16: Las películas no deben contener el siguiente contenido:

Violaciones de los principios básicos de la Constitución, incitación a la resistencia o socavamiento de la implementación de la Constitución, leyes o reglamentos administrativos.

Contenido que ponga en peligro la unidad nacional, la soberanía o la integridad territorial; filtración de secretos de Estado; poner en peligro la seguridad nacional; dañar la dignidad, el honor o los intereses nacionales; o abogar por el terrorismo o el extremismo.

Menospreciar las excepcionales tradiciones culturales étnicas, incitar al odio étnico o la discriminación étnica, violar las costumbres étnicas, distorsionar la historia étnica o las figuras históricas étnicas, herir los sentimientos étnicos o socavar la unidad étnica.

Incitar al socavamiento de la política religiosa nacional, abogar por sectas o supersticiones.

Poner en peligro la moral social, perturbar el orden social, socavar la estabilidad social; promover la pornografía, el juego, el consumo de drogas, la violencia o el terror; instigación de delitos o impartir métodos criminales.

Violaciones de los derechos e intereses legales de los menores o daños a la salud física y psicológica de los menores.

Insultos o difamación de otros, o divulgación de información privada de otros y violación de los derechos e intereses legales de otros.

Otros contenidos prohibidos por leyes o reglamentos administrativos.

Al igual que en Cuba, las leyes que respaldan la censura pueden variar o redefinir su alcance de acuerdo con las necesidades del Estado. Sucesos históricos como la masacre de Tiananmén o Palabras a los intelectuales, discurso proferido por Fidel Castro en 1961, esclarecen cualquier duda al respecto.

La suerte de las películas internacionales que pretendan ser exhibidas en China también deben pasar el filtro censor del Estado. Durante el proceso pueden ser «sintetizadas» o modificadas para lograr su aprobación. Un caso paradigmático es el de Lust, caution, de Ang Lee, vencedora del León de Oro en Venecia en 2007, que tuvo que perder hasta 30 minutos para franquear la censura. Directores de renombre como Zhang Yimou, pese a jugar en ocasiones con las reglas del oficialismo ―dirigió la ceremonia inaugural de las olimpiadas de Pekín en 2008―, han sufrido la cancelación temporal de varias de sus películas, incluso la retirada por parte de la producción de festivales internacionales[2].

Tanto en las películas nacionales como en las internacionales se debe evitar la violencia y el contenido sexual explícito. Que en China no haya un sistema de clasificación, provoca situaciones tan absurdas como que todas las películas deben ser aptas para todas las edades.

Con la llegada de la era digital, las producciones independientes no solo lograron expandir su alcance, el recrudecimiento de la censura online también tuvo en el punto de mira el aumento del activismo. Así lo narra la académica Ying Qian en Poder en los fotogramas:

«A medida que se establecían más conexiones entre los realizadores, intelectuales públicos y activistas de base, comenzó a surgir un nuevo cine político, con una subjetividad y estética claramente activista. Esas obras, que ya no se contentaban con la observación pasiva o con retratos afectuosos de individuos victimizados, parten de un intervencionismo activo y una actitud investigadora por parte de los realizadores, que buscan la realidad oculta bajo la superficie visible».

La implementación del llamado «Gran Cortafuegos» como herramienta definitiva de censura supuso un obstáculo gigantesco para la difusión del cine realizado de manera independiente. El bloqueo de redes sociales, aplicaciones, motores de búsqueda, plataformas de videos, medios y plataformas de streaming, entre otros, convierten China en uno de los lugares con mayor capacidad de censura del planeta.

Lista en concurso y retrospectivas

Entre las películas en concurso del V Festival de Instar, el cine independiente contemporáneo chino estará representado por los documentales An asian ghost story (37ˈ, Hong Kong, Países Bajos) dirigida por Bo Wang en 2023 y Republic (107ˈ, China, Singapur) del realizador Jin Jiang, también con copyright del año pasado.

Completan la lista que estará en concurso un total de 15 películas, la mayor parte, documentales, con la participación de 21 países.

A la Retrospectiva de Cine Chino Contemporáneo Independiente, que hemos reseñado para la sede en Múnich, se suma la muestra «Panorama de cine cubano» que exhibirá 17 obras de producción independiente de la isla y su diáspora.

La representación china, ocasión para un apunte final

Al analizar Republic y An asian horror story, lo primero que salta a la vista es lo diferentes que son ambas películas, a pesar de compartir género.

Como suele suceder en el mundo del documental, las narrativas necesitan expresarse a través de determinadas tropologías. En el caso de An asian horror story nos acercamos más a la tropología de la ficción. Aunque el mensaje que subyace tiene muchísimo menos carácter activista que Republic, es una obra más cuidada, no se presenta al octágono a luchar sin armas, por encima de la piel se nota el resplandor de un poderoso exoesqueleto. A nivel conceptual la película funciona en cualquier tipo de competencia.

An asian horror story es un documental, pero también es un falso documental. Bo Wang se vale de las memorias de un fantasma para construir una historia atemporal sobre el crecimiento económico de Asia a finales del siglo XX a través de la exportación de pelucas durante la Guerra Fría. Más allá de la sinopsis, lo reseñable es que la película se sustenta de todo lo que nos gustaría encontrar en cualquier tipo de cine. El sosiego que transmite el relato lleva al espectador a compartir un tipo de recepción que recuerda la insolencia de las fakes news, pero desde una meticulosidad tan singular, que funge como la puesta de largo de un director al que no queremos que el tiempo contamine. El equilibrio de la película es tan inusual que en ningún momento echas de menos el metraje. No es de esos cortos con aliento a cortos ni de esos mediometrajes con aliento a mediometrajes.

Bo Wang es capaz de narrar una historia sirviéndose del imaginario fantástico cultural para hacer percutir diferentes momentos históricos en la China comunista, Europa y Estados Unidos; emplazándose desde la peculiar liminalidad de Hong Kong como puerta entre Oriente y Occidente. Es cierto que, al valerse de la ironía y del humor para apuntalar su mensaje, el enfoque podría parecer intelectualizado. Esta sensación, sin embargo, no responde a que el artista necesite protegerse, sino a una expresa conclusión de sus aspiraciones creativas.

An asian horror story rezuma cine a pesar de la escasa presencia de la puesta en escena y de la fortaleza visual de los planos rodados. De ahí que adquiera tanta relevancia el equilibrio entre los paisajes urbanos con el material de archivo utilizado en la película. La voz del narrador se desdobla al asumirse a sí misma como protagonista, encarando el resto de la anécdota desde una perspectiva tan personal que roza lo lírico. La elección y el alcance de los personajes apócrifos ―el científico, la secuencia hilarante de la entrevista televisiva― le otorgan al filme un regusto «cinematoliterario» que se entremezcla con el juego temporal que teje la fantasma de las pelucas. Hay aquí, tal vez, una ganancia bien comprendida a partir de la experiencia del director como artista contemporáneo a la hora de relacionar los significados de cada bloque narrativo desde el punto de vista conceptual.

Si Republic se diferencia de An asian horror story, lo hace, sobre todo, por la ausencia de lo lúdico. Aquí no hay tropología, la estructura es descarnada, no hay exoesqueleto, la película es más disidente. Su director, Jin Jiang, libera la cámara dentro del minúsculo piso de Eryang, el protagonista, dejando que la historia se construya a partir de una constante sacralización de idealismos. Con no poca inquietud, asistimos a una suerte de Big Brother adolescente, en el que la inmadurez y la ingenuidad, propias de la juventud, se debaten y consumen a sí mismas en una filosofía de la inacción, que, por momentos, se antoja complicada de defender.

Que las inquietudes intelectuales de los personajes transmitan un ambiguo aroma snob no se debe a que estemos en presencia de artistas ―o lo que es más común en estas edades―, proyectos de artistas, sino a que el entorno está impregnado de una cosmética absolutamente occidental. La globalización padece un refinamiento artístico que se expresa a través de una play list interminable en la que discurren desde el jazz de Bill Evans hasta los Beatles, Los Rolling, Pink Floyd o Bob Dylan. Esta condición permite que el discurso redunde en tópicos culturales y políticos, llegando a cuestionar temas tan complejos como las libertades que airea la Constitución, el ideario de Mao, la última película de Kim Ki-duk o las ruidosas convicciones de Trump.

Lo relevante es que este agujero irrespirable en el que los personajes han logrado encontrar oxígeno ―y al que el protagonista ha bautizado República―, no solo se explica desde la alienación que provocan las crisis existenciales del capitalismo. No olvidemos que estamos en China. La opresión más legendaria depende del socialismo. Aquí el capitalismo no es un sistema social, aunque el país se valga de la economía de mercado.

La República como escondrijo existencial se justifica como única salida para unos muchachos que se reúnen para beber y drogarse, pero también para hablar mal del Gobierno, criticar, filosofar y sentirse libres.

La película termina transmitiendo un pesimismo decadente porque del otro lado de la puerta está la realidad. Quizá también esté el sentido común y la madurez, pero sobre todo está la realidad. El mensaje de Jin Jiang, sin embargo, se instala en esa zona intermedia porque los jóvenes que habitan la República no son de ficción. Quizá por eso la cámara nunca sale de la casa. No quiere saber nada de lo que hay fuera.

La idea que se refuerza tiene que ver estrictamente con la idea de la libertad. Da igual que a nivel anecdótico no sea complicado construir un final para Eryang y sus amigos. Permanecer en esa zona intermedia traerá un sinsabor inexorable, incluso si eligen salvarse a través de la cultura. Lo que no deberíamos hacer, bajo ningún concepto, es culparlos por intentar sentirse libres.

[1] En 1991 fue proyectada en el Festival de Cine de Hong Kong, de donde pasó al del Cinéma du Réel, en Francia, al Festival de Cine Documental de Yamagata de Japón, entre otros.

[2] La película One Second, incluida en la competición oficial de la Berlinale de 2019, fue retirada por sus productores debido a «problemas técnicos» en la fase de posproducción del filme.

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Cine de resistencia en el INSTAR

Por REDACCIÓN – 29 de octubre de 2024

INSTITUT DE CULTURA

El Festival de Cine INSTAR, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, celebrará en Barcelona la quinta edición del 29 de octubre al 3 de noviembre, pero también tendrá lugar en otras ciudades como Berkeley, Madrid, Múnich y París. Esta muestra cinematográfica, comprometida con la producción independiente internacional, da visibilidad a las voces de cineastas que trabajan en contextos en los que las libertades de expresión y creación están amenazadas.

A través de un programa diverso, el festival pretende crear un espacio de diálogo e intercambio para los cineastas que producen sus obras en contextos autoritarios o que se han visto obligados a vivir y trabajar en la diáspora. Desde sus inicios, el evento presta atención al cine cubano independiente.

La inauguración del festival será el 29 de octubre con dos proyecciones: Wild Flowers (2022), de Karla Crnčević, un cortometraje que reflexiona sobre la memoria familiar a través de las imágenes grabadas por el padre de la autora, y Three Promises (2023), de Yousef Srouji, una pieza que documenta la angustia cotidiana de una familia palestina durante la Segunda Intifada en Cisjordania.

El 31 de octubre podrás ver títulos como La historia se escribe de noche (2024), de Alejandro Alonso, que explora el impacto del gran apagón en Cuba; Still Free (2023), de Vadim Kostrov, que captura las tensiones personales y políticas en Rusia; y Dreams about Putin, de Nastia Korkia y Vlad Fishez, un filme en el que varias personas rusas exponen sus sueños en torno a Vladímir Putin, tras el inicio de la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022.

Además, el 1 de noviembre se proyectará Nome (2023), de Sana Na N’Hada, que narra la historia de la lucha por la independencia de Guinea-Bisáu y de Cabo Verde, y el 2 de noviembre se presentarán varios cortometrajes en competición, incluyendo Petricor de Violena Ampudia; Smoke of the Fire, de Daryna Mamaisur; Souvenir, d’Heidi Hassan; Dreams like paper boats, de Samuel Suffren; y Parole, de Lázaro González.

El festival culminará el 3 de noviembre con dos proyecciones: Solo la luna comprenderá (2023) de Kim Torres, sobre el pueblo de Manzanillo, en Costa Rica; y Ramona (2023), de Victoria Linares Villegas, una historia que sigue a una actriz que se siente incapaz de interpretar el papel de una adolescente embarazada que vive en las afueras de Santo Domingo.

Además, conviene saber que la mayoría de las películas se podrán ver en línea a través de la plataforma Festhome.

Aprovecha la oportunidad de sumergirte en estas películas de resistencia creativa en el Festival de Cine INSTAR. Las proyecciones tendrán lugar del 29 de octubre al 3 de noviembre, con horarios que varían según el día. La entrada general tiene un precio de 7,5 € y, si quieres comprarla, puedes hacerlo desde la página web del Zumzeig.

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‘Still Free’, o de las sombras que esconde el verano

Por ÁNGEL PÉREZ – 29 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Still Free’; Vadim Kostrov. En el Festival de Cine INSTAR 2024

La luz del verano en el río Zeya inunda la imagen, abrasa el cuerpo de los personajes. Esa luminosidad estival, que se fuga gradualmente según pasan las horas del crepúsculo, sumerge todo Still Free –película del realizador ruso Vadim Kostrov que compite en esta quinta edición del Festival INSTAR— en una atmósfera sutilmente cálida y melancólica. Kostrov se comporta en Still Free como un sensualista, un poeta entregado al don espiritual y paisajístico del lago donde filma; allí, entreverado con las personas que disfrutan en la orilla, en el agua. Esa cualidad paisajística se aproxima por momentos a la temperatura de un Sorolla; cercanía aplazada, sin embargo, por las vibraciones en la imagen de las incertidumbres, los temores latentes al dorso del placer que experimentan los personajes durante esas horas de recreo.

Conocido por su trilogía Orfeo, Verano e Invierno, Kostrov documenta en esta película dos días, un fin de semana, de las vacaciones de verano que ya casi terminan para Katya y Kostya. Así como se muestra atento a la belleza natural, el realizador –cámara en mano, como si grabara una home movie— está siempre atento a sus personajes, no los abandona un instante, observa sus cuerpos, registra sus conversaciones, habla con ellos, extrema el zoom para dejar constancia de sus caricias mientras se bañan en el río, capta en primeros planos sus besos y las miradas cómplices que se regalan… Aun en ese espacio público, Still Free consigue ser una cinta asombrosamente íntima, lírica incluso, que implica a los espectadores con ternura en la experiencia vivida por sus cómplices, quienes responden con naturalidad y afecto a la presencia de la cámara.

Still Free está lejos de ser nomás un ensayo contemplativo, por supuesto. Es una película desafiante, cuya serenidad visual, tal como sugería, acoge una urdimbre de tensiones bajo ese criterio observacional pulsado por la cámara, solo en apariencia extasiada con la gracia de la cotidianidad del lugar. (Todavía más, el espontáneo registro se ampara en una intrépida y compacta estructura narrativa y de montaje que deja al filme a unos pocos pasos de la ficción). El flirteo del lente con el encanto que emana del encuentro de los cuerpos de Katya y Kostya –jóvenes que apenas rebasan los veinte años– deviene subrepticiamente una parábola acerca de la suerte inmediata de un país y su gente. Y en particular de la generación que por esos días irrumpe en la vida adulta.

La película se divide en dos momentos (cada uno de los días de recreo testimoniados) delimitados por las despedidas de la pareja al caer la tarde y regresar a casa. En el tránsito de la primera a la segunda jornada –como un corrientazo en medio de tanta apacibilidad–, sabremos que Kostya está próximo a ingresar en el ejército ruso. Se viene preparando hace algún tiempo para ello, y ahora tiene un poco de dudas acerca de semejante decisión. El tiempo de veraneo se figura entonces como la despedida. ¿Qué podrá pasar mañana? Más adelante conoceremos el interés de Katya en ingresar a la universidad. Ambos confían en que nada será un obstáculo para su amor, que podrán realizar sus planes en el futuro.

Pero, ¿qué posibilidades existen de consumar los deseos individuales, las expectativas de futuro, en un país –como dice Katya– solo en teoría democrático, que en realidad es un país autoritario? Still Free coloca ante nuestros ojos el crepúsculo de unos jóvenes para quienes muy pronto sobrevendrá la noche, la noche de una nación abocada a una guerra. El clima bucólico en el lago no hace sino más impactante el golpe emocional que supone vislumbrar lo que pudiera deparar a estos jóvenes el día después.

Ellos, aunque ansiosos, confían en que se impondrán a los obstáculos. En los últimos minutos del filme es inminente la segunda y última despedida; las imágenes se cargan de una extraña gravedad. Cuando vemos a Katya y Kostya tomar el camino de regreso a la ciudad se adivina el cierre mismo de Still Free como el resignado adiós a un capítulo de sus vidas, a toda una época quizá.

Al final, el director presenta un cartel donde toma partido respecto a las imágenes registradas. Un poco también para hacer justicia a un premonitorio cumplido de Kostya, quien le dijo en algún momento durante las horas de recreo: “Vadim, no puedes imaginar lo útil que eres con tu cámara. Eres un cabrón salvador”.

En ese cartel final, Kostrov cuenta que, tras esos días, solo pudo encontrarse con Katya y Kostya dos veces más. “Kostya se quejaba de que el ejército no era lo que esperaba”, escribe. “Más tarde supe que ellos rompieron. Katya entró en una universidad en Arkhangelsk [y] Kostya continuó sirviendo en el ejército en Svobodny”. Y se lamenta luego: “Hoy, 30 de marzo de 2022, se cumple un mes de la terrible y absurda guerra en Ucrania. Es muy probable que Kostya haya sido enviado allí como carne de cañón y sin consentimiento”.

Vadim Kostrov comienza su película recordando un versículo bíblico (Corintios 13:13) que devela el sentido con que pone a disposición de sus espectadores las imágenes de Still Free, evocación de un tiempo que no volverá jamás, aniquilado por la política imperialista rusa: “Por la paz, la juventud, la alegría y el verano, con esperanza, fe y amor. No a la guerra”, leemos allí.

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'Fantasma Material' no es una revista de cine cubano

Por NÁYARE MENOYO FLORIÁN – 29 de octubre de 2024

DIARIO DE CUBA

Dean Luis Reyes, uno de los editores de 'Fantasma Material'.

“No es una revista de cine cubano, aunque el tema está muy presente en este número, quizá más de lo que quisiéramos. Va a abordar las problemáticas del audiovisual contemporáneo, con las que entroncan muchas de las problemáticas de los propios realizadores cubanos que hoy en día producen cine independiente”, declara a DIARIO DE CUBA Dean Luis Reyes, uno de los editores de la revista Fantasma Material.

“Hablamos de un cine que busca la soberanía expresiva del autor de una manera muy abierta. Un cine que además se produce, la mayor parte de las veces, desde una perspectiva deslocalizada. Muchos de los cineastas contemporáneos que hacen este tipo de cine están en la diáspora y tienen una especie de diálogo conflictivo con sus países de origen. Las películas discuten con entornos nacionales, con realidades sociopolíticas donde hay pérdida de libertades, y en eso también coinciden la situación de los cubanos”, agrega.

Reyes, quien comparte la edición con el cineasta José Luis Aparicio, explica que Fantasma Material es una publicación que surge como parte del Festival de Cine INSTAR, que promueve el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, dirigido por Tania Bruguera. 

“La iniciativa surgió del realizador cubano José Luis Aparicio, curador del Festival de Cine INSTAR, y tuvo el apoyo desde el inicio de Tania Bruguera y Carlos Aníbal Alonso, director de la publicación Rialta. La idea era que el festival tuviese una publicación que de alguna manera refiriese los temas que nos preocupan en términos de la producción cinematográfica, pero que no sea necesariamente el órgano oficial del festival”, explica el crítico de cine, miembro del equipo de DIARIO DE CUBA.

Fantasma Material tiene más de 200 páginas. Entre sus propuestas sobresalen dos dosieres especiales. El primero está compuesto por cuatro ensayos dedicados a Nicolás Guillén Landrián. El segundo agrupa a 11 autores que son críticos, cineastas y académicos, no todos cubanos, que estudian el cine cubano contemporáneo.

“Les pedimos que escribiesen textos para explicar qué está pasando hoy con el audiovisual cubano; en cierto modo, eso implica hablar de qué es lo que ha pasado en los últimos 20 años. Ha habido una mutación en las formas expresivas del cine cubano, en la forma de producción, en los relatos, en los tratamientos de género. Bueno, ha habido una explosión absoluta del cine cubano contemporáneo”.

Otro de los trabajos que propone Fantasma Material es un homenaje a Gilberto Pérez, un autor cubanoamericano con una obra de crítica y teoría del cine. La revista traduce el primer capítulo de su libro más conocido y más influyente, que da título a este proyecto. 

“La ontología del cine que propone Gilberto tiene mucho que ver con la manera en la que nosotros entendemos el cine. Por eso ese ‘fantasma material’, que no solamente es la revista, sino el fantasma que recorre todos los textos”, afirma.

Fantasma Material tendrá una tirada anual. La revista pretende funcionar como un anuario, y siempre saldrá coincidiendo en fecha con el Festival de Cine INSTAR. Será una publicación bilingüe.

Has mencionado algunas características del cine hecho por cubanos. ¿Podemos decir, en el contexto actual, que existe el concepto “cine cubano”?

Está muy discutido. De hecho, varios de los textos de la revista tratan sobre esa cuestión, de hasta qué punto todavía se puede hablar de un cine nacional. En este momento, el cine cubano, el audiovisual cubano, está en una situación muy precaria, muy delicada. El ICAIC ha sido tomado por las autoridades del Ministerio de Cultura y han decidido hacer una especie de cine de encargo estatal. Están contando historias que, por lo general, están relacionadas con la historia oficial. Al instituto de cine le interesa hacer películas ‘sinflictivas’ en cierto modo. 

También está la otra parte: la Asamblea de Cineastas, los realizadores independientes, los realizadores que crean fuera de la Isla…

Por ejemplo, este año una película que obtuvo buena parte de su financiamiento del Fondo de Fomento para el Cine Cubano es La mujer salvaje, la ópera prima de Alan González. Es una película muy interesante, hecha en Cuba, en el contexto cubano, en medio de la pandemia, con actores y técnicos cubanos, y es una producción independiente. La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar, que está censurada, también surgió gracias al financiamiento del Fondo, como otras producciones que están en camino. Lo que pasa es que buena parte de los creadores cubanos que comenzaron su obra en los últimos 20 años están en el exilio. Y la cuestión es cómo ese cine todavía se relaciona con la nación física. A diferencia de otras generaciones de cineastas, que al emigrar se sumaron a las lógicas de funcionamiento de las industrias que había en los países de destino, estos cineastas cubanos siguen haciendo sus películas prácticamente como las hacían en Cuba. 

¿Y qué pasa con esas películas?

Tienen graves dificultades para circular. No son películas comerciales. No van a las plataformas masivas. Por lo general, se ven en festivales o en muestras. La cuestión es tratar de encontrar espacios para que se vean mucho más. De hecho, una de las cosas que hace el Festival Instar es llevar las películas a Cuba de manera virtual. O sea, no hay ruptura. El cine que se produce dentro de la Isla nos interesa tanto como el que se produce fuera, porque ambos vienen de la misma matriz de preocupaciones y de intereses. Eso caracteriza también la situación del cine cubano contemporáneo, que sigue siendo muy dinámico, pero se sigue haciendo en una situación muy precaria. 

Has mencionado La mujer salvaje y también La Habana de Fito, ¿hay otra obra que recomiendes especialmente?

Hay una pieza magnífica, que es el corto de Heidi Hassán, Souvenir. También está el último cortometraje documental de no ficción de Alejandro Alonso, La historia se escribe de noche; una película muy dura, pero de una belleza enorme. Son dos piezas realizadas en los últimos tiempos por realizadores emigrados. Y en el caso de Eliécer Jiménez Almeida, acaba de hacer un díptico que son dos películas satíricas, que juegan un poco con el mundo de los imaginarios del emigrado cubano de Miami. Uno es Havana Stories. La operación Payret, y el otro Miami Stories, que se va a estrenar en 2025. En ambas actúan figuras muy conocidas, como son Susana Pérez y Albertico Pujols. Eso te dice que estos realizadores, a pesar de las circunstancias en las que están y las dificultades que encuentran para financiar sus trabajos, siguen sacando adelante proyectos de esta naturaleza, de mucho nivel de complejidad, y que además todo el tiempo están dialogando con la historia, con los conflictos sociopolíticos de Cuba y de los cubanos como comunidad, y con las cuestiones de la identidad también nuestra.

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El Zoom de DDC | Dean Luis Reyes: 'El cine cubano está en una situación muy delicada'

Por DDCTV – 29 de octubre de 2024

DIARIO DE CUBA

Dean Luis Reyes, uno de los editores de 'Fantasma Material'.

El crítico de cine y miembro del equipo de DIARIO DE CUBA, dialoga sobre la publicación de la revista ‘Fantasma Material’, que acompaña al Festival de Cine INSTAR.

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V Festival de Cine INSTAR: La Guía (episodio 1)

Por DEAN LUIS REYES – 29 de octubre de 2024

RIALTA

Rialta propone una aproximación crítica diaria a varias de las películas cubanas presentes en la sección oficial del V Festival de Cine INSTAR, que sesiona entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024. De la mano del crítico Dean Luis Reyes, estas valoraciones son una contribución a la tarea de elegir que toca al espectador.

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INSTAR: Diálogo cinematográfico en regímenes autoritarios

Por REDACCIÓN – 29 de octubre de 2024

COLUMNA DIGITAL

El Festival de Cine Instar se ha consolidado como un significativo espacio de diálogo entre Cuba y otros países que enfrentan regímenes autoritarios, reflejando la vital intersección entre el arte y la política. En un contexto donde la libertad de expresión es a menudo restringida, el festival surge como un faro de resistencia y esperanza, buscando no solo la exhibición de obras cinematográficas, sino también la creación de un sólido puente cultural entre diversas naciones y sus realidades complejas.

Este evento, que se celebra en La Habana, destaca la importancia del cine como una herramienta de comunicación y reflexión. Las obras presentadas, seleccionadas por su capacidad para abordar temáticas relevantes y universales, generan un espacio propicio para el diálogo sobre derechos humanos, libertad de expresión y las luchas cotidianas de sociedades que, al igual que Cuba, navegan por aguas turbulentas. Películas provenientes de Latinoamérica, Europa y Asia muestran no solo las similitudes en las experiencias de censura, sino también las distintas formas de resistencia creativa que surgen en respuesta.

El festival también ha logrado reunir a cineastas, críticos y activistas de diversas latitudes, quienes encuentran en esta plataforma una oportunidad para compartir sus visiones y estrategias. Las mesas redondas y debates que acompañan las proyecciones permiten una inmersión en temáticas que a menudo se silencian, generando un intercambio fructífero que trasciende fronteras.

Entre los aspectos más destacados de la edición actual se encuentra la atención a los nuevos narradores y sus perspectivas innovadoras. Se invita a una nueva generación de cineastas a contar sus historias, aquellas que reflejan no solo la opresión, sino también la resiliencia y la creatividad que caracterizan a los pueblos que resisten. Este enfoque se vuelve esencial en un momento donde el acceso a la cultura puede ser restringido o controlado.

También es importante señalar cómo el festival se convierte en un espacio de visibilización para las problemáticas sociales que enfrentan estos países. A través de la narrativa visual, el cine puede desmantelar estigmas y abrir un diálogo inclusivo que, de otro modo, permanecería en la penumbra. La reflexión crítica que promueve no solo se confina a las proyecciones, sino que se extiende a la vida cotidiana de quienes participan en el evento.

La celebración de la diversidad cultural y la promoción de la libertad creativa son pilares que sostienen la misión del Festival de Cine Instar. En un mundo donde la polarización y la falta de diálogo parecen ser la norma, este festival ofrece un recordatorio poderoso sobre la capacidad del arte para unir y desafiar, creando un área libre donde las voces de las comunidades marginadas pueden ser escuchadas y valoradas.

A medida que el evento avanza, se convierten en evidentes las sinergias que se forman en estos espacios, así como la relevancia de ofrecer una plataforma a aquellos que, en distintas latitudes, luchan por los mismos ideales de libertad y justicia. La convergencia de ideas y experiencias que propicia el Festival de Cine Instar no solo enriquece el panorama cultural, sino que, sobre todo, invita a la reflexión sobre la importancia de la solidaridad entre pueblos que enfrentan desafíos similares. La continuidad de esta iniciativa se vuelve fundamental no solo para el cine cubano, sino para fortalecer el diálogo intercultural y fomentar una conciencia global más crítica y consciente de las realidades contemporáneas.

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The Uncanny Case of Reportaje: Historiography and the Politics of Doubt in the films of Nicolás Guillén Landrián

By Ruth Goldberg

Twelve years after his death and resurrection, Nicolás Guillén Landrián is now recognized as a vital innovator in the history of Cuban cinema; inspiring an outpouring of homage among the younger Cuban documentarians who have reclaimed his legacy. The claim that “Alvarez, who knows everything, teaches; Nicolasito, who doubts, reveals” (Zayas qtd. in Guerra 342) has been an often-repeated and vitally important framing of Landrián’s body of work to these filmmakers who Dean Luis Reyes and others have recognized as “los hijos de Landriån.” Many of them echo similar valorizations along a central theme: “he lets us see for ourselves instead of teaching us what to think” (Barriga interview with the author, 2013). The larger implicit claim at stake is that Landrián documents and reveals a previously untold truth in contradicting the official triumphalist narrative of the era. This framing of Landrián’s work as a revelation of truth that allows the viewer to draw their own conclusions is a central element of his canonization.

Framings like these have a great deal to teach us about how Landrián’s work matters and is taken up in the present, and point towards important future investigations into ideologies of reception and retrospection. His work is imbricated in and inextricable from the definition and policing of the words “revolutionary” and “dissident,” and from the larger struggles over representation of the Revolution that haunt the historiography of Cuban documentary film.

The Uncanny Case of Reportaje

There are examples to support Zayas’ framing of the distinction between Alvarez-as-panfletero and Landrián-as-oracle, and there is also (at least) one case that resists this categorization. In Reportaje (1966, also known as Plenaria Campesina) his most didactic and cynical film, Landrián does teach from a position of knowing, and in a radically innovative way that deserves our close attention: applying the disjunctive techniques of Surrealism to the task.

In satirizing the official documentaries of the period that Lillian Guerra (Guerra 340)  has described as the “hyper-real” representation of the Cuban Revolution, Reportaje – itself a masterwork of constructed visual rhetoric – heartily embraces the rhetorical methods it proposes to critique, leading the viewer into a dizzying labyrinth of questions about subjectivity and political filmmaking, and disturbing our understanding of the documentary form.

Here, Landrián harnesses the seductive power of orchestration in the documentary context, inserting provocative staged enactments, unsettling asynchronies between sound and image, thematic music, slow motion and Foley sound effects into an allegedly simple “reportaje.” Even as it revels in its own ironic subjectivity and constructed-ness, however, at first glance Reportaje also presents a convincing realism; forcing the viewer to tread carefully in examining its truth claims, as the film systematically undermines any certainty about the historical record as recorded by ICAIC or the documentary form itself.  The claims for Landrián as a filmmaker who refuses to fix the meanings of his films in the ways typically associated with propaganda films may inadvertently do the filmmaker a disservice in this case, because Reportaje, which, on the surface, looks like his simplest effort, turns out, on closer scrutiny to be one of his most impressive, persuasive and formally complex orchestrations.

One of the most effectively destabilizing aspects of the artist’s orchestrated vision of these events, however, is that Landrián also problematizes the question of whether any of his own film is “true” in the way that has been claimed, in drawing our attention to the audiovisual constructions he uses to ensure that the viewer sees only what he sees. For all of its artistic beauty, reflexive experimentation and poetic elegance, the more he tampers with the sound and sequencing of the original footage in the service of imposing a single perspective, the more Landrián gleefully appropriates and subverts the traditional techniques and methods of the propaganda film.

A Note on Documentary and Strategies of Representation:

While we may understand that documentary, as a genre, is a complex negotiation between filmmaker and reality, the truth claim is still at the heart of most documentary work: i.e., that an unmediated truth has been captured because unscripted materials were observed happening in nature- and thus, the text built out of them is truthful as well (Godmilow qtd in Shapiro, 90). Beyond producing a description of the events, however, documentarians also have the rare opportunity to engage the audience in considering the politics and “ideological constructions that are buried in representations of history – constructions as basic and enduring as the oppositions good/evil, normal/abnormal, and the big one, us/them” (Godmilow qtd in Shapiro, 91).

Reportaje builds its passionate argument on a complex framing of the dichotomy between “us” and “them,” by creating a layered, polarizing tension between binary opposites. Landrian represents the us/them binary as “us,” (the campesinos, with whom the viewer is directed to identify), and “them” (the revolution, which the filmmaker represents as an external imposition). The us/them dichotomy is further developed in the sharp contrast Landrián draws between “official” culture (for him, a menace) and what he sees as an “authentic” rural culture.

In the form of the film itself, Landrian charges the tension between the constructed “us” and the constructed “them” in the discontinuity between sound and image that Marcel Beltrán has described as a masterful “semantic game between what is seen and what is heard” (Qtd in Valladares) which I will examine here in detail.

Landrián’s uses of discontinuity and asynchrony come directly from the Surrealist documentary tradition (Reyes) of appropriating the themes and disjunctive methods of the dream world to explore taboo subjects. Indeed, more than anything else, Landrián’s films function as the unconscious of Cuban cinema, in much the same way that our own dreams give us the opportunity to know aspects of ourselves that might normally remain hidden. It is fitting, then, that in this Surrealist documentary homage, Landrián’s principle strategy is one that psychoanalysis attributes to the dream work: the “splitting” of objects and affects into good objects of affection and bad objects of hostility; using thematic music and the entire range of tools of audiovisual communication to achieve his goals. These techniques deserve a closer look.

 El muerto delante y la gritería atrás

 The third film to utilize footage that Landrian shot in Oriente in 1965, Reportaje documents a revolutionary rite performed out in the Cuban countryside. Before the film begins, 90 seconds of jarringly discordant music over the opening credits set the tone for the viewer to expect a tense and unpleasant dramatic experience to follow. The incongruity between the 12-tone score and the pastoral imagery of the film creates a powerful surreal charge, jolting the viewer to attention. This is one of the forms of asynchrony that most characterizes Reportaje: the use of “anempathic” music (music of a different character than the images on the screen) in the classic counterpoint of sound and image as described by Eisenstein (Donnelly 34). Throughout the film, Landrián leverages this discordant musical score and dramatic pauses of silence to create a sense of tension and aversion to the events. Against this avant-garde soundscape, a group of villagers parades a coffin along a dusty road in imitation of a funeral procession. The modern score utilizing a piercing flute and harshly strummed piano is wildly at odds with the rustic country setting where signs of modernity are barely evident.

The sounds of footsteps marching on the dirt road are amplified over this sequence in a characteristic Landrián distortion of sounds[1]– his homage to Bresson. The grammar of film language suggests that we are hearing the sound of the action on the screen (the marchers marching), but this is one of the film’s many reflexive mis-directions. What we hear is not the sound of the group’s actual footsteps. The amplified marching is a Foley sound effect, added during post-production to dreamlike effect.[2] The orchestration of the soundscape forms a key rhetorical strategy at the film’s most impactful moments, here imposed over the edited images to suggest a solemn forced march.

Enactment is another of the key elements borrowed from fiction film in this sequence. According to interviews, the march was not planned as part of the day’s events, but Landrián wanted to show the mass of people marching together and they obliged in following his direction (Zayas).  It is one of several moments in which Landrián directs the campesinos to do what he wants them as if they are actors in a fiction film. (Contemporary viewers who might hope to mine the documentary text for evidence of how the campesinos felt about the revolutionary process in 1965 suddenly find themselves down a rabbit hole, realizing that everything we have seen and heard thus far is an orchestration: the march itself, the Foley sound effects, the emotional influence of the music, and the serious expressions of the campesinos who unexpectedly find themselves marching.) Even in this opening sequence, Landrián pushes so hard against the boundaries between documentary and fiction that we would be hard-pressed to locate them.[3]

The campesinos arrive at a gathering spot where fervent political speeches are delivered under portraits of Castro, Martí and Lenin. Meanwhile, the camera lures the viewer into a powerfully intimate, subjective encounter in a series of static shots: the campesinos are deadly serious– standing around looking suspicious and bored during the assembly, in contrast to the impassioned political rhetoric that appears not to move them in the slightest.

The rhetorical choice not to show what they are looking at (the speaker or the source of the sound) communicates the director’s absolute disinterest in what is being said. The static shots of the campesinos, by contrast, create an uncanny sense of portraiture, lingering to suggest that the artist has turned his camera to look deeply at what is important: the individual. This sequence also functions to create an extreme tension between sound and image. A young woman with a crucifix peeking out of her shirt shifts uneasily under Landrián’s penetrating gaze, accentuated by a long moment of complete silence as the camera registers the crucifix. Villagers look directly at the camera without expression. Positioned against the distorted sound of the speeches, these powerful images assert the extreme disengagement of the protagonists from the rhetorical context in which they find themselves. The unsettling disjuncture between what we see and what we hear during this sequence knocks the viewer off balance, into a state of profound unease.

By juxtaposing the triumphant charge of the spoken words with the disengaged and lifeless expressions of the campesinos, Reportaje satirizes the insertion of a complex political ideology into communities like this one. The ominous musical score accentuates a series of cuts backs and forth between the participants and the portraits of Castro, Martí and Lenin, painting the sequence with an exaggerated sense of menace and foreboding, as the revolution is reduced to nothing more than a disembodied voice and a few photographs, not even granted a living human presence. Through this rigorous orchestration of signs, Reportaje asserts that these iconic political figures, this rhetoric, have no valid connection to the onlookers. The campesinos, the film suggests, are just putting up with it.

In the orchestration of sonic and visual elements, Landrián deepens his layered dichotomous metaphor of us and them—the image is us, the people, with whom the viewer is led to identify. In this sequence, the sound is them, the disembodied outside force of the Revolution. Both the brash and unsettling musical score and the disembodied voice that delivers the political speeches are equated with the Revolution, and are represented in this sequence as violent, unwanted intrusions on an otherwise peaceful and bucolic setting.

K.J. Connelly has described how lapses in synchrony between sound and image in film create a powerful uncanny effect, “…the lack of synchrony between sound and images has to be characterized as potentially disturbing for the audience, perhaps even as moments of aesthetic and representational danger” (73). And indeed, from this point forward, Reportaje becomes a kind of manual of the various ways that asynchrony may be used to disturb an audience.

We hear the applause, but the corresponding image doesn’t show any of “us” applauding. Instead we only see onlookers staring in silence, unblinking. Landrián achieves this effect by masterfully inserting shots that are both asynchronous with (and contradict) the recorded sound.

The grammar of audiovisual communication dictates our understanding that we are watching the participants hearing what we hear. (“…sound appearing at the same time as image is often understood as a single event” Donnelly 76.) But a closer viewing reveals that the campesinos are not actually watching or listening to the speeches at the moments when they are shown to be doing so.

Editor Walter Murch forever changed how editors and viewers assess sequences like these, by teaching us to look for the blinks, the involuntary human reaction to cognition at the instant when a sound phrase like a sentence or a round of applause is comprehended (Murch 95). Reportaje asks us to believe that the campesinos were unmoved by the political rhetoric of the speeches, but also asks us to ignore that the onlookers do not display the autonomic physical reaction of human beings listening to the spoken word. Sound and image were recorded separately during this period, of course; but the filmmaker still had the option to show the source of the sound and/or to synch reaction shots to their moments. Here no one is shown applauding even though we hear applause, and this counterpoint creates a meaning for the viewer.

These discontinuities indicate that the images used here as reaction shots may have been filmed throughout the event and then re-ordered during the edit to suggest reaction.  Ultimately, we can’t ever know the full spectrum of truths of that moment of fifty years ago; of who applauded or how they felt about it. We can only look closely at the powerful impact of the construction: a reaction shot in which no one reacts. The juxtaposition suggests that the actors have agency and choose to remain impassive, but that meaning is not revealed through a simple act of observation. It is the director who creates that meaning through this masterful use of asynchrony between sound and image.

There are several moments in which the film lets its seams show—allowing us to see that the director is intentionally orchestrating the formal elements of the film to advance his poetic vision. The assembly culminates with the campesinos symbolically burying their ignorance, as they set the coffin and effigy of “Don Ignorancia” ablaze. These are the only moments during the film in which Landrián lets us hear the natural, animated chatter of the people’s voices, a sound fragment that stretches across two visual sequences. In contrast to the disinterest proposed in the earlier “speeches” sequence, now we both hear and see the young people crowding around the coffin, excited for the fiery finale.  Landrián doesn’t allow the viewer more than a moment of respite to register and enjoy the enthusiasm, however. He imposes the revolution’s ominous thematic music over the young voices, bringing the score to a chilling crescendo.

 El muerto al hoyo y el vivo al pollo

 The arresting image of the burning effigy melts seamlessly into the following sequence: suddenly the tension dissipates and we are allowed to relax into the ambient noise of a sunny afternoon among friends. The change in tone offers a welcome relief after the extreme tension of the previous sequence. The official ritual is over, and strikingly, the campesinos are suddenly more at ease as a party breaks out, with sandwiches and music and dancing. We witness a ballet of hands; hands making sandwiches, hands passing sandwiches, hands stuffing sandwiches in mouths, hands pouring drinks, hands playing instruments. Easy, familiar, organic movement.[4]

Suddenly, people are smiling, and the camera lingers on the faces and the bodies of the dancers, who move slightly but increasingly out of sync with the rhythm of the music.  The camera closes in on the fixed gaze of one young woman as the ominous musical score returns one last time, crashing in on any momentary sense of security we may have achieved, as the sequence dissolves into slow motion, a body almost in trance. The two musical themes (that of the revolution and that of the people) overlap in dissonance, until the music of the people is eclipsed by that of the revolution; but still the body of the dancer moves unstoppably, uncannily, in time to the rhythm of the changüi. Her fixed look directly at the camera seems to suggest: you can impose another culture on top of this one, but this authentic rhythm is in the Cuban body; this music, this rhythm, is the nature of this body (read: nation), and it will endure.

his extreme use of asynchrony culminates in the film’s most potently disturbing moment. K.J. Donnelly has described the effect that the cognitive dissonance of asynchrony between sound and image has on the nervous system, provoking extreme anxiety in the viewer (11, 84) and achieving an alienating Brechtian effect. This is combined with the other jarring and unexpected aspect of the sequence: the fixed stare of the dancer into the lens of the camera to suggest that the image tells the truth of the contradiction. During the filming, Landrián directed the villagers as actors in this sequence— moving through the middle of the dancing with the camera, yelling “Mirame! Mirame en los ojos! No deja de mirarme!” in pursuit of his vision (Reyes);[5] and in staging the action and then editing to create an extreme tension between image and sound, Landrián does effectively communicate his poetic vision of these events. From his point of view, these two cultures are out of sync in every way. Here, in the food and music and dance, he suggests, is an authentic rural Cuban culture.[6] The revolutionary overlay, after Landrián’s cynical revision, is positioned as a dangerous spectacle.

 Fin…pero no es el fin

 In crafting the formal elements at his disposal to create a sense of contradiction between official discourse and individual experience, Landrian also provokes innumerable enduring questions and contradictions for the viewer, without offering a sense of resolution. Instead he offers us a final provocation in the form of a title card describing reportage as an informational genre currently of enormous importance. In general, it provides a vivid account of an event or reality that is studied and exposed.

This final irony resists closure of any kind. In Reportaje, Landrian disrupts the official narrative of the revolution, leaving us little room to feel anything other than the discomfort he feels. The film’s many subjective orchestrations effectively communicate his vision, but also deny us any possibility of drawing alternate conclusions or of seeing the event for ourselves. We are left unsure of what we would have seen had we been present. Ultimately, since Landrián both adopts and exposes the power of documentary film to construct history in Reportaje, our primary task is to look carefully both at the film’s constructions and at how we project onto them. The difficulty arises only when viewers accept the information uncritically as if the film were unmediated visual evidence of a historical moment.

With the final provocation of the title card, Landrián troubles our understanding of the nature of documentary evidence itself —leaving us with nothing firm or certain to grab onto except for the certainty that there are many truths to a historical moment and many ways to tell them. Fin…pero no es el fin.

Note: This article was originally published in “Guillén Landrián or filmic confusion.” Julio Ramos and Dylon Robbins (eds.) Leiden: Almenara, 2019.

 Works Cited

 Barriga, Susana. Personal Interview. 5 Jul. 2013.

Donnelly, K.J., Occult Aesthetics: Synchronization in Sound Film. Oxford: Oxford University Press, 2014. Print.

Guerra, Lillian. Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption and Resistance, 1959-1971. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2012. Print.

Murch, Walter. In the Blink of an Eye: A Perspective on Film Editing, 2nd Edition. Los Angeles: Silman-James Press, 1988. Print.

Dean Luis Reyes. “La mirada del otro: el documental surreal de Nicolás Guillén

Landrián.” Paper delivered at the LASA International Congress, May 28, 2015.

—. Personal Interview. 5 Jul. 2013.

—. “Nicolás Guillén Landrián: El iluminado y su Sombra” Miradas, No. 7. Publication

 Date? Web. 15 May 2015.

Shapiro, Ann Louise. How Real is the Reality in Documentary Film? Jill Godmilow, in Conversation with Ann-Louise Shapiro.” History and Theory 36, no. 4 (1997): 80-102.

Valladares, Lisandra Puentes. Interview with Marcel Beltrán. Cubacine Website. 24

 Apr. 2015. Web. 15 May 2015.

Zayas, Manuel. Personal Interview. 16 Feb. 2015.

[1] This technique is used masterfully in Taller Linea y 18 in which machine sounds are edited to unsettling effect.

[2] Sound designer and Foley artist Bill Toles was kind enough to analyze the sequence. He explained that a sound designer can hear that the Foley effect was recorded in an enclosed room with three or four people walking in place over gravel, captured by a microphone in a fixed position. According to Toles, the sound of the large group of people walking outside in a wide open space would have made an entirely different set of sounds.

[3] This is not to suggest that the portrayal of political disaffection in Reportaje is “untrue,” but rather to illustrate that the film’s meanings are carefully constructed to enroll the viewer in the director’s vision and require equally careful scrutiny.

[4] Here, again, the debt to Bresson is striking.

[5] Some critics have suggested that the dancers look uncomfortable in the sequence because of the performative nature of the revolutionary ritual, but we might also have to consider the presence of a very large, wild-eyed stranger running through the dance floor with a camera yelling “mirame en los ojos!” as a contributing factor.

[6] Although this, too, is a construction. The music we hear is not the music the musicians are playing, but a recording done in a studio at another moment.

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Affective Landscapes in Recent Cuban Cinema: A Brief Survey from the Diaspora*

* Some of the ideas that appear in this text will appear in a monograph about diasporic Cuban cinema that the author is currently writing.

By Zaira Zarza

Still from A media voz

In current times, Cuban filmmakers are experiencing and interpreting the affective and emotional significance of exile in different ways. Melinda Meyer DeMott defines “emotional exile” as when emigrants can legally return to their country of origin, but due to the radical cultural shifts they undergo while living in exile, they feel that it would be emotionally impossible for them to return. [1] Using this notion as a starting point, I believe that the different types of affective exile for Cubans today do not necessarily entail physical displacement or the impossibility of returning to their place of birth. On the contrary, they consist of different psychological and emotional states that vary in intensity and reach, ranging from trauma, pain, and living without a sense of future direction at home to the joy of experiencing individual ideas of freedom somewhere else. They can include feelings of anxiety, powerlessness, and disappointment in the face of political and socioeconomic crisis or the excitement of finding solidarity in diverse communities coming together in a shared fight for social justice. These states and spaces are not specific to the often fluctuating and multi-located ideas of “homeland” and “receiving society.” They can also be found in cyberspace through social media and other online locations. What we can say for certain is that, in Cuba’s case, the many kinds of physical, emotional, and economic self-uprootings have grown exponentially in recent years.

Since the arrival of the new millennium, interest in studying affects, emotions, feelings, and sensations has increased among academic thinking and research in the humanities and social sciences. Affect as a space for thought and action is characterized by its inherent ubiquity. Nothing exists that does not traverse human relationships or come from a place marked by affect or that generates an affective response. The Argentine professor Cecilia Macón has observed that one of the issues highlighted by this phenomenon is that there is no such distinction between emotion and reason. Emotions do not degrade the logic of arguments, but rather make up a fundamental part of our participation in the public sphere. They can legitimize oppression or, inversely, become gestures of emancipation, but they are an unavoidable part of debate, agency, public order, and collective action. [2] The philosopher Baruch Spinoza was already studying the nature and origin of affects in the 17th century, [3] and some of his followers, Brian Massumi among them, distinguish between affect and emotion, understanding the first as an intense experience that underlies intention and leads to emotion. [4] For the feminist Sara Ahmed, on the other hand, the analytical distinction between sensation or affect and emotion runs the risk of separating emotions from the lived experiences of being and having a body. [5] In this sense, the schism between affect and emotion requires re-examining the oppositional fallacy of nature vs. culture that ignores the overdetermined aspect of bodily processes. [6] Ahmed is interested in the enormous possibilities of societal action mobilized by emotions like pain, shame, fear, and disgust. From her feminist and queer perspective, Ahmed, along with Canadian academic Anne Cvetkovich, is opposed to the so-called “affective turn.” They are in agreement that, taking into consideration the long history of feminist and queer struggles and their interest in the politics of the body, biopower, and intimate, domestic, and everyday spaces, the apparent new turn toward emotion, affect, and sensation is nothing new under the sun and has been alive and active for a long time. It is from this emotion-centered angle that I have been leading a years-long research project on diasporic Cuban cinema or cinemas.

In 2011, I left Cuba to begin a doctoral program at Queen’s University in Canada. After spending years as an international student, postdoctoral researcher, and contract worker, I decided to stay. Under an auto-ethnographic lens, my dissertation was focused on the work of first-generation Cuban émigrés that have been living and working outside the Island since 2000. The seminal book by Iranian academic Hamid Naficy, An Accented Cinema: Exilic and Diasporic Filmmaking, helped me understand that these young Cubans were telling diasporic stories of displacement and integration. While deeply intertwined, Naficy’s notions of cinema of the exile and diasporic cinema are distinct. In his view, diasporic cinema tends to be more aesthetically experimental and focused on the networks of hybridity and mobility born of the migration process. Filmmakers’ relationship with their place of origin is mainly expressed in a suggestive way, and the filmmaking process is collective both in origin and destination, feeding a sense of communal memory. Given that diasporic consciousness is horizontal and multi-located, diasporic cinemas are symbolically and materially linked not only to their homeland but also to native and migrant communities in their receiving countries. Furthermore, introspective narratives and self-representation strategies are regularly used to highlight the creator’s stance and the first-person perspective of a cinematic work.

According to Naficy, cinema of the exile is more traditional in terms of aesthetics and story line. There is an obsession with the homeland, since filmmakers face the impossibility of returning and, therefore, feel an intense desire to do so. Their relationship with their place of origin is produced in strictly political terms and addresses issues where duality and polarity are highly relevant. Narratives of looking back, loss, and absence and the tendency of filmmakers to portray the place of their birth and other people besides themselves are often found in these films. The resulting films also tend to be feature-length works created by acclaimed directors. Naficy writes that the work of diasporic filmmakers is expressed more in terms that are strictly artisanal rather than political. Their films are more accented than those made by exiles due to the plural and performative nature of identity. While films of the exile are accented mainly by binarism and subtraction, diasporic films are accented more by multiplicity and addition. [7]

A decade ago, this analytical framework functioned well as a way to dissect what was happening in the cinematic panorama of the Cuban diaspora at the time. But the case of the most recent Cuban exiles is different than the “traditional” exile experience that we historiographically divided into three waves of migration in the 20th century: the one in the early 60s during the first years of the Revolution; later, the widely stigmatized Mariel Boatlift in 1980; and lastly, the balsero crisis that reached a climax in 1994 after the fall of the Berlin Wall, the disappearance of the socialist bloc, and the crisis of the Special Period. These and other more recent departures and arrivals, for example, complicate the definition of Cuban-American identity, which is heterogeneous and often misinterpreted.

It has been extensively studied how the 21st century has been witness to ongoing exoduses, both voluntary and involuntary, temporary and permanent, in relation to globalization, advances in technology, communications, and transportation, violent conflict, and the COVID-19 pandemic. In Cuba, these displacements have reached an apex in the last few years with a new “migration stampede,” as it has been referred to in several media outlets, or as the academic Jorge Duany called it, “a Silent Mariel” due to its gradual onset and the contrast between its discreet coverage in official media and its conspicuous presence on social media. [8] This migratory era is characterized by new routes that include initial arrivals to Guyana, Nicaragua, and Russia, since Cubans can enter these three countries without costly and burdensome visa application processes. Now these countries have developed an entire network of economies to support human trafficking.

The peak of this “fourth wave” came about in the context of a worldwide pandemic and general structural crisis brought on by, among other things, the long-awaited economic reform in Cuba. This reordering led to the consolidation of the currency, runaway inflation, and devaluation of government salaries. These precarious living conditions have made the majority of Cuban families dependent on remesas (remittances sent by family living abroad), and the country’s population is soon going to become one of the oldest in the world. 

A series of political events also led to this Silent Mariel. For some recent migrants, everything began in May 2019, when around 300 members of the LGBTQIA+ community, activists, and allies took to the streets to protest the cancelation of the “Conga contra la homofobia” (“Conga Against Homophobia”), an event organized by the Cuban National Center for Sex Education. [9] Months later, the violent interruption of the hunger strike organized by the San Isidro Movement led artists, musicians, scientists, journalists, and academics to gather in front of the Cuban Ministry of Culture building to criticize the government’s increased repression and censorship of citizens. During this peaceful protest, the group of intellectuals known as the 27N Movement denounced the surge in repression in Cuba and demanded a seat at the table where decisions were being made concerning the production and circulation of their art. But their presence was considered a provocation, and the authorities ignored their requests for dialogue and transparency in the spirit of civic reconciliation. Three months later, a smaller group gathered once again at the entrance of the Ministry of Culture, but received no response. Lastly, the mass protests on July 11, 2021 stirred up new and intense controversies about the future of Cuba.

Before and during these events, many filmmakers were already experiencing, both professionally and personally, a kind of affective exile—or internal exile—within the Island’s geographic borders. This was the case with Claudia Calviño and Carlos Lechuga, now based in Spain, and the teams behind Santa y Andrés (Santa & Andrés) (2016) and Vicenta B (2022) that have been making affectively exiled films for years in Cuba. Censored by the authorities that regulate public movie theaters in Cuba, both films are odes to political outsiders and historically marginalized characters. The first film centers on the friendship between a lonely woman employed at a state-owned farm and a gay writer that lives in relative isolation due to his dissident stance vis-à-vis the government. Vicenta B follows an Afro-Cuban santera that loses her faith and the ability to communicate with the Orishas after her only son leaves the country. Her story is an ode to the strength of our mothers and all the maternal figures that we have left behind in our diasporic journeys. Even though the film’s producer, Claudia Calviño, does not consider herself an exile, she does attribute her resettlement abroad to political reasons. Films like Sueños al pairo (Dreams Adrift) (2020) by José Luis Aparicio and Fernando Fraguela and Nadie (Nobody) and Corazón azul (Blue Heart) by Miguel Coyula, met a similar censored fate in Cuba.

For many of these filmmakers, emigrating at this stage of life is, on the one hand, a positive thing because they have enough life experience to help them become integrated in their receiving societies. Despite the obstacles, they built their careers in their social and cultural comfort zone, in their own backyard. At the same time, emigrating is very difficult after these personal and professional journeys, because there is so much more to let go of. As radicalization on the Island intensifies, some filmmakers are not permitted to return, but many of those who are able to decide not to or only return because of family commitments. The translational networks for the future in Cuba that were established—and projected—during the fruitful Obama era have become drastically reduced or completely paralyzed. While Cuban émigré filmmakers enjoy the privileges of wider access to essential goods and freedom of expression, they experience a kind of subaltern condition intensified in the diaspora, as finding a voice and a space in another country often requires new skill sets to break into foreign film industries: financing agencies, film festivals, distribution channels, etc. Meanwhile, a set of works—forgotten or ignored by the majority of academic analyses of Cuban cinema—has come to the surface to enrich the creative panorama of the Cuban transnation or “Greater Cuba” as Ana López so brilliantly describes it [10]

For example, the documentary A media voz (In a Whisper) (2019) by Patricia Pérez and Heidi Hassan addresses the aesthetics of border crossing through an epistolary and archivist treatment that explores the role of friendship, the place of memory, and the filmmakers’ irrevocable love for cinema when they are reunited and join creative efforts fifteen years after leaving Cuba. Hassan and Pérez had different experiences of migration. Patricia’s path included an illegal border crossing. Her last flight out of Cuba led to her living for years as an undocumented immigrant in Spain. Like a nomad, she went from market to market using stereotypes of cubanía (Cuban-ship or Cuban-dom) like making mojitos and dancing salsa to earn a living. In this sense, the filmmakers remind us how these moments of departure are an affective and a bodily experience. Heidi’s transition from Cuba to Switzerland is portrayed allegorically when we see her swimming one day in the Caribbean Sea and later emerging from underwater in her bathtub in Geneva. Although more realistically portrayed, Patricia’s border crossing remains tactile and embodied in one of the key moments of the film that recounts her road trip from Holland to Spain.

The Cuban filmmaker Luis Alejandro Yero speaks about “networks of affect” as a fundamental aspect of his films. He explains that, with the new dynamics of the film industry, much of the artisanal cinematographic work among colleagues has been lost. And, when films are made without major financing, this artisanal work among friends has a different kind of materiality that allows for lightness, greater freedom, and not being accountable to anyone. In this way, these films can compete in the same spaces as others that cost 10 million euros to make. Yeto recognizes that his level of mobility is a privilege that allows him to tell these stories and create these networks. His analysis is very close to what Anne Marie Stock recognized as street filmmaking in a prior generation of Cuban filmmakers including Arturo Infante, Pavel Giroud, and Lester Hamlet, who had to work in close collaboration without support from Cuba’s film institute that had backed the majority of films produced in the country since 1959.

La opción cero (Option Zero) (2020) by Marcel Beltrán investigates the critical role of digital technologies and social networks as a survival mechanism for émigrés and a vital tool for interstitial storytelling. The film portrays the risky journeys that Cuban refugees undertake to attempt to enter the United States and seek asylum, crossing borders from Guyana to Brazil and going through Colombia and Panama. A story such as this will not be found any time soon on official public screens in Cuba. Loud and Clear (2016) by Daniellis Hernández shows women refugees that live somewhere in between legality and justice in Germany; the director works with the social justice organization Women in Exile to document the resettlement of political refugees, mainly Black African women, in their receiving societies. Lastly, the balance between intimacy, social life, and political struggles lies at the center of Otra Isla (Another Island) (2014) by Heidi Hassan, a film about Sabina Martín Gómez, a migrant “woman in white” that reaches Spain as a political refugee and ends up homeless, living on the streets for eight months as her seven-member family camps out in front of the Ministry of Foreign Affairs as a sign of protest.

Queer and Black lives in exile have been affectively portrayed on screen in films such as Llamadas desde Moscú (Calls from Moscow) by Luis Alejandro Yero, where undocumented gay Cuban migrants live in the physical and digital realms between Cuba and Russia. In the same way, the film Sexilio (Sexile) (currently in production) by Lázaro González shows how the Mariel Boatlift was also an important queer migration instigated by institutional and state-sanctioned homophobia. Sexilio, a living counter-narrative archive, uses cinematographic devices to portray the trauma and erasure of thousands of queer Cubans that were expelled from their country in 1980. This hybrid investigation highlights the extent to which racism, homophobia, the difficulties of resettlement, and the AIDS epidemic were cruelly intertwined with the longed-for freedom of the Marielitos.

Aida Esther Bueno Sarduy, with her film Guillermina (2019), opens the trilogy titled “Referencia biográfica: afrocentramiento y emancipación de la mirada de las mujeres negras” (“Biographical Reference: Afro-Centering and Emancipation of the Viewpoint of Black Women”) that follows the stories of the enslaved women Anna Borges do Sacramento and Joaquina de Angola, among others, who fought to obtain their freedom in Brazil. Guillermina uses animation and archival footage to recreate the memories of separation and yearning of a white exile raised by a Black woman domestic worker in Havana in the 1950s. Pieza inconclusa para Martha Ndumbe (Unfinished Work for Martha Ndumbe) (2023) by Daniellis Hernández is a poetic, political, and intimate film that seeks to reveal and reconstruct the hidden and fragmented story of an Afro-German woman that lived in Berlin in the 1930s and died in a Nazi concentration camp. The list of films and affects goes on.

In March 2023, with the support of the French Embassy in Cuba and its program “Fondo de Solidaridad para Proyectos Innovadores (FSPI) – Apoyo a nuevos cines y a la industria cinematográfica cubana” (“Solidarity Fund for Innovative Projects – Support for New Cinemas and the Cuban Cinematographic Industry [FSPI]”), the Casa Velásquez in Madrid hosted a gathering of Cuban filmmakers. The event brought together over thirty directors and producers based in Spain. [11] Apart from identifying concrete opportunities with European co-producers, these artists and filmmakers gathered and recognized themselves as part of a new diasporic community. In her talk as a guest speaker, Heidi Hassan proposed transforming the double negative of “neither from here nor there” into a more inclusive alternative: “both from here and there,” a wider, more plural, and multi-located interpretation of Homi Bhabha’s [12] idea of in-betweenness or W.E.B. Du Bois’ concept of double-consciousness that Paul Gilroy took up later in his analysis of the Black Atlantic. [13]

While some of us are currently living in affective exile, some are sick of waiting for changes that never come, and others are convinced that there was little to be expected in the first place, many Cuban émigrés are experiencing the emotional, psychological, and material cost of our departures, and we are learning to understand the impermanence of belonging and the constant search for home not as a threat but as a possibility. This ambivalence has inspired and will continue to inspire extraordinary intellectual and creative work born from this discomfort zone, an essential component for developing transcultural, translinguistic, and sociopolitical knowledge. Finally, the diasporic condition and the affective nature of those experiencing exile can create a more complex sense of citizenship and rhizome-like narratives of home, being, and becoming.

Zaira Zarza is a professor of film studies at Université de Montréal and has worked on programming for the Toronto International Film Festival and the Cartagena Film Festival. In 2019, she directed the Latin American Studies Association (LASA) Film Festival in Boston. Her research encompasses economies, narratives, and archives of the cinema of Latin America and the Caribbean and their diasporas.

[1] Melinda. A. Meyer DeMott: “Expressive Arts: A Group Intervention for Unaccompanied Minor Asylum Seekers and Young Adults,” in Elizabeth M. Altmaier (ed.): Reconstructing Meaning After Trauma, Academic Press, San Diego, 2017, p. 159. 

[2] “PALABRAS EN LLAMAS: Sara Ahmed presentada por Cecilia Macón” (“WORDS IN FLAMES: Sara Ahmed presented by Cecilia Macón”), Dcember 27, 2022, <https://www.youtube.com/watch?v=2tjLj0c33y4>. 

[3] See Baruch Spinoza: Ethics: Proved in Geometrical Order, translated by Michael Silverthorne and edited by Matthew J. Kisner, Cambridge University Press, 2018. 

[4] For Massumi (2015), affect is an aspect of life that is process-oriented, relational, and intersectional. It is managed through our bodies and taps into our inherent capacity for transformation. It is an open treshold of potential (Brian Massumi: Politics of Affect, Polity Press, Cambridge, 2015, p. 3) that occurs in all of our interactions, no matter the scale. Emotion, on the other hand, is a partial expression of affect that resorts to a limited selection of memories and only activates certain reflexes or tendencies. Similarly, Eric Shouse suggests distinguishing between the two terms when he asserts that affect is not a personal feeling. Feelings are personal and biographical, whereas emotions are social. Affects are pre-personal. An affect is an unconscious, intense experience that cannot be fully expressed in language because it is always prior or external to consciousness. An emotion, on the other hand, is the projection or display of a feeling. (Eric Shouse: “Feeling, Emotion, Affect”, M/C Journal, vol. 8, n.o 6, 2005, <https://journal.media-culture.org.au/index.php/mcjournal/article/view/2443>. 

[5] See Sara Ahmed: The Cultural Politics of Emotions, Edinburgh University Press, 2004, p. 40.

[6] Clare Hemmings, quoted in Sara Ahmed: The Cultural Politics of Emotions, Edinburgh University Press, 2004, p. 12.

[7]  See Hamid Naficy: An Accented Cinema: Exilic and Diasporic Filmmaking, vol. 1, Princeton University Press, Princeton, NJ, 2001, p. 14.

[8] Jorge Duany in Lioman Lima: “‘Es un Mariel silencioso’: los miles de cubanos que usan Nicaragua como ruta para llegar a Estados Unidos” (“It’s a Silent Mariel: The Thousands of Cubans that Use Nicaragua as a Route to Get to the United States”), BBC Mundo, March 22, 2022, <www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-60788280>. 

[9] “Cuba Cancels Annual Conga Against Homophobia March”, May 8, 2019, BBC News, <https://www.bbc.com/news/world-latin-america-48199835>. 

[10] Ana López: “Greater Cuba”, in Chon A. Noriega and Ana M. López (eds.): The Ethnic Eye: Latino Media Arts, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1996, pp. 38-58.

[11] “Encuentros profesionales de cineastas y productores cubanos en España” (“Professional Gatherings of Cuban Filmmakers and Producers in Spain”), February 23, 2023, French Embassy in Cuba, <https://cu.ambafrance.org/Encuentros-profesionales-de-cineastas-y-productores-cubanos-en-Espana>.

[12] According to Bhabha, these in-between spaces “provide the terrain for elaborating strategies of selfhood – singular or communal – that initiate new signs of identity, and innovate sites of collaboration, and contestation, in the act of defining the idea of society itself” (Homi Bhabha: The Location of Culture, Routledge Classics, London and New York, 1994, p. 2).

[13] See Paul Gilroy: The Black Atlantic: Modernity and Double-Consciousness, Harvard University Press, Cambridge, MA, 1995.

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“We were better off against the ICAIC.” A Brief and Imagined Categorical Map of Recent Cuban Cinema

By Walfrido Dorta

Still from Mafifa

The sentence that serves as the first part of the title of this text is (almost) obviously ironic (it’s a distortion of what Manuel Vázquez Montalbán said about Francoism). The quote cannot be attributed to any filmmaker or film critic, but we can imagine a moment in which it might be said. It is a hypothetical moment (less and less far off into the future) when we will be overcome with nostalgia for the full and straightforward existence of an enemy to oppose and create discourses against; an adversary that guarantees heroic feats and provokes partisan narratives. An antagonist like this also provides readily accessible dichotomies to organize the reception of film-related discourses (institutional cinema vs. independent cinema; national cinema vs. diasporic cinema, among others) that give us the peace of mind that everything is in its place, on one side or the other of the political, cultural, and imaginative spectrum. Many Cuban films have been made with the internalization of these dichotomies as a starting point. The circumstantial need to internalize these extremes and to produce partisan narratives cannot be denied; it would mean ignoring a certain historic and symbolic “truth.” But we can certainly desire and imagine a landscape in which these dichotomies are less and less useful for giving an account of the state of Cuban cinema. Such a landscape can be imagined and desired right now, thanks to narratives, imaginaries, latencies, and glimpses of it.

While certain dichotomies could continue to be of use (as long as examples can be found of films that fit on one side or the other of these extremes) and facilitate the construction of a critical discourse, ideally the Cuban cinematic imagination and the criticism that analyzes it would detach themselves from these dichotomies and fly their proverbial coop. It is not that leaving dichotomies aside will eliminate the circumstances that led to them (the hegemony of the Cuban film institute [Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC]; censorship; punitive laws and regulations; laws that offer a certain air of openness and aim to guarantee financial support while screening for ideological compatibility; etc.); rather, it is that these circumstances have been substantially and rapidly changing in recent years. The symbolic institutional capital of the ICAIC is in a state of utter crisis, as many have argued. The migration of the majority of young Cuban filmmakers is ongoing and expanding. The lack of public spaces to show Cuban films is acute. The symbolic and physical places where film-related discourses are produced have multiplied along with the imaginaries of these films, bursting through the seams of the dichotomies.

I agree with the assessments of Dean Luis Reyes and Ángel Pérez, two of the most notable critics of recent Cuban cinema. Reyes has pointed out that it is “a cinema that would like to spend less time obsessing over the intellectual elite in order to offer a concept of a nation” and, instead, “produces personal poetics, films that are small but intensely focused on self-expression and experimenting with language.” He asserts that it is a cinema that is transnational, delocalized, diverse, and nomadic, from a referential and ideological point of view. [1] Pérez has maintained that the Cuban directors in the 21st century “operate with the idea that film is an incarnation of their own truth.” [2] 

I salute the desires of a filmmaker like Carlos Amílcar Melián, [3] director of the unsettling El rodeo (The Rodeo) (2020) as well as writer of the no less unsettling Tundra (2021), directed by José Luis Aparicio, and the excellent documentary Mafifa (2021), directed by Daniela Muñoz Barroso. They are difficult and challenging desires: “I’m looking for something with a complexity that is not dependent on nor an accessory to the theater of Cuban political operations” and that does not have “a high degree of thematic dependence on [Cuba’s] political legacy.” Melián says that the films made by his colleagues Aparicio, Muñoz Barroso, and Carlos Quintela are born out of “the dribbles from the Cuban authorities’ field of influence.” 

As part of this desired landscape, which is becoming more of a reality rather than a mirage, seeking broader distribution of this type of cinema will be necessary. Cuban filmmakers should mobilize so that their work is accessible to a wider audience. To create an audience beyond a handful of interested academics and critics, we have to multiply the channels where people can access these films. I am fully aware of the need to earn back the financial investment required to make a film, especially when it is not a commercial one. I am also aware of the timelines and agreements required for showing films outside of festivals, but today there is rapid access to audiovisual materials. The average viewer’s audiovisual consumption memory is very short because they are constantly bombarded by offerings. This day in age, the number of recent Cuban films available via streaming services (at least in the United States) is negligible. There is no reasonable explanation for having to wait to see a film made in 2021 or 2022, for example. Under current conditions, the audience for these films is rather small; it is often limited, as I said before, to critics and academics, who make up an important but very small-scale audience.

I would like to imagine this categorical map of recent Cuban cinema as an exercise that helps to dismantle the dichotomous topography. It is brief and accidental, because it comes out of an inspection of the films that is itself accidental.  It is provisional, because it is as transitory as the cinema of which it speaks. It is modular and has moving parts, like an imaginary Erector set.

    • Deficient testimonies, crisis of perception. Disappoint expectations of documentaries. Boycott the supply of documentary truths. Manifest sensory insufficiency. “With memories I complete a few sounds that come to me from the world;” “I reconstruct sounds that are out of earshot;” “my ear stops wanting to hear [in the silence]” (Mafifa, Daniela Muñoz Barroso, 2021). Turn absence into plenty. “The complete woman remains absent” (Mafifa). Walfrido Larduet, lost in hallucinatory landscapes, with no trail to follow, is looking for a woman that he isn’t sure exists (Tundra, José L. Aparicio, 2021).
    • The strange. “That which should not be there” (Mark Fisher: (“Lo raro y lo espeluznante” (“The Strange and the Terrifying”), p. 12). The giant slimy creatures in Tundra. The elusive inhabitants of the ruins in El proyecto (The Project) (Alejandro Alonso, 2017).
    • Orientalism, as in Cuba’s Oriente. Returning to the Cuban Oriente. Denaturalize it, take its epic nature down a notch, get closer to it. Mafifa; El rodeo (Carlos Melián, 2020); La música de las esferas (The Music of the Spheres) (Marcel Beltrán, 2018); Entre perro y lobo (Between Dog and Wolf) (Irene Gutiérrez, 2020); Limbo (Rafael Ramírez, 2016). “For me, it’s a place where I can dream things up” (Carlos Melián).
    • Ghost, specter, otherworldliness. The wandering and hard-to-grasp specters and the ghostly, voiceless discourse in El proyecto. The phantasmagorias of the broken-down ships in Abisal (Abyssal) (Alejandro Alonso, 2021). The shadows on the walls inside the ships. The mist that absorbs everything and the “ghosts in the void” in Diario de la niebla (Diary of the Mist) (Rafael Ramírez, 2016). The hazy and ghostly memory of the absent uncle in El hijo del sueño (Son of a Dream) (Alejandro Alonso, 2016). The characters in El rodeo. The war veterans in the afternoon and nighttime in the Sierra Maestra mountains (Entre perro y lobo).
    • Hieratism-subjectification. The defeated faces of the veterans and the faces of the people listening to a blind man sing in Entre perro y lobo. The faces of the musicians and the people listening to them in the final sequence of Los perros de Amundsen (Amundsen’s Dogs) (Rafael Ramírez, 2017). The faces on the two elderly people in Los viejos heraldos (The Olden Heralds) (Luis A. Yero, 2019). The faces and dialogue in El rodeo. The silent faces of the parents in La música de las esferas. The faces in Limbo. Produce subjectification from a place of disjuncture and disidentification, from a place of foreignness.
    • Self-absorption, oneirism, estrangement, denaturalization. Break the parasitic bond with what is real. Randomly shuffle the territories of hallucination. Inject a virus into the most important masters. Replicate altered states. Walfrido Larduet looks at the ceiling and thinks he sees a giant slug with tentacles (Tundra). The religious leaders of the Oriente count their dreams (Limbo). “Your compositional apparatus is based on an unutterable flow of discourses, on dilapidated territories of language” (Los perros de Amundsen). “The mist cancels out this territory every night and vomits it up the next day” (Diario de la niebla). 
  • De-allegorization. De-signalize reception and interpretation via the interruption or suspension of the allegorical narrative and the introduction of secrecy and obscurity. A work to counter the “paranoid reading” (Laura-Zoë Humphreys, Fidel Between the Lines, p. 88). Tundra; El proyecto; Abisal; Limbo; Los perros de Amundsen; Diario de la niebla.
    • Secrecy, obscurity, mystery, silence. Refuse the logic of revelation. Gladys Esther Linares Acuña’s enigmas of identity in Mafifa. The spatial enigmas of place in El proyecto. The enigmas that Walfrido Larduet cannot comprehend and the worm creatures as enigmas in Tundra. Akira Nimura’s psychological enigma and the wolf’s perpetual evasion in Los lobos del Este (The Wolves of the East) (Carlos Quintela, 2017). The escape from psychologism and the obscurity of the characters in El rodeo. “The dragon wings where the secret was deciphered for me” (El proyecto).
  • De-archiving, exposure to the elements. Interrupt the archive’s “force of law, of a law which is the law of the house… as place, domicile, family, lineage, or institution” (Jacques Derrida, Archive Fever, p. 7). Uproot the residency of the realist and allegorical archive. Venture out into the elements to be symbolically exposed to them, with no enemy at hand. Refuse the possibility of being archived and recorded under the power of the archons (Derrida). Los perros de Amundsen; Las campañas de invierno (The Winter Campaigns) (Rafael Ramírez, 2019); Diario de la niebla; El rodeo; Tundra.
  • The terrifying. The “landscapes partially deprived of human elements” (Mark Fisher, Lo raro y lo espeluznante, p. 13). A terrifying sensation arises “if there is a presence when there should not be anything there, or if there is no presence when something should be there” (ibidem, p. 75). The uninhabited hallways in El proyecto. The creatures in Tundra.
  • Minimalism.

Amish Territory, July 2024.

Walfrido Dorta is an essayist, critic, and professor at Susquehanna University. He has published essays and articles in cultural and academic magazines and books in the United States and Latin America. His most recent texts analyze Cuban amateur and exploitation cinema.

[1] See Dean Luis Reyes: “Una muestra de cine cubano en Alemania” (“A Showcase of Cuban Cinema in Germany”), Rialta Magazine, July 25, 2022, <https://rialta.org/una-muestra-de-cine-cubano-en-alemania/>.

[2] See Ángel Pérez: “El nombre de un acontecimiento: cine independiente cubano” (“The Name of a Happening: Cuban Independent Cinema”), Rialta Magazine, October 6, 2020, <https://rialta.org/el-nombre-de-un-acontecimiento-cine-independiente-cubano/>.

[3] See Dean Luis Reyes: “El rodeo o la invitación a poblar un gran solar que permanece vacío. Entrevista a Carlos Amílcar Melián” (“The Rodeo, or An Invitation to Settle an Immense Lot that Remains Empty: An Interview with Carlos Almícar Melián”), Rialta Magazine, October 21, 2021, <https://rialta.org/el-rodeo-entrevista-a-carlos-amilcar-melian/>.

We were better off against the ICAIC. MAGAZINE 2024 Leer más »

Miguel Coyula

By Miguel Coyula

Still from Nadie

It’s wrong to judge Cuba’s independent cinema the way that independent cinema from First World countries is judged, since totalitarian cultural policies don’t exist in those countries. Even if the funding for a film made in Cuba comes from other countries, having a production credit from the Cuban film institute (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC) or another government institution implies a negotiation, either verbally or internally on the part of the filmmaker, about certain limits on a variety of topics that are taboo in Cuban society. Once the ICAIC awards a filming permit and reviews your script, no matter how many details you change later on, there are many issues you will not be able to address head-on since the project was incubated in a negotiated environment. 

Within this context, there are filmmakers with greater or smaller margins of independence. In my case, none of the feature-length films I’ve made in Cuba would have been possible if I hadn’t had total independence. This is why I think independent cinema is defined by its independence in content and form; it seeks out the most uncomfortable areas of a society, not just on a political level but a human one. The source of financing is irrelevant.

When it comes to Cuban cinema in the diaspora, it’s a controversial topic. For example, I don’t consider my first feature-length film, Cucarachas rojas (Red Cockroaches) (2003), to be a Cuban film. There is nothing Cuban about the themes or the characters. Of course, the production company, Producciones Pirámide, is based in Cuba and its entire technical team is made up of Cubans, but only in an abstract sense. My production company has never been a recognized legal entity in Cuba, nor anywhere in the world. Personally, I consider it more of an American film, the proof being that, even after twenty years, its largest audience is located in the United States and not among people of Cuban origin. 

After making Cucarachas rojas in the United States, something curious happened to me when I began filming Memorias del desarrollo (Memories of Overdevelopment) in 2005. I felt that a film critiquing the Cuban government had to be made on the Island, which is where I filmed the scenes that happened in Cuba (clandestinely, the same way I have always filmed scenes anywhere in the world). 

During the process of working on Memorias, I began to discover the Island could be a setting for absurd situations. I began to feel a force beating inside me and pushing me toward taboo topics, toward the most uncomfortable areas of society. This is why I had to make Corazón azul (Blue Heart) and Nadie (Nobody) in Cuba; it wouldn’t sit right with me if I had approached these topics from a comfort zone. This should not be confused with a sense of nationalism or 19th-century-style patriotism. Cuba is simply a setting that I know well and where I felt I could explore a number of dark corners. Furthermore, this would have been impossible to do from a distance. 

Corazón azul was filmed in Matanzas, Cienfuegos, and several Havana neighborhoods (Centro Habana, Habana Vieja, Playa, Lawton, Habana del Este…). The film’s visual range would have been extremely limited had I tried to reproduce the Island somewhere else, and the challenge of filming there gave rise to unpredictable dynamics and an obstacle-filled context that also ended up influencing the plot.

I’m not of the opinion that Cuban cinema has to be independent nor political in order to be valid. I think the most important thing about a film is the sensory experience it uses to transmit its contents. The “how it got made” is only important when you’re teaching a class. 

Neither do I believe that all Cuban films must be made on the Island. In fact, at some point I’d like to make a film in another country again. I’d like to tell a story completely divorced from the Island, and not about a Cuban émigré or exile. I touched on this topic in Memorias del desarrollo, but I have a sense that I’ll always go back to it.


Miguel Coyula is one of the most unique voices in independent Cuban cinema in the digital era that dawned in the 21st century. His feature-length films include  Cucarachas rojas (Red Cockroaches) (2003), Memorias del desarrollo (Memories of Overdevelopment) (2010), Nadie (Nobody) (2017), and Corazón azul (Blue Heart) (2021). He is the author of the novels  Mar rojo, mal azul (Red Sea, Blue Sea) (2013) and La isla vertical (The Vertical Island) (2022). Although he lives in Havana, his films are not shown in public in Cuba, and he is not invited to events organized by any government institutions.

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“Está escapao” [1]: Escapes and Returns in Contemporary Cuban Cinema

By Juan Carlos Rodríguez

Still from El caso Padilla

Background: “El cine de Nicolasito está escapao” 

I am referring to this phrase, which means “Nicolasito’s films are out of this world,” merely to point out that part of their escape (being “escapao”) [2] is due to their genius. And their return is also an escape. 

After spending a few years collecting dust in the archives, the films of Nicolás Guillén Landrián (also known as “Nicolasito”) began to be seen again at the beginning of the current century. More than one critic has recognized the importance of this moment for contemporary Cuban cinema. [3] Without a doubt, the return of Guillén Landrián’s films is perhaps the most significant event in Cuban cinema since the fall of socialism. It is itself an escape that has incited a variety of ways of fleeing, staying, and returning among new Cuban filmmakers, who started to make films after the Special Period of economic crisis in Cuba in the mid-1990s. I am highlighting this event not only to reaffirm what other critics have pointed out, which is Guillén Landrián’s significant influence on new filmmakers, but also to encourage reflection on Cuban cinema’s new coordinates based on the processes of escape and return. 

I use Nicolasito’s films as a starting point since their thematic and formal elements proceed from an escape that questions the revolutionary scripts and the epic focus of films sponsored by the Cuban film institute (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC), a similar questioning present in much of recent Cuban audiovisual art made both inside and outside Cuba. This cinema contemplates the return of images depicting the reality in Cuba that, for a long time, were exiled from the cinematic imaginaries of the Revolution. If Guillén Landrián’s images bring anything to the reflection on current and future Cuban cinema, it is precisely their insistence on the importance of doubt as well as with their movement in and out of exile, which is a parallel to the processes of escape and return. 

Curiosity about the escapes and returns of Nicolasito’s films encourages important questions for Cuban filmmakers working today, both on the Island and in other parts of the world: What imaginaries of escape and return is contemporary Cuban cinema creating? To what places and events is 21st-century Cuban cinema returning? What paths is it avoiding? What are its new routes? What conditions does Cuban cinema today imagine that will make returning, staying, and fleeing possible? 

One of the consequences of the Cuban Revolution has been the vast number of people that have been displaced from the Island for political or economic reasons. There is no doubt that these human movements, these escapes and expulsions, leave their mark on audiovisual art, a medium based on the reproduction of moving images. Taking into account the displacement of Cuban cinema and its creators, about which many critics have written,[4] we must ask ourselves: Under what conditions is Cuban cinema today returning to Cuba, to its institutions, to its stories, to the eyes and ears of the Cuban people and the rest of the world, and, finally, to the new social, cultural, and political realities that can incubate new stories in the event that the country experiences a regime change? I do not intend to offer an exhaustive answer to these questions. What I intend to do is try to follow the trail of several recent Cuban films, including some currently in production, to suggest two theses about contemporary Cuban cinema’s escapes and returns. 

First thesis: Currently, the archive constitutes one of the primary ways in which contemporary Cuban cinema imagines its escapes and returns. 

The transition from analog to digital media has facilitated revisiting film archives and critically scrutinizing them. [5] This transition has dramatically transformed the function of the ICAIC: the most notable moments for the institution in current times have to do less with its role as a production house, distributor, and exhibitor of films and more with the fact that it is a repository of images of the Cuban Revolution that, in one way or another, have entered the global public sphere, crossing localities, national borders, and regional flows. The return of Nicolasito could be considered key to this process. His films, which successfully make use of archival footage, had to be rescued from the shelf, much like what has happened with many other Cuban cultural icons who are contributing to the rethinking of the politics of memory on the Island. [6] 

The intersectional way the images from the ICAIC archives circulate has opened them up to critical examination and being remixed with other images and archival footage, eroding the univocality that these images held in so many past representations of the Cuban revolution. We can verify this archive fever in Cuba, la Bella (Cuba the Beautiful) (Ricardo Vega, 1997), created with fragments from the ICAIC news service; Entropía (Entropy) (Eliecer Jiménez Almeida, 2013), composed of images taken from El Paquete Semanal; [7] and Landrián (Ernesto Daranas, 2023), which examines the archives of the filmmaker from Camagüey. 

Some of the ICAIC archives have come to light after being liberated from secrecy, stirring up nightmares like the misleadingly named Quinquenio Gris (the Gray Years), [8] exemplified by El caso Padilla (The Padilla Affair) (Pavel Giroud, 2022). The film sets a scene where the viewer listens to recordings of public confessions filmed in a scheme devised by the Cuban State Security Agency and is invited to decipher what is being said between the lines. In Giroud’s documentary, a hidden spectral power is always watching, as it is rumored that these images from the ICAIC were destined for none other than the eyes and ears of “el comandante” (Fidel Castro), whose ghostly presence is felt and made tangible through the repetitive hounding of mea culpa rituals. By bringing archival footage from the ICAIC to the screen as a performance by the State Security Agencies, El caso Padilla contributes to the effort, as discussed by Cuban poet Antonio José Ponte, [9] to bring visibility to the violence the Cuban government commits against dissidents; it also functions as a film adaptation of Ponte’s confession as recounted in his book La mala memoria (Bad Memory) (1989). 

Utilizing polyphonic assemblages in his series of films inspired by Antonio Benítez Rojo’s essay La isla que se repite (The Repeating Island) (1989), Eliecer Jiménez Almeida immerses us in the soundscapes of revolutionary Cuba to create a listening experience where the voices are of Cubans living in Miami. The timbre of the voices of Fidel and Raúl Castro are added to the political crackling of the Cold War and its aftermath, accentuating the experience of a national history as an acoustic, bilingual, border-crossing chaos that cannot be relayed if the voices of exile are left out. 

The passion for discovering other audiovisual collections that do not belong to the ICAIC creates new uses for archival footage among Cuban filmmakers. The use of archival documents and images in productions about Ciudad Nuclear [10] in Cienfuegos establishes a dialogue that reconsiders the roles and uses of the archive in recent Cuban cinema. In the cases of Natalia Nikolaevna (Adrián Silvestre and Luis Alejandro Yero, 2014) and La bahía (The Bay) (Alessandra Santiesteban and Ricardo Sarmiento, 2018), the question of the archive is put forth as a representation of documents; on the other hand, in E=MC2 (Eliecer Jiménez Almeida, 2013) and La obra del siglo (The Project of the Century) (Carlos Quintela, 2015), the use of archival audiovisual materials poses questions about the relationship between the archive and memory, power, censorship, the reinterpretation of the past, and the matter of the future. These films mobilize nuclear archives to release a new type of energy, one that questions the past and rethinks the exhaustion of Cuban revolutionary utopian discourse and the future of the archives. As portrayed in Quintela’s film, the fictional Ciudad Nuclear represents an alternative, catastrophic, postapocalyptic future that has nothing in common with the promising future suggested by the Tele Nuclear images filmed in the 1980s, when the “project of the century” was being built.

Second thesis: Cuban cinema, even when it explores the reality in Cuba, should be examined taking into account its condition of foreignness.

In Inside Downtown (Nicolás Guillén Landrián and Jorge Egusquiza, 2001) as well as Café con leche (Manuel Zayas, 2003) and El fin pero no es el fin (The End But It’s Not the End) (Jorge Egusquiza and Víctor Rodolfo Jiménez, 2005), Nicolasito himself, with his French-like air, returns with all of his foreignness in order to tell the story of his life and work between Cuba and Miami. His final return to the Island takes a turn toward funereal courtship in Retornar a la Habana con Guillén Landrián (Returning to Havana with Guillén Landrián) (Raydel Araoz and Julio Ramos, 2013).

Instead of thinking about it as a national cinema, I find it more productive to think about contemporary Cuban cinema as a type of cinema whose escapes and returns are related to its condition of foreignness. During the Cold War, Cuban filmmakers traveled to other parts of the world to film conflicts between capitalism and socialism, but that experience of international solidarity with countries like Vietnam and Chile has very little to do with a close inspection of the routes that Cuban-ness travels in the contemporary world. While foreign filmmakers’ perspectives about the reality in Cuba abounded during the Special Period, since then many Cuban filmmakers have left the country, finding themselves forced to forge the paths that would constitute their reality in other parts of the world. This process of exodus, which has been increasing since the beginning of the 2020s when the Cuban regime relaxed its migration laws, has encouraged Cuban filmmakers to reflect on and respond to this condition of foreignness. 

In some films, the exploration of foreignness is linked to a staging of archival images captured in Cuba by foreign filmmakers. In the case of Untitled: Cuba en el ojo de Rick Ray (Untitled: Cuba in the Eyes of Rick Ray) (Eliecer Jiménez Almeida, 2024), a film that has been completed but not yet released, the director samples archival images of Cuba in the Special Period taken by American filmmaker Rick Ray to present an autobiographical story from that time that contrasts with the events captured by Ray’s camera. Jiménez Almeida appropriates the foreigner’s gaze to accentuate the estrangement that the Cuban narrator feels during everyday rituals whose visual documentation cannot capture the complex dynamics of hunger, sickness, and death that were a very real part of the Cuban experience during the Special Period. The first-person narration is a testimony that offers a partial and alternative answer to the enigmas of a reality that foreign eyes capture with a certain evocative grace, but perhaps quite superficially. The gulf between the story narrated by a Cuban man and the footage taken by a foreign filmmaker amplifies the polysemic nature of these images that never were meant to be more than panoramic views and filler for a remote and marketable reality. The private nature of these commercial images, available as merchandise for sale (stock images), finds new meaning when the Cuban filmmaker agrees to buy them to be able to tell the story of his personal experiences. In this way, Jiménez Almeida’s film, perhaps without meaning to, is a commentary on the commercialization of Cuban memory since the Special Period, as it portrays how not even the memories from that time are exempt from monetary exchange; the very act of remembering depends on the transactions of buying and selling.

In the documentary A media voz (In a Whisper) (Heidi Hassan and Patricia Pérez Fernández, 2019), two Cuban filmmakers dip into their personal archives in exile to create an epistolary dialogue about time, which is experienced as a sort of foreignness of the past, present, and future. The longed-for return to Cuba and to filmmaking becomes more and more elusive as it intersects with the melancholy left behind by the collapse of the society in which these filmmakers grew up. The foreignness of the future is experienced up close and personal in an exile that accentuates the landscape of alternate lives that do not coincide with the futures they dreamed of for themselves, their friends, or their community. To hear one’s own foreignness in the voice of another, “in a whisper,” gives us a turn, albeit incomplete, to speak; it creates distance from the feigned self-sufficiency of those who put Cuba into words from a place of revolutionary univocality and an authoritarian and nationalist perspective. The stories of these two women who cannot have children invite us to rethink how Cuban film can return to the Island from the diaspora: the repatriation of images, as it would be called in international relations jargon about the trafficking of cultural artifacts. Perhaps a differentiated approach to listening, in a whisper, like words meant to wound or to comfort, could lead us to ask: What would it mean to rematriate or dematriate the voices of Cuban exile in the 21st century?

Another way of exploring foreignness in contemporary Cuban cinema is by recognizing its current condition as a multilingual cinema. For a while now, several Cuban filmmakers, in films that have already been released—Los lobos del este (The Wolves of the East) (Carlos Quintela, 2017)—or currently in production—Life and Death in Kasensero (Ernesto Sánchez Valdés), tell stories about human beings that inhabit the world in other spaces and other languages. These films escape the internationalist imaginary that was prevalent in Cuba during the Cold War, when many filmmakers were content to reduce the other to a geopolitical pawn in the global chess game among the superpowers. Perhaps the voice of the other is heard subconsciously, and those echoes send a new auditory experience back to Cuban cinema. This new way of listening interrupts the monolingualism of an authoritarian regime characterized by an oversaturation of timbres and discourses. What do these insistently foreign soundtracks send back to the Cuban people? Perhaps very few points of return, but at the same time, an infinite number of starting points. This deterritorialization of Cuban cinema, embodied by the vocal cords of other residents of the globe, leaves us with the sensation that the relationships between the Island and the diaspora, the nation and the rest of the world, Cubans and their neighbors, are more and more uncertain every day, which means we will have to renounce being trapped in an island bubble, in an earthly certainty. In other words, if Cuban cinema “está escapao,” [11] along with Nicolasito in Lawton or in Venice, in days past or days to come, it is because it still manages, even today, to disturb the unsuspecting viewer that insists on the fixed nature of meaning. 

Juan Carlos Rodríguez received a PhD in Latin American Studies from Duke University. He is an associate professor at Georgia Tech. He is the co-editor of the essay collection New Documentaries in Latin America (Palgrave, 2014) and the book series Reframing Media, Technology, and Culture in Latin/o America, for the University Press of Florida. He is working on a project titled “Cinematic Ruinologies: Cuba, Documentary and the Ambiguous Rhetoric of Decay”.

[1] Translator’s note: The phrase “está escapao” is a Cuban expression in Spanish that describes something or someone as extraordinary, in the manner of saying something or someone is “out of this world” or “one of a kind” in English.  The literal meaning of the verb “escapar” is to escape, so the literal meaning of the participle “escapado” (“escapao” in colloquial pronunciation) is “escaped.”

[2] Translator’s note: See footnote 1.

[3] See Reyes, Dean Luis: La mirada bajo asedio. El documental reflexivo cubano (The Viewpoint Under Siege: The Cuban Reflective Documentary), Editorial Oriente, 2012; J. L. Sánchez: Romper la tensión del arco: Movimiento cubano de cine documental (Breaking the Tension of the Arc: Cuban Documentary Film Movement), Ediciones ICAIC, Havana, 2010; Ruth Goldberg: “Under the Surface of the Image: Cultural Narrative, Symbolic Landscapes, and National Identity in the Films of Jorge de León and Armando Capó”, in V. Navarro and J. C. Rodríguez (eds.): New Documentaries in Latin America, Palgrave, New York, 2014; J. Ramos, and D. Robbins (eds.): Guillén Landrián o el desconcierto fílmico (Guillén Landrián, or Cinematic Unease), Almenara Press, Leiden, 2018. 

[4] See Dunja Fehimovic: National Identity in 21st-Century Cuban Cinema: Screening the Repeating Island, Palgrave Macmillan, 2019; Laura-Zoë Humphreys: Fidel Between the Lines: Paranoia and Ambivalence in Late Socialist Cuban Cinema, Duke University Press, Durham and Londres, 2019. 

[5] See J. Barron: The Archival Effect: Found Footage and the Archival Experience of History, Routledge, New York, 2014; C. Russell: Archiveology: Walter Benjamin and Archival Film Practices, Duke University Press, Durham, 2018. 

[6] See Rafael Rojas: Tumbas sin sosiego: Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Graves Without Resting in Peace: The Revolution, Dissent, and Exile of Cuban Intellectuals), Anagrama, Barcelona, 2006. 

[7] Translator’s note: El Paquete Semanal is a collection of digital material distributed in Cuba since 2008 as a substitute for broadband Internet.

[8] Translator’s note: The Gray Years were a period of intense cultural repression in Cuba in the 1970s.

[9] See Antonio José Ponte: Villa Marista en Plata (Villa Marista in Silver), Editorial Colibrí, Madrid, 2010.

[10]  Translator’s note: Ciudad Nuclear is a half-built Soviet nuclear power plant whose construction halted with the fall of the Soviet Union in 1992.

[11] Translator’s note: See footnote 1.

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Jonathan Ali

By Jonathan Ali

Still from Melaza

In 2006 I became a programmer for the newly founded Trinidad and Tobago Film Festival. It was exciting to be a part of this initiative in my native country. For far too long, cinema there had meant one thing—Hollywood—and here was an intervention seeking to rupture the status quo. In addition to bringing to audiences some of the best of contemporary world cinema, the festival also screened a new, emerging Caribbean cinema, and that included a new, independent Cuban cinema.

Over the next decade I was witness to a remarkable flowering of films from Cuba by a young and talented generation of filmmakers, some of whom we had the honour of welcoming at the festival. These filmmakers—many of them minted in EICTV, the Cuban independent film school, from which an increasing number of cinema practitioners from across the Caribbean are emerging—were heirs to the acclaimed cinema made under the revolution. And while they in no way sought to repudiate this tradition, the new wave was a breath of fresh air. Two fiction films from 2012 are emblematic. Carlos Lechuga’s Melaza, with its stringent political critique, pushed the idea of “Within the revolution, everything; against the revolution, nothing” to its limits. And in Carlos Quintela’s deceptively unassuming La Piscina, the child’s-eye view of the revolutionary society was no less probing.

The young cineastes knew that by making cinema outside the system that they would be critically viewed by many within it. But no doubt they also believed, perhaps naively in retrospect, that Cuban cinema could hold space for a diverse range of gazes and voices. We know what happened. By the time I left the festival in Trinidad and Tobago, and the country, in 2016, the signs that this new Cuban cinema and its makers would not be reconciled to power (or rather, vice versa) were becoming all too clear. 

Since then, as part of the general exodus, there has been a steady stream of Cuban filmmakers from their native land. For them, and the filmmakers who remain in the island, these are, to say the least, challenging times. Those who find themselves separated from their country have a new appellation: diaspora filmmakers, with all that might entail. 

The profound circumstantial changes that these filmmakers are experiencing will arguably be accompanied in their cinema by a recalibration of thematic concerns, as well as—and no less importantly—the strategies they employ in realising their films. Two recent works of creative documentary, the archival autofiction A Media Voz (Heidi Hassan and Patricia Pérez, 2019) and Llamadas desde Moscú (Luis Alejandro Yero, 2023), with its resourceful staging of refugee life, point to new formal possibilities, while implicitly foregrounding female and queer experiences, respectively.

Time can only tell what will come next. Yet with change and its concomitant challenges, however imposing, comes opportunities, however fraught, for a renewed sense of purpose, of new ways of doing and especially thinking. The light of the Cuban cinematic imagination will continue to shine, wherever it finds itself. 

Jonathan Ali is a London-based film programmer, curator and writer.

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Eliecer Jiménez Almeida

By Eliecer Jiménez Almeida

Still from Los viejos heraldos

Cuban cinema, like Cuba itself, is slipping away. It’s a vague sort of slipping away that crosses all kinds of borders. This prolonged slipping away, which began in 1959, has continued until the current day, becoming especially acute in the last 10 years, during which the mass exodus of filmmakers has created remarkable mutations in the means of production, expressive dialects, and thematic range of our cinema. To understand the dynamics and the development of Cuban cinema, both on the Island and in the diaspora, it is essential that we focus on three aspects that, in my understanding, are central and decisive:

  1. The failure of the nation-building project based on the Cuban Revolution: this project has caused the collapse of the economy, society, and culture, obstructing any form of cultural production (or not). The promise of the revolution has fallen apart, leaving behind an aftermath of disillusion and disenchantment that is reflected in every artistic manifestation, including film.
  2. Government repression and vertical systems of control: the repression exercised by the Cuban regime is manifested through a complex web of institutions, including the Ministry of the Interior, the State Security Agency, and various cultural bodies, such as the Ministry of Culture, the Cuban film institute (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC), the Latin American film festival (Festival del Nuevo Cine Latinoamericano), and other intermediary and ground-level entities. These agencies not only monitor artists and ensure their loyalty to the regime, they also exercise censorship and other forms of persecution. Creative freedom is severely restricted, and any form of dissent is quickly snuffed out.
  3. The humanitarian crisis and the exodus of filmmakers: hunger, in all its forms, is not just the lack of food, but also the deprivation of freedom, resources, and hope within the Island. The economic crisis and the lack of opportunities have led to a massive exodus of filmmakers and other artists. This diaspora is physical as well as symbolic, reflecting a desperate search for places to experience freedom and be able to express oneself. The Cuban filmmakers that have found themselves forced to emigrate take with them not only their stories, but also a yearning for justice and a desire to portray the truth of a people that are struggling for their dignity and fundamental rights.

Dichotomous formulations? 

The traditional dichotomous formulations, whether “institutional cinema” vs. “independent cinema” or “national cinema” vs. “diasporic cinema,” continue to be of use to a certain extent, but they need to be reevaluated to reflect the complexities of the current panorama.

Institutional cinema vs. independent cinema

While this dichotomy remains relevant, the majority of Cuban filmmakers operate outside the margins of official institutions, and we must acknowledge that it is a very small spectrum that exists between both extremes. Fernando Pérez could be one example of a filmmaker that sails on both waters. 

Institutional cinema in Cuba, produced mainly by the ICAIC, has functioned historically as a propaganda tool of the regime. The filmmakers linked to the ICAIC have operated under strict censorship guidelines. In contrast, independent cinema has become increasingly relevant as it takes advantage of new technologies and digital platforms to autonomously produce and distribute content. 

Despite the Cuban government’s efforts to exert its influence and put a stop to the international spread of independent Cuban cinema and limit its showings and visibility abroad, independent filmmakers have managed to gain global recognition.  They have received prizes at international festivals and been praised for their innovation and bravery in telling stories that stand up to the restrictions imposed on them. These achievements underline the importance and impact of independent Cuban cinema as a form of cultural resistance in the midst of the Island’s complicated social reality. 

National cinema vs. diasporic cinema

What does “national” and “diasporic” mean for a country that is slipping away? This is a valid distinction, as well, but globalization and digital technologies have erased some of the lines that separated the two worlds. The same is true of the massive exodus of filmmakers from Cuba. Many filmmakers of the diaspora, myself included, maintain strong ties to Cuban culture and audiences, and their works are consumed both inside and outside the Island.

The Cuban diaspora has taken on a particularly significant role in the cinematographic panorama. Cuban filmmakers that have emigrated continue to produce works that reflect their identity and experiences. These films, although produced outside of Cuba, continue to explore themes related to Cuban culture and reality.

Cinema and the unforeseen

Almost all Cuban independent cinema can be considered “emergency cinema,” characterized by works produced with minimal resources and often in response to urgent and unforeseen situations. This cinema is a manifestation of the resilience and creativity of Cuban filmmakers in the face of adversity. These characteristics can also be observed in Cuban diasporic cinema.

What do we see in contemporary Cuban cinema?

The first thing that stands out is its social and political themes, given that the socioeconomic and political reality in Cuba inspires exploration of issues like emigration, political repression, social inequality, and the struggle for freedom of expression. Furthermore, filmmakers are exploring personal and autobiographical narratives that offer an intimate vision of life in Cuba and in the diaspora, adding a human and emotional dimension. Facing production limitations, many filmmakers adopt experimental and creative approaches when it comes to storytelling, aesthetics, and technology, and they seek out new forms of expression; in addition, more recent works are being made that escape realism, including science fiction films. 

Lastly, international collaboration via co-productions with foreign entities continues to be an unfulfilled goal. Cuba and its diaspora do not have the market to sustain an industry, and independent Cuban cinema, whether it comes out of the Island or the diaspora, will remain marginal for a long time to come. 

Contemporary Cuban cinema is a complex and multifaceted field that defies simple categorizations. The traditional dichotomies continue to be useful, but they must be complemented by a more nuanced understanding of current dynamics. The dominant features of Cuban cinema, such as social and political themes, experimentation with form, and personal narratives, offer a solid basis for creating a theoretical framework for Cuban cinema and studying it in its expanded context. This panorama invites ongoing discussion about the identity and future of Cuban cinema, both inside and outside the Island.

Eliecer Jiménez Almeida is one of the most acclaimed figures in contemporary Cuban nonfiction film, with a filmography that ranges from cinema verité to experimental works. He directed the feature-length films Entropía (Entropy) (2015), Veritas (2021), and Havana Stories. La operación Payret (Havana Stories [The Payret Operation]) (2023, fiction), as well as dozens of short films. He has lived in Miami since 2014.

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Returning to Cuba: Leaving Behind the Common(-)Place

By Dunja Fehimović

Still from Abyssal

I’ve gone back and forth, but I plan to respond to these questions—valid and valuable as they are—by not responding. I’m hardly the right person to venture a description of current Cuban cinema. But beyond that, I’m not sure how much I’m interested in trying to do so. I’ll try to explain what I mean. I’m thinking about an article that Walfrido Dorta wrote—it’s hard to believe—twelve years ago, titled, “Olvidar a Cuba: contra el ‘lugar común’” (“Forgetting Cuba: Against the ‘Common Place'”).[1] A phrase that frequently comes to mind for me is “noria perpetua” (“perpetual waterwheel”), which my colleague used to describe the movement of Cuban literature around the setting and central significance of the island.
I am guilty of the same approach, as the metaphor used to organize my monograph,[2] published in 2018, is precisely that of the repeating island. Antonio Benítez Rojo[3] helped me think about the combinations of the new and the familiar in Cuban fictional films produced on the Island, “after” the Special Period of economic crisis in Cuba in the mid-1990s and in light of the technological, institutional, and ideological changes at the beginning of the 21st century. I argued that Cuban cinema continued to function as a screen—employing the double meaning of the word in English—that both displays as well as hides anxieties about the question of national identity. By presenting the idea that Cuban cinema was reproducing an island, at the time I was referring not to an essential sense of cubanidad (Cuban-ness), but rather a cubanía[4] (Cuban-ship or Cuban-dom) that is desired but never achieved. Following chaos theory, which inspired Benítez Rojo, I ended up concluding that, despite the force of entropy reflected in a cinema that seemed to operate “exposed to the institutional elements” and work with the remains of a (national) shipwreck, the films that I analyzed were proof that this “Caribbean machine” still had some energy left in it.
Of course, the situation becomes more complicated when the somewhat pathological energy of anxiety encounters or enters the market. I was in the midst of researching that book when 17D—the day it was announced that the Obama administration had re-established diplomatic relations with Cuba—renewed the global appetite for all things Cuban that had been sparked during the Special Period with Buena Vista Social Club, et al. Some of the new elements that I noticed in Cuban cinema during those first fifteen years of the 21st century—for example, the importance of the child as a supposedly “universal” figure, or the use of tropes like the vampire or international genres like the zom-com—could be understood in light of this context. It was a type of cinema that found itself—ever since the 1990s, but more and more over time—obliged to communicate with an international audience and compete in a global market. On the other hand, I also analyzed films that worked within and played with a decidedly national framework, from the way they were produced to their themes. In this way, they attested to the fact that it is not just the capitalist market—which eats up fungible “differences”—but also the State and its institutions that encourage the reproduction of the repeating island. In fact, the reorienting of official discourse after the Battle of Ideas (a set of social programs introduced by the Cuban government in 1999) toward cultural nationalism, on the one hand, and humanist values, on the other, facilitated the insertion of this “island” into the market.
I also wrote about the relationship, at the time, between Cuban cinema and the past; while one of the films I looked at made an allegory of the national situation by showing how the needs of the present required unearthing and selling the past (Se vende [For Sale] [Jorge Perugorría, 2012]), the other nurtured and upheld the idea of a nation as an affective community that goes beyond ideological, geographical, and temporal borders (José Martí: el ojo del canario [Martí, the Eye of the Canary] [Fernando Pérez, 2010]). The current situation is putting the most recent configuration of what is “Cuban” to the test. While it is not new, it seems to have renewed relevance in the context of a diaspora that is more numerous and diverse than ever. In a text that I wrote with Zaira Zarza,[5] we applied Ruth Goldberg’s[6] suggestion that current Cuban cinema is not characterized as a movement, but by movement itself, to think about the relationship between 21st-century Cuban cinema and the diaspora in terms of films about exits and returns and films made in Cuba about migration and exile. In this way, we tried to reflect not only the blurring of borders by movement and technology, but also the indisputable specificity and confining outlines of the current Cuban context. For me, Sueños al pairo (Dreams Adrift) (José Luis Aparicio Ferrera and Fernando Fraguela Fosado, 2020) is a particularly significant case: despite its production offering the possibility of thinking about a Cuban cinema that encompasses both Island and diaspora, its narrative arc demonstrates that this assumed community is impossible or at least incomplete. If an imagined affective and creative Cuban community exists, identification is constantly endangered by the effects of mistrust and pain.
On the other hand, digital platforms and social media have turned out to be key to connecting Cubans within the Island and creating moments of unity and solidarity with the diaspora, as was the case with the 11J protests and marches in cities from New York to Berlin. By bringing greater visibility to experiences of violence and repression on both the national and international levels, they have brought a sense of urgency to and made possible the creation of films that respond to injustices, both recent and historic, committed in the name of the Cuban Revolution. The dialogue and connections facilitated by these media and the initiatives geared toward documenting and archiving—such as the Enciclopedia del Audiovisual Cubano (an encyclopedia of Cuban audiovisual media – ENDAC);[7] the “Memorias” (“Memoirs”) of the Asamblea de Cineastas Cubanos (the Cuban filmmakers association – ACC) and their new magazine, Alterna;[8], and Cine Cubano en Cuarentena (Cuban Cinema in Quarantine),[9] among others—have revealed that these experiences are only the most recent in a long-standing chaotic constellation. Both before and after the proposal of the law on filmmaking (Ley de Cine), filmmaker groups including the government-appointed working group, the Cardumen (Shoal of Fish), and Asamblea de Cineastas Cubanos continue to organize and mobilize, demanding solutions to “fundamental problems” that “return like a nightmare and become more and more intense.”[10] The repeating island here is that of censorship and internal and external exile, injecting more energy into the machine that fragments at the same time as it connects. As long as this remains the case, the same categories will keep being reproduced: Cuban cinema and diasporic cinema, institutional cinema and that more fluid other that is neither confined nor immune to its limits.
What we know for sure is that the primacy of the personal, the sensory, and the affective; the attention to the marginalized and the residual; and the displaced relationship that generations born since the 1980s have with Revolutionary ideals and promises—all these factors have expanded the definition of what is “Cuban” in cultural production over the last two decades. They have questioned their relationship with the State and the “Revolutionary” without dissociating from it entirely, as the context and available media have made it both necessary and possible to create new archives and new stories that respond either directly or indirectly to the teleology of the Revolution. As Reynaldo Lastre, Nils Longueira, Isdanny Morales, and I suggest in a current work in progress,[11] non-institutional Cuban cinema—understood within a wider panorama of digital media—attests to and multiplies a tangled timeline in which change coexists with continuity, and the past is present. It is an entanglement that can be understood in Benítez Rojo’s terms, as a chaotic pattern that repeats with variation, in which time takes on the shape of a spiral. Even though the repeating island has its dizzying charm—and I have spent half of this text talking about “Cuban” cinema right after proposing precisely to not respond to these sorts of questions—everything depends on the framework in which we place it. Spirals cause motion sickness, and anyone who has suffered from anxiety—whether identity-related or existential—knows how tiring it can be.
So, in recent years, I’ve set out to rethink the framework in which I place Cuban cinema. In addition to being an individual impulse related to my personal experience and weary emotional state, it’s a challenge that could very well be justified on an industry level (with the decay of the Cuban film institute [Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC] and the rise of digital formats in every phase of a film’s life cycle, the means of production and distribution of Cuban cinema on the island are beginning to look more like those of other places), a geographic level (the wave of migration continues to decenter the Island, linking the “Cuban” experience with that of other groups), and a technological level (greater access to the internet, computers, cell phones, and social media blur borders without eliminating them, fostering diversification of themes, forms, and audiences). I’m aware of the privileged position that allows me to react in this way to my fatigue. As I’ve tried to make clear, today there is a type of Cuban cinema that explicitly assumes responsibility for this context that is so tiring and wearisome for Cubans on the Island but also for those outside the island, by documenting what is happening or offering personal, alternative visions. But, for me, distancing myself from the violent machine that reproduces both censorship and exile, on one hand, and accusatory or remedial responses, on the other, has been the first step toward conceiving other possible frameworks to understand new particularities—or new ways of understanding the particularities of the Cuban context. What would happen—I asked myself—if I were to think about Cuban cinema without getting immediately tangled up in identity-related or Revolutionary discourses?
We take the same starting point as Benítez Rojo, but a different turn: Cuba is an archipelago in the Caribbean Sea. As such, it is among the so-called Small Island Developing States (SIDS), which, given their low altitude, size, scarce resources, and geographical position, “are on the frontlines of the climate crisis.”[12] This global crisis has unequal effects on different parts and populations of the world, and the social sciences and humanities have made it clear that this is not only due to geographical factors, or rather, that geography cannot be separated from historical, economic, political, and cultural factors. If we examine SIDS closely, we see that their vulnerability to climate change is also a product of coloniality, which Puerto Rican thinker Nelson Maldonado-Torres defines as follows:
Coloniality… refers to long-standing patterns of power that emerged as a result of colonialism, but that define culture, labor, intersubjective relations, and knowledge production well beyond the strict limits of colonial administrations. Thus, coloniality survives colonialism… The project of colonizing America… became a model of power, as it were, or the very basis of what was then going to become modern identity, inescapably framed by world capitalism and a system of domination structured around the idea of race. This model of power is at the heart of the modern experience.[13]
To this list of elements framed by capitalism and race, we could add something that is both implicit as well as suppressed by “intersubjective relations:” ways of inhabiting, thinking about, and relating to “nature.” For Malcolm Ferdinand, a theorist from the French island of Guadeloupe, the Caribbean both enables and forces us to see the fracture between colonizer/colonized as inseparable from the one between “human”/”nonhuman nature.”[14] Both fractures have complemented one another to facilitate and justify the oppression, exploitation, and extraction of colonized human beings as well as that “other” we understand as “the environment.” Under coloniality, both “nature” as well as racialized populations continue to be thought of as “resources” that are interchangeable and disposable and meant for the enrichment and development of the metropolis(es). This arrangement has brought us to the current climate crisis: planetary in scope, but experienced in different ways throughout the world.
What would it mean to think about this intersection of coloniality and ecology in a (post)socialist context that is supposedly antiracist and anticolonial, like that of Cuba? This is one of the questions that drive the comparative focus of my current research project. Cuba shares geographical conditions and ecological vulnerabilities with the Greater Antilles. It also shares with the Dominican Republic and Puerto Rico the historical experiences of Spanish colonialism and settlement, relatively late development of their sugar industries, and the imperialism of the United States—factors that have marginalized them within the field of Caribbean studies, which is focused more on Anglophone and Francophone contexts. At the same time, the enormous differences between the governments and economic systems of Cuba, the Dominican Republic, and Puerto Rico, inextricably related to their very different histories of independence, have impeded their comparative study.[15] Nevertheless, it is precisely this combination of similarities and differences that leads me to posit, with greater urgency, the possible benefit of a comparative focus to a wider understanding of ecology, as the set of relationships among organisms, and between organisms and the environments in which they live.
“But what does all this have to do with cinema?” one may very well ask. Both ecology and coloniality are sensory and relational phenomena: they have to do with what we might call, after French philosopher Jacques Rancière, the distribution of the sensible.[16] Both coloniality and the climate crisis are phenomena that entail narratives: ways of relating (or not) the present with the past and of imagining the future. Cinema combines these three elements; for me, it is the most evocative medium for exploring and even beginning to unpack the intersection between ecology and coloniality. Through framing and editing, films are able to condense and connect spaces and scales; through perspective and suture, they are able to create and displace the identification with and between human and nonhuman elements; through sound design and cinematography, they are able to address multiple senses and point to other—embodied—ways of knowing; through camera movement and rhythm, they are able to evoke unique experiences of time.
I close with an example of a Cuban work that I am analyzing alongside a few other Puerto Rican and Dominican films to think about time as it relates colonial ecologies. Abisal (Abyssal) (2021), by Alejandro Alonso, could very well be understood within a chaotic movement, a repeating island, highlighting the entropy of socialist aesthetic forms and the teleological promises of the Revolution—a perspective implied in an article by Jorge Yglesias, for example.[17] My approach does not contradict this potential analysis, but rather suggests zooming further out. In fact, I think that the strikingly framed shots in which workers stick their heads out of windows or appear outlined in front of or inside enormous ships that look like fossils or giant rocks, demand such a change in perspective. Just as theorists and scholars have suggested that the so-called “Anthropocene,”[18] the current geological era, is characterized by the impact of man [sic] on the Earth, it is also characterized by a heightened awareness of ecological interrelatedness, causes and effects, past and present. Following the lead of thinkers that maintain that it is impossible to understand the present without considering colonialism, the plantation system, and slavery,[19] I propose that the interrelationships that these images point to have to do with colonial histories of trade, labour, and their debris.
Toward the beginning of Abisal (Abyssal), the viewer can make out the words “Caribbean Line” on the side of one of the ships. There is a map on the website of this shipping company that seems especially revealing to me; [20] I suppose that, in an attempt to create a more compact and legible graphic representation of their routes, the designers connected Europe with the Caribbean and parts of Latin America, completely erasing the African continent. The resulting map is reminiscent of the routes that the colonial powers—especially Spain—used to extract resources and riches from the so-called New World and along which Cuba served as an important destination and nexus. But it also, paradoxically, a visual representation of the erasure of the kidnapping, killing, and enslavement of those beings on whom the extraction of these riches depended; in other words, the extraction of natural resources in the Americas depended on the prior extraction of human and nonhuman nature as “resources” from the African continent. Centuries later, in the supposedly socialist and anticolonial context of contemporary Cuba, racialized workers dismantle for scraps the enormous ships belonging to an industry that continues to reinforce and extend the global color line:[21] a racialized labor exploitation system that deems certain bodies and certain ecosystems disposable and that serves to erase these processes and their “debris.” In this film, and in the current century, instead of extracting resources from the earth through monoculture or mining and exploiting workers through slavery, colonial ecologies seem to manifest themselves in the relegation of discarded materials and disposable lives to Bahía Honda, on the north coast of Cuba.
This approach allows us to think about—or better yet, to experience—the strange temporality of the film as something more than “a chronicle about the eternal end,” as Antonio Enrique González Rojas describes it in his evocative analysis.[22] We become aware that the passivity of “erosion, disintegration, the disappearance of what is real, the dissolution of that which is solid” that is associated with the entropy of the promises of modernity coexists with an active process of “ruination.”[23] When we broaden our geographic and temporal frameworks, we are able to see how the present as it is lived among this wreckage actually nurtures and revives a global system of human and environmental exploitation.
When I consider Abisal (Abyssal) alongside Dominican films like Verde (Green) (Alfonso Morgan Terrero, 2020) and Puerto Rican ones like Celaje (Cloudscape) (Sofía Gallisá Muriente, 2020), I begin to perceive a shared sense of entangled temporality, of multiple apocalypses—past, future, and eternally underway, but experienced in different ways according to each context and its unique geopolitical factors. Even though I am only just beginning the project, this perspective is helping me return to Cuba by leaving behind the common(-)place.

Dunja Fehimović is a Professor of Hispanic Studies at Newcastle University. She received her PhD in Spanish and Latin American Studies from the University of Cambridge in 2016. She has published the books National Identity in 21st-Century Cuban Cinema: Screening the Repeating Island (2018) and Branding Latin America: Strategies, Aims, Resistance (2018, co-edited with Rebecca Ogden).

[1] Walfrido Dorta: “Olvidar a Cuba: contra el ‘lugar común’” (“Forgetting Cuba: Against the ‘Common Place'”), Diario de Cuba, December 21, 2012, <https://diariodecuba.com/de-leer/1356084148_85.html>.

[2] Dunja Fehimović: National Identity in 21st-Century Cuban Cinema: Screening the Repeating Island, Palgrave Macmillan, Cham, 2018.

[3] See. Antonio Benítez Rojo: The Repeating Island: The Caribbean and the Postmodern Perspective, translated by James E. Maraniss, 2.da ed., Duke University Press, Durham, North Carolina, 1996.

[4] I base my thinking on the distinction between “cubanidad” and “cubanía” that Fernando Ortiz made in his talk “Los factores humanos de la cubanidad” (“The Human Factors of Cubanidad”), first published in 1940.
The text is available here:
<http://www.habanaelegante.com/Panoptico/Panoptico_Ortiz.html>.

[5] The text appears in The Cambridge History of Cuban Literature, edited by Jacqueline Loss and Vicky Unruh, and published by Cambridge University Press.

[6] See. Ruth Goldberg: “Under the Surface of the Image: Cultural Narrative, Symbolic Landscapes, and National Identity in the Films of Jorge de León and Armando Capó”, New Documentaries in Latin America, Vinicius Navarro and Juan Carlos Rodríguez eds., Palgrave Macmillan US, New York, 2014, pp. 59-74.

[7] See <https://endac.org/>.

[8] Both the “Memorias” (“Memoirs”) (<https://endac.org/download/asamblea-de-cineastas-cubanos-memorias-2013-2023/>) as well as the magazine (<https://endac.org/download/revista-alterna-1-abril-2024/?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTAAAR2JF1Cbl1lFxaRN8ctzMbKztxD2fEhuG1igcsfQPW7x4PxLdBWrWU7ewvY_aem_AeJPOqEbkQhvbDufw_8gxhrTNm6ZcwFcVDdZnP375bImr7oDwCIHir7TpOUrMgJv26axzVbhfGb-cCSUusFvOFB8>) can be downloaded from the ENDAC website.

[9] See <https://rialta.org/cine-cubano/>.

[10] Asamblea de Cineastas Cubanos: “Declaración de la Asamblea de Cineastas Cubanos” (“Declaration of Asamblea de Cineastas Cubanos [the Cuban filmmakers assocation]”), August 15, 2023, <facebook.com/permalink.php?story_fbid=pfbid02dLeQrEKPnjYUf7MK4fdxxbj6cuuWkRxMAgsgtJTB8cp8z3uWrLpbonZKPsESvC5Nl&id=100093480919395>.

[11] The project is related to the colloquium “Abordar el pasado: Memoria y Revolución en los medios y el cine cubano del siglo xxi” (“Addressing the Past: Memory and Revolution in 21st-century Media and Cuban Cinema”), which took place from April 7 to 9, 2022, and was relayed in the pages of Rialta Magazine, <https://rialta.org/coloquio-cine-cubano/>.

[12] <https://www.undp.org/es/latin-america/pequenos-estados-insulares-en-desarrollo>.

[13] Nelson Maldonado-Torres: “On the Coloniality of Being”, Cultural Studies n.o 21, vol. 2-3 (March 1, 2007), pp. 240-270. 

[14] See. Malcolm Ferdinand: Decolonial Ecology: Thinking from the Caribbean World, Polity, Cambridge, 2021.

[15] For more details about this claim, see Ada Ferrer: “History and the Idea of Hispanic Caribbean Studies”, Small Axe, vol. 20, n.o 51, January 11, 2016, pp. 49-64.

[16] Mónica Padró’s translation of The Politics of Aesthetics was published by Prometeo ediciones in 2014 under the title El reparto de lo sensible: Estética y política.

[17] Jorge Yglesias: “Abisal” (“Abyssal”), Rialta Magazine, December 12, 2022, <https://rialta.org/abisal-alejandro-alonso/>.
[18] See, for example, texts by Timothy Morton, such as Hyperobjects: Philosophy and Ecology after the End of the World (2013), or by Stacy Alaimo, such as Exposed: Environmental Politics and Pleasures in Posthuman Times (2016).

[19] In this sense, the writing of Donna Haraway, Anna Tsing, Kathryn Yusoff, and the aforementioned Malcolm Ferdinand, among many others, is key.

[20] See <https://www.soreidom.com/>.

[21] To learn more about the concept of the “global color line” and the relevance of the thinking of W. E. B. DuBois to Latin America, see the article by José Itzigsohn: “¿Por Qué Leer a W.E.B. DuBois En América Latina?” (“Why Should We Read W.E.B. DuBois in Latin America?”) (April 9, 2021), Nueva Sociedad | Democracia y política en América Latina, <https://nuso.org/articulo/por-que-leer-a-web-du-bois-en-america-latina/>.

[22] Antonio Enrique González Rojas: “‘Abisal’ o la fuga de lo concreto” (“‘Abyssal’ or the disappearance of what is real”), Rialta Magazine, December 22, 2023, <https://rialta.org/abisal-fuga-lo-concreto-documental-alonso-resena/>.

[23] See the volume edited by Ann Stoler: Imperial Debris: On Ruins and Ruination (2013).

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Dean Luis Reyes

By Dean Luis Reyes

Still from Blue Heart

Locus. My primary interest is in locating Cuban cinema. It is clearly no longer found in the historical mode of institutional production that led to “ICAIC authorship,” as Michael Chanan [1] calls the space for creation that, with support from the State, obtained greater visibility and paved the way for master classes on national cinema beginning in the 1960s (the ICAIC is the Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, the Cuban film institute). The Cuban government’s cultural apparatus now has priorities that transcend producing complex imaginaries, and the more authoritarian it becomes, the less it needs to support cinema with “systemic heresy” at its center or “to expand the borders of what is assumed to be revolutionary” [2] as a way of questioning power. 

On the other hand, the unprecedented visibility of the cinema of the exile and from the margins, as well as repertoires buried by censorship [3] and exclusionary cultural policies, are evidence of the existence of a vast and diverse legacy of works and filmmakers that challenge the symbolic hegemony of institutional cinema. Cuban cinema itself over the last twenty years, excluded from the majority of official distribution circuits on the Island, is a key participant in debates about the current state of national cinema.

Many of the films produced in Cuba today come from an exiled position, due to both the ways in which they are financed (minor co-productions, with little to no commitment from the industry and private or public micro-investments from several countries) as well as their artistic impulse (auteur films that often operate outside the protocols for global circuits related to national cinema). Corazón azul (Blue Heart) (Miguel Coyula, 2021) is a perfect example of a film more interested in a search for aesthetic sovereignty than it is in belonging to a cultural or national locus.

The current post-national version of Cuban cinema is characterized by the expansion of the spaces where it manifests itself as well as the multiplication of its styles and aesthetic agendas. Its current transnational brand, which has become more accentuated in the last three years following the unprecedented migratory exodus of Cubans from the physical country, including many younger filmmakers, is expanding through a discourse that conjures the country’s image from numerous different wormholes: memory (La tierra de la ballena [The Land of the Whale] [Armando Capó, 2024]; La línea del ombligo [Belly Button Trail] [Carla Valdés León, 2023]); representation of the migrant experience (La opción cero [Option Zero] [Marcel Beltrán, 2020]; Un hombre bajo su influencia [A Man Under His Influence] [Emmanuel Martín, 2023]; Llamadas desde Moscú [Calls from Moscow] [Luis Alejandro Yero, 2023]); examining traumas from the past and their mark on the identity of those that reside in the present (Seguridad [Tamara Segura, 2024]); exhumation of archival footage that reveals the destructive machine of totalitarianism (El caso Padilla [The Padilla Affair] [Pavel Giroud, 2022]; Landrián [Ernesto Daranas, 2023]); production of a counter-history that gives a voice to independent civil society on the Island and their acts of resistance to totalitarian authority (Mujeres que sueñan un país [Women Dreaming a Nation] [Fernando Fraguela, 2022]; En San Isidro [In San Isidro] [Katherine Bisquet, 2024]; Cuba y la noche [Cuba and the Night] [Sergio Fernández Borrás, in production]); and the total or partial disappeance of any physical trace of national identity, in order to evoke it in a psychogeographical dimension (Diario de la niebla [Diary of the Mist] [Rafael de Jesús Ramírez, 2015]; La historia se escribe de noche [History Is Written at Night] [Alejandro Alonso, 2024]; Abisal [Abyssal] [Alejandro Alonso, 2021]; Los viejos heraldos [The Olden Heralds] [Luis Alejandro Yero, 2018]; Tundra [José Luis Aparicio, 2021]). 

In aesthetic terms, present-day Cuban cinema reveals the definitive breakdown of the institutional dialect, which is grounded, generally speaking, in realism, anthropological and sociological examination, and the will to produce an imagined community steeped in Castroism. The reinvention of Cuban cinema’s identity is happening via an open debate with tradition and the canon, and a dispute about redefining what qualifies as national, something that is re-imagined and re-appropriated as each filmmaker sees fit. 

Politikós. The first two 21st-century generations of independent filmmakers in Cuba have taken it upon themselves to tear down the totalitarian fiction of institutional cinema. The context of social and political change that they illustrate and expose with their films connects with the radical transformation of the social contract on the Island, the loss of the totalitarian State’s dominion over its artists, and the emergence of a sovereign civic agent outside the ideological control of official doctrine.

Instead of negotiating with power, like institutional cinema used to do, today’s filmmakers promote, as avant-garde Cuban artists working in the visual arts and literature did before them, “the ciudadanización of history. History as a common good, in other words, as public property mishandled by the authorities that is being recovered and opened up for community use.” [4]

Borrowing Rafael Rojas’ description of marginalized Cuban literature following the upheaval of the socialist Revolution, it is easy to detect in the stylistic tendencies of current cinema the closure of a canon (that of Cuban cinema during the totalitarian period) and the testing out of a new tradition that views the country as “a vestige of the past that reappears in a ghostly and metamorphosed manner.” [5]

Ethos. Current Cuban cinema pledges its allegiance, above all, to language. Free from commercial obligations, excluded from open circuits for national circulation, and with no official marketing apparatus to promote their distribution, we have before us films that are nomadic, that identify completely with the idea of “accented cinema”, [6] that hablan en cubano (speak in Cuban) for a global audience, including Cuban natives living on the Island or in the diaspora, and that translate an experience shared by many communities under similar circumstances. As Naficy describes it, this emergent genre is characterized by the displacement of its creators, their alternative means of production, and a style that is anything but fixed, as a result of this displacement.

Dean Luis Reyes is a film critic and professor. He has published Contra el documento (Against the Evidence) (2005), La mirada bajo asedio. El documental reflexivo cubano (The Viewpoint Under Siege: The Cuban Reflective Documentary) (2012), La forma realizada. El cine de animación (Shapes Come True: Animated Films) (2015; A forma realizada. O cinema de animação, Portuguese translation by Savio Leite, 2020), Werner Herzog: la búsqueda de la verdad extática (Werner Herzog: The Search for Ecstatic Truth) (2016), and El gobierno de mañana: la invención del cine cubano independiente (2001-2015) (The Government of Tomorrow: The Brainchild of Independent Cuban Cinema [2001-2015]) (2020)

[1]See Michael Chanan: The Cuban Image: Cinema and Cultural Politics in Cuba, Indiana University Press, 1986.

[2]See Rufo Caballero and Joel del Río: “No hay cine adulto sin herejía sistemática” (“There can be no adult films without systematic heresy”), Temas, n.o 3, La Habana, July-September 1995.

[3]This is a reality that the mega-showcase Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema, curated by José Luis Aparicio as part of artivist organization Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR)’s participation in Documenta Fifteen (Kassel, Alemania, 2022), put on display.

[4] See Rafael Rojas: Breve historia de la censura y otros ensayos sobre cultura y poder en Cuba [A Brief History of Censorship and Other Essays on Culture and Power in Cuba], Rialta Ediciones, Santiago de Querétaro, 2023.

[5] Ibídem, p. 50.

[6]  See Hamid Naficy: An Accented Cinema: Exilic and Diasporic Filmmaking, Princeton University Press, 2001.

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From "Flare Films" to the Reinvention of Cuban Cinema

By Carlos Quintela

Still from Los lobos del Este

Cuban cinema, with its limited annual output, is like a raft struggling to stay afloat in the middle of a storm in the Florida straits. Each of these films, valuable in their own right, takes on the challenge of capturing the vast and complex reality of a country that can’t fit into an hour and a half. This task is also a significant challenge for such a small amount of production each year, as attempting to address the themes that arise from our reality requires a monumental effort.
In this sense, Cuban cinema, with its neo-realist DNA, is facing a debt to its culture. To get up to speed on what we Cubans have experienced in the latter half of the 20th century, we would need many more films and much more time in continuous production. Furthermore, the ability of Cuban cinema to look at itself—in other words, to reflect on the society that we’ve built, with all of its nuances—has been blocked both by the interference of the State in constructing this viewpoint as well as the decision on the part of filmmakers to find ways around the roadblocks and difficulties of life. Up until now, this ability to self-reflect has been an overdue assignment.
But, beyond what Cuban cinema is able to express, a reality that is even more intricate and uncontainable is unfolding, an exuberant and shamelessly crude reality that remains out of reach to filmmakers’ cameras and viewpoints. A story is a viewpoint that becomes a script and evolves until it reaches, in the case of cinema, the screen; but in that cinematographic reality that is so difficult to create these days, there are many unexplored areas, which is where I think Cuban cinema as we know it, or an expanded idea of what we think of as “Cuban-style” filmmaking, should plan to go in order to survive. Of course I would like this cinema to be permeated by an idea of Cuba that encompasses every context where Cuban-ness is bouncing around and reverberating. That place (perhaps it could be the metaverse a few years from now) is where the Cuba of the island and the Cuba of its different diasporas will come together, and in that swirl, Cuban cinema will grow, leave its ghetto, and become universal. Only by becoming universal will it find a niche in the market where it can compete commercially.
Much of Cuban cinema today is found tucked into directors’ folders, in files that rest before the eyes of cultural bureaucrats who, following their political agendas, have also played a role in bringing filmmaking to a crossroads. There are many unproduced projects containing ideas that may never see the light of day. It’s in these projects, which, fortunately, have been archived, where the future of present-day Cuban cinema truly lies.
Cuban cinema is full of flare films; which is to say, films that make it to festivals and, thanks to this, we are able to keep the category of “Cuban cinema” alive for the global audience. These films’ survival and ability to evolve are being constantly challenged by the dynamics of censorship, the economic crisis, and the lack of a niche in the global market. This situation forces us to rethink our perceptions about cinematographic identity and the viability of our cinema in a world that waits for no one.
Following Slavoj Žižek’s line of thinking, we could view Cuban cinema as stuck in a type of “negative dialectics.” To get unstuck, it’s not enough to stand up to restrictive forces; it must completely reconfigure the framework in which it operates. Cuban cinema also needs to find a niche in the global market. This is not just for economic reasons, but for something much more profound: the fight for artistic autonomy and creative independence. Because as long as we depend on subsidies from the government and European film funds, our cinema will remain chained to outside agendas. Economic self-sufficiency is essential to achieving true creative freedom. If Cuban cinema wants to survive and thrive, it must find a way of generating revenue to enable its creators to make a living from their work. Only then, when filmmakers can depend on income from their films, will Cuban cinema enter a new stage, with new challenges, new missions, and new goals. In the meantime, we will remain trapped in a survival mentality, selling rights for next to nothing, begging for money from European funds that, while useful, are still tied to cultural agendas that are often far from the needs and concerns of Cuban filmmakers.
At the same time, we can’t ignore that subsidies, whether from the Cuban government or international sources, have played a crucial role in the survival of Cuban cinema up until now. Without this support, many significant works would not have seen the light of day, which would have resulted in an irreparable loss for Cuban culture. Nevertheless, our dependence on these funds also carries a cost that goes beyond economics. The processes for obtaining funding and subsidies, while offering a viable alternative, is burdensome, and in many cases limits the creative freedom of filmmakers, subjecting each project to the lottery of the arts, where before a work can exist it must go through a long and arduous process of competitions, applications, and interminable waiting. Therefore the future of Cuban cinema may reside in the adoption of emerging technologies, in the mix of real and 3D imagery, in artificial intelligence tools, in animation, and all of this remixed with what cinema has already achieved. These technologies not only offer the potential to reduce production costs, they also open up new forms of expression and storytelling, enabling Cuban filmmakers to explore creative territories that seemed unreachable before. The metaverse, virtual reality, and other technological innovations could offer a refuge to our filmmakers, helping them escape the restrictions imposed by traditional infrastructures and reach global audiences without the limitations that currently bind them.
Lastly, the future of Cuban cinema will depend on our ability to transcend current limitations and adopt a translational vision that includes technology, finds its target audience, and manages to sell its films on the global market. If we achieve this, Cuban cinema will not only survive, it will evolve into a new phase where resistance is no longer the only option, and new possibilities and new pathways will open up. But to get there, we must be open to leaving behind old ways of thinking and abandoning the romantic and, paradoxically, bourgeois mentality that has dominated Cuban cinema up until now.
It’s time for Cuban cinema to stop being an art of resistance and become an art of evolution, an art that not only reflects the Cuban reality, but that also looks to the future, toward a globalized world where the stories we tell can find their place and their audience. There is one path that we already know, one that we’ve walked for years, and we know where it leads us. But there is another path, an unexplored one, full of uncertainty and challenges but also possibilities. Now more than ever, it is up to us to choose which of these paths we’ll take. Because hanging on this choice is not only the future of Cuban cinema, but also our ability to continue to dream, create, and ultimately make a living doing what we love.

Carlos Quintela is the director of the feature-length films La piscina (The Swimming Pool) (2011), La obra del siglo (The Project of the Century) (2015), and Los lobos del Este (The Wolves of the East) (2017), shown at international film festivals such as Berlin and Rotterdam and recipients of around 30 prizes, including the Lions Film Award and the Tiger Award at Rotterdam. He produced the webseries El sucesor (The Successor) (2019). Two of his video art pieces are being shown at a collective exhibition organized by Fundación Cartel Urbano in Bogotá, Colombia.

From “Flare Films” to the Reinvention of Cuban Cinema MAGAZINE 2024 Leer más »

Carlos Melián

By Carlos Melián

Mondays are Día del Espectador (Moviegoer’s Day) at movie theaters in the Gràcia neighborhood in Barcelona. Tickets only cost 4 euros instead of 8. I’m not always able to go, but at the Verdi theater you can see works by the most interesting filmmakers from all across the cinematographic panorama. I’ve lived here for a year, and I haven’t seen a single Cuban film showing at any of the theaters. I’m not talking about showcases, tributes, or festivals financed by foundations or the Spanish Ministry of Culture; I’m talking about Cuban films acquired by a distribution company. When the day comes that I finally see a Cuban film at the Verdi, I will be very happy, but in the meantime, I wonder things like: What amino acids do we need so that someone from my generation, someone I know from Cuba, can sneak one of their films into that distribution circuit? This question somehow leads to talking about something that I do not particularly enjoy being: “a Cuban filmmaker.” 

Alejandro Brugués once said in an interview that while all his colleagues were watching and analyzing films by Tarkovski, he was only watching and analyzing films by Spielberg. Brugués is a Cuban filmmaker that has made a career in Los Angeles directing horror films. This observation intrigued me. I don’t know if he said it tongue in cheek because he felt alone as a genre filmmaker, or if he said it based on some unknown element in which I was not yet well-versed, something that needed time to reveal itself to me.

Even though I am a fan of Tarkovski, the same thing that used to happen to Brugués used to happen to me. I would tell myself that my true origin lay in Spielberg. This reflection helps me think about the question of origin, the question of identity. When it comes to vocation, I’ve tried to focus on where I come from and maintain a sense of my roots. You could say that, with the first quality stories I heard, I came from a faraway place, from Snow White, Tom Thumb, and Meñique, the fable by José Martí. Then, as my complexity grew, I felt that I came from Hemingway, Tolstoy, and Balzac. 

Nevertheless, I am, or was, a Cuban filmmaker. The label “Cuban filmmaker” contains two words; one that is chosen, and one that is not. And that’s where I think identity lies. Gender identity issues have given us a valuable lesson on the topic: one is what one feels-one-is. One is born with a sex they don’t choose, and they can rebel against it. It’s foolish to tell a trans woman that she is not a woman. This is nothing new. The fact that one is two meters and fifteen centimeters tall doesn’t mean they have to be a basketball player or an athlete.

Joseph Brodsky, the Russian poet that fled the Soviet communist regime to live in exile in the United States, used to say that when those who believe in a free society and love the culture of freedom nurtured by the West enter into exile there, they look for the freedom they were chasing, since they feel like they have finally come home. Therefore, it may be that one does not choose to be Cuban, because we do not choose where we are born, but one does choose to make films or write scripts, which has nothing to do with Cuba.

When I was living in Cuba, it made me uncomfortable when people would use terms like “films from the provinces.” To me, it felt like an exclusionary and provincial way of thinking. It was as if there was an inability to come up with another way of categorizing films. I did not set out to make films from the provinces; no one does. And, of course, no one would go see those films.

I feel the same way when I am categorized as a Cuban filmmaker. What does it mean to make Cuban films? Stories that talk about Fidel, “the happiest country in the world,” poverty, and political prisoners? Films about the true story behind something, that expose the false image sold about Cuba, etc.? I’m not interested in that type of filmmaking. They’re the kinds of films you watch one day when you get home late, half-drunk, and when you can’t sleep you turn on the TV and watch whatever happens to be on.

Nevertheless, being a “Cuban filmmaker” is all that’s left of what I was in Cuba. And I realized it when I received the invitation to write a piece for this dossier. This invitation is the only thing keeping me in this career where I am referred to as a “filmmaker.” The fact that people remember me as being a part of Cuban cinema is perhaps the last remaining memory of my career as a filmmaker. It’s enough to make you cry. 

There are no funds to finance Cuban films made outside Cuba. Cuban cinema was, is, and will continue to be made using government funds from Cuba, or from the Netherlands, Norway, France, or the United States, even when these governments are against the Cuban dictatorship. By design, Cuban cinema is the result of government institutions in conflict. In other words, it is the result of power divided into opposing sides. 

This is why the idea of auteur filmmaking seems dangerous to me. It’s presumed to come out of a feverish state of inspiration, which is what Cuba is: an anomaly, an intellectual fever that leads to auteur outputs. Cuban cinema has not been able to take down the Revolution and the figure of Fidel Castro, so the audiences that go see Cuban films will be looking for news of Fidel and the Revolution. It is a cinema with roots and a dismal future steeped in political favoritism. 

If I could take over the controls and turn off the way of categorizing that remembers me as a Cuban filmmaker, I would finally be “nothing” or “nobody.” And I like that, because it’s what I’m striving to be in Barcelona right now: nobody. Joseph Brodsky also talked about this. About the fear, the terror of disappearing, the terror of being anonymous, of being nothing or nobody, that a person feels living in exile. That’s why I don’t like using the word exile for myself, because it comes with that fear tattooed on it.

Apparently, I feel the same thing when I see showcases of films made by women, or feminist cinema, or films by Black directors, or Caribbean cinema, or political films. The same thing does not happen, for example, when you go see Romanian films, because you know that it’s not Romania that you’re interested in, but rather the power of the narratives. I believe Cuban cinema should stop being Cuban and set off in search of a source of inspiration where it no longer matters if it is Cuban or not. It has to engage, like it or not, in that pitiful and poignant struggle against what it was always told it had to be.

Picasso didn’t have the answer about the massacre in Guernica. Writers and philosophers, even though they speak confidently without a shred of doubt, are not the Christ-like figures we think they are. They’re just people that do despicable things and cowards that hold grudges like the rest of us. We can’t ask cinema to be more than what it is, either.

Carlos Melián is an independent filmmaker and journalist. His most recent short film, El rodeo (The Rodeo), premiered at the International Film Festival Rotterdam in 2021. He wrote the script for the short film Tundra (2021, directed by José Luis Aparicio), selected for Sundance and Locarno, and the feature-length documentary Mafifa (2021, directed by Daniela Muñoz), which premiered at the IDFA Luminous section. His writing has appeared in magazines including El Estornudo and Periodismo de Barrio.

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Conditions for Thinking about Cuban Cinema

By Ángel Pérez

Still from Four Holes

More than categories, I would like to talk about processes. In fact, I would even prefer to describe states. Alfonso Reyes used to say that names are transcendental. What are we talking about when we say “Cuban cinema?” Is there an ontological distinction between “Cuban cinema” and “Cuban audiovisual media?” Now this is not about video art, or television, or music videos, or YouTube content… It is not about the origin of images. This is about cinema, whose institutional structure (production models, dynamics of consumption and exhibition…) is abysmally abnormal in present-day Cuba.
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Cuban cinema is an aesthetic pursuit (in this sense, it is currently having one of its best moments, if we consider its inventive attempts to redefine the Cuban imaginary) as well as an industry ecosystem. When it comes to the latter, it is in a near-death state, flanked by withering networks of production, circulation, exhibition, and consumption. Battered by intense censorship that only grows as the material quality of life worsens and the State becomes even more authoritarian. The unraveling, in recent years, of the former (apparent) autonomy of the Cuban film institute (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC), the subsequent increase in censorship, and the inability of the ICAIC to update its technology systems, twiddling its thumbs in the midst of an uncertain economy, weigh too heavily on the current conditions of Cuban cinema. We are still without an updated law on filmmaking (Ley de Cine). And the fund to promote cinema (Fondo de Fomento) has yet to come to be, and every day that passes it is subject to more government meddling. The Island’s film institute is obsolete and both politically and artistically powerless. Its crisis is also an engineering problem, as it is incapable of adapting to new forms of consumption or relevant supports. This can be clearly seen in current discourse.
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At the same time, the ICAIC is currently being confronted, necessarily, by civil society, which engages in producing critical discourse in films and contributes to shaking up Cuban totalitarianism. The role of the Cuban filmmakers association (Asamblea de Cineastas Cubanos – ACC) is stirring up confrontations between the government agency and the artists guild. While the artivist organization Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), for example, is developing new institutional models, the ACC is trying to reform the existing institution.
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A likeness of Cuban cinema was sketched in “Palabras del Cardumen” (“Words from the School of Fish”), an open letter published online by young Cuban filmmakers in 2018. The letter was a political gesture specific to a generation. Their manifesto recognized the coercive nature of the film institute, its identity as a disciplinary/regulatory body to support the government’s legitimacy; subsequently, it validated the will to reinvent the film scene, which requires standardization, in legal terms, of production and exhibition for the public as well as reform of the educational institution for film studies, which has also been subject to government meddling. The description of the film industry in “Palabras del Cardumen” is still accurate, except the situation is even worse now. This justifies the need for a concept of “independent cinema.”
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The massive exodus of Cubans leaving the Island in recent years is forcing us to reconsider a series of discussions that have been latent, at least since the end of the last century, in debates about cinema. The decentering of the Island as the essential locus of Cuban cinema is old news; the presence of voices from the diaspora in public debate on the Island reveals the exclusionary and repressive nature of the regime. Now, when it comes to these diasporic filmmakers, how are their films consumed, not in Cuba, but internationally? How are these creators integrated into production dynamics in their respective receiving countries? Does setting down roots outside the Island affect the aesthetic quality of their films’ images and content? A film like Cuatro hoyos (Four Holes) (Daniela Muñoz) invites reflection on this point. In this sense, we need a concept of “diasporic cinema,” pushed toward embracing the specific characteristics of these productions in contrast with those created on the Island.
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Of course, as Cuban cinema is disseminated farther and wider around the globe, it has become more necessary than ever to include Cuban cinema in international dynamics of production and exhibition; this environment demands affirmation of a single voice and, subsequently, the use of the “national cinema” label (one that finds itself expanding, in geopolitical and cultural terms, to embrace productions both inside and outside the Island; the two feed into a single identity that is struggling in the global landscape).
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Our cinema is transnational. But not just because of the growth of the diaspora. The willingness of filmmakers to cannibalistically consume and attune themselves to international artistic trends is a common factor leading to transnationality—not just in Cuba, but also in the contemporary global landscape. Our cinema is transnational, additionally, given the production dynamics that make its existence possible during these times. Facing not the institutional obsolescence of the ICAIC, but rather the economic disaster that the country is experiencing, the existence of international funds, development projects, and support from the film industry through festivals is what sustains many current Cuban films.
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The ICAIC still sponsors its own films as a production company. At least in terms of current discourse, how do these films view reality on the Island? They differ, undoubtedly, from “independent cinema,” which is more than just a political term. Today, this label denotes a determination to negotiate a narrative that the technologies of power are unable to seize upon in their attempts to capitalize on Cuban reality to bolster their legitimacy.
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The Revolution (as a historical process, ideological discourse, and institutional structure that controls social thought…) is still a significant teacher (a term taken from Fredric Jameson) that has compiled a considerable volume of readings about film. The theme of dystopia is categorized as an expressive code in so far as it represents, ideologically, a physical and spiritual state of the Island; it can be seen in Tundra (José Luis Aparicio), Abisal (Abyssal) (Alejandro Alonso), Corazón azul (Blue Heart) (Miguel Coyula)… A more stylized realism is tested out, in tune with international modern trends, but with a clear allegorical intent when it comes to the historical results of the Revolution in the present; I am thinking of Vicenta B (Carlos Lechuga) or La mujer salvaje (Wild Woman) (Alán González). It is common to work with archival footage as remains that enable new readings of the past or as an entry point to an irrefutable truth about the present; see El caso Padilla (The Padilla Affair) (Pavel Giroud) or La opción cero (Option Zero) (Marcel Beltrán).
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Two other motifs that can pull back the curtain on processes of meaning-making and that interest me are memory and models of subjects. This can be illustrated with a couple of examples. Historical films—like La primera carga al machete (The First Charge of the Machete) (Manuel Octavio Gómez) or Lucía (Humberto Solás)—worked more with the notion of History. They mobilized a truth about the revolution that had to be corroborated by images. Present-day filmmakers, at least those working independently, tend to work more with the concept of memory, linked to personal negotiations with the past; they discuss the past from their personal narrative perspective and structure a truth that is differentiated from the official truth. Then, in Asamblea General (General Assembly) (Tomás Gutiérrez Alea), for example, during the initial years of the ICAIC, a political model of the individual is created. The subject is the people (the masses) gathered in dialogue with the leader, cut off from their identification with the political project that the latter represents. Meanwhile, Mujeres que sueñan un país (Women Dreaming a Nation) (Fernando Fraguela) takes a series of images created by the same individuals depicted in the documentary (they are not images generated by/from the government institution), and it represents an idea of the people based on individuals that are distinguishable and, above all, detached from the official narrative.

Ángel Pérez has published Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Bad Words: Approaches to Cuban Poetry during the Zero Years) (2021) and Burlar el cerco. Conflictos estéticos y negociaciones históricas en el cine cubano (Jumping the Fence: Aesthetic Conflicts and Historical Negotiations in Cuban Cinema) (2022). He received the National Prize for Film Criticism in 2022 for the book Cabezas borradoras. Itinerarios políticos del cine cubano (Eraserheads: Political Itineraries of Cuban Cinema) (forthcoming). In 2019, he received the International Essay Prize from Temas magazine, and the Pinos Nuevos Prize for essay in 2020.

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Introductory note to the dossier on Cuban cinema

For more than twenty years, Cuban cinema has been experiencing mutations (in its means of production, expressive dialects, themes, and styles). The total loss of the political and cultural autonomy of the Cuban film institute (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos – ICAIC), the worsening of the economic crisis, growing censorship, and the massive and historic exodus that has occurred over the last half-decade have undermined both the creation and the dissemination of works originating in this environment. At the same time, filmmakers have sought ways to reinvent themselves as creators and civic agents. This has given rise to questions such as: What categories best define Cuban cinema today? Are dichotomous formulations that analysts and academics have used to define this field of study—institutional cinema vs. independent cinema; national cinema vs. diasporic cinema—still of use? What are the dominant features of current Cuban cinema that could be the basis of a theoretical framework? Does it still make sense to talk about a national cinema? Fantasma Material called on working filmmakers and scholars specializing in this topic to share their conceptual vision of the expanded field of Cuban cinema. These are their responses.

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Ociel del Toa: Queer Landrián

By Néstor Díaz de Villegas

1

Roberto Valera’s impressionist musical score for Nicolás Guillén Landrián’s film Ociel del Toa invokes, from the very first scene, the spirit of Claude Debussy’s poem L’après-midi d’un faune (Prelude to the Afternoon of a Faun).  The soundtrack underpins the image of the film’s protagonist, a young man from Cuba’s Oriente region [1] with the face of a faun—androgynous, high cheekbones, deer eyes—that reappears under a different guise in the works of the painter Guillén during his Miami period. The artist’s later canvases show how he dipped back into the canon of beauty that marked the beginning of his career. 

Ociel himself has said that it was Nicolás who selected the little white hat he wears in the documentary, a precious version of a Borsalino. The character is transformed by this affected accessory into a young charioteer that sails the Toa River in his cayuca. [2]

Like much of Guillén Landrián’s work, Ociel del Toa is spliced with intertitles. The first one explains that the protagonist is sixteen years old, is active in the state militia, went to school up to the third grade, and has been working on the river for ten years. Following this initial intertitle is the first close-up of his face, accompanied by text revealing his name: Ociel. We see alternating shots of his chest, legs, and arms in movement as he maneuvers the pole that propels the boat. 

In this voyeuristic montage, the lens takes pleasure in several fragments of the body being examined, as Livio Delgado’s cinematography alludes to the portraits of Sicilian youth by Wilhelm von Gloeden [3] (1856-1931). I do not believe it would be a reach to say that, from a contemporary perspective, Ociel del Toa invites a queer reading, and that Landrián’s way of approaching “the Beautiful” is the first of its kind in Cuban cinema.

The subject of the film is constructed by juxtaposing close-ups that show Ociel’s white tee shirt; an angle where the naked chest of the other crew member of the cayuca is exposed and suggests a future glimpse of the protagonist’s body, once he is past adolescence; a cowboy shot showing Ociel in a tank top and a gallant little hat; and a wide-angle establishing shot of the Toa River. 

We’re by the river. There is a boat and two water-dwelling creatures: the story indirectly alludes to a mythical dimension, a fable filled with satyrs and afternoon fauns.

The second intertitle precedes the image of a family seated around a table. Four children, one of which is Ociel, and another, a former combatant who became a driver after the Revolution, the only one that isn’t part of the world that revolves around the river. Ociel is also shown lying in bed in a languid interior scene set in darkness. 

One notices the type of food served, the simple fare typical of the era: it’s 1965, the “Year of Agriculture” [4] in the revolutionary calendar. The agrarian imagery is succinctly captured in the peeled yams, the white ceramic dishware, the Amerindian features of Ociel and his people. 

Ociel is the Ariel of Landrián’s filmography, a being of air and water. An ancestral spirit that is somehow manifested in the very word “toa,” an indigenous word meaning frog: Ociel is an amphibious and ambiguous creature.

His strange features could be considered batistiano (in the manner of Batista) in nature. Fulgencio Batista [5] (1901-1973), originally from Banes in the eastern region of Cuba, was also something of a frog man. Ociel is a projection of Batista as an adolescent, Batista the railroad switchman: Fulgencio via indigenous endogenesis.

Ociel’s cayuca moves down the river. The hypnotic rhythm of the poles is like writing in the space dappled with sunlight. The water is the indelible ink of this film-poem. The sequence lingers on the details of a mechanical exercise that transforms into an inscription system: [6] the tips of the rods are used to write on the water. For Nicolás Guillén, cinematography is a substitute for writing. 

2

The second movement opens on a boatman named Filín, a robust young man with a thin mustache and wearing a beret, the counterpart to his comrade, the young Ociel, who is clean-shaven and wearing a little Rococo hat. 

Guillen’s eye inspects the interiors and the interiorities of family life, and the documentary approach takes on a critical function by witnessing a lost time that, when it was filmed, was presented to the camera as a time regained

Guillén Landrián’s documentary approach suggests a dialectical reversal: the costumes, the manners, the food, and even the paradoxical physical integrity of what is real, are insinuated to the gaze of the contemporary viewer as possibilities. It’s not about a primitive state but a counterfactual one: Ociel del Toa does not speak to what is irreversibly consummated, but rather what is eternally possible. 

From the distance of a revolutionary eon, Toa is Arcadia, an artificial paradise, a Cythera [7] to which it’s impossible to go back because, like a mirage, its futurity is presented as the already-fulfilled: the insurmountable Cuba that we left behind. Thus the revolution flows into a vicious cycle. 

Due to this reversal, Ociel del Toa is a work of propaganda that turns against the propagandist, namely, the State and the ICAIC, the government institute of “Art and Industry” that attempted to take on anything and everything. [8] 

Alfredo Guevara, [9] before Fidel Castro, leaves nothing outside the Revolution, which is governess and giver of the arts, science, and technology. Schooling, food, family, procreation, transportation, death, work: the universe of Toa is rediscovered and revealed by the Cuban film institute’s Eye of Sauron, the same that is currently “rediscovering” Guillén Landrián. 

The didascalia [10] that the filmmaker inserts into the film was intended to re-educate the masses about what “birthing” meant from that point forward. La era está pariendo un corazón (The Era is Giving Birth to a Heart), the song by official troubadour Silvio Rodríguez, would come out three years later, in 1968, but the screams of labor, the wheezing of the age that engendered a frog, can already be heard in the soundtrack of Ociel

There is a little explored eschatological dimension to Guillén Landrián’s art: What other filmmaker has recorded the half-submerged legs of a Saint Christopher with the weight of an era and a superstition as young as a little girl resting on his shoulders? [11] After a long pregnancy (1959-1965), Cuba miscarried an ouroboros [12] and Guillén was there to see it. His trip to Toa is a pilgrimage, a trip to the seed of everything: the Toa is the Tao.

3

“Es bueno que esto lo vean en La Habana” (“It’s good that they’ll see this in Havana”), declares another intertitle, and Landrián takes the Toa to Havana, with its aquatic waltzes, its young Neptunes, the kerosene lamplight on the Borsalino, and the halftones of the criollo Levant. 

Landrián’s documentaries from this period are miniatures, sketches of an unprecedented daintiness in Latin American cinema. The cinematography is mannerist, picturesque at times, and each work is an amber encasing where the eternal Cuban-ness is commemorated and embalmed. 

Ociel is the successor to Caravaggio’s paintings of Bacchus, and, like those Baroque satyrs, the boatman of Toa and his entourage are the work of a twentysomething visionary. Within Cuba’s Eastern bazaar bursting with succulent images, Guillén Landrián seems to be exclaiming, along with Allen Ginsberg in Howl: “What peaches and what penumbras!” 

According to legend, when Nicolás finished shooting the film, he brought Ociel to Havana in real life. The strange episode, which stoked the fury of Julio García Espinosa, [13] is evoked half a century later by the elderly Ociel and the cinematographer Livio Delgado in Ernesto Daranas’ film Landrián. After all, it wasn’t good for certain details about the production to be seen in the capital, and the slip-up led to Ociel being banished from the capital and returned to the river. 

4

In The Birth of Tragedy, Nietzsche says “a literary genre is declared born as a body;” in Ociel del Toa we attend the birth of a film genre. 

The body of Ociel marks an era; if ever the Revolution embodied a sort of renaissance, the young militiaman seduced and forsaken by the ICAIC’s cameras would come to be its David. Like an Etruscan marble statue, the young boatman is restored and returned to his pedestal by the curators of Aracne Digital Cinema S. L. and the historical repair shop of Ernesto Daranas.

The substantialism in Landrián’s films, his cabinet of curiosities containing venerated bodies, those Byzantine portraits on the walls of the mausoleum that would become the Republic of Cuba, they all recover the depth of the chiaroscuros, the silky sheen of the whites, the lyricism of the paper pennants waving over the town’s main street that Guillén Landrián, superb set designer that he was, placed there like an Arc de Triomphe for Ociel to pass through.

It’s a sensualism that reaches its climax in the segment titled “La fiesta del sábado por la noche en casa de Hilda, la mujer de Tomás” (“The party on Saturday night at the home of Hilda, wife of Tomás”), where Ociel is transformed into a young woman. The wife of Tomás is the unfolding of Ociel. Thus the hermaphrodite jumps out of the embers of a wood-fired stove and a new inkling of gender/genre is born in the alembic of film. 

The bodies twirl to the sound of primitive music, and Ociel dances with his double, the ideal woman formed from his rib. There is a physical, almost metaphysical, likeness between Ociel and his feminine counterpart, coupled together in the dance and manifested by the Dionysian power of the music. 

This passage is P.M. (1961) reduced to a single sequence and focused on the emblematic figure of the young man. The song repeats, “Me muero de amor” (“I’m dying of love”), as a Kuleshov-like montage, interlaced with scenes of the revelry, flashes past on the screen: Hilda peeling malangas, [14] grinding a mortar and pestle, or laughing at the camera. 

We see real maravilloso [15] portraits of partiers and drunks before returning to Hilda, delightfullooly dressed in a blouse with tulip sleeves, the kitchen her stage. It’s a classic shot where Guillén portrays her with bare arms and her head leaning against her shoulder, clinging to a wooden post. They are glorious moments that turn this sixteen-minute film into a Soy Cuba (I Am Cuba) free of the pamphleteering of Mijaíl Kalatozov’s 1964 film.

5

The underdevelopment that Landrián’s films show has little to do with the disenchanted intellectual’s crisis of conscience in Gutiérrez Alea’s Memorias del subdesarrollo (Memories of Underdevelopment)

The fact that Nicolás Marcial Guillén Landrián, the latest in a long line of outsized figures from the cultural aristocracy of Camagüey, examines the customs of Blacks, Whites, and Taínos along Cuba’s eastern borders, and remixes French situationism, batistiano aboriginalism, and Italian Neorealism in the smorgasbord of revolutionary art and industry is the definitive artistic event of the year in which the historical blockbuster of Castroism reaches The End

Underdevelopment had triumphed and taken over the Palace as ersatz Stakhanovism: [16] Ociel del Toa comments on the debacle with a soundtrack that incorporates radio static, the loudspeakers’ fury, and the concrete music by Roberto Valera. In Landrián’s head, the revolution is noise: the only thing lying between this racket and the discharge of electroshocks was a turn of the dial. 

Cockfights, yodeling, and screams at point-blank. A new intertitle informs the viewer, laconically: “…van a quitar los gallos” (“…they’re going to take away the fighting cocks”), and the ominous tone of the verb “quitar” (“take away”) creaks, for the first time, in the sound wave of modern Cuban-ness.

Ociel del Toa is an etymological treatise and a real-time investigation into the way the Revolution expressed itself: “Pero si no hay gallos, habrá otra cosa, peor es la muerte…” (“But if there are no gamecocks, there will be something else, death is worse…”). Guillén Landrián’s finely tuned ear registers even the slightest variations in official discourse, the oscillations of commitment, the obsequiousness with which the dictatorship is received and accepted like a divine being from the Oriente.

A goddess who, like any exotic deity, insists on proscribing and vulgarizing only to later impose a new canon, which is then left in the hands of dubious arbiters of taste: Servando Cabrera’s corpulent militiamen, Raúl Martínez’s heroes in make-up, an effete Cuba, gaudy and overdone. [17] Ociel del Toa distances itself from this contingent of social climbers.

The fighting cocks are “taken away” as if they were pieces of a political game. “There will be something else:” samples of conformity, in its natural expression, are collected on the ground, from the subject’s plain manner of speaking. Because the revolution, in the art of Landrián, is always a stereophonic and graphological phenomenon: a distortion of discourse. It’s a heroic feat that, in the quarter of an hour that Ociel del Toa occupies, the portrayal of fighting cocks sits alongside a semiotic investigation. 

A piece of black cardboard with white letters contains the next caption, tinged with irony: “Ahora los domingos los campesinos tenemos plenaria de educación” (“Now on Sundays, we campesinos [18] have educational assemblies”); once again, the omitted question imposes itself: This was progress? The disappearance of the fighting cocks and the arrival of the campesino assembly, was a social triumph? The answer to every question lies in the realm of the undecidable.

6

A procession advances along a path; the common people carry a sign painted on a piece of canvas: “La comisión #5 JAUCO saluda la plenaria municipal con las metas sobrecumplidas” (“JAUCO Commission #5 salutes the municipal assembly for exceeding its goals”). 

Elsewhere I’ve analyzed the function of signage in Landrián’s films, the line of tachisme [19] that runs through his work. This snapshot of a sign functions as another intertitle and is the negation of a pro-assembly policy whose true message is implied by the absurdity of the writing, the enunciative function as a mechanism of coercion. 

Sixty years later, Cuban viewers will understand that no goal was exceeded, not then and not ever. That the new regime never aspired to exceed, let alone fulfill, its promises: the painted word and its history on film are evidence of its flimsy scheme.

In 1965, the bureaucratic automation of a collective of farmers located in a remote fluvial enclave intended to confuse the ones carrying the signs, deceive the ones holding the banners: “exceeding,” in the vocabulary of Landrián’s films, is a wrong notion and fake news. Landrián’s films reveal a new kind of transvestism: the hidden tool of political disinformation in the Revolution’s didactic apparatus. 

7

“Fundamentally, it is no more than an image of light (Lichtbild) projected on to a dark wall,” says Nietzsche of the Apolline qualities of Greek tragedy in The Birth of Tragedy

The midday hour, which falls like a thunderbolt on the people of Toa, replicates the same Greek effect. “Se cruza el río y el monte” (“One crosses the river and the mountain”) and at “11 am,” another intertitle announces the beginning of the assembly. The women walk along the path covered with white towels; the repeated presence of Ociel provides space-time coordinates and continuity. 

A woman striped by the shadows of a palm tree sells cold drinks at an improvised stand and says she wants to “be a Communist youth.” Communism is named for the first time in the onscreen text. Next the church is mentioned. The aspiring Communist “goes to church with her aunt,” which is now a sin. The portrait of the young woman and her aunt is one of the figurativist masterpieces of Landrián and Livio Delgado. 

At the Protestant church by the Toa River, the festive music transforms into a Lutheran hymn: “¡Hay vida, hay vida en Jesús!” (“There’s life, there’s life in Jesus!”). What the lens captures, between songs, is the Apolline abundance of Cuban-ness, a shadow projected onto the luminous background of the past, a complex and plural life that, due to the dictatorship’s lens effect, seems completely foreign to us now. 

Only the most eloquent and philosophical Latin American filmmaker of the mid-20th century could return to us the Cuba that once laughed, sang psalms, and walked on water. Nicolás shows us the things we lost: a Black preacher, a collection plate covered with a lace cloth, the shared communion ritual. The great power of this extraordinary memento mori is not of the earthly realm, but of the kingdom of the Most High: “Yo quiero más y más de Cristo, yo quiero más de su poder” (“I want more and more of Christ, I want more of his power”). 

The last intertitle is in the form of a question: “¿Ustedes han visto la muerte?” (“Have you all seen death?”); but Ociel has never seen it and his childlike face betrays incredulity. The men attending a burial wear hats and white shirts, simple people neatly dressed and taking pains to appear as civil as possible in public. 

Death is in front of Ociel del Toa, but he doesn’t see it. The assembly and the burial exchange masks during the final moments of the film: the ones that attend the dance, the house of worship, and the funeral will die in jails and African wars before the end of the century. Before the decade is over, others will be banished. Mothers, aunts, and cousins will disappear from the map. The final question also lacks an answer. 

The young boatmen plow through the Toa’s current, the waters that separate life and death for both a place and an era. Ociel’s cayuca is Regla’s little motorboat in P. M. elevated to a theological plane. 

The scene of the final passage becomes, in turn, a corollary of the documentary Nicolás: el fin pero no es el fin (Nicolás: The End But It’s Not the End) (2005) by Jorge Egusquiza Zorilla, which could serve as an outro for Ociel del Toa.

Right before dying, Nicolás addresses Egusquiza’s camera. It’s his last chance to explain himself: 

“The national problem has always been very hostile for me. Not because of racism, because of being Black or Chinese or White, but because of a problem with the Island’s geography, which has always seemed a little dramatic to me. The way it’s long and cut into two extremes. I don’t know if everyone’s happy they were born on an island. I’m not.”

 

Néstor Díaz de Villegas is a poet, editor, and essayist. His most recent book is Poemas inmorales (Immoral Poems) (2022). He lives in Varese, Italy.

 

[1] Translator’s note: The Oriente is the eastern region of Cuba.

[2] Translator’s note: a cayuca is a small dug-out canoe used in the Caribbean.

[3] Translator’s note: von Gloeden was a German photographer known for nude photographic studies of Sicilian boys stylized to evoke ancient Greece.

[4] Translator’s note: Beginning in 1959, the Cuban revolutionary government instituted a calendar where every year was given a symbolic name. 

[5] Translator’s note: Batista’s regime was overthrown by the Cuban revolution in 1959.

[6] Friedrich A. Kittler, Discourse Networks, 1800/1900, Stanford University Press, 1992.

[7] Translator’s note: In Greek poetic tradition, Arcadia refers to an idealized rural setting; in Greek mythology, Cythera is the birthplace of Aphrodite.

[8] Translator’s note: Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), is the Cuban government’s film institute, whose name literally translates to “Cuban Institute of Cinematographic Art and Industry.”

[9] Translator’s note: Guevara was considered Cuba’s “film czar” and the founder of the ICAIC.

[10] Translator’s note: an Italian word meaning caption, subtitle, or stage direction.

[11] Translator’s note: Saint Christopher is a Christian martyr said to have carried a child across a river before the child revealed himself as Christ.

[12] Translator’s note: an ouroboros is an ancient symbol depicting a serpent or dragon eating its own tail.

[13] Translator’s note: Espinosa was a filmmaker and Cuban cultural apparatchik who helped found the ICAIC and served as Vice Minister of Culture.

[14] Translator’s note: a tropical root vegetable.

[15] Translator’s note: Real maravilloso, which literally translates to “marvelous real,” is a term coined by Cuban writer Alejo Carpentier to describe a sort of magic realism specific to the way of life in Cuba.

[16] Translator’s note: a Soviet movement intended to increase worker productivity.

[17] Translator’s note: Cabrera and Martínez were Cuban painters.

[18] Translator’s note: campesinos are people in rural communities that live on and work the land.

[19] Translator’s note: a French style of abstract painting that sometimes included brushstrokes similar to calligraphy.

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Guillén Landrián: Documents in the Shadows*

* Taken from Rafael Rojas: Breve historia de la censura y otros ensayos sobre arte y poder en Cuba (A Brief History of Censorship and Other Essays About Art and Power in Cuba), Rialta Ediciones, Santiago de Querétaro, 2023, pp. 199-212.

By Rafael Rojas

In recent years in Cuba, there has been a revived interest in the work of Cuban filmmaker Nicolás Guillén Landrián (1938-2003). In 2003, the year Guillén Landrián died in Miami, in Havana filmmaker Manuel Zayas made a documentary about him, Café con leche (2003), produced by the Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano’s film and television school, Escuela Internacional de Cine y Televisión. Soon afterward, the scholar of Cuban film culture Dean Luis Reyes wrote what is, to date, the most complete essay about Guillén Landrián, published in the book La mirada bajo asedio (The Viewpoint Under Siege) (2010). In 2013, Raydel Araoz and Julio Ramos directed the documentary Retornar a La Habana con Guillén Landrián (Returning to Havana with Guillén Landrián), an extended interview with the filmmaker’s widow Gretel Alfonso in an attempt to reconstruct his life between Havana and Miami. [1] Lastly, it is important to mention the documentary Landrián (2023) by Ernesto Daranas, which recently premiered at the Venice Biennale.
These examinations of Guillén Landrián’s films are framed by the new generation of Cuban filmmakers’ re-reading of the documentarian’s work in the sixties and seventies, as well as the emergence of a new poetics of film that does not hide its indebtedness to this legacy. What does this new examination seek in works rooted in a visual tradition associated with PM by Orlando Jiménez Leal and Sabá Cabrera Infante and Gente en la playa (People on the Beach) by Néstor Almendros? How should we think about this archaeological endeavor from the vantage point of 21st-century cinematographic culture? There is an evident attempt to establish Guillén Landrián’s work as a reference point for the new “reflective documentary” style on the Island, apart from the archaeological purpose of recovering a film aesthetic erased by the official archive. [2]
What attracts 21st-century Cuban audiovisual culture to Guillén Landrián is a cluster of different ideas. On the one hand, there is a vanguardist expressiveness and style in the filmmaker’s documentaries that is seductive in the way it contrasts with the technical conventionalism characteristic of most contemporary films produced on the Island. The filmmaker Jorge Luis Sánchez and the critic Dean Luis Reyes have shown that, even beginning with his first short films, En un barrio viejo (In an Old Neighborhood) (1963) and Los del baile (The Dancers) (1965), Guillén Landrián invoked the more experimental and innovative films of the sixties, influenced by Bazin’s realism, Italian neorealism, the French New Wave, the Brazilian cinema novo, the free cinema movement, cinéma vérité, and direct cinema. [3]
We do not know if Guillén Landrián read essays about the film Kino-Eye (1924) or the diaries of Dziga Vertov, but he was undoubtedly familiar with the Polish-Russian vanguardist’s book by the same title. Francisco Llinás’ translation of Vertov’s texts, published by Fundamentos in Madrid, was very popular in Ibero-American circles interested in cinéma vérité and “cámara viva” (“living camera”) in the sixties and seventies. [4] Vertov considered the Kinok cinematic style and its practitioners, the Kinoks, protagonists of a cinematographic revolution that was actually creating a profession or vocation distinct from that of a filmmaker. [5]
One of Vertov’s interests was in capturing, through live footage, the birth of a “new man” in the years following the Bolshevik Revolution. A birth that inevitably had to portray the “unwieldiness and clumsiness” of the old “bourgeois man” and even the hybridizations of the old and the modern that arise during the larval state of the nascent social subject. [6]
Vertov said:
The present film [Kino-Eye] represents an assault on our reality by the cameras and prepares the theme of creative labor against a background of class contradictions and everyday life. In disclosing the origins of objects and bread, the camera makes it possible for every worker to acquire, through evidence, the conviction that he, the worker, creates all these things himself, and that consequently they belong to him. [7]
This stylistic orientation, updated by sixties vanguardist film movements, was evident in Guillén Landrián’s work; the constant succession of close-ups of children and adults looking off into the distance that, combined with abrupt transitions in the background music, transmit a mixture of restlessness and melancholy. Guillén Landrián’s documentary-style chronicles, including Ociel del Toa (Ociel of the Toa) (1965), Reportaje (Reportage) (1966), and Retornar a Baracoa (Returning to Baracoa) (1966), utilized these vanguardist cinematographic devices to tell the story of revolutionary transformation as a rupture that engendered violence against its subject, especially in rural areas of the country. Guillén Landrián’s view of the revolutionary modernization process shared the same tones of trembling and unease evident in other testimonies from the era, such as Celestino antes del alba (Singing from the Well) by Reinaldo Arenas, some of the poetry collections published by El Puente, [8] or books about the Island of Pinos and Baracoa by leftist American travelers like Leroy McLucas, Elizabeth Sutherland Martínez, and José Yglesias. [9]
Like the Russian revolution in the twenties and the Mexican revolution in the thirties, the Cuban revolution led to a socialist modernization process that removed the traditional enclaves of Catholic, bourgeois, and liberal culture from the prior republican period. Guillén Landrián shared with the writers of his generation, as well as the filmmakers of the prior generation like Tomás Gutiérrez Alea, the view that this modernization process entailed a social fracture where the revolutionary power imposed a new political order through violence, absolutism, and the very same tactics used by the previous regime, like racism, machismo, and homophobia. [10]
There are moments in the writing of poets published by El Puente, for example in La marcha de los hurones (The March of the Loners) (1960) by Isel Rivero or La conquista (The Conquest) (1960) and De la espera y el silencio (From Waiting and Silence) (1961) by José Mario, that exposed this fracture. Instead of unity, conviction, or enthusiasm, these poets spoke about “separation,” “loneliness,” and “resistance.” [11] The Revolution could be a “rupture by an ideal” or even the “pain that hides where one is not free,” but it was always a socially and politically combative sort of revolution. [12] As in Vertov’s poetics of film, the class struggle was still alive and well after the Revolution: nothing was farther from socialist modernization than the supposed post-classist harmony of Stalinism. As Slavoj Žižek puts it, this was one of the clearest differences between Leninism and Stalinism: under Lenin, the authorities openly admitted to using terror as a tactic, while under Stalin, terror became a dark and obscene supplement to the political discourse that was never publicly acknowledged. [13]
Guillén Landrián’s poetics of film moved from a visual documentation of this fracture to a more decided questioning of the Cuban government’s modernization efforts, beginning in 1968, which coincided with the overt alignment of the Island’s cultural authorities with the Soviet model. His documentary essays Coffea Arábiga (1968) and Desde La Habana ¡1969! Recordar (From Havana: 1969! Remember) (1969) transcend the textuality of chronicle or reportage while introducing a delirious and, at times, psychedelic discourse that put the rationale of the socialist State and its leaders in their place. Even though in 1971 Guillén Landrián would return to journalistic storytelling, in the film Taller de Línea y 18 (Garage on the Corner of Línea and 18th), the threshold of representation had been crossed by a more tangible reflection of the filmmaker’s subjectivity, which was moving toward questioning revolutionary reasoning.
Guillén Landrián, along with the “Generación del 68” [14] in Europe and the Americas, justifiably grouped together Reason, Revolution, and Modernity, which challenged the Cold War’s black-and-white or binary partition of the world. Like Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, the Frankfurt School in Germany, and the Tel Quel group in France, the documentarian inscribed the state socialism that was being constructed in Cuba—and based on the Soviet model—within the same process of political reification of Western rationalism. The fetishization of reason and progress that had reached its peak with the atomic bomb did not exclude the megalomaniacal projects of real socialism, whose presence in Cuba were palpable in the Cordón de La Habana, [15] the Zafra de los 10 Millones [16] in the seventies, and the charismatic messianism centered around the figure of Fidel Castro.
Like Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, or the writers of El Puente, Guillén Landrián sketched his own portrait of the Stalinization of Cuban socialism. A sketch that would make Cuba an comprehensible space for the modernization project, in its most instrumental and developmentalist form during the Cold War. Guillén Landrián’s film essays would be a protest against the closing of that Weberian iron cage, made up of bureaucracy and mythomania, capitalism and communism, that appealed to portraying drugs, psychedelics, insanity, sexuality, religion, and rock as the irrational and repressed backgrounds of the new socialist order. Guillén Landrián’s politics of representation converged in the generation-wide exploration of the limits of the technocratic rationalism that castrated the emancipatory and utopian impulses of the counterculture. [17]
Within Cuban film culture in the sixties, Guillén Landrián’s work stands out for being situated in a specific flank that criticized pro-Soviet socialist developmentalism. In general, the questioning of this model was associated with criticism of socialism’s institutional bureaucratization, a type of criticism best expressed in fictional and documentary form by Tomás Gutiérrez Alea and Santiago Álvarez. Both filmmakers, but above all Gutiérrez Alea, personified using film to refute the Cuban system’s movement toward real socialism, which kept the figure of Fidel Castro safe and contrasted a heterodox and originalist idea of the Cuban Revolution against a dogmatic distortion, influenced by contact with the Soviet bloc. Guillén Landrián avoided these nuances and confirmed an organic assimilation of Communist modernization from the Cold War that Herbert Marcuse laid out in his book Soviet Marxism (1958). [18]
If in Dialéctica del espectador (The Viewer Dialectic) (1982), Gutiérrez Alea asserted that the artistry and spectacle of cinema impedes films from being subjected to an aesthetic straitjacket to make them fit into an “ideal reality” preconceived by ideology or politics, Guillén Landrián’s starting point was to ironize political discourses through art, leaving behind such preconceptions. [19] “Identification” and “distancing,” incubated from the Aristotelian tradition all the way to the social realism of Brechtian dramaturgy, while pillars of the modern strategy of representation, were deliberately abandoned by the documentarian. The premises of the creator of Ociel del Toa had less to do with the dilemmas of learned enlightenment than with a rebellion against the encrático (produced under the protection of the powers that be) rationalism that critical film culture upheld.
The rejection of developmentalism was either anti-bureaucratic, as with Gutiérrez Alea and Santiago Álvarez, or it was Third-worldist and decolonizing, in the sense of how Edmundo Desnoes, author of the novel and the script for Memorias del subdesarrollo (Memories of Underdevelopment) (1968), interpreted the work of Wifredo Lam. [20] But it rarely led to a central questioning of the modernizing rationale promoted by state socialism, as in the work of Guillén Landrián. This quality lent an angle of insurgence or iconographic rebellion to Guillén Landrián’s poetics of film; while this rebellion offered alternatives to the official image of power, it proposed a “sovereignty of invisibility,” similar to the one suggested by Carlos Ossa in his study of political cinema in Latin America. [21]
Facing the persistent construction of the collective subject—the masses, the people, the nation, “social organizations”—as the motor behind history and politics, Guillén Landrián put forth delirium and the toxicity of personal memory as places of enunciation. In his documentaries, there is a reading of Cuban political reality in the sixties and of the entire modern history of the Island that offers an alternative platform to understand the national or revolutionary “being.” An autonomous “visual strategy,” as Ossa writes, that is nevertheless inscribed in the community connections that created vanguardist political cinema in Latin America during the sixties and seventies. [22]
In Desde La Habana ¡1969! Recordar, for example, the filmmaker attempted to create a historical collage of the Cuban experience ten years after the Revolution that would encapsulate both a single decade and an entire century of modern national life. Preceded by a quote from the lyrics of the song “Mother Nature’s Son” by the Beatles, the Island’s historical milestones, condensed in Fidel Castro’s hegemonic tale of “hundred years of struggle” (wars of independence, American occupation, dictatorships of Machado and Batista, the attack on the Moncada barracks, the deaths of Che Guevara and Jesús Menéndez, the disappearance of Camilo Cienfuegos…), follow each other in quick succession like flashes in a never-ending light show of power. But at the same time, the personal recollection of the documentarian did not hide the transfer of technology brought about by the connection to the Soviet Union or the forced herd mentality of revolutionary projects.
The tension between a revolutionary process inscribed in the leftist and nationalist or populist paradigm, in Latin American and the Caribbean in the middle of the 20th century, and an accelerated process of institutionalization based on the Soviet model, during the Cold War, is reflected in the text of Guillén Landrián’s films. Desde La Habana ¡1969! Recordar is a long interrogation into this transition; in fact, question marks constantly appear on screen, and the questions “What?” and “Why?” are reiterated when it comes to the Cordón de La Habana or the moon landing, which culminates in the superimposed voices of Nicolás Guillén and Fidel Castro. While the filmmaker reads his poem “Elegía a Jesús Menéndez” (“Elegy to Jesús Menéndez”), the Cuban leader reads his farewell letter to Che Guevara. The deaths of both men confirm the mutation of the national political project, and Guillén Landrián mixes in, during these final scenes, the voices of the dead—Guevara, Cienfuegos, Menéndez…—with those of the living—Guillén Landrián and Fidel—who represent, at the same time, two incarnations of the father figure.
Here there is a poetics and a politics of memory that highlights, once again, the role of mourning in any process of modernization, whether it be liberal or Marxist. Reinhart Koselleck has referred to this connection in a book about the cult of the dead and national memory in modern Germany. [23] Koselleck observes that in every transition toward modernity, there is a functional use of the representation of death in favor of the survivors, which generates a constant feeling of mourning. [24] This mechanism facilitates, at the same time, the capture of politics by affect and emotion, providing the State and its leaders with an inherited power over the collective psychology and national culture. Guillén Landrián’s documentaries expose, like few other artistic documents from the sixties and seventies, this relationship between mourning and politics in Cuba.
There is a poetics of memory in these films that expose the weight of the historical in the political construction of Cuban socialism. The Revolution called into question the entire history of Cuba and the Island’s place in the world. It was a change in space and time that disrupted the country’s geographical and cultural coordinates. From there, many current rituals—Fidel’s speeches, televised and print propaganda, the lists of the day’s anniversaries, the civic calendar, flowers for Camilo, the symbolic name for each year—appeared as ciphers of a new temporality.
The filmmaker warned that the “discontinuity of memory”, as Koselleck called it, had been broken with the Revolution. [25] This break did not entail a perennial anchoring in a negative representation of the past, like the one reproduced by State-run media, but rather an interrogation of the present as the assumed ending or resolution of Cuba’s history.
Guillén Landrián filmed people waiting in never-ending lines and apathetic and helpless faces, and he spliced in basic and uncomfortable questions directed at official triumphalism. All of this was surrounded by a specific moment in official discourse in Havana in the late seventies, where the banning of the Beatles added to a environment marked by growing intolerance and repression of the counterculture, as seen in the photo series My Sixties by José Figueroa, which portrays the hippie youth in El Vedado, [26] identified by Cristina Vives as one of many signs of cultural resistance against socialism’s civil homogenization process. [27] Guillén Landrián’s entire body of work is situated within this iconic subversion, a Cuban 1968 countering the advance of the aesthetic canon of socialist realism on the Island.
Several passages in Gutiérrez Alea’s film Memorias del subdesarrollo (1968) that Guillén Landrián inserted into Desde La Habana ¡1969! Recordar functioned as part of the balance of the sixties as well as an acknowledgement of belonging to an artistic film community that shared the same sense of malaise caused by the encroaching orthodox State-sanctioned ideology about Cuban culture. Guillén Landrián situated his own documentary films in the tradition of criticism of the official iconocracy—to use Iván de la Nuez’s term—of the Cuban government, founded in large part by Gutiérrez Alea in Memorias del subdesarrollo, but that, in reality, got started years earlier with PM by Sabá Cabrera Infante and Orlando Jiménez Leal and in Néstor Almendros’ first short films. [28] In any case, Guillén Landrián’s early homage to Gutiérrez Alea was a sign of aesthetic and political identity that came before the logic of reception of revolutionary cinema that later generations of Cuban filmmakers have espoused.
A good indicator of this is the proposed re-reading of contemporary documentary films in Cuba, as demonstrated in the film sampler Cine sumergido (Submerged Cinema) (2013), promoted by the academics Luis Duno-Gottberg and Michael J. Horswell, that circulated in 2014 among different universities in the United States. [29] The documentary essay approach of young filmmakers like Damián Sainz, Laimir Fano, Armando Capó, and Adrián Replansky show a poetics of film that has an undeniable precedent in the work of Guillén Landrián. In recent years, the documentarian’s film Coffea Arábiga has been a frequently visited place in the archive of cultural resistance in Cuba as well as an example of the limits of experimentation and vanguardism in the sixties.
The youngest Cuban filmmakers’ innovation in form vindicates the poetics of artistic or auteur filmmaking, in opposition to the commercial paradigm. Nevertheless, this gesture, prevalent in reflexive documentary filmmaking, also avoids the most common technical and stylistic resources of Guillén Landrián’s generation of vanguardist cinematography. The rejection of depoliticization in Cuban intellectual thought that has appeared across different tactical platforms over the last three decades clearly points toward the place of enunciation in the new digital and technological era, which influences the reading of these artistic documents that are relegated to the shadows of official discourse.
Desde La Habana ¡1969! Recordar began with direct images of the explosions of atomic bombs in Hiroshima and Nagasaki, situating the viewer in the context of the Cold War or, more specifically, in the reality of a world under the threat of nuclear annihilation. The Island’s new documentary essays update Guillén Landrián’s localization of the Island’s storyline within the global order, which transcends peripheral demarcations like those of the Third World, developing countries, or central geographies like the West or modernity. The new Cuban documentary fights for a reinvention of cultural space, one that encompasses the Island, the diaspora, and the world that is collapsed, inside and out, by both communities, which are one, two, and several all at once and whose ritual of choice is to make the submerged visible.

Rafael Rojas holds a PhD in History from El Colegio de México, where he is a professor and researcher at the Centro de Estudios Históricos. He is the editor of the magazine Historia Mexicana and a member of the Mexican academy of history, Academia Mexicana de la Historia. He is a contributor to the Spanish newspaper El País and a member of the editorial board of the magazine Letras Libres. His latest book is La epopeya del sentido. Ensayos sobre el concepto de Revolución en México (The Epopee of Meaning: Essays About the Concept of Revolution in Mexico) (2022).

[1] Julio Ramos: “Regresar a La Habana con Guillén Landrián. Entrevista a Gretel Alfonso”, La Fuga, n.o 15, Santiago de Chile, 2013, <http://www.lafuga.cl/regresar-a-la-habana-con-guillen-landrian/662>.

[2] Dean Luis Reyes: La mirada bajo asedio. El documental reflexivo cubano (The Viewpoint Under Siege: The Cuban Reflective Documentary), Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, pp. 107-149.

[3] Ibidem, p. 19.

[4] Dziga Vertov: El cine ojo (The Kino-Eye), Fundamentos, Madrid, 1973, pp. 9-10. (Translator’s note: the quoted phrases here are my translations of the author’s references to this 1973 Spanish translation of Vertov’s work, not direct quotations of an English translation of said work.)

[5] Ibidem, p. 15.

[6] Ibidem, p. 17.

[7] Ibidem, p. 44. (Translator’s note: this extended quote in English is not my translation, but rather taken from p. 34 of Kino-Eye: The Writings of Dziga Vertov, translated by Kevin O’Brien and edited by Annette Michelson, Berkeley, CA: University of California Press, 1984.)

[8] Translator’s note: a post-revolution literary project that faced repression from the Cuban government.

[9] For more about the critical strategy of some of these viewpoints, somewhere between solidarity and dissidence, see Rafael Rojas: Fighting Over Fidel: The New York Intellectuals and the Cuban Revolution, Princeton University Press, Princeton, 2015, pp. 195-219.

[10] See Alejandro de la Fuente: A Nation for All: Race, Inequality, and Politics in Twentieth-Century Cuba , The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2001; Lillian Guerra: Visions of Power in Cuba. Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2012, pp. 227-255; Abel Sierra Madero: “El trabajo os hará hombres. Masculinización nacional, trabajo forzado y control social en Cuba durante los años 60” (“National Masculinization, Forced Labor, and Social Control in Cuba in the 60s”), Cuban Studies, vol. 44, Pittsburgh University, 2016, pp. 309-349.

[11] Jesús J. Barquet (ed.): Ediciones El Puente en La Habana de los años 60. Lecturas críticas y libros de poesía (Ediciones El Puente in Havana in the 60s: Critical Readings and Poetry Books), Ediciones del Azar, Chihuahua, México, 2011, pp. 183 y 250. (Translator’s note: the quoted phrases here are my translations of the author’s quotations of this work.)

[12] Ibidem, pp. 182 y 198.

[13] Slavoj Žižek: Repeating Lenin, Zagreb, Arkzin, 2002.

[14] Translator’s note: a vanguardist movement of experimental writers.

[15] Translator’s note: the Cuban government’s proposed agricultural greenbelt around the city of Havana.

[16] Translator’s note: the Cuban government’s proposed goal of producing 10 million tons of sugar in 1970.

[17] Theodore Roszak: The Making of a Counterculture, The University of California Press, San Francisco, 1995, pp. 164-170. Before Roszak, the anthropologist Hortense Powdermaker had called attention to the ability of Hollywood films to deactivate the ethics of liberation via a “Dream Factory.” See Hortense Powdermaker: Hollywood, the Dream Factory: An Anthropologist Looks at the Movie-Makers, Little, Brown, Hollywood, CA, 1950.

[18] Herbert Marcuse: Soviet Marxism: A Critical Analysis, Columbia University Press, New York, 1958.

[19] Tomás Gutiérrez Alea: Dialéctica del espectador (The Viewer Dialectic), Ediciones Unión, Havana, 1982, pp. 39-52. (Translator’s note: the quoted phrases here are my translations of the author’s quotations of this work.)

[20] Edmundo Desnoes: Lam: azul y negro (Lam: Blue and Black), Casa de las Américas, Havana, 1963, p. 19; Edmundo Desnoes: Punto de vista (Point of View), Cocuyo, Havana, 1967, pp. 59-97.

[21] Carlos Ossa: El ojo mecánico. Cine político y comunidad en América Latina (The Mechanical Eye: Political Cinema and Community in Latin America), Fondo de Cultura Económica, Mexico City, 2013, pp. 91-104. (Translator’s note: the quoted phrases here are my translations of the author’s quotations of this work.)

[22] Ibidem, pp. 138-152.

[23] Reinhart Koselleck: Modernidad, culto a la muerte y memoria nacional (Modernity, Cult of the Dead, and National Memory), Centro de Estudios Constitucionales y Políticos, Madrid, 2011, pp. LIV-LXV. (Translator’s note: the quoted phrases here are my translations of the author’s quotations of this work.)

[24] Ibidem, pp. 69-87.

[25] Ibidem, pp. 39-52. For more about the role of affect in Cuban Culture, see José Quiroga: Cuban Palimpsests, The University of Minnesota Press, Minneapolis, 2005, pp. 197-204; and Rafael Rojas: Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Tombs Without Rest: Resolution, Dissidence, and Exile of the Cuban Intellectual), Anagrama, Barcelona, 2006, pp. 11-44.

[26] Translator’s note: a neighborhood in Havana.

[27] Cristina Vives: “Cultura y contracultura en tiempos de Revolución” (“Culture and Counterculture in Times of Revolution”), Arte Cubano, n.o 2, Havana, 2013; José Figueroa: José Figueroa. Un autorretrato cubano / A Cuban Self-Portrait, Turner, Madrid, 2010.

[28] Iván de la Nuez: Iconocracia. Imagen del poder y poder de las imágenes en la Cuba contemporánea (Iconocracy: Images of Power and the Power of Images in Contemporary Cuba), Turner, Madrid, 2015, pp. 7-15.

[29] Luis Duno-Gottberg and Michael J. Horswell: Sumergido/Submerged: Cine Alternativo Cubano/Alternative Cuban Cinema, Literal Publishing, Mexico City, 2013.

Guillén Landrián: Documents in the Shadows MAGAZINE 2024 Leer más »

The Material Ghost. Film and Their Medium. The Johns Hopkins University Press (Baltimore and London), 1998.

By Gilberto Pérez

Introduction

Film and Physics

People are incorrect to compare a director to an author. If he’s a creator, he’s more like an architect. And an architect conceives his plans according to precise circumstances.
John Ford

The moviegoer watches the images on the screen in a dreamlike state. So he can be supposed to apprehend physical reality in its concreteness.
Siegfried Kracauer, Theory of Film

The Havana where I grew up was a great town for going to the movies. It was Havana in the fifties, under the dictator Batista, so it was not the best of times. But it was a good time and place for a kid to become a moviegoer. On the screens of my city movies from all over the world unfolded: we got all the movies from Hollywood and we also got, not just a few for the presumed cognoscenti, but a good many movies from Italy and France and Russia, Mexico and Spain and South America, Japan and India and Scandinavia. My favorite movie theater, the Capri, regularly featured an international mix, so that in one program I might see together II Bidone and The Killing, or Gold of Naples and An American in Paris, or Madame de… and The Criminal Life ofArchibaldo de la Cruz. With negligibly few exceptions, the movies were all foreign, which is to say that none of them were: they all took place in the spellbinding elsewhere of the screen. Thankfully, movies were not dubbed for Cuban audiences but always shown in the original language; at an early age I got used to subtitles, which for me became part of the language of cinema. Moreover, I grew up in a time when movies were as often done in black and white as in color, which led to my having no color prejudice before the images on the screen. My movie upbringing was very liberal. Although naturally I liked some movies better than others, and naturally I noted differences in subject and style, temper and approach, I was raised not to discriminate on account of language or color or national origin.1

“If it has subtitles, it’s art,” says, only partly in jest, a friend whose persuasion is literary and whose formative moviegoing dates from the New York of the forties. For me, whose formative moviegoing normally entailed subtitles, the movies have always been a medium of art—no different from literature or painting in their small yield of good art among the middling and the bad. I first went to the movies with my father, and all through my childhood and adolescence he was my abiding moviegoing companion. The author of a book called Nuestro Siglo (Our Century), my father was a doctor with an avid interest in literature and the arts, and he imparted to me an ungainsayable sense that the movies belong in their company. “We generally become interested in movies because we enjoy them,” wrote Pauline Kael, “and what we enjoy them for has little to do with what we think of as art.”2 The first part of her statement certainly fits me, but not the second. I grew up with the movies as art and with art not as something stuffy and affected but as something vital, like the movies.

The first criticism of the arts that seriously engaged me, even before my teens, was the movie criticism that was appearing in Carteles. The weekly Carteles was rather like a Cuban Collier’s or Saturday Evening Post; the movie column was simply called “Cine,” and for a while it didn’t carry a byline. Yet it carried a distinctive critical voice. Subsequently that voice gained the name G. Cain, a pseudonym, it transpired, for the Cuban writer Guillermo Cabrera Infante, who later won acclaim with his splendid novel of nighttime Havana, Tres tristes tigres (a tongue-twisting title rendered in English as Three Trapped Tigers). To Cabrera Infante I owe my first attentive appreciation of what makes a movie move, what goes into the art of putting it together, my excited first awareness of the ways of the camera in shaping our view of the world pictured on the screen. His movie reviews gave me an education in seeing and in thinking with my eyes. Under the name G. Cain they were collected into a book, Un oficio del siglo XX, published in 1963 by Ediciones Revolución in Havana; in 1965 Cabrera Infante left Cuba. With few changes and no additions—nothing to update it—the book came out in English three decades later as A Twentieth Century Job.3

Of Antonioni’s Le Amiche, for example, a reticently amazing film made in 1955 and all but unknown in this country even after its director became famous in the sixties, Cabrera Infante wrote a review perceptive of the film’s accomplishment and responsive to its promise. Like Clement Greenberg’s early reviews of Jackson Pollock, this was criticism whose awareness of the present put it in touch with the future, criticism with eyes to see both what was there in the work and what the work had in store, both what Antonioni had succeeded in doing with quiet originality and where he was tending to lead the practice of his art.

Film in the fifties seemed to many an art in decline if not downright fall. Classic Hollywood was dying, French cinema had mostly succumbed to academicism, and the neorealism that had vitalized Italian cinema in the postwar years was passing away too. Yet despite the apparent impoverishment, the fifties were actually a time of riches in the art of film. Cabrera Infante was among the few who recognized the cinematic achievement of the time: of Antonioni and Fellini in Italy, filmmakers who came out of neorealism and wielded the mirror it held up to nature in their own newly reflective ways; of Becker and Bresson in France, the one gripping the tangible with passion, the other reaching with precision for the unrepresentable; of Bunuel in Mexico, where the old surrealist, commercially employed, yet made some of his most incisive and arresting films; of the serenely eerie Mizoguchi and the restlessly sturdy Kurosawa in Japan and the corporeal and contemplative Satyajit Ray in India; of Hitchcock and Hawks and Minnelli in Hollywood and of such American mavericks as the expatriate Orson Welles and the young (later expatriate) Stanley Kubrick. And—unlike James Agee in the United States, for example, a film critic who mainly yearned for past glories—Cabrera Infante was a film critic animated by a sense of expectation and possibility, a spirited looking forward to the coming attractions of an art in the making.

My own posture today is similar to Agee’s: as he looked back to the movies of his teens and twenties and in the cinema of Griffith and Chaplin, Eisenstein and Dovzhenko, saw the art’s great era, so I look back to the movies of my teens and twenties and see an efflorescence of the art that peaked in the sixties and has not been matched since. Is such a posture- uncommon neither in Agee’s time nor in mine—merely subjective, merely a matter of our being most impressed when at our most impressionable? Subjectivity necessarily informs our response to art, but that does not necessarily render our judgment devoid of objectivity. Surely it is significant, in any case—not just subjectively but aesthetically significant—that we should respond to the movies of our youth with something like the feelings of first love. Cabrera Infante’s collected reviews take me back to the time of my first falling in love with the art of film.

Soon after I came to this country in the early sixties I found that matters already familiar to me from Cabrera Infante’s reviews, which kept up with foreign criticism and partook of the spirit of the yellow-covered Cahiers du cinema of the fifties, were for American film critics a hot new topic of controversy they called the auteur theory. The auteur theory has meant different things to different people If it is taken to mean that film is the director’s art—that the shaping hand specific to film and governing most of the best films is the director’s—then it is a notion as old as the proposition that film is an art.

Orson Welles, a director with an immediately recognizable style if there ever was one, gallantly stands up for the actor in his interviews, conducted two decades ago when the auteur theory was at the height of its fashion, with auteur proponent and would-be auteur Peter Bogdanovich.4 Most people go to the movies for the actors; most of the pleasure I get from movies these days comes from the actors; certainly the actors are a much better reason for going to the movies than anything most movie reviewers have to say. Opponents of the auteur theory have shown a literary partiality, however, and rather than the actor they have tended to promote the writer in their demotion of the director—unless they rest content with the assertion that movies are made by many hands. Many hands are sometimes viewed approvingly (as in the selfless group artistry of a medieval cathedral) but more often disapprovingly (as in the soulless fabrication on an assembly line). When the auteur theory fell into disfavor, not so much among film critics as among the growing ranks of film academics, it was not an appreciation of the actor or the writer that gained ascendancy but a repudiation of all individuality as a false consciousness inculcated by bourgeois ideology.

Late in 1913 D. W. Griffith, breaking with the Biograph Company, took out a full-page ad in the New York Dramatic Mirror declaring his authorship of the films he had been making since 1908 in Biograph’s employ. Movie companies in that early period, and Biograph more doggedly than the others, kept the names of players and filmmakers unknown to the public; movies were to be seen as company products. Against this policy of company impersonality Griffith was asserting his authorship and his artistry. His work at Biograph had been momentously innovative. Rather than the company, his ad proclaimed, it was he who was responsible for “revolutionizing Motion Picture drama and founding the modern technique of the art.”5

Long before the auteur theory was proposed, film critics and historians endorsed Griffith’s claim to authorship. For several years now, however— years in which the study of film has established itself academically—dominant thinking in the field of film studies has in effect come down on the side of Biograph. The auteur theory, imported from France in the early sixties, has long been out of fashion; a newer bit of imported French theory has pronounced the author dead. The view of art as the creation or expression of individual genius is out of favor. Instead, thinking corporately, we are to admire the “genius of the system”6 or, on the other side of the same coin, we are to decry the manipulations of a system that, it is believed, serves the purposes of an oppressive ideology and allows little room for deviation either in the making or in the viewing of a film.

Opponents of the auteur theory have charged it with being ahistorical, and the charge has some justice. “If directors and other artists cannot be wrenched from their historical environments,” wrote Andrew Sarris in the early days of his influential advocacy of the auteur theory, “aesthetics is reduced to a subordinate branch of ethnography.”7 “What does he think it is?” retorted Pauline Kael.8 And Christopher Faulkner takes a stand “for ethnography” in the introduction to his Social Cinema of Jean Renoir, where he maintains as others have that the auteur theory with its emphasis on individual creation and its tendency to play down historical circumstance is but a form of bourgeois ideology.9 That may be, but it must also be recognized that, no less than an emphasis on individual creation, an emphasis on historical circumstance is a bourgeois way of thinking. Faulkner appears to believe that the idea of wrenching the artist from history has reigned unbrokenly since the Renaissance, but Sarris (following the American New Critics in this respect) was reacting against a historicism that had long been a dominant critical approach. Faulkner’s charge of ahistoricism is itself ahistorical.

The trend of postmodern thinking has been against ideas of unity and wholeness. These are taken to be bourgeois fabrications, constructs of the ruling ideology, though they have a much longer history and, even as we call them into question, our thinking seems to require them. We think in terms of parts and wholes even if our parts don’t exactly fit into our wholes. Faulkner’s study of Renoir calls into question the unity of Renoir’s authorship over the years but assumes the unity of determinant historical situations that produced one Renoir in the thirties and another Renoir in the fifties. The unity traditionally valued in a work of art, or in an artist’s body of work, is currently discounted as a false consciousness promoting that other supposed figment of bourgeois ideology, the unity of the self. The perceived unity of an object is thought to endorse one’s sense of one’s own unity as a perceiving subject. My impression of The Battleship Potemkin (1925) as a unified work presumably fosters in me the idea that I am a unified self. But Potemkin encourages a different sense of unity in the spectator, a sense not of individuality but of class consciousness, of collective solidarity, a kind of unity at odds with the individualism of bourgeois ideology. What about Eisenstein as an auteur, the unity of his body of work? Supposedly my seeing Potemkin and Ivan the Terrible (1944-46) as works of the same individual, rather than as products of different historical circumstances, confirms me in my sense of my own individuality. But surely the question of Eisenstein’s individuality in relation to his historical circumstances, and of my own in relation to mine, ought not to be decided in the abstract but examined in the concrete, for not all individuals, and not all historical circumstances, are the same. Wrenching the individual from historical circumstance may be ideological, but no more so than positing the individual as a figment of ideology and a puppet of history. Even if it were true that the self in our postmodern times is irreparably fragmented, that any notion of its unity merely clings to an illusion, surely this doesn’t entitle us to decide that the same is true of all other times and places.

From the auteur theory, which brought the romantic cult of the artist into the upstart art of film, the winds of our fashions have blown to a view of the artist as the pawn of history and culture and society. Allegedly unpolitical yet originally a politique— a politics championing the author as the individual spirit resisting the conformities of the system—the auteur theory aggrandized the author but it better allowed for a dialectic between the author and the system, between the individual and his or her situation, than does a theory that aggrandizes the system into a virtually absolute rule. To be sure, the filmmaker is, even if not in the employ of a studio, under the sway of the social and political order, the culture and circumstance in which he or she works; but that will not in every way determine, though it will in many ways affect, the film he or she will make or the response a spectator will have to it. There is a margin of freedom when making a film and when viewing one, a margin for making the kind of film that invites the viewers freedom of response; and that edge of freedom may make all the difference.

Academics who criticize bourgeois individualism think they are bucking the establishment. They seem not to recognize that the individualist model of capitalism has mostly given way to a corporate model and that a critique of individualism suits the corporate capitalism now reigning. The director as auteur certainly does not suit corporate Hollywood. The individual auteur never suited the Hollywood studio system, it may be argued, and that’s the problem with the auteur theory in the first place: it doesn’t fit the facts of movie production. But this argument shifts the ground from the ideology of individualism to the conditions of the movie industry: it is one thing to say that the individual artist is a figment of bourgeois ideology and quite another to say that the working conditions of Hollywood are inimical to the individual artist. The auteur theory values individual artistry and claims that it exists in the movies: it is one thing to argue that it doesn’t exist in Hollywood and quite another to maintain that it doesn’t exist anywhere and that only a false consciousness can lead us to value it. The auteur theory is the application to film of the genius theory of art. The genius theory may be all wrong, wrong about Beethoven and Michelangelo as about Vincente Minnelli and Frank Borzage; or it may be wrong in its application to film, or wrong in its application to Hollywood film. It should be kept straight where its wrongness is supposed to lie.

The main area of contention in the auteur controversy of the sixties was not whether film is the director’s art but which directors are to be considered artists. Nobody disputed the individual artistry of Eisenstein or Renoir. Hollywood directors were the ones particularly in dispute. Where the auteur policy at Cahiers du cinema broke new ground was in putting forward the artistry and the authorship of directors working in a commercial entertainment industry deemed inhospitable to personal artistic expression. Howard Hawks is a case in point, a director whose considerable achievement received scant critical attention before the French took him up. Alfred Hitchcock is an interesting case, a director whose authorship was singularly well publicized (“the master of suspense”) while his artistry nonetheless remained insufficiently recognized until the French saw him as a true master.

Hitchcock himself devised the publicity through which his directorial signature (and his spryly deployed obese figure with its trademark intrusions into the world of his films) got to be known everywhere. He sold himself as director and sold his films as his creation. In Hitchcock: The Making of a Reputation, a study not of Hitchcock’s films but of how they have been regarded, Robert E. Kapsis traces the lifelong promotion Hitchcock conducted in behalf of the director as a film’s maker—the actors he characterized as “cattle”—and of himself as a stellar director.10 Back in England in 1927 Hitchcock had his first hit, The Lodger, where he made his first cameo appearance in his own work. Already that year he started circulating the profile self-caricature that became another trademark. And in a London newspaper that year he said that “film directors live with their pictures while they are being made. They are their babies just as much as an author’s novel is the offspring of his imagination. And that seems to make it all the more certain that when moving pictures are really artistic they will be created entirely by one man.”11 Asking whether Hitchcock’s self-promotion had more to do with commerce or with art misses the intertwinement of the two in a director’s career. Just as surely as he wanted to make money, Hitchcock required money in order to make art.

Hitchcock in the fifties showed his tamest commercial side and he also showed remarkable artistry and audacity. The first Hitchcock film I saw seemed to me entertaining but unimpressive: the glossy and shallow To Catch a Thief (1955) was decidedly on the commercial side. But then there was the breathtaking Vertigo (1958): no film in those years made more of an impression on me. All the moviegoing kids I knew in Havana loved it too, and Cabrera Infante hailed it as a masterpiece. Opinion ran otherwise in the United States, I was surprised to find, and keepers of the common wisdom would shake their heads and discountenance a liking for Vertigo as an inexplicable aberration of esoteric French taste. “Alfred Hitchcock, who produced and directed the thing,” wrote John McCarten in his review of the film in the New Yorker (7 June 1958), “has never before indulged in such farfetched nonsense.” Opinion has certainly changed. Most observers today would concur that Vertigo is a masterpiece, though they may not call it by that currently unfashionable term. Hitchcock’s reputation rose with the auteur theory but did not decline with it. The feminist theory that next took hold in film studies privileged Hitchcock no less—and made Vertigo no less central in the canon.

Vertigo tells the story of a man (Jimmy Stewart, whose persona of the boyish regular guy here acquires a shading of disorder) in the grip of love beyond grasp. A figure of identification for the movie spectator—and especially for the spectator I was as an adolescent boy—this protagonist becomes enthralled by a woman (Kim Novak) as beautiful and as ghostly as the image of a movie star shimmering up close on the screen yet impossibly far away. Driven like the protagonist in his pursuit of this potent apparition of a woman, Cabrera Infante went to see the film “on three successive, obsessive nights” under the pull of “its complete immersion in the sea of magic” and pronounced it “the first romantic work of the twentieth century.”12 My sentiments exactly, at the time. Not, by and large, the way the film is regarded now. According to Kapsis, whose book is not about what he thinks but about what others think and thus presumably expresses the consensus of opinion, Vertigo is an “uncompromising indictment of romantic love.”13 Immersion in the sea of magic is not good for you. The first wave of feminist film theory saw the romanticism of Vertigo as enemy territory, a mesmerizing epitome of male desire and the male gaze; but those unable to let go either of Vertigo or of the theory that posits and reprehends the male gaze have endeavored to “save the film for feminism” by construing it as a condemnation of romanticism.

To the initial objection of many but to the subsequent admiration of most, in Vertigo Hitchcock goes against the rules of the well-made mystery and reveals the solution halfway through, when he unexpectedly shifts the point of view away from the entranced protagonist who so far has been the film’s center of consciousness. By this bold move the film demystifies its romanticism. The protagonist’s inamorata has been an imposture, not merely an idealized but a sheerly fictitious woman, we now learn from the woman herself who impersonated the figment that is the man’s romantic obsession. We watch with a kind of horror as the unknowing protagonist singlemindedly presses her and she misgivingly consents to play again the part of his romantic dream. And yet, even though we know better, something in us irresistibly responds all the same to the vision of beauty that eventually materializes before his eyes. Cabrera Infante’s view is more nearly right than Kapsis’s consensus. Vertigo demystifies its romanticism but it does not defuse it. In this it is like another great romantic film, Max Ophuls’s Letter from an Unknown Woman (1948), whose protagonist is not a man but a woman in love with an illusion that no reality can dispel.

Does Hitchcock deserve his reputation? He deserves high praise, and among those reluctant to recognize the art of film he still needs championing. Within film circles, however, the answer to this question must be no, for he would have to be incomparably the greatest of all filmmakers to merit the amount of critical and academic attention bestowed on him, well in excess of any other director’s share and giving no signs of diminution after many years and reams of articles and books. The best work is the best measure of an artist, and at his best Hitchcock is a great artist. His draftsmanship with the movie camera—what the French like to call Venture, writing in the language of film—is extraordinary. But the no less extraordinary cinematic dexterity of Frank Capra, for example, has received far less attention. “Capra has a touch of genius with a camera: his screen always seems twice as big as other people’s, and he cuts as brilliantly as Eisenstein,” wrote Graham Greene (who didn’t much like Hitchcock) in one of his movie reviews of the thirties.14 The attention Capra gets today goes mainly to the blend of sentiment and humor that has made viewing It’s a Wonderful Life (1946) on television a national Christmas ritual. “No one else can balance the ups and downs of wistful sentiment and corny humor the way Capra can,” wrote Pauline Kael, “but if anyone else should learn to, kill him.”15 The “Capracorn” that many warm to puts others off. “Enormous skill,” said Orson Welles when Bogdanovich asked him about Capra, “but always that sweet Saturday Evening Post thing about him.”16

If Hitchcock is a consummate camera draftsman, Capra is a master of texture and light, of texture as the play of light projected on the screen. Applying to film the duality proposed by Heinrich Wölfflin in art history, one may call Hitchcock linear, a leader of the eye along the exactly determined line of his camera angles and movements, and Capra painterly, a colorist in black-and-white film with a palette of luster and sparkle, glimmer and glow, light subdued and diffused and resplendent. The distinctive look and light of a Capra film owe much to the work of Joseph Walker, Capra’s cameraman all through the thirties. In a perceptive appreciation of It Happened One Night, the 1934 sleeper that was Capra’s first big hit—a memorable screwball comedy and a Depression romance of enduring enchantment, with Claudette Colbert as the fugitive heiress and Clark Gable as the newspaperman—James Harvey wrote: “Joseph Walker’s photography gives the world of the film a consistent refulgent, glowing-from-within quality—especially the night world, from the rain on the auto camp windows, to the rushing, glittering stream Gable carries Colbert across, to the overarching haystacks, moonstruck and sagging, that the couple find themselves sleeping under after they leave the bus.”17

In the rainy night Colbert and Gable spend together in the auto camp, separated by the blanket he hangs between their two beds and calls the “walls of Jericho,” there is a moment of eloquent glimmer that Harvey aptly singles out, a dark close-up of Colbert in which, as she shifts a little in her bed, the camera briefly catches a moist reflection of light in her eyes: “a gleam slight but clear” that distills the “atmosphere of yearning” suffusing the whole movie.18 And Capra crowns this with a cut that resonantly rhymes the inside and the outside: from the gleam in the close-up of the heroine to a long shot in which, through two cabin windows like eyes moist with the world’s yearning, the rain falling outside gleams.

Capra’s It Happened One Night, Leo McCarey’s The Awful Truth (1937), and Hawks’s His Girl Friday (1940) seem to me the three best screwball comedies, or comedies of remarriage as Stanley Cavell calls them,19 the three best instances of a genre that represents classical old Hollywood at its best. Joseph Walker photographed all three. He was one of the world’s great cinematographers. He has generally not gotten the recognition he deserves, and the failure of Capra himself to give him that recognition seems especially unjust. Like Hitchcock, Capra boosted his own authorship. It was fine that he asserted it in the face of an industry that would treat the director as mere hired help, but he also asserted it by minimizing the work of his collaborators. Beginning with It Happened One Night, which swept the Academy Awards for 1934, Capra won three Oscars for best director within five years; in 1938 he made the cover of Time. His was to be “the name above the title,” as he called the autobiography he published in 1971—during the vogue of the auteur theory—a book that won him back some of the fame he had lost in years of decline and inactivity.20 Telling the story of the poor Sicilian immigrant who rises to success in the movies, the book is informed by a cheery self-aggrandizement that plays down what anybody else did to assist the rise or contribute to the success. Capra does not properly acknowledge his debt to Walker’s camera or to Robert Riskin’s scripts for several of his films, including all three that won him directing Oscars.

In Frank Capra: The Catastrophe of Success, an unauthorized biography that reads like a lengthy rebuttal of the untrustworthy autobiography, Joseph McBride takes to task not just Capra’s account but more generally the story of self-made success in the land of opportunity.21 McBride begrudges Capra his success and gloats over his decline (even over his failure as a farmer), but he has a point: what Capra did depended on what others did; a Capra film was certainly not made by one man. Without Joseph Walker, without the work of other collaborators, without the artistic and historical circumstance in which he found himself, Capra would not have been Capra. But this doesn’t mean that Capra was nothing. It Happened One Night, The Awful Truth, and His Girl Friday may be regarded as Joseph Walker films, or as films made at Columbia Pictures, or as instances of a genre of comedy, or as expressions of a time and place, a culture and society. But they may also be regarded as the work of their directors: we may not be interested in the personalities of Capra, McCarey, and Hawks as the auteur theory prescribes, but their art is on the screen.

Capra’s politics is another issue McBride raises. Usually associated with the New Deal, Capra actually voted Republican, which leads McBride to charge him with political hypocrisy. But recognizing that Capra’s films were not made by him alone ought to keep us from confusing the man’s personal politics with the politics of his films. The scriptwriter who worked with Capra on Mr. Smith Goes to Washington (1939) was Sidney Buchman, who later was among those blacklisted in Hollywood for their leftist affiliation, and the “sweet Saturday Evening Post thing” combines in this film with a bitter indictment of the corruption of power in the American political system: Mr. Smith (Jimmy Stewart) may win in the end, but he wins at the very last minute by a kind of miracle, and the film makes painfully manifest that such an idealist would have been crushed in reality by the entrenched political machinery Mr. Smith was up against. In the seventies, at a talk Capra was giving on a tour of college campuses after his autobiography came out, I asked him why he had pushed Mr. Smith so far into the depths of defeat before rescuing him in an improbable happy ending. Surely, if he had wanted, he could easily have made the happy ending more probable? Capra took my question as hostile—which was not my intention—and then said something about Christ on the cross and victory won in defeat.

Mr. Smith Goes to Washington followed Mr. Deeds Goes to Town (1936) and was followed by Meet John Doe (1941) and It’s a Wonderful Life: a series of Capra films enacting what Richard Griffith called a “fantasy of goodwill” and characterized as “a blend of realistic problem and imaginary solution epitomizing] the dilemma of the middle-class mind in the New Deal period.” Compared with Riskin’s script for Mr. Deeds, Buchman’s script for Mr. Smith treats the problem more realistically, which makes the solution a more evident fantasy: “Individual idealism is no solution for any practical problem,” commented Griffith, “but it is the totem people worship when every other way out cuts across their thinking habits.”22 In Meet John Doe, however, which Riskin again scripted, the problem grows realistic to the point of not admitting a satisfactory solution, not even in fantasy. In It’s a Wonderful Life, with a script by many hands (including such uncredited ones as Clifford Odets, Dorothy Parker, and Dalton Trumbo), the solution, built into the story from the beginning, becomes the ultimate fantasy of an angel from heaven.

Capra—I speak not of the man himself but of what comes across in the films, with all the factors and collaborators that went into their making—was an idealist who would not falsify reality to suit his ideas and so was led to have his fantasies literally take wing. He was not the populist he is often taken to be. His portrayal of the “little people” he purportedly loves tends to sentimentality and condescension. His politics are no sort of New Deal populism but a kind of middle-class noblesse oblige. George Bailey (Jimmy Stewart) in It’s a Wonderful Life is not a figure of the common man but of the superior one, idealistically devoted to the common good and individually responsible, as the nightmare vision of what his hometown would have been like without him demonstrates, for fending off capitalist greed. And he is a figure that fails, that in reality would have been dead at the bottom of that river: Capra was an idealist who believed enough in his ideals not to take as their measure the world as it exists.

In a brilliant essay on Capra entitled “American Madness” after one of his films, William S. Pechter argued that Capra was aware, maybe not consciously but at some intuitive level, of the imaginary nature of his solutions, the unlikelihood of his happy endings.23 The happy endings of comedy are often ironic endings, frankly contrived and intended to evoke a smile of disbelief. “Beaumarchais’ Marriage of Figaro ends with the kind of improbability which we are to recognize as such and take ironically,” wrote Eric Bentley in the course of drawing a contrast with another vein of comedy: “In Mozart’s Marriage of Figaro, as in Twelfth Night, love and happiness have their reality in art, while the question of their reality in life is left in uncynical abeyance.”24 Love and happiness in It Happened One Night have their reality in just that way, the way of romantic comedy. But Mr. Smith Goes to Washington and It’s a Wonderful Life are not exactly romantic comedies (Mr. Deeds Goes to Town comes closer). They reach their happy endings through the kind of improbability that could have easily been smoothed over but is instead—as when that angel must intervene in It’s a Wonderful Life to save the hero from suicide—made difficult for us not to recognize as such. But these happy endings are not exactly ironic either. Things would not happen this way in real life, we know, and yet we smile in tense and wishful suspension of disbelief.

The career of Frank Capra offers a good refutation of the auteur theory. If he was a genius, the genius was all gone after It’s a Wonderful Life, so dependent was it on the talents of others, on the factors and the themes, the energies and the conditions of a time and place. Yet for several years something like genius was there, not the genius of an individual if by that is meant a self-sufficient individual, not the genius of the system if by that is meant the studio system—it was Capra that made Columbia a major studio, not Columbia that made Capra a major director—but a genius of some kind that brought it all together and put it on the screen. The pieces he may have owed to others, but the ensemble, the way a Capra film hangs together on the screen, is unmistakably his. More like an architect than an author, as John Ford said of the job of a film director.

I came to the United States after high school, and I thought I was coming to study engineering. I went to M.I.T. There I started writing movie reviews for the campus newspaper. By the time I was a senior I wrote a regular column for The Tech. It was not a widely liked column—the humor magazine twice parodied it and ridiculed its pretensions—but it was widely read. Everybody on campus knew who I was; I had a taste of fame. Although I didn’t know it at the time, I was on the path that has led to this book.

I didn’t last long in engineering; in my sophomore year I switched my major to something less practical that I found more attractive—physics. Others may have thought of physics as the study of galaxies and subatomic particles, the outer realms of our experience, but what attracted me to physics was its ability to explain the world around me. It was thrilling to learn why it is that, thanks to the law of conservation of angular momentum and the stability it confers on rotating bodies, a moving bicycle doesn’t tip over. It was exciting to take in Newton’s explanation of the tides and to grasp how it comes about that the moon, though much smaller, has a larger effect on them than the sun. Some of my classmates would make fun of the nerd who talks physics rather than romance in the moonlight by the waterside with a girl, but for me the beauty of the ocean was enhanced rather than diminished by a knowledge of its physics. Around this time I had a dream that, while I was dreaming it, seemed irrefutably to prove the existence of God. The sun and the moon are celestial bodies of vastly different sizes, this dream proof went, and yet from the earth looking up at the sky they appear to be exactly the same size: hence God exists. Until I woke up I was quite convinced I had found the proof the philosophers had sought.

Physicists divide themselves into two camps, theoretical and experimental. The theoreticians tend to look down on the experimenters. Modern physics, since Galileo refuted Aristotle by dropping weights from the Leaning Tower of Pisa and seeing how they fall, has been based on empirical observation; but theoretical physics, in some kind of holdover from scholastic thinking, still enjoys greater prestige. I was a theoretical physicist, like Einstein, like Maxwell, like Heisenberg. A scientist friend from England, more aware of matters of class, would call me a “gentleman mathematician” who didn’t want to get his hands dirty. I protested; a mathematician, to the Cuban middle class I was born to, was someone who taught school, assuredly lesser than an engineer; but my friend was not wrong to discern something snobbish in my theoretician’s posture. I nearly failed the doctoral general examination because I did so badly in the experimental questions; I didn’t bother to prepare for questions I didn’t think belonged on the exam. The examiners passed me but demanded that, in penance, I do an experiment over the summer; I carried out the experiment successfully but in the course of it I accidentally broke an expensive piece of equipment that took weeks to replace. I was not cut out for empirical science. And yet the theory that attracted me was not a pure abstraction removed from concrete reality but the theory that explained to me why a bicycle doesn’t tip over.

Film theory is to film criticism as theoretical physics is to experimental physics. A quarter-century ago—a quarter of the century it has been in existence—film began to be studied as an academic discipline. Film studies wanted theory. The theory academically fashionable in the humanities at that time and for years after was structuralist and poststructuralist theory. That’s what’s known as “theory” in film studies; that is the kind of theory that has shaped the field in the years of its academic existence. It is a theory largely detached from criticism and often disdainful of it, a theory presuming to know the answers (“always already” knowing the answers, to use one of its favorite phrases) and averse to getting its hands dirty with the evidence—the theoretician’s snobbery augmented, as snobbery commonly is, by the insecurity of the parvenu, the newcomer to the academy anxious to gain status. It is decidedly an idealist theory—idealist in the sense that it gives primacy to ideas and expects reality to behave accordingly—but it considers itself materialist and thinks that it is exposing the idealism, the ideology, of others.

I am drawn to film theory as I was drawn to theoretical physics; I believe that film criticism and experimental physics—whether they know it or not, and better if they know it—alike depend on theory to guide and make sense of their practice, theory with the focus and structure it provides, the scheme of assumptions it constructs about what to look for and what to make of it. But I also believe that theory that applies to experience in its turn rests on experience; it must not take off into a realm of its own but must instead construct its schemes in vital give and take with concrete reality. I cannot go along with a film theory that eschews such a give and take with criticism, a theory that will not negotiate but just wants to dictate terms. This is a book of film criticism consistently drawn to theory but as consistently skeptical of what these days is called “theory.”

Structuralist theory followed the linguistics of Ferdinand de Saussure and attempted to extend it beyond language proper to other forms of communication. Christian Metz made the most sustained effort to apply it to film. He concluded that film is not a language in any strict sense.25 But the linguistic bent of film theory has persisted. One of its consequences is that, though the ordinary moviegoer naturally remains interested in the actors and other dramatic aspects of the medium, the film scholar seldom invokes theater any longer and instead considers film a form of narration. The distinction between narrative and drama goes back to Aristotle: narrative is told, recounted in the words of a storyteller; drama is enacted, performed by actors on a stage. Film may look like a medium of enactment, with actors and props and scenery, but the language-minded theoretician looks upon it as a narrative medium that tells stories much in the manner of words on a page. John Ellis, for example, maintains that films are told in a “historic mode of narration” that dissembles the mediation of a storyteller and conveys a “sense of reality narrating itself.”26 Entrenched within the linguistic model of cinema, Ellis seems unaware that what he is describing, and characterizing as a delusive endeavor to pass off fiction as reality, is the normal operation of drama, where indeed no storyteller figures but no one fails to recognize the proceedings as a fiction performed for an audience. My own theory of film narrative, set forth in chapter 2 of this book, takes film to be a medium poised between drama and narrative, between enactment and mediation.

The linguistic sign, for Saussure, consists of two parts joined together, a signifier and a signified. The signifier is a word, the word tree, for example, and the signified is a concept, the picture of a tree the word evokes in the mind. Saussure reversed the old model in which abstract words would refer to concrete things: the word, the signifier, is for him the sensory part of the sign, the more material part, while the signified, the picture the word evokes, is the more abstract part.27 In Saussure’s scheme words are what make an impression on the senses, pictures are conjured up in the mind. This was fine for a linguist—words were his material—but transferred to the study of visual images it gets things wrong.28 Jacques Lacan, who worked over Freudian psychoanalysis on the model of Saussurean linguistics, put images in the province of the imaginary, which for him means the illusory plenitude of primary narcissism when the child seemed to possess the mother and the self seemed to possess the world. Metz, who turned to Lacanian psychoanalysis after his attempt at a more direct linguistic approach to film theory, pronounced the film image “the imaginary signifier.”29 What can an “imaginary signifier” be? Metz impossibly joined Saussure’s term for the sensory part of the sign with Saussure’s allocation of pictures to the realm of the mind. A signified can be imaginary, but a signifier cannot, for the signifier is precisely the part of the sign present to the senses, there to be registered; but for Metz the cinematic signifier is absent. What he means is that the film image, in his view, seems to show us a plenitude such as Lacan ascribes to the imaginary but actually it brings nothing before us, nothing but a shadow. The illusion of plenitude, the fact of absence: watching a film, the Lacanian supposes, one moment we feel in possession of the world and the next moment we feel the whole world lost to us. One problem with this theory, as Noel Carroll has observed, is that it assumes that we want the representation on the screen to be reality.30 This is a mistake. The pleasure we take in film is the pleasure of representation.

So badly do we want reality on the screen, according to the Lacanian, that we deny to ourselves the evident fact that it is not there: instead of a willing suspension of disbelief, this theory proposes a clinging to illusion for fear of castration. Castration? The absence of the penis, Freud thought, terrifies the child who catches sight of the female genitals, and the fetish, usually an object seen just before—underwear the woman takes off, pubic hair that becomes velvet or fur, a foot or shoe if the child peers up the woman’s legs—serves as a substitute for the missing penis that enables the fetishist to deny its absence. For the Lacanian we are all fetishists at the movies who fasten on the image to deny the absence of reality. I Lost It at the Movies was the title of Pauline Kael’s first book. For the Lacanian we all lost it—we are all forever kept from the object of desire by the law of the father, all irreparably cut off from the world’s body by the castrating intervention of language—and the movies are the fetish by which we fool ourselves that we have it.

Medusa’s head was for Freud a symbol of the terrifying female genitals. Athena warned Perseus never to look at Medusa directly, but only at her reflection, and gave him a polished shield that would enable him to face the monster. “Of all the existing media the cinema alone holds up a mirror to nature,” wrote Siegfried Kracauer in his Theory of Film. “The film screen is Athena’s polished shield.”31 For Kracauer as for the Lacanian the screen is a mirror: for Kracauer a reproduction, a mirror that enables us to see the face of reality as normally we would not; for the Lacanian an illusion, a reenactment of the primal mirror Lacan posits where the child misperceives the self and the world. Neither Kracauer nor the Lacanian takes proper cognizance of the screen as a space of representation. The images on the screen are neither a reproduction of reality nor an illusion of it: rather they are a construction, derived from reality but distinct from it, a parallel realm that may look recognizably like reality but that nobody can mistake for it. Their picture of reality may be convincing, but in the way fiction is convincing; we respond to the picture not as we would to reality but as we respond to the constructs of representation. The images on the screen are a representation of reality—an imitation or mimesis in the Aristotelian sense—as a novel or a play or a painting is a representation.32

Nobody understands Lacan very well. It may be that he is difficult to understand because he is profound—he is so obscure that it’s hard to tell— but it seems to have been his intention to make himself difficult to understand. In his youth he was associated with the surrealists and all his life he seems to have kept up the surrealist program of bafflement on purpose.33 He may have been an important thinker or he may have been a charlatan and it’s indeed surreal that it should be hard to tell; he was probably a bit of both. His vogue among American academics he no doubt enjoyed as part of the surrealist joke. The purpose of academics in making themselves difficult to understand is to stake out a field of specialized expertise to which outsiders will defer. They set up a jargon impenetrable to outsiders that they themselves may not understand very well, and after a while they may not even know that they don’t know whereof they speak because they speak what has become the idiom of their field, the language in which they talk to one another by common consent.

Lacan had great influence on the academic film theory that emerged in the seventies but his influence came mostly from just one of his papers, the 1949 essay on the mirror stage. And his influence was amalgamated with that of his analysand Louis Althusser, who endeavored to recast Marxism on the linguistic model Lacan used on psychoanalysis. Like Lacan’s, Althusser’s influence came mostly from just one essay, the one on ideology and state apparatuses. Lacan on the imaginary and Althusser on ideology were the theory’s two founding texts: no knowledge of film was necessary, those two essays and the requisite vocabulary were enough to set up shop as a film theoretician. The Lacanian imaginary got conflated with the Althusserian notion of ideology; the mirror stage and the movie screen theorized as its adult replication were construed as apparatuses of ideology, bourgeois, patriarchal, whatever was deemed to be the ruling ideology. What Lacan may have thought of this is not known. While academic film theory was laboring over the relation between the Lacanian imaginary and the Lacanian symbolic, Lacan himself, worried perhaps that he was being too easily (even if wrongly) understood, moved on to a still more obscure notion, the Lacanian real.34

The time of Lacanian-Althusserian theory is past. But its legacy still lingers. Its feminist legacy, for one thing: the feminist film theory of the seventies and eighties was cast largely in Lacanian-Althusserian terms. Those were the terms current at the time and they served their purpose, but they are not the necessary terms of feminism. The main thrust of Laura Mulvey’s landmark essay of 1975, “Visual Pleasure and Narrative Cinema,” was not to advance a film theory but to call for a film practice that would contest the joint dominance of Hollywood and patriarchy.35 But it is mainly as theory that Mulvey’s essay has been taken, and moreover theory taken as proven, Lacanian-Althusserian theory positing the film image, no matter what its content, no matter what its point of view, as the medium of a visual pleasure that only the male can enjoy, a pleasure made to the measure of the male gaze. The evidence, however, is that ever since the nickelodeon replaced the saloon as the chief entertainment of the people, women have been going to the movies as much as men and enjoying them as much as men, though they may not have always enjoyed the same movies. It is the task of a newer feminism to sort out the valid from the unwarranted in this Lacanian-Althusserian phase, secure the insights gained into our situation, and move on to a better understanding of it.

“Visual Pleasure and Narrative Cinema” has been more cited and argued over than any other essay on film, but the disputes concerning it have for the most part been in the vein of argumentations within shared doctrine rather than critical examinations of the theory and the evidence. Hardly anyone has called into question the founding premise, skimpily argued in Mulvey’s essay yet taken for granted since, that the film spectator is always in the position of a voyeur. The voyeur’s pleasure comes from furtively watching something he (or she—except that the voyeur is theorized as male) is not supposed to be watching, a sight he is not invited to see; but what is on the screen is surely something we are being invited to watch, a sight meant for us to see. In certain cases it may be part of the fiction of a film that we are to assume the furtive position of a voyeur, but surely most of the time films don’t take place in bedrooms or peep into sights normally concealed from view. And even if one grants the voyeur premise, there is the further largely unquestioned assumption that the voyeur position belongs solely to the male. In Babel and Babylon, her study of spectatorship in American silent film, Miriam Hansen brings up the interesting case of the film made in 1897 of the heavyweight championship bout between James Corbett and Robert Fitzsimmons: although prizefighting was a male preserve, the film of the prizefight was attended not only by men but also, in large numbers, by women.36

Unexpected at the time and unaccountable by current feminist film theory, this female turnout must have had something to do with women taking pleasure in the sight of male bodies exhibited on the screen. The visual pleasure women take no doubt differs from men’s; this doesn’t mean that they take none.

Not only Lacanian-Althusserian film theory, but postmodern theory more generally, proceeds on the assumption that there is something fundamentally wrong with film, wrong across the board with the practice and the enjoyment of art, and takes as the principal concern of theory what is wrong with art as purveyor of illusion, handmaiden of the patriarchy and the bourgeoisie, instrument of the ruling order. It is ironic that since film began to be taught in the academy, which would seem to have announced that the art of film was starting to be institutionally recognized, the study of film has been governed largely by an emphasis on what is wrong with art. Neither the theory nor the criticism of art should be confined to praising its beauties. But if all that interested me about art, about film, were what is wrong with it, 1 would not be spending much time with film or with art. It is because I like film—not all of it, of course, but enough of it to make it worth my while to spend so much of my life with it—that I have written this book. And I have mostly written about films that I like.

Post-Theory is the title of a collection of essays edited by David Bordwell and Noel Carroll with the declared intention of “reconstructing film studies” after the deconstructions of Lacanian-Althusserian and other postmodern theory.37 I concur with several of Bordwell and Carroll’s criticisms of the theory they are anxious to leave behind; I especially concur with their objection to the theory’s disdain for empirical evidence, to its haughty undertaking to render itself unassailable by dismissing as “empiricism” any attempt to put its propositions to the test of experience. But the “cognitivism” that Bordwell and Carroll would promote as a better theory, a more fruitful approach to the study of film, suffers, if not from empiricism, from what may be called “commonsensism,” an unchallenged rule of the commonsensical that would have kept Galileo from ever discovering that all bodies, feathers as well as lead, fall to the earth at the same rate. To Judith Mayne’s comment that Bordwell and Carroll’s cognitivism takes no account of the unconscious and would leave psychoanalysis out of consideration, Carroll replies that cognitivism covers everything normal, explains everything explicable, and that psychoanalysis is only called for when the normal unaccountably breaks down, only applies when all else fails.381 tend to be skeptical of psychoanalysis, whether Freudian or Lacanian, but I am more skeptical of commonsensical explanations that would lay claim to everything. Psychoanalysis may have gone too far in its inroads into the psychopathology of everyday life, but Carroll’s commonsensism would confine it to the ghetto of the otherwise inexplicable.

One cannot base a theory on the normal because one must already have a theory in order to decide what the normal is. Taking issue with Bordwell and Carroll on the matter of the norm, psychoanalysis as the abnormal and cognitivism as the norm, Judith Mayne writes that psychoanalysis puts radically into question the very notion of a norm. One could say also that it is through the exceptional, the extreme case, that psychoanalysis reads the norm, from the assumption that it is only in so-called deviance that anything resembling the “norm”—which is a concept that is meaningless without deviance—is readable. For the insight central to the most radical forms of psychoanalysis is that any notion of the norm is fragile indeed.39

One need not agree that psychoanalysis is the best way to call our ruling beliefs into question to see that a theory erecting our beliefs as the norm is no way to call them into question, that such a theory can only ratify the way things are. Neither psychoanalytic nor cognitivist, my own approach to the study of film often focuses on works in deviance from the norm not only because these are often the most interesting films but because they are often the ones that reveal the most about the workings of film, the properties and possibilities of the medium.

Film offers us representations that we mistake for perceptions of reality, says the Lacanian-Althusserian, who sees no need to attend to particulars, for in that general illusion of reality all the deceptions of ideology are supposed to lie.401 disagree: film offers us representations of perceptions, representations that may be convincing but convincing as fiction, as representations of reality, not as reality perceived firsthand. And we do need to attend to particulars not only for their intrinsic interest but for what they may have to tell us about the general. Bordwell and Carroll rightly contest the overweening generalizations of Lacanian-Althusserian theory, but they too seem to believe that theory has not much business with particulars. According to Carroll,

“Film theory speaks of the general case, whereas film interpretation deals with problematic or puzzling cases, or with the highly distinctive cases of cinematic masterworks. Film theory tracks the regularity and the norm, while film interpretation finds its natural calling in dealing with the deviation, with what violates the norm or with what exceeds it or what re-imagines it”.41
What Carroll calls film interpretation is what I have been calling film criticism. I don’t believe that theory should be divided from criticism or interpretation in this or any other way. Problematic or puzzling cases, highly distinctive works, are precisely what lead to the questioning of old theory and the formulation of new. The deviation, what violates the norm or exceeds it or reimagines it, is just what this book, in its combination of criticism and theory, often deals with.

Representation depends on convention. Convention is a problematic but necessary term for an often problematic but always necessary practice. A convention is something accepted, agreed upon, established. The term conventional as Raymond Williams has discussed, has been used unfavorably since the romantics emphasized the artist’s right to break the established rules of art. But an artist, as Williams wrote, “only leaves one convention to follow or create another.”42 For a convention in art is not just an established rule—that red at a traffic light means stop, for example—but an agreement on the part of the audience, a consent to what the work is doing, to a way of doing things the work proposes. Whether this is a well- established way or a bold new departure, it must gain an audience’s agreement—it must be accepted as a convention—if the work is to get across to that audience. Even the most “conventional” work cannot just assume that its conventions have already been settled but must once again make them function for its audience; even the most innovative work cannot just disregard convention but must negotiate its audience’s acceptance of its innovations—even if it is an unsure acceptance, an acceptance forever renegotiated. Theories that would have the spectator stepping into a prearranged position inscribed in the film neglect the fact that the spectator need not go along with the film, may even walk out of the film—that the film proposes a transaction to which it must win the spectator’s consent.

Saussure said that the linguistic sign is arbitrary. “I say it is not arbitrary but conventional,” answered Raymond Williams, “and that the convention is the result of a social process.”43 But all convention, even when socially or humanly motivated, was for Saussure essentially arbitrary, fixed by rule; and language was for him the most characteristic, the ideal system of expression because he saw it as totally arbitrary.44 The arbitrariness of the sign, the view of all convention and expression as a matter of “codes” fixed by rule, has been an article of faith with structuralists and poststructuralists. Any attempt to bring forward the sign’s motivation—the fact that a visual image, for example, is a sign motivated by resemblance to the object it represents— they look upon as a dissembling of its arbitrariness. The recognition of arbitrariness will supposedly lead to the realization that things can be changed. But changed toward what? Not changed for the better, for there can be nothing better, only more arbitrariness, if all our conventions and systems of expression, all our human transactions, can only be arbitrary.

The romantics revolted against convention in the name of nature. A classical thinker such as Aristotle saw no opposition between nature and culture and nothing wrong with convention, which was for him a natural because a human thing. The romantics opposed nature and culture but they saw the individual, and the artist above all, as a bridge between the two, a bringer of nature into culture. The structuralists and poststructuralists take over with a vengeance the romantic opposition between nature and culture and the romantic view of convention as arbitrary. But they see no bridge, no remedy, no alternative. They extend the arbitrariness to all human things. Certainly they do not see the individual as a carrier of nature, and the artist least of all: rather they see him or her as wholly the product of a wholly arbitrary culture.

To contest the arbitrariness of the sign it is important to distinguish between code and convention. A code is a rule to be followed, a convention is an agreement to be secured; a code is always a convention but a convention is not always a code. Art’s conventions are sometimes codes—the halo designating sainthood in religious painting, the dark mustache designating villainy in old-fashioned melodrama—but more often they are not. Carroll fails to make this distinction; a critic of the structuralists and poststructuralists, he nonetheless shares their view of convention as something wholly arbitrary. Linear perspective is not a convention, he maintains, because a convention is something adopted in the context where there are alternative ways of achieving the same effect and it is a matter of indifference as to which of these alternatives is adopted, such as driving on the left or right hand side of the road. But if perspective is more accurate spatially, then it is not the case that it is one among numerous, indifferent alternatives for depicting the appearance of spatial layouts.45

A soliloquy in the theater is plainly a convention. But it is not arbitrary: it is motivated by its resemblance to the way someone we know might take us aside in life to confide his or her thoughts. And it is not a matter of indifference whether Hamlet’s thoughts are expressed in the soliloquy Shakespeare gives him or written in Morse code at the back of the stage. Similarly, perspective is not arbitrary: it is motivated by its resemblance to the way we perceive things in life from the particular position in space we occupy at each moment. But this does not mean that perspective is not a convention. A soliloquy is easier to recognize as a convention because it is no longer current. Perspective was devised in the Renaissance but remains in force as a convention, and so seems natural, to this day.

The rule that we are to stop at a red light, or drive on the right side of the road, is enforced by the police. But art has no police to enforce its rules: it asks us to accept them as conventions, and it motivates them so as to win our acceptance. A picture done according to the rules of perspective asks the viewer to accept a representation of things from the perspective of a single point in space. Why should acceptance be required? Isn’t that just the way things look in life? But a picture is not life. In life we may be limited to the view from where we stand but a picture can represent things in many other ways: a picture chooses to limit itself to an individual’s perception and it must win our acceptance of that choice. Perspective won acceptance in the Renaissance because it expressed the outlook of a confident humanism: from a single viewing point the picture would offer a commanding view of the scene, conveying a sense of the world being revealed, yielding its meaning, to an individual human gaze. Later uses of perspective have stressed the sense of a limitation, a partial view. Either way the use of perspective seeks our agreement to look at nothing else but what an individual eye would see. Whether perspective is a pictorial convention or an accurate rendering of what we see has been much debated; such personages as Erwin Panofsky and E. H. Gombrich have taken opposite sides in this debate. Both sides are right: perspective is accurate—not a perfect rendering of what we see but a close enough approximation—and it is a convention. Its very accuracy in representing an individual’s point of view—rather than some other way of viewing things—bespeaks the slant that makes it a convention.

In his Theory of the Film Bela Balazs wrote about the “silent soliloquy” enacted on the screen by the human face in close-up:

The modern stage no longer uses the spoken soliloquy, although without it the characters are silenced just when they are the most sincere… when they are alone. The public of today will not tolerate the spoken soliloquy, allegedly because it is “unnatural.” Now the film has brought us the silent soliloquy, in which a face can speak with the subtlest shades of meaning without appearing unnatural and arousing the distaste of the spectators. In this silent monologue the solitary human soul can find a tongue more candid and uninhibited than in any spoken soliloquy, for it speaks instinctively, subconsciously.46

No less than the stage soliloquy, the movie close-up is a convention. A close- up may imitate the way we look at the face of someone in life who draws our attention. But in life we focus our attention, and in a movie the camera focuses it for us: the camera looks at the face and we agree to look where the camera is looking. Moreover, in a movie the camera can come as close as it wants for as long as it wants: we agree to look in the way the camera looks, which is not the same as life.

The close-up is a special case of what may be called the convention of the shot. Theater asks its audience to accept the stage as the world: that is its basic convention. D. W. Griffith broke away from the staginess of early movies in which a whole scene would unfold before a camera fixed in its position like a spectator at the theater. Griffith—he wasn’t the only one but he was the boldest and most systematic—broke a movie down into shots, now here and now there, now far and now near. As film historians have often said, he made the shot rather than the scene the basic unit of film construction. His basic innovation was the convention of the shot: if the theater asks its audience to take the stage as a whole world, the movies after Griffith have asked their audience to agree, for as long as each shot lasts on the screen, to look at just the piece of the world framed within that shot.

The convention of the shot entails our agreement not only to look at what is being shown on the screen but also not to look at what is not being shown. Moreover, it entails our agreement about what it is that is not being shown. If we see a long shot of Rio de Janeiro, for example, followed by a closer view of Ingrid Bergman and Cary Grant—I’m thinking of Hitchcock’s Notorious (1946)—we are to agree that Ingrid Bergman and Cary Grant are in a Rio de Janeiro that is not being shown. The Rio de Janeiro in Notorious is a fictional Rio de Janeiro even if it includes some views of the real city. Notorious was shot mostly in the studio; Ingrid Bergman and Cary Grant weren’t really in Rio de Janeiro. But even if they had been, even in a movie shot entirely on location, the relation between the actors and the setting, between what we see on the screen and the unseen surrounding space that each shot implies, is a fiction put together in the arrangement of the shots. The piece of the world we agree to look at in each shot on the screen is not a piece of our world—though it may look very much like one—but a piece of the fictional world the movie proposes for our acceptance.

Cinematic representation depends on our acceptance of absence: the absence of Rio de Janeiro when we see Ingrid Bergman and Cary Grant, the absence of most of the world from each image on the screen. It is curious that Lacanian film theory should have supposed that we “misrecognize” the Image as a plenitude when the film image since Griffith has been something we are to accept as a fragment. On the model of the baby before the mirror, the Lacanian postulates a movie spectator who hasn’t learned the first thing about watching movies, which is the convention of the shot: we are to accept the fragment we are seeing on the screen as just what we should be seeing at the moment, and to accept the absence of the implied rest of the world as something we don’t need to see for now. That what we are seeing on the screen is not Ingrid Bergman and Cary Grant but merely their shadow is a condition of our seeing Ingrid Bergman and Cary Grant at all, a condition of cinematic representation just as it is a condition of painterly representation that we’re not seeing God creating Adam on the ceiling of the Sistine Chapel but only paint applied on a surface. Except perhaps for babies, nobody watching a movie believes reality to be present on the screen or feels deprived by its absence. The play of presence and absence is central to the movies, but presence and absence in the realm of representation. Whereas a painting or a theater stage represents a whole, a bounded space containing all that can be seen, a movie represents only a piece at a time and implies an indefinitely larger space extending unseen beyond the boundaries of the image. Presence is not an illusion in the movies, nor absence a fact: presence and absence are conventions of cinematic representation.

Still photography too depends on our acceptance of the fragment. But not the fragment for now, the fragment forever: the art of still photography consists in making the fragment—the piece of space, the moment in time- stand on its own as all that can be seen. Like any fragment, a still photograph implies a larger whole that is not there; but it can only suggest that larger whole, it cannot construct it as a movie can, it cannot make it into a fullblown fiction. What lies beyond the image in the space out of frame is a suggestion in still photography that the movies make into a convention.

No one grasped better than Andre Bazin the extension of cinematic space beyond the boundaries of the image. “The screen is a mask,” he wrote, “whose function is no less to hide reality than it is to reveal it. The significance of what the camera discloses is relative to what it leaves hidden.”47 But Bazin took cinematic space to be essentially the same as the space of reality, which always extends beyond what we can see. He did not recognize that the space off screen is a convention, a fiction, as much a construction as a stage setting and as amenable to different kinds of construction.

Whether the reproduction of reality or the imitation of dreams, the imaginary signifier or the realism of space, most theorists have attempted to define the nature of film as something given, something essential and unchanging; this book treats it as something variable and amenable to different kinds of construction, something to be defined through the concrete work of filmmaking and the conventions it develops in transaction with the audience. This book is a study, historical, critical, and theoretical, of the film medium not in the abstract but as it has been variously defined in the concrete; it focuses on several notable films and filmmakers whose expressive constructions of their medium have brought forward its properties and possibilities in significantly different ways.

Kracauer and Bazin were theorists who saw film as an extension of photography and saw photography as a record of reality. Kracauer was a purist; like Clement Greenberg, he believed that a medium should be confined to what defines it, what it alone can do; and as flatness defined painting for Greenberg, so for Kracauer photographic realism defined the film medium. Bazin had a more complex sense of the medium and even called for an impure cinema, but a cinema nonetheless governed and informed by its peculiar closeness to reality. To this emphasis on reality the structuralists and poststructuralists opposed their emphasis on the sign; they thought the likes of Kracauer and Bazin naive to take the image for reality; but it was they who were naive to suppose that anyone would take for reality the light and shadows projected on the screen. The question is what kind of image the screen holds, what kind of representation of reality.

It is, Bazin said, an image that partakes of the reality it represents, an image that receives a “transference of reality” from the thing it pictures.48 A painting is a handmade image and it carries in it something of the hand that made it, the hand of the painter. A photographic image is made by light and it carries in it something of the light that made it, the light the camera received from the reality before its open shutter. If a Gothic cathedral enshrines a metaphysics of light, light as a spiritual, transcendent element, the camera employs a physics of light, light as a material element of representation; and if the paint that goes into a painting is a material that belongs to the painter, the light that goes into a photograph is a material that belongs to the thing represented. Something of the thing itself comes through in its photographic representation.

The laws of physics are not indifferent to scale: a world twice as large would not be the same world twice as large but qualitatively a different world. In art too scale makes a difference. Still photographs are smaller than life; the movie screen is bigger than life. It is fitting that photographs are small, for they are small traces of life, residual little bits captured from life by means of optics and chemistry. It is fitting that the movie screen is big, for it proposes to take over from life and put in its place a world of the movie. The tendency to enlargement in certain recent photography reflects a changed conception of the photograph no longer as the record of anything real but as something made up. The tendency to watch movies on the small screen of television makes for a changed experience of the movie no longer as a world that takes us over but one we peer into and catch glimpses of.

Perhaps the most interesting chapter of Kracauers Theory of Film is the one on the spectator, which combines his emphasis on photographic realism, the lifelike nature of the film image, with what might seem a contrary emphasis on the dreamlike nature of the spectators experience, the “trancelike condition in which we find ourselves when looking at the screen.”49 Films, for Kracauer, present reality as a dream that makes us see reality as we would not otherwise see it, a dream that reclaims reality for us who have lost touch with it in our normal waking state. The more lifelike the film image is, the more dreamlike it looks:

Perhaps films look most like dreams when they overwhelm us with the crude and unnegotiated presence of natural objects—as if the camera had just now extricated them from the womb of physical existence and as if the umbilical cord between image and actuality had not yet been severed. There is something in the abrupt immediacy and shocking veracity of such pictures that justifies their identification as dream images.50

Bazin said something similar when he wrote that photography is a “privileged technique of surrealist creation” because the image it produces is a “hallucination that is true.”51 The images of still photography, however, may be true, but they don’t convey the feeling of hallucinations. The film image is the true hallucination, the material ghost.

If Einstein taught us that light falls like any other body, Bazin taught us that light leaves a track like any other body, an imprint the camera makes into an image. But the camera is not the only machine that makes the film image. The projector, the magic lantern, animates the track of light with its own light, brings the imprint of life to new life on the screen. The images on the screen carry in them something of the world itself, something material, and yet something transposed, transformed into another world: the material ghost. Hence both the peculiar closeness to reality and the no less peculiar suspension from reality, the juncture of world and otherworldliness distinctive of the film image.

Notes:
1. In his book about his career in cinematography, Néstor Almendros gives a similar account of a somewhat earlier period of Havana moviegoing:
My father had settled in Cuba. [Almendros’s father, Herminio Almendros, a republican in exile from fascist Spain, was a friend of my father’s and I would see him on occasion when I was a kid, but I only met his son once, and that was many years later in New York]. As soon as he was able he sent for us, those who had remained in Spain. In 1948 I took a ship for Havana. There I studied philosophy and letters at the university, more to please my family than myself, for cinema was what interested me. But in Havana there were no cine-clubs. There was nothing like those in Barcelona, and no magazines specializing in film either, outside of the fan magazines from North America. On the other hand, paradoxically, Cuba was at that moment « privileged place to see films. First, in Cuba, unlike Spain, dubbing was unknown: all the movies were shown in their original versions with subtitles. Second, since there was an open market, with hardly any state controls, the distributors bought all kinds of movies. There I was able to see all the American productions, even the B pictures, which did not readily get to other countries. I was also able to see all the Mexican cinema and a lot of the Spanish, Argentine, French, and Italian cinemas. Around six hundred films a year were being imported, including titles from the Soviet Union, Germany, Sweden, etc.
At that time, before the dictatorship of Batista, censorship, in comparison with Spain and even with the United States, was very tolerant. Keep in mind that Havana and not Copenhagen was the first city in the world where pornographic films were shown legally. Furthermore, in their double bills the commercial movie houses would run old films such as Dreyer’s Vampyr, which I came across in a neighborhood theater. Havana was the cinephile’s paradise, but a paradise without any critical perspective.
Néstor Almendros, Días de una cámara (Barcelona: Seix Barral, 1982), 37-38, my translation. A rather different version of this passage may be found in the English translation of the book published as A Man with a Camera, trans. Rachel Phillips Belash (New York: Farrar, Straus & Giroux, 1984), 26-27.
2. Pauline Kael, “Trash, Art, and the Movies,” in Going Steady (Boston: Little, Brown, 1970), 102.
3. G. Cabrera Infante, A Twentieth Century Job, trans. Kenneth Hall and G. Cabrera Infante (London: Faber & Faber, 1991). 418: Notes to Pages 4-11
4. Orson Welles and Peter Bogdanovich, This Is Orson Welles, ed. Jonathan Rosenbaum (New York: HarperCollins, 1992).
5. Griffith’s ad appeared in the New York Dramatic Mirror on 3 December 1913.
6. This is the title of a book by Thomas Schatz, The Genius of the System: Hollywood Filmmaking in the Studio Era (New York: Pantheon, 1988). Schatz took his title from André Bazin: “The American cinema is a classical art, but why not then admire in it what is most admirable, i.e. not only the talent of this or that filmmaker, but the genius of the system, the richness of its ever-vigorous tradition, and its fertility when it comes into contact with new elements” (André Bazin, “La Politique des auteurs,” Cahiers du cinema, no. 70 [1957], reprinted in English in The New Wave, ed. Peter Graham [New York: Doubleday, 1968], 154). By “the genius of the system” Bazin did not exactly mean the Hollywood studio system, which is the subject of Schatz’s book, but something larger, the conjunction of a medium, its practitioners, and its public, the social, cultural, historical juncture that allowed Hollywood’s classical art to flourish. Schatz’s book is mainly about the Hollywood producer, whom he sees as a neglected creative figure and studies in useful detail. As patron saint of the kind of cinema he most admired Bazin nominated Erich von Stroheim, and it is a little ironic that his phrase should have been used as the title of a book whose patron saint is Irving Thalberg, the producer who took Stroheim’s Greed away from him and had it drastically cut.
7. Andrew Sarris, “Notes on the Auteur Theory in 1962”, Film Culture, no. 27 (winter 1962-63), reprinted in Film Culture Reader, ed. P. Adams Sitney (New York: Praeger, 1970), 128.
8. Pauline Kael, I Lost It at the Movies (New York: Bantam, 1966), 280.
9. Christopher Faulkner, The Social Cinema of Jean Renoir (Princeton: Princeton University Press, 1986), 3-16.
10. Robert E. Kapsis, Hitchcock: The Making of a Reputation (Chicago: University of Chicago Press, 1992).
11. Alfred Hitchcock, quoted in ibid., 20.
12. Cabrera Infante, A Twentieth Century Job, 278-79, 281.
13. Kapsis, Hitchcock, 149.
14. Graham Greene, review of You Can’t Take It With You, in Graham Greene on Film: Collected Film Criticism, 1935-1940, ed. John Russell Taylor (New York: Simon & Schuster, 1972), 203-4.
15. Pauline Kael, 5001 Nights at the Movies (New York: Holt, Rinehart & Winston, 1991), 383.
16. Welles and Bogdanovich, This Is Orson Welles, 137.
17. James Harvey, Romantic Comedy in Hollywood, from Lubitsch to Sturges (New York: Knopf, 1987), 113.
18. Ibid., 112-13.
19. Stanley Cavell, Pursuits of Happiness: The Hollywood Comedy of Remarriage (Cambridge: Harvard University Press, 1981).
20. Frank Capra, The Name above the Title: An Autobiography (New York: Macmillan, 1971). Notes to Pages 11-17: 419
21. Joseph McBride, Frank Capra: The Catastrophe of Success (New York: Simon & Schuster, 1992).
22. Richard Griffith, “The Film Since Then”, in The Film till Now: A Survey of World Cinema, by Paul Rotha, with an additional section by Richard Griffith (London: Spring Books, 1967), 452-53.
23. William S. Pechter, “American Madness”, in Twenty-four Times a Second (New York: Harper & Row, 1971), 123-32.
24. Eric Bentley, The Life of the Drama (New York: Atheneum, 1966), 314.
25. Christian Metz, “The Cinema: Language or Language System?” in Film Language: A Semiotics of the Cinema, trans. Michael Taylor (New York: Oxford University Press, 1974), 31-91.
26. John Ellis, Visible Fictions (London: Routledge & Kegan Paul, 1982), 59-61.
27. Both signifier and signified are for Saussure psychological rather than physical things, but the signifier is the more material of the two and the signified the more mental: “The linguistic sign unites, not a thing and a name, but a concept and a sound-image. The latter is not the material sound, a purely physical thing, but the psychological imprint of the sound, the impression that it makes on our senses. The sound-image is sensory, and if I happen to call it ‘material,’ it is only in that sense, and byway of opposing it to the other term of the association, the concept, which is generally more abstract” (Ferdinand de Saussure, Course in General Linguistics, ed. Charles Bally and Albert Sechehaye with Albert Riedlinger, trans. Wade Baskin [New York: McGraw-Hill, 1966], 66).
28. Diane Stevenson discusses the inadequacy of the Saussurean model when it comes to images in her essay on Magritte and Foucault, “This Is Not a Pipe, Its a Pun” (unpublished).
29. Christian Metz, The Imaginary Signifier: Psychoanalysis and the Cinema, trans. Celia Britton, Annwyl Williams, Ben Brewster, and Alfred Guzzetti (Bloomington: Indiana University Press, 1982).
30. Noël Carroll, Mystifying Movies: Fads and Fallacies in Contemporary Film Theory (New York: Columbia University Press, 1988), 42-43.
31. Sigfried Kracauer, Theory of Film: The Redemption of Physical Reality (New York: Oxford University Press, i960), 305.
32. In The World Viewed, enl. ed. (Cambridge: Harvard University Press, 1979), Stanley Cavell lays stress on the difference between the automatism of the photographic image and the human-made representations of painting and the theater. In view of that difference, he thinks we should consider film a “projection” of reality rather than a representation. I agree with Cavell on the importance of that difference but I would not express it by saying that a photographic image is something other than a representation. Cavell felt a need to justify the photographic image to the way of thinking (the modernism of Clement Greenberg and Michael Fried) that saw representation as something modern art had to forgo; but modern art (in Manet or Cezanne or Matisse or Picasso) did not forgo representation.
33. I owe to the psychologist David Lichtenstein the link between Lacan’s obscurity and his youthful surrealism and the notion that the obscurity was a calculated surrealist tactic.
420: Notes to Pages 18-21
34. In the Lacanian system the imaginary gives us plenitude but the symbolic— the realm of language, the realm of law and convention, the realm of meaning and also the realm of lack, of castration—takes it all away. And what does the real do? The real is defined as what resists symbolization, as a gap in the symbolic order, a blind spot. Lacan’s concept of the real seems to have derived, maybe not directly but through some route that must have included Peirce—Peirce because the real seems to be some kind of an index—from Kant’s notion of the thing in itself. Lacanian Althusserian theory concerned itself exclusively with the imaginary and the symbolic, but more recent Lacanian theory puts emphasis on the real and the relation between the symbolic and the real. A leading figure in this newer Lacanian wave is Slavoj Zizek, who has written several books; see, for example, his Enjoy Your Symptom! Jacques Lacan In Hollywood and Out (New York: Routledge, 1992).
35. Laura Mulvey, “Visual Pleasure and Narrative Cinema”, Screen 16, no. 3 (1975): 6-18.
36. Miriam Hansen, Babel and Babylon: Spectatorship in American Silent Film (Cambridge: Harvard University Press, 1991), 1.
37. David Bordwell and Noel Carroll, eds., Post-Theory: Reconstructing Film Studies (Madison: University of Wisconsin Press, 1996).
38. Noel Carroll, “Prospects for Film Theory”, ibid., 61-67.
39. Judith Mayne, Cinema and Spectatorship (New York: Routledge, 1993), 58.
40. In two essays on the cinematographic apparatus that have been central to Lacanian-Althusserian theory, Jean-Louis Baudry holds the apparatus itself, its machinery of illusion, generally responsible for the ideological effects of cinema. The ideological effects are allegedly built into the apparatus, no matter what one does with it. Baudry’s two essays, “Ideological Effects of the Basic Cinematographic Apparatus” (1970) and “The Apparatus: Metapsychological Approaches to the Impression of Reality in Cinema” (1975), are both reprinted in Narrative, Apparatus, Ideology: A Film Theory Reader, ed. Philip Rosen (New York: Columbia University Press, 1986), 286-318. Judith Mayne writes:
Near the conclusion of the 1975 essay “The Apparatus”, Baudry makes one of many sweeping statements concerning the desires embodied in the cinema. A wish prepares, says Baudry, the “long history of cinema: the wish to construct a simulation machine capable of offering the subject perceptions which are really representations mistaken for perceptions.” If the cinematic apparatus holds its subject in a state of hypnotized fascination, of subjugated fantasy, then surely one of the most decisive markers of the power of the cinematic institution is precisely this confusion of perception and representation. This supposed equation points not only to a powerful system of representation, but to a spectator so caught up in the illusions of this system that all perceptual activity is, if not suspended, then at the very least subjugated to the regressive desires instigated by the machine. Mayne, Cinema and Spectatorship, 55.
41. Carroll, “Prospects for Film Theory”, 42-43. Notes to Pages 21-38 : 421
42. Raymond Williams, Drama from Ibsen to Brecht (New York: Oxford University Press, 1968), 13.
43. Raymond Williams, Politics and Letters: Interviews with New Left Review (London: NLB, 1979), 330.
44. Saussure, Course in General Linguistics, 68.
45. Carroll, Mystifying Movies, 248.
46. Béla Balázs, Theory of the Film: Character and Growth of a New Art, trans. Edith Bone (New York: Dover, 1970), 62-63.
47. André Bazin, Jean Renoir, ed. Francois Truffaut, trans. W W Halsey II and William H. Simon (New York: Dell, 1974), 87.
48. André Bazin, What Is Cinema? trans. Hugh Gray (Berkeley: University of California Press, 1967), 14.
49. Kracauer, Theory of Film, 163.
50. Ibid., 164.
51. Bazin, What Is Cinema? 16, translation somewhat modified. For the original see André Bazin, Qu’est-ce le cinéma? vol. 1, Ontologie et langage (Paris: Editions du Cerf, 1958), 18.

The Material Ghost. Film and Their Medium MAGAZINE 2024 Leer más »

From Materiality to Eloquence

By Adrian Martin

Introduction: Film Festival Report

In the Rotterdam Film Festival of early 2024, a theme developed among a network of three films which all looked back, in different ways, to the Pan-African movements of liberation in the early 1960s. Billy Woodberry’s Mário was probably the best-publicised of the trio, due to the director’s presence at the event (he is now 74) and his illustrious past as a participant in the “Los Angeles Rebellion” collective of black filmmakers in the 1970s and ‘80s. 

But no less striking was Nome by Sana Na N’Hada, which I will discuss further below. Even an entirely mainstream film from Sweden, Hammarskjöld, the biopic of a progressive statesman within the United Nations, gave some insight into the turbulent struggle inside African countries and regions at that historic time.

In the span of festival reviews I randomly consulted post-Rotterdam, this network of films was never identified, and the individual titles (apart from, occasionally, Mário) never mentioned. We know how festival reportage often works: a journalist appointed by Cahiers du cinéma or Film Comment flies in for a few days, catches a few designated ‘highlights’, maybe walks into a random Virtual Reality art installation, has a couple of drunken chats with old friends from around the world, and then flies out. Subsequently, perhaps a 750 or 1,000-word piece appears online or in print. Very little of the total festival program thus gets documented or reflected upon for posterity, due to this unfortunate system of coverage.

I want to particularly retrieve and underline here the significance and power of Nome, which I assert to be among the best films from anywhere in recent years. In it, Na N’Hada, a veteran director from Guinea-Bissau, revisits the years of his youth and the turbulent struggle of Africans against the Portuguese colonial army from 1969 to the mid ‘70s. The approach is minimal and stylised, yet bursting with lyrical beauty and frankly spiritual mystery. A man named Nome leaves home to join the guerillas and becomes a heroic leader – but the personal relationships he has abandoned return to haunt him during the complicated and confused post-revolutionary period.

Both Nome and Mário probe, from their distinct perspectives, the hopeful, Utopian dimension of African revolutionary movements. Both confront, with the wisdom of hindsight, the seeds of corruption and betrayal that always existed there. But neither film embraces despair. A unique feature of Nome is the archival footage from the time originally shot by Na N’Hada and his comrades. These images do much more than guarantee documentary authenticity; in their very fragility, they allow the film to elevate the materiality of scratched, battered frames into a full-blown, poetic language. 

Flashback: An Encounter with Gilberto Perez

Watching Nome moved me to, once again, consider the legacy of the great, Cuban-born critic-scholar Gilberto Perez (1943-2015). I recall, particularly, a discussion with conference participants following my presentation on Sidney Furie’s horror film The Entity (1982) and Peter Tscherkassky’s experimental ‘remake’ of it, Outer Space (1999), at Reading University (United Kingdom) in 2008. [1] Gilberto, another keynote speaker at the event, took the lead in this far-ranging discussion. The conference was, in fact, the first time I had met him in person, after several years of distant, email correspondence.

Gilberto was especially intrigued by the material marks of the filmmaker’s presence and intervention in Tscherkassky’s work: silhouettes of small shapes of sharp objects dotting individual frames, dancing in and through clusters of shredded imagery. This was not a case of rote ‘reflexivity’ – the artist reminding us that we are watching a film, which is a fact all of us could easily verify for ourselves – but, for Gilberto (and for me) a more intense and eloquent form of self-inscription, brimming with the forces and drives of the unconscious.

It struck me at the time that very few of the most revered film analysts of a certain empirical tradition – such as Robin Wood, Victor Perkins or the recently deceased George Wilson – would likely have any interest in a frankly avant-garde, short work such as Outer Space. It is even less likely that the oft-quoted stars of the contemporary ‘film-philosophy’ movement – like Stanley Cavell (deceased) or Robert Pippin (living) – would ever deign to concern themselves with a film like this, let alone its tiniest, most intricate and fleeting details. Narrative fiction – usually at feature-length – firmly remains the Gold Standard of serious film criticism. This amounts to a form of apartheid. (Referring again to the Rotterdam program, the short films were frequently more forceful in their considered condensation than the features – but, once again, no reviewer that I consulted bothered to see or mention any of them.)What does this anecdotal memory of mine tell us about Gilberto Perez? That he focused his generous attention, with an open mind, on whatever was presented to him; and that he cared about the materiality of cinema: about what goes into each frame (as well as into the soundtrack). We are too used, in the 21st century, to hearing the term formalist wielded as a grand-slam insult: ‘You are looking inward, solipsistically, to the technical or stylistic details of a film, instead of urgently looking outward to the wider social, cultural and historical context! You are a formalist, trapped within formalism!’ This division of realms into ‘text versus context’ was pointless to Gilberto (and to me). 

To discuss the materiality of films, how they are made and the effects that each creative decision has on the spectator, is always, immediately, a reflection upon social reality. The materiality of cinema (of any art form) is part of the entire, complex, material fabric of the world, after all! Conversely, to bypass style or form and simply jump to a discussion of the Big Themes reflected on screen – power, gender, decoloniality, capitalism and so on – results in an inhibited, broken, insubstantial mode of critique. 

The ‘hot takes’ of thousands of people on social media (professional film critics included) about Greta Gerwig’s Barbie (2023) will be (already have been!) swiftly forgotten; what Gilberto painstakingly and lyrically wrote about Jean Renoir or John Ford, Danièle Huillet & Jean-Marie Straub or Bruce Conner, will be remembered and worked-through for decades to come – if the world manages to survive that long.

I suspect that, were he still with us today, Gilberto would wholeheartedly agree with the thrust of Eugenie Brinkema’s polemic in her recent books on cinema, The Forms of the Affects (2014) and Life-Destroying Diagrams (2022). She argues that, rather than anyone being ‘too formalist’, the fact is that, as film analysts, we are not yet formalist enough! We have not yet pushed our critical accounts far enough to the frame-by-frame level, savouring every material detail of image and sound. [2]

Filmmakers, after all, do exactly this in their practice: they weight up the impact, the function, the shape of every edit, every mix of sounds, every rhythmic cluster that accelerates or decelerates. A recent biography of Elaine May tells us that, during prolonged months (even years) of editing her films, her memory of the shooting was so precise that she could assemble a sentence of dialogue not as it was recorded live in one burst, but reconstituted from individual words taken from numerous, separate takes! But would anyone dare say to the maker of Mikey and Nicky (1976) that she is ‘too formalist’?

In this light, Gilberto had more in common with the mature, 21st century work of Laura Mulvey in Death 24x a Second: Stillness and the Moving Image (2006) and Afterimages: On Cinema, Women and Changing Times (2019), or Raymond Bellour in Le Corps du cinéma: Hypnoses, émotions, animalités (2009) and Pensées du cinéma (2016). Or – to take a sideways swerve into today’s DIY cinema forms – the short ‘audiovisual essays’ of film criticism made digitally by Cristina Álvarez López, Catherine Grant, Johanna Vaude and many others.

Argument: Cinema’s Paradox

Let us return to the nexus, in Perez’s critical work, between formal effect and the complex process of spectatorship. Form matters in cinema because it shapes a mode of address for its audience – and this is what Gilberto called a rhetoric.

If we look at the main titles and subtitles of his two books, we can trace an interplay of terms. The Material Ghost (1998) and The Eloquent Screen (published posthumously in 2019); ‘films and their medium’ and ‘a rhetoric of film’. He was always endeavouring to interrelate and fuse what might at first appear to be paradoxical terms: the ghostly projection that is cinema is not only fleeting in its immediate effect, but also material; the screen is not something flat, a mere frame, window or repository, but it becomes eloquent through its means of style. Cinema is a medium – a channel of communication, like television or radio – but it is also a rhetoric, a full and expansive mode of discourse (once we understand that discourse is not only verbal and literary, but also auditory and pictorial, performance-based and rhythmic). And its discourse is not individual in its effect or address (as literature generally is), but trans-personal, collectively unifying (at least potentially so).

Perez’s work can, in 2024, be put into fruitful dialogue with Anna Kornbluh’s important book of cultural diagnostics, Immediacy or, The Style of Too Late Capitalism (2023). She argues that the all-pervasive tendency to immediacy (in art, writing, theory, TV streaming, and lifestyle) is “fundamentally negating mediation”, an “instant replay of emanative intensity in continuous flow”. The result is a massive logjam: we celebrate the ineffable present moment in an increasingly microscopic, individualised way, because we can no longer even imagine a possible, collective future. Everything that smacks of an old-fashioned ‘critical distance’ is castigated and hurled aside by the hip auto-theorists, object-ontologists and ‘flat materialists’ of the current intellectual scene.

Perez would have agreed with Kornbluh that “mediations are connective collectivisers, and ideas are social things” – that is precisely the foundation of the rhetoric of film in The Eloquent Screen. ”Representation”, Kornbluh writes, is a “social activity”; and mediation is a process of offering context, commentary, perspective on a described, evoked and dramatised situation.

The positive models for Kornbluh range from the complex point-of-view structures of 19th century literature to the epic-mosaic canvases of Colson Whitehead’s 2016 novel The Underground Railroad (filmed by Barry Jenkins in 2021) and the TV series Succession (2018-2023). Fredric Jameson (the avowed model for Kornbluh) and his notion of ‘cognitive mapping’ is never far from the argument of Immediacy – we need, as spectators, to be able to observe and then connect pieces and levels of a complex reality, to make some deep sense across the scattered networks of contemporary experience.

Perez has a richer and more varied grasp of aesthetics than Kornbluh’s sometimes over-generalised picture allows. He realises (as any good critic should) that immediacy – or immersion, to cite the currently popular term – is a filmmaking option with a long, diverse history, used to significant effect by, for example, John Cassavetes or Terrence Malick and, in even more contemplative setting, Hou Hsiao-hsien or Tsai Ming-liang (who has explored 3D virtual reality installations). The style reaches its nadir (as Kornbluh discusses) in the Safdies’ Uncut Gems (2019) or the cinema of Gaspar Noé, but a dead end is neither an origin nor a destiny. Filmmakers including Martin Scorsese, Michael Mann and Bi Gan regularly alternate, within a given work, immersive sequences and those that step back to gauge a critical distance.

Ultimately, Perez is on the side of mediation as a social and artistic good. In The Material Ghost he distinguishes between drama and narrative. Drama involves the direct enactment of unfolding action; narrative, by contrast, is an ordering, an account, a report of action. The beauty and complexity of cinema arises from the way it overlays both modes. Perez deepens this conceptual framework with a consideration of Bertolt Brecht’s principles of theatre. For Perez, Brecht’s plays “clearly engaged the space of life from a space clearly marked out as a theatre stage, the site of illusion rather than reality, the autonomous space of art”. He adds: “Maybe the autonomy of art is an illusion, but an illusion that allows space for standing back from what is and entertaining the alternative, constructing not just fantasies but the possible realities to which fantasies may lead.” 

Conclusion: Back on the Chain Gang

Where is contemporary cinema – and how can Gilberto Perez’s work help illuminate it for us today? These are the questions that the editors of Fantasma Material posed to me. I believe we are at a unique juncture in the mid 2020s. There is no use in decrying every effect of screen-immediacy at a time when we are desperately trying to understand and articulate what (for example) computers, social media and Artificial Intelligence are doing to reshape our emotional lives, our working hours, and our innermost, unconscious psyches. 

We have to get right inside that entire complex, and cinema can help both to guide us in and ease us out of it. For there are sparkles of Utopia – dreams, visions, slivers of hope, new possibilities of thought and action – in even the spookiest, most disembodied manifestations of ‘digital subjectivity’. The old Marxist concept of alienation can only take us so far – because some effects of alienation can actually be productive, turning reality around and allowing us to see it from another angle. Jane Schoenbrun’s films We’re All Going to the World’s Fair (2021) and I Saw the TV Glow (2024) are all about that possibility, as they explore a generalised trans state: identity transition, and not only in the sex/gender sense.

Strange, new collectivities can be formed between the disembodied cine-spectators who move (as Thierry Jousse once described this phenomenon) past each other like ‘fish in an aquarium’, in and out of flickering screen interfaces. This is a political state of fragmented being explored, for example, in the queer-punk splinter-cultures of Colombia as evoked by Theo Montoya’s Anhell69 (2022), or in the marginal Brazilian productions of Adirley Queirós and Joana Pimenta. States of being that are, all at once, both ghostly and material.

Ultimately, the question is: how can we get all the way from the brute materiality of cinema to its expressive eloquence? How can films help us to truly see and hear something, to grasp something about our contemporary condition? In The Eloquent Screen, Perez proposed many tools for this work. Much of the book is devoted to an illuminating consideration of formal tropes such as metaphor and synecdoche in cinema. But what really matters for Perez, finally, are those special moments in films that give a twist to these tropes, adding a surplus level of meaning or feeling to typical, conventional procedures. His condensed, mini-essays on an astounding range of works – from City Lights (1931) and By the Bluest of Seas (1936) to All My Life (1966) and Ceddo (1977) – are frequently breathtaking; even canonical classics like Battleship Potemkin (1925) and Citizen Kane (1941) come up fresh and revivified. Perez gave renewed meaning and vitality to the notion of allegorical interpretation of films: it is not an obscure, arcane or elitist procedure, but goes to the very heart of how we all process the trans-personal, generalised, collective, rhetorical address of cinema.

I wish to conclude ‘back on the chain gang’ (as the splendid 1982 song by The Pretenders says) by plunging again into the global Film Festival circuit and the random, hidden, exciting discoveries that a critic can (and should) make there. Leïla Kilani’s Indivision (aka Birdland, 2023) conjures a world that is both enchanted and filled with danger. Mansouria near Tangier is an area that combines an abundant forest, the wealthy homestead of the Bechtani family, and villagers who have squatted there for 40 years. An announced wedding triggers a splitting of paths: while the matriarch of the Bechtani clan wants to sell and clear out the land, her son Anis and granddaughter Lina live within nature in a fully mystical way, paying heed to coincidences and signs that announce a coming social revolution. 

Yet, far from relegating its dreamtime visions to a nostalgic, prelapsarian past, Indivision fuses its depiction of nature with the new means of communication and creation engendered by the Internet. The mute Lina, who writes keywords and questions all over her body, emerges as a paradoxical teenage warrior for our troubled times: she believes herself to be a superheroine, gifted or cursed, who holds the fate of the whole world in her hands. Ultimately, the film radically combines an intrigue-filled family melodrama with transcendent lyricism, and the far-sighted political wisdom born of Morocco’s Arab Spring movement.

Indivision is a film that, I firmly believe, Gilberto Perez would have championed.

July 2024

[1]  See the chapter “Entities and Energies” in my book Mysteries of Cinema (University of Western Australia Publishing, 2020) for the text of this talk.

[2] An informative lecture from 2022 by Brinkema, which discusses this issue, can be found on YouTube at https://www.youtube.com/watch?v=46dMe5VJT04.

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Notables producciones independientes de China y Cuba en las secciones paralelas del V Festival de Cine INSTAR

Por RIALTA – 26 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma (detalle) de ‘The Second Interrogation’ (China, 2022)

Dos muestras colaterales acompañan el programa “En concurso” del V Festival de Cine INSTAR. Junto a las películas que optan por el Premio Nicolás Guillén Landrián, se podrá ver –del 28 de octubre al 3 de noviembre– un “Panorama del cine cubano” y una “Retrospectiva de cine independiente chino”. El conjunto de títulos comprendidos en ambos programas entrega relevantes ejemplos de las movidas independientes en esas naciones, a la vez que corrobora dos propósitos fundamentales del festival: dar cuenta del carácter transnacional del cine cubano y establecer “diálogo” con otras cinematografías procedentes de “países también regidos por gobiernos dictatoriales o autoritarios que imponen fuertes censuras sobre los artistas”.

El “Panorama del cine cubano” abarca obras bastante recientes en su mayoría; según el realizador José Luis Aparicio, curador y director artístico de la cita, se trata de “algunas de las piezas más significativas de la producción independiente de la isla y su diáspora”. En tanto, la “Retrospectiva de cine independiente chino” viene a ser una selección de documentales “curada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive (CIFA)”, la cual, subrayó Aparicio, “permitirá apreciar la evolución de la creación cinematográfica alternativa de este país, así como reflexionar sobre sus tensiones constantes con el estado durante las últimas tres décadas”.

A estas producciones de Cuba y China es intrínseca la cualidad –fomentada por INSTAR– de forjar las formas bajo un decidido compromiso intelectual, lo que implica ejercer la crítica al interior de las respectivas sociedades. Son filmes que combaten las narrativas complacientes diseñadas por el poder al tiempo que erigen otras para reivindicar o impugnar tantas vidas desafortunadas, espacios sociales desfavorecidos, síntomas propios de la represión, capítulos del pasado que confiscó por el Estado, en un cotejo de experiencias capaz de condensar el clima histórico de sus países.

En la muestra cubana, entre ficciones y documentales, la curaduría resuelve entregar un catálogo elocuente de las búsquedas estéticas, los caminos creativos y las temáticas frecuentes en el paisaje cinematográfico independiente. Y se incluyen tanto realizadores que apenas comienzan como otros bastante consolidados cuyos filmes han sido programados en varios de los festivales más prestigiosos del mundo (irrefutable evidencia del calibre de estas producciones y del interés que despiertan hoy a nivel internacional).

Conforman este “Panorama del cine cubano” los documentales: Camino de lava (2023), de Gretel Marín; Casa de la noche (2016), de Marcel Beltrán; Cuatro hoyos (2023) y Mafifa (2021), ambos de Daniela Muñoz; El derecho a la pereza (2023), de Ixchel Marina Casado; La Habana de Fito (2023), de Juan Pin Vilar; La isla que se repite (2022), Now! (2016) y Persona (2014), de Eliecer Jiménez Almeida; Llamadas desde Moscú (2023), de Luis Alejandro Yero; y Tartessos Dune (2023), de Josué G. Gómez.

Es recurrente entre estas películas, por ejemplo, el tema de la emigración. Aparece pulsado desde diferentes ángulos en Llamadas desde Moscú, Cuatro hoyos y Persona. Los autores abarcan tanto su impacto en las personas que permanecen en el país como en las personas que se instalan en una nueva geografía cultural, y, generalmente, señalan el fenómeno migratorio como corolario de la situación política y económica en la isla. La emigración se presenta, muchas veces, como el saldo histórico de la Revolución. Otra particularidad frecuente en estas obras es el escrutinio antropológico de la sociedad, de sus conflictos y tensiones, algo apreciable en Camino de lava, Mafifa o El derecho a la pereza. Mafifa, que el año pasado obtuvo el Premio Nicolás Guillén Landrián, evidencia además un significativo interés por la memoria, un asunto también protagónico en el paisaje temático del cine cubano independiente. Alrededor de la memoria giran igualmente La Habana de Fito –que sufrió en la isla uno de los actos de censura más sonados en los últimos tiempos– y Tartessos Dune. Este último es un ensayo de índole experimental que trabaja con la materialidad de las películas de celuloide, al igual que Casa de la noche.

Completan la selección cubana las siguientes ficciones: Ángela (2018), de Juan Pablo Daranas Molina; El espacio roto (2024), de Gabriel Alemán y Eduardo Eimil; Hapi Berdey Yusimi in Yur Dey (2020), de Ana A. Alpízar; Havana Stories [La operación Payret] (2023), de Eliecer Jiménez Almeida; La mujer salvaje (2023), de Alán González; y Tundra (2021), de José Luis Aparicio.

Entre estas ficciones también se tienden singulares miradas a la emigración y al exilio, específicamente en títulos como Ángela, Hapi Berdey Yusimi in Yur Dey, y Havana Stories [La operación Payret]. Esta obra híbrida de Jiménez Almeida arroja algunas reflexiones sobre la memoria de la Revolución, sobre la naturaleza represiva del régimen cubano y su impacto en las vidas familiares e individuales de diversas generacionesforzadas al exilio. El espacio roto y Tundra, por ejemplo, dejan apreciar una práctica bastante sistematizada por la movida independiente cubana: la instrumentación de códigos del cine de género (sobre todo de la distopía).

Por su parte, la retrospectiva de cine chino incluye los siguientes filmes: Bing’ai (2007), de Feng Yan; Disorder (2009), de Huang Weikai; The Cold Winter (2011), de Zheng Kuo; The Memo (2023), del Badlands Film Group, y The Second Interrogation (2022), de Wang Tuo. A estos cinco documentales se sumarían otros dos escogidos para la sección competitiva: Republic (2023), de Jin Jiang, y An Asian Ghost Story (2023), de Bo Wang.

Estas realizaciones independientes chinas no solo posibilitan conocer el incisivo criterio problematizador con que estos creadores se adentran en la escabrosa y politizada realidad de su país. También dejan ver el auténtico vanguardismo que imprimen a su creación cinematográfica. De hecho, algunos de estos materiales proceden de/circulan por espacios propios de las artes visuales; tales son los casos de The Second Interrogation y Disorder, obras con un revelador tratamiento plástico e intergenérico.

Como suele suceder con el arte atento a los accidentes de la sociedad que lo produce, varios de estos documentales (tal como ocurre con algunas de las películas cubanas) presentan un acentuado carácter antropológico y una inclinación a la reivindicación social. Dos ejemplos… Desde un registro observacional, Bing’ai testimonia la cotidianidad de una campesina residente cerca del río Yangtsé; se observa su vida junto a un esposo enfermo y los dos hijos, su estilo de vida y sus costumbres, y sobre todo su enfrentamiento contra las autoridades que decidieron construir una gran hidroeléctrica que arruinaría su existencia. The Cold Winter se acerca al proceso de desalojo y demolición de una comunidad de artistas en Beijing por parte de una inmobiliaria; se da cuenta de la resistencia colectiva, aunque quizás la mayor virtud del filme está en exponer los conflictos generados entre los propios creadores: sus criterios y posiciones frente al mercado o en torno a las consecuencias de asumir, justamente, posturas políticas. 

The Second Interrogation aborda los conflictos del mundo del arte. La escenificación del encuentro entre un censor y un artista despliega una reflexión que trasciende la censura misma para abarcar la ideología del arte contemporáneo y los sentidos de la creación bajo un sistema totalitario.

Las otras dos películas de esta muestra china (aparte de las incluidas en competencia), poseen asimismo encomiables valores estéticos y discursivos. Disorder es un filme de compilación resuelto con videos de archivo que aprehenden las dinámicas y dibujan el perfil de una metrópoli. Es una suerte de sinfonía urbana que no solo documenta la lógica de la globalización en China, sino el avasallante, absurdo a veces, clima de una ciudad cuasi distópica. En The Memo, Yang Xiao y Chen Sisi, los integrantes del Badlands Film Group, se proponen explorar prácticas de resistencia en comunidades marginadas. La película registra, mediante una original jugada formal, el activismo de los trabajadores migrantes durante el confinamiento en Shanghái.

Todos estos documentales de la “Retrospectiva de cine independiente chino” se exhibirán en el Museum Villa Stuck de Alemania, donde conforman, también, un proyecto expositivo alrededor de la censura —The Condition of No— ideado por la artista Tania Bruguera.

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‘Tartessös Dune’ y el enigma de los archivos

Por ÁNGEL PÉREZ – 27 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Tartessös Dune’ (2023); Josué G. Gómez

Quiero leer Tartessös Dune (Josué G. Gómez, 2023), que integra ahora una selección de cine cubano programada por el Festival de Cine INSTAR en su quinta edición, como una película sobre el archivo. O, para ser más preciso, sobre su destrucción. Aunque, en realidad, Tartessös Dune es un ensayo expresivo alrededor del cine y sobre el tiempo, que –evocando a Borges– es finalmente la sustancia de que están hechos este arte y los archivos. No por ello voy a ignorar ese desafío arrojado a los espectadores al inicio del filme, donde un cartel advierte que esta película “no ha sido reconstruida por varias copias de archivo, ni tampoco fue realizada en la época del cine silente”. Según se puede leer en ese precioso simulacro de un estropeado fotograma, cuyo contenido firman los realizadores, el “único problema [de esta obra] es que ha sido realizada por [ellos]”.

Ese gesto introductorio de Josué G. Gómez devela su fascinación (poética, sin dudas) por la materialidad de los archivos cinematográficos en que esculpe este filme, su atracción por la expresividad plástica y el misterio de esas comatosas películas de celuloide con que modela Tartessös Dune. Vale decir: su devoción por el cine, por la magia de las imágenes en movimiento. Esa expresividad y ese misterio gravitan sobre el devenir del metraje invocando un arcano y fantástico tiempo hecho con los retazos de las memorias albergadas en esas cintas.

Josué G. Gómez teje Tartessös Dune con fragmentos de unas cuantas películas desechadas debido a su alto grado de descomposición, las cuales rescató de su definitiva desaparición. Estas fueron producidas entre finales de los años ochenta y principio de los noventa del pasado siglo por aficionados de dos cineclubes de Caibarién: Lumière y Caribe. Caibarién es un municipio de la provincia de Villa Clara, ubicada en la región central de Cuba, a una considerable distancia de la capital; esa circunstancia implica a menudo, entre nosotros, estar también distante de la Historia. Posiblemente ya muy castigadas donde mal se conservaban, el destino de estas cintas parecía ser la basura. 

Josué G. Gómez entrega, de entrada, una experiencia estética. Las huellas mismas del deterioro físico del celuloide son aprovechadas para componer la mística superficie de Tartessös Dune. Esas marcas –como dejadas por el fuego–, esas desgarraduras, esos fogonazos que desvanecen los contornos del registro analógico, pasan ante nuestros ojos como un sensual y pletórico juego de formas plásticas, a veces con una violencia expresionista inscrita en su propia materialidad. Pero, por supuesto, toda película devenida archivo es, con el paso de los años, un agujero negro en la Historia: nos indica sus vacíos, sus ausencias, su fragilidad… Entonces esas sensoriales manchas y veladuras impresas por el deterioro fáctico en las películas resultan también índices inexorables del desvanecimiento de una memoria colectiva que se divisa mas no se consigue aprehender.

¿Qué significa arrojar a la basura esos filmes? ¿Por qué desechar esos testigos del pasado? ¿Estas películas descartadas qué tienen que decir sobre Caibarién? Pasan frente a nuestros ojos –envueltos en la neblina plomiza de esos desventurados celuloides, cargados del enigma con que Josué G. González los hace prosperar– pasajes del puerto de Caibarién, registros de sus calles, planos de actividades danzarias, de simulacros militares, de concentraciones masivas, algunas casas, caminatas, niños, la costa, el mar… ¿Permiten estos relampagueantes y fantasmáticos pasajes visuales descubrir, conocer un poco más ese pueblo perdido de la isla? ¿Son acaso esas películas solo una prueba del olvido institucional achacable a la misma entidad que las produjo?      

Esas no parecen ser las preocupaciones de Josué G. Gómez. Josué G. Gómez es un arqueólogo maravillado por la naturaleza del material, sindudas menos preocupado por su contenido. Él acompaña ese precario archivo con grabaciones del presente, que incrusta con puntualidad entre el cuerpo purificado de los viejos fragmentos de celuloides. Una de esas tomas muestra un espacio (visto como si fuera un gabinete de maravillas) plagado de añejos relojes de pared; un señor ajusta la hora, da cuerda, los echan a andar… En otra observamos con atención el mecanismo interior del reloj de una torre. Estas imágenes son prolongaciones de una preocupación por el tiempo desde fuera del tiempo, o sea, de la Historia. El realizador interviene esos desgastados filmes en una evocación, no del tiempo puntual que marcan los relojes, sino del tiempo de la memoria, de los sueños, de la imaginación, que es un tiempo más inextricable y es, en definitiva, el tiempo del cine.

Los relojes de Tartessös Dune, como esa brújula que irrumpe en un espléndido primer plano –dos objetos amados por Borges, obseso del tiempo–, pautan la ruta del navío en que Josué G. Gómez navega entre las ruinas de esas películas abandonadas en su intento de avistar Tartessos, esa tierra que no existe sino en el propio cine.

El material fílmico antes desechado no solo se acompaña con las tomas contemporáneas antes mencionadas; también lo abrazan las composiciones ambient y sound collage de Rafael Ramírez –un elemento que contribuye a elevar Tartessös Dune a otra remota dimensión del tiempo. Los fragmentos rescatados se manipulan en el montaje, a golpe de recortes sobre el plano, ralentizaciones de la imagen… 

Todo archivo –como subraya Didi-Huberman, en la estela de Benjamin– es un documento de barbarie, y en particular esos arruinados segmentos de celuloide no dejan de ser –ni siquiera en esta nueva vida que les otorga el filme– documentos de la barbarie específica que los condenó a la intemperie y el olvido. 

Visto retroactivamente el filme, tras descubrir el origen marginal de los materiales –después de esa experiencia de texturas, formas, sonidos e imágenes en movimiento–, no puedo evitar pensar en el olvido canceroso que padece un país que prescinde de sus imágenes. Un país sometido a la desmemoria. Este sensorial ejercicio cinematográfico de Josué G. Gómez subraya, como apuntaba el propio Didi-Huberman en Arde la imagen, que si algo singulariza al archivo es su laguna, el misterio indescifrable que guarda sobre el pasado. Claro, esa laguna es, decía él, “resultado de censuras deliberadas o inconscientes, de destrucciones, de agresiones, de autos de fe”. De modo que el semblante fantasmático de los materiales con que opera Tartessös Dune es consecuencia de haber cargado consigo “las cenizas de todo aquello que lo rodeaba y ardió en llamas”.

Bien lo sabe el propio Josué G. Gómez, miembro del colectivo Archivistas Salvajes, un equipo de arqueólogos cinematográficos consagrado a rescatar el cine amateur (y no solo) hecho en Cuba por aficionados y afiliados a los cineclubs (una de las tantas instituciones hoy petrificadas y condenadas a un lánguido olvido en esta isla). 

Por supuesto, Josué G. Gómez es acá un redentor. Se inventa la mejor solución para salvar estas películas. Y esa solución es la auténtica naturaleza de Tartessös Dune. Él hace suyas sus imágenes, las despoja sutilmente de su ligazón con el tiempo en que se produjeron, y extrae de ellas su esencial sustancia fílmica. Extrae de su impotencia archivística, de su agotamiento documental, arte cinematográfico. No explora sus testimonios, más bien erige con esos materiales una tierra incógnita. Sacude su amnesia. Son vueltos a armonizar bajo oníricas sonoridades. Y nosotros caminamos por ellos al ver la película con el asombro de estar descubriendo Tartessos.

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10 películas no cubanas para ver en el V Festival de Cine INSTAR

Por ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS – 28 de octubre de 2024

HYPERMEDIA MAGAZINE

Cartel de la quinta edición del Festival de Cine Instar / Instituto de Artivismo Hannah Arendt

La quinta edición del Festival de Cine INSTAR, fechada del 28 de octubre al 3 de noviembre de este año 2024, vuelve a tener una naturaleza ubicua, a resultas de la imposibilidad de celebrarse en salas cubanas, a pesar de ser pensado y ejecutado mayormente por nacionales. 

Es un evento esparcido a lo largo del globo, con sedes, algunas de las cuales ya casi pueden catalogarse de habituales, en Barcelona (Zumzeig Cine Cooperativa) y Madrid (Cineteca), en Paris (Maison de l’Amérique latine), en Múnich (Museo Villa Stuck) y en Estados Unidos (Berkeley Art & Pacific Film Archive). 

Los públicos de la Isla podrán acceder a las selecciones en competencia y colaterales, una vez más, a través de la plataforma digital Festhome. 

La naturaleza migrante del certamen resuena orgánicamente en la competencia oficial, integrada por 15 películas, cuatro de ellas de autoría cubana, realizadas por creadores trashumantes, ausentes de sus tierras natales muchos, o marginados a nichos alternativos y mal vistos por los respectivos status quo. Así el evento se consolida como plataforma propicia para expresiones fílmicas disensoras. 

La selección asemeja un gran coro disonante, cuya rebeldía polifónica no se aboca a los facilismos propagandistas y libelistas, sino que remontan senderos creativos complejos, en busca de expresiones auténticas, de altos calados intimistas, subrayando el valor de la voluntad individual contra la genuflexión homogénea que predican los regímenes con los que establecen discusión casi todos los cineastas en competencia aquí. 

La contundente presencia cubana —Petricor (Violena Ampudia, 2022), La historia de escribe de noche (Alejandro Alonso, 2024), Parole (Lázaro González, 2024), Souvenir (Heidi Hassan, 2024)— en el festival se ve compensada por títulos de realizadores chinos, rusos, ucranianos, costarricenses, dominicanos, palestinos, croatas, haitianas y guineanos, que expanden la iniciativa, globalizándola, perfilándola como un espacio a significarse en el apretado panorama festivalesco del planeta.

A continuación, apunto diez títulos de realizadores no cubanos que ameritan la atención de todos los espectadores potenciales del V Festival de Cine INSTAR.

  1. Una historia asiática de fantasmas (Bo Wang, 2023)

El director chino Wang Bo propone con Una historia asiática de fantasmas, coproducida entre Hong Kong y los Países Bajos, un peregrinaje audiovisual desde lo terrorífico hasta lo grotesco, de lo sobrenatural a lo absurdo, de lo extraño a lo sardónico; en el que el repaso histórico se trenza con el mito, y lo paranormal invade la “normalidad” racionalista. 

El relato mixtura archivo, fábula, política, historia, azoro y parapsicología, para largar una mirada excéntrica sobre la historia de Hong Kong y su naturaleza política liminal.

La cabellera de una mujer japonesa fallecida se vende como materia prima para alimentar la floreciente industria de pelucas en el Hong Kong de los años sesenta, afectada por un bloqueo occidental contra el pelo proveniente de naciones comunistas como China, Corea del Norte y el entonces Viet Nam del Norte. 

El anonimato de las tupidas melenas azabaches confunde a los vigilantes. No pueden dilucidar con precisión los orígenes de tanto pelo semejante, que no repara en ideologías, pero sí en memorias, dolor, desarraigo.

Los densos y lacios pelos sirven de asidero a los espíritus de las dueñas originales de las cabelleras, quienes terminan viajando a lo largo del mundo a través de las muchas cabezas que las “visten” como pelucas de moda. Sin respiros.

La Historia en sí se revela como una especie de ritual que busca evocar espectros del pasado ignoto para entender y, las más de las veces, justificar el presente de los médiums contemporáneos que no permiten descansar a los muertos agotados.

  1. Sueños sobre Putin (Nastia Korkia y Vlad Fishez, 2023)

La invasión a Ucrania ocurrida a inicios de 2022 convirtió a Vladimir Putin en una pesadilla recurrente para miles de rusos, que experimentaron una suerte de premonición sobre la consolidación definitiva del totalitarismo cuasi zarista sobre su país. 

El cortometraje de Korkia y Fishez, coproducido entre Bélgica, Hungría y Portugal, recrea algunos de los tantos testimonios oníricos referidos por los soñadores en las redes sociales. 

Quizás escogieron algunos de los más bizarros, que subrayan al dictador como una amenaza latente, ubicua, inevitable; como una omnipresencia que embarga ese territorio de libertad que es la mente y sobre todo el sueño, donde logran trascenderse las ataduras espacio-temporales, los condicionamientos psicológicos, incluso la propia identidad. 

Putin invadió el espacio físico y soberano de Ucrania, pero también penetró violentamente en los territorios más recónditos de la mente y el alma de su ciudadanía. Se tiende a olvidar que los primeros países invadidos por los tiranos son sus propios países.

Los realizadores reproducen los sueños con animaciones digitales que rehúyen los pulimentos preciosistas alcanzados por el CGI en la contemporaneidad fílmica más industrial. 

Las imágenes parecen pensadas con fines meramente investigativos, cuyo pragmatismo las salva de cualquier excesiva filigrana, o de pretensiones de realismos anatómicos, espaciales. Solo se requiere la comprensión del hecho, las circunstancias y personajes involucrados. Emanan un inquietante pragmatismo, a la vez que ganan en incordio.

Los sueños incómodos requieren de representaciones irritantes que repliquen, con la mayor fidelidad posible, el amargor y el miedo que detonaron en sus víctimas iniciales.

  1. Ramona (Victoria Linares Villegas, 2023)

Con Ramona, República Dominicana marcó su primera huella en el Festival de Cine de Berlín, que acogió en su sección Generación la premier mundial, en 2023, del segundo largometraje de Linares Villegas (Lo que se hereda). 

La película trasciende las taxonomías convencionales de ficción y documental, para construirse como una suerte de “falso making of” o “documental inducido”, y así cartografiar el espinoso panorama del embarazo adolescente en la nación caribeña.

La filmación de una presunta ficción protagonizada por Ramona, niña de 15 años que espera un bebé y, a pesar de eso, quiere ser actriz, se convierte en pretexto para que la posible intérprete del personaje, Camila Santana, se lance a investigar a un grupo de jóvenes en esas circunstancias, residentes en las zonas más humildes del país, abundantes en gestaciones tempranas. Y terminan siendo las reales protagonistas.

El dispositivo empleado por la directora puede rastrearse hasta películas como el cortometraje cubano Hombres de Mal Tiempo (1968), dirigido por el argentino Alejandro Saderman, y en más recientes obras como los largos Casting JonBenet (Kitty Green, 2017), de Estados Unidos y Orlando, mi biografía política (Paul B. Preciado, 2023), de producción francesa.

En la propia tierra dominicana cuenta con un importante precedente: Dossier de ausencias (2020), dirigido por el cubano Rolando Díaz, que, a partir de un personaje de ficción que se sumerge en las mismas honduras sociales, explora otra faceta cardinal del embarazo adolescente: los destinos equívocos de esos niños muchas veces no deseados, que son entregados en adopción a familias más favorecidas.

  1. Republic (Jin Jiang, 2023)

El largometraje documental Republic es una distopía en cuanto esta puede definirse como el cadáver de la ilusión y el pecio de la esperanza. 

El título dirigido por el chino Jian Jiang es una oda a la imposibilidad, a la negación y a la testarudez; encarnadas todas en su protagonista Li Eryang, confeso hippie extemporáneo, que se reconoce náufrago de su propia contemporaneidad.

Parapetado en un diminuto alveolo vital —cuarto abigarrado que debe haber exigido verdaderas proezas de encuadre a la dirección de fotografía—, Eryang aboga por vivir del universo, en un país en que la existencia depende del trabajo y del dinero que el comunismo alguna vez prometió desaparecer. 

Contrario a la hipocresía de estado, el joven músico y sibarita es consecuente con sus perspectivas libertarias.

La casa es un escondrijo, casi una “dimensión de bolsillo” en que la realidad transcurre de manera diferente. El tiempo se paraliza o se expande de maneras extrañas. La luz escasa que penetra por las ventanas es equívoca. Días y noches se funden en una perpetuidad alucinada, amodorrada, feliz.

El reducto es una república platónica, regida por artistas e intelectuales, donde impera el ocio, las experiencias psicodélicas, la contemplación y la música en inglés de los sesenta y setenta. 

Allí conviven, en extraña armonía, con el libro “La gobernación y la administración de China” del perpetuo y neo-autoritario presidente Xi Jinping, a quien por momentos Eyrang dice admirar, ante las miradas incrédulas de las hordas de outsiders que transitan por esta morada sin cerraduras ni prohibiciones.

  1. Humo del fuego (Daryna Mamaisur, 2023)

Humo del fuego apunta a una suave reflexión sobre el azoro, la incertidumbre y la reconfiguración de la identidad. 

La directora se autorretrata en los momentos más álgidos del proceso de asunción de su condición otra, como un bizarro regreso a una segunda niñez. Se sume en un inexorable proceso de desaprender y desaprenderse como sujeto nacional, para mutar en sujeto migrante, transnacional, diaspórico.

La transición idiomática no menos que violenta y traumática, del ucraniano natal al portugués adoptado, alegoriza la acritud de tal alquimia reluctante. La cineasta protagonista se explora como un territorio que se va tornando desconocido a la par de su alejamiento de la eterna matriz que resulta la patria (o mejor, la matria) para sus naturales.

A pesar de las transformaciones que a escala global experimentan las nociones de patria, nación, patriotismo y arraigo geocultural, bajo el influjo pujante de las redes sociales, el Síndrome de Anteo golpea fuerte al extranjero.

La invasión rusa al país de origen refuerza el incordio en quien parece sentir los primeros síntomas del refugiado, status que bate su vida con vientos desesperados.

Bajo el influjo tan cercano y tan lejano de esta contienda absurda, Mamaisur parece experimentar una irrevocable transmutación en un paraje transicional, en un margen, en un sujeto tangente respecto a las realidades asentadas sobre la seguridad de nido inexpugnable que confiere el espacio en que se comenzó a existir. 

El concepto muchas veces frívolo, banal e hipócrita de “ciudadano del mundo” se estrella contra la nostalgia y la desazón del desarraigo.

  1. Solo la luna comprenderá (Kim Torres, 2023) 

Es otra de las películas que marcan en el V Festival INSTAR una nítida línea híbrida que se aboca al territorio polisémico del cine ensayo. Solo la luna comprenderá es una crónica de la nada, el estatismo y la resistencia al avance del vacío sobre la calma población rural de Manzanillo en Costa Rica.

Ante las cámaras de Torres, Manzanillo parece un pueblo fantasma habitado por vivos. Los espectros residen en las leyendas entretejidas en un corpus mitopoético local. Son ecos de un pasado más vivo y mágico que el estancado presente filmado. 

Justo en medio de la casi palpable quietud del lugar, las personas siguen naciendo y creciendo. Hay niños, adolescentes y jóvenes que se desplazan como sangre caliente a través de venas marchitadas hace mucho tiempo.

La película sugiere un insuperable desfase entre la futuridad que inevitablemente trasuntan las hordas de chiquillos bullangueros y la disolución del pueblo en el paisaje, como una huella impresa en la duna desértica. 

Esta suave colisión alcanza las dimensiones de una tragedia generacional y un naufragio de las esperanzas. Una temprana frustración amenaza a las nuevas generaciones germinadas en el tronco seco de Manzanillo.

El cortometraje, coproducido entre Costa Rica y Estados Unidos es también una alegoría de la volatilidad y lo ilusorio del constructo conocido como futuro, algo que, como Dios, en caso de no existir, sería igualmente creado por los seres humanos por imperativa necesidad. 

En este Manzanillo costarricense, el día siguiente parece ya haber pasado. El año venidero quizás ya ocurrió tiempo atrás.

  1. Todavía libres (Poka Svobodny, Vadim Kostrov, 2023)

En Todavía libres se advierte la herencia de la película alemana Gente en domingo (Robert Siodmak, Edgar G. Ulmer, Curt Siodmak y Fred Zinneman, 1930), que, a la luz de la historia, se reformula como la calma frágil y esplendente antes de la irrupción de la más devastadora de las tormentas. En el caso del clásico fílmico de la República de Weimar, el auge del Nacional Socialismo. En el caso del documental de Kostrov, el militarismo imperial ruso de Vladimir Putin.

Katia y Kostia son una pareja joven. En el umbral de la universidad, ella; en la antesala del servicio militar, él. En los días que restan para que sus vidas muten para siempre, buscan ganarle tiempo al futuro inmisericorde y se permiten ser párvulos un par de días más.

Su displicente estancia veraniega en un lago local, durante el que parece el último fin de semana del mundo, se redimensiona en cardinal reminiscencia. 

Como sucede con los jóvenes despreocupados de Gente de domingo, cuyos futuros se volcaron en las oscuridades nazis —como víctimas o como victimarios—, en el crisol fílmico de Kostrov también se produce la alquimia transmutatoria de lo intrascendente en trascendente. El plomo anodino reluce como oro imprescindible.

Cada gesto, cada beso, cada viaje perezoso hacia las aguas, cada comentario tonto, cada mirada perdida, devienen fósiles de tiempos felices e irrecuperables, una vez que son triturados por el avance telúrico e la existencia. El tiempo perdido no se puede recuperar, solo evocar y lamentar cuando ya ha muerto.

  1. Tres promesas (Yousef Srouji, 2023)

Tres promesas compila registros audiovisuales familiares tomados por Suha Khamis, madre del director y su hermana Dima, durante unos inicios del siglo XXI marcados para Palestina por la represalia militar israelí ante la segunda Intifada en Cisjordania.

Bajo el ruido cada vez más cercano de las balas y las bombas, la familia se convierte en refugiados en su propio hogar, que va siendo ganado por el peligro de la muerte. Las habitaciones se convierten en una tierra de nadie que debe ser evitada a toda costa por el matrimonio de Suha y Ramzi y sus hijos. 

Todos se repliegan hacia las zonas menos vulnerables de la vivienda, bajo las escaleras, en el sótano. Más y más dentro de las entrañas de la tierra.

Mientras negocia con Alá por la supervivencia de sus descendientes, a cambio de emigrar de Palestina cuando sea seguro —según testimonia en off desde el presente—, Suha se ve poseída por una compulsiva necesidad de registrar la excepcional circunstancia; incluso contra los ruegos de su hija porque cese de filmarla en el estado de angustiosa vulnerabilidad a que se ve reducida. Y a pesar de que peligra su vida al asomarse a las ventanas para adivinar el curso de los combates que acechan en las sombras. 

La madre desafía sus propios afectos e instintos parentales a favor de la posible trascendencia del registro. La posibilidad inminente de la muerte parece detonar en ella la necesidad de impugnar el gran anonimato masivo que sume a los pueblos en guerra, y dejar constancia de la existencia de su familia, de su felicidad pervertida. 

  1. Flores salvajes (Divle Cvijeće, Karla Crnčević, 2022)

Flores salvajes es una película sobre el día después. Es un relato sobre el renacimiento y el sosiego extraño sobrevenidos tras las avalanchas de fuego y muerte. La cineasta croata compila y edita videos tomados por su padre treinta años atrás, durante la tercera guerra de los Balcanes, que conmocionó el territorio ex yugoslavo, y provocó éxodos, fugas desesperadas. 

El hombre regresa a su aldea arrasada, filma este reencuentro con la cotidianidad rota por los ataques, interroga ruinas que a la vez resultan conocidas y extrañas. 

El paisaje parece estar hecho de ecos, de resonancias, sembrado de explosivos ocultos a punto de estallar, si se mira directamente donde están emboscados. La guerra parece jugar a las escondidas con los atrevidos testigos de la soledad fantasmal en que se sumió la apacible villa croata. Una de tantas.

En off transcurre un juego dialógico de memoria y desmemoria entre Karla Crnčević y su padre. Contrastan los recuerdos impresos en cinta magnética y los retenidos en las selvas cerebrales del cineasta improvisado, que como la Suha de Tres promesas, sintió el imperativo de dejar constancia de un episodio mínimo de una guerra que siempre se dibujará sobre las tabletas de la historia con rasgos gruesos, elementales. 

Pero el padre de la Crnčević no filmó agonías familiares bajo la amenaza de la guerra inmediata, o las circunstancias de la huida, sino en el regreso tranquilo y misterioso al paraje asolado, que le permitió captar la silenciosa recuperación planetaria en la forma de un tapiz de flores salvajes.

  1. Sueños como barcos de papel (Dreams Like Paper Boats, Samuel Suffren, 2024)

Con el cortometraje de ficción Sueños como barcos de papel —único de género “puro” en competencia— el haitiano Samuel Suffren regresa al Festival INSTAR, cuya cuarta edición ya acogió Agwe (2021), la primera entrega de una trilogía en proceso sobre las resonancias de la ingente migración hacia los Estados Unidos en el entramado familiar afectivo.

La nueva propuesta de Suffren, segunda del tríptico, dialoga con la mayoría de los títulos cubanos que compiten en esta entrega, abocada como está Cuba a una masiva e indetenible fuga, muy semejante ya a la haitiana. 

Como sucede en Parole de Lázaro González, la voz canalizada por dispositivos electrónicos sirve de puente entre seres fragmentados que esperan y desesperan.

Edouard y su hija Zara aguardan por noticias o por el regreso de la esposa y madre, que emigró hacia la nación norteamericana en pos de la prosperidad que Haití les hurta a sus ciudadanos. 

Su ausencia física se ve recrudecida por la carencia absoluta de noticias frescas sobre su paradero y situación. Solo consiguió enviar un casete de audio con mensajes educativos y cariñosos para la niña, palabras eróticas para el esposo, y un testimonio sobre la travesía marítima a bordo de una embarcación desbordada por multitudes.

La vida de la familia fracturada transcurre alrededor de estas grabaciones, cuya ciclicidad irresoluta espolea la desesperación por nuevas informaciones que nunca arriban y se ven compensadas por evocaciones y alucinaciones. 

La voz de la mujer gana en lejanía y extrañeza, se torna ininteligible, provoca cada vez más la furia impotente del hombre varado en las aguas bajas del desconocimiento y la nostalgia.

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El festival de cine INSTAR alienta un diálogo entre Cuba y otros países bajo regímenes autoritarios

Por CARLA G. COLOMÉ – 29 de octubre de 2024

EL PAÍS

Still de la película La Habana de Fito

Era diciembre del año 2019 y la artista Tania Bruguera abría su casa de La Habana Vieja para recibir al público en la primera edición del festival de cine INSTAR, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), que la propia Bruguera fundó cuatro años antes para “la promoción de la alfabetización cívica y la justicia social en Cuba”. Pero no hubo público, nadie ocupó los asientos de la pequeña sala de cine, excepto los propios directores o el equipo de trabajo del Instituto. “No fue casi nadie, en esa época la gente tenía mucho miedo de ir a INSTAR”, cuenta Bruguera, una de las más prominentes artistas cubanas que tuvo el sueño alguna vez de ser directora de cine. Hoy el festival que nació para apoyar y acompañar el cine joven e independiente cubano se ha vuelto transfronterizo y recibió más de 3.000 propuestas de filmes dispuestos a concursar en su quinta edición.

Bruguera lo llama “ser persistente”. En la segunda edición del evento -que se hace cada año y ha estado en la mira de la policía política cubana- la muestra cinematográfica se hizo online, a causa de la pandemia de coronavirus. En el verano de 2022 su sede fue Documenta15 de Kassel, una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo, donde el Festival de Cine INSTAR participó con la proyección de más de 160 películas, hasta hoy la mayor retrospectiva de cine cubano alternativo. En medio de la crisis política y económica en Cuba, y el hostigamiento por parte del Gobierno que han enfrentado activistas, artistas o cineastas, los creadores no han quedado fuera del éxodo histórico que tiene lugar en el país. Desde entonces el festival, que sigue destacando la producción independiente de los cineastas cubanos, ha apostado por ser un evento “cada vez más inclusivo e internacional”, según José Luis Aparicio, cineasta y director artístico del festival.

En esta quinta edición, que se extenderá desde el 28 de octubre al 3 de noviembre, 21 de las 37 películas del programa son obras producidas por cineastas cubanos, emigrados o residentes en la isla. El festival -que otorga el premio Nicolás Guillén Landrián a la obra que mejor abarque algún tema tabú de su sociedad y el Fondo P. M. para audiovisuales cubanos independientes- no dejó de ser un espacio cubano, sino que comenzó a ser “itinerante y transnacional”, en palabras de su director.

“Nos parecía fundamental establecer un diálogo entre el cine cubano independiente y las cinematografías de regiones también azotadas por dictaduras y autoritarismos, donde se hace difícil la producción de un cine libre y alternativo, pues los artistas enfrentan represalias similares a las que enfrentamos nosotros en Cuba: censura, represión y exilio forzado”, dice Aparicio. Hoy el festival cuenta con la participación de obras que llegan de países como Nicaragua, Venezuela, Irán, Haití, China, Hong Kong, Palestina, Ucrania, Rusia, Haití, Croacia, Guinea-Bisáu, República Dominicana y Costa Rica.

Para Bruguera, esta apertura significa que “Cuba empezó a dialogar con sus pares”. “Los cubanos tenemos que entender que la solidaridad es de dos lados. No puedes pedir solidaridad si no eres solidario. Una cosa que en INSTAR me interesa mucho es crear diálogos entre situaciones diferentes pero similares, para ver si de una vez y por todas Cuba puede entrar en esa lista de dictaduras internacionales. Y para entender qué otras soluciones tienen otros lugares, cómo lo manejan”, insiste la artista.

Este año el festival tendrá proyecciones físicas en Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París. En Cuba, el público podrá acceder desde la plataforma online Festhome, una posibilidad que viene acompañada de la incertidumbre sobre cuántas personas podrán participar o usar un servicio de Internet tan costoso para tener presencia en el festival.

“Es sorprendente cuando el acceso desde Cuba supera las expectativas”, dice Aparicio. “El año pasado hubo más de un centenar de visualizaciones, que no parecen muchas a primera vista, pero sabemos lo difícil que resulta, no solo por las cuestiones económicas y tecnológicas, sino también por lo que implica separar un tiempo en medio de la tortuosa realidad insular, plagada de cortes de energía y de filas interminables para comprar comida o tomar el bus o conseguir medicamentos, para ver cine independiente o de autor, como el que proponemos en el festival”.

El director, no obstante, considera que en la Isla “hay un público muy ávido de cine, dispuesto siempre a la reflexión y la experiencia estética. Espectadores que desean encontrarse con imágenes y sonidos de su país y del mundo, aunque sea en las pantallas de sus móviles o sus ordenadores. Siempre que haya un espectador en Cuba que desee ver las películas de nuestro festival, o los debates y conservatorios que organizamos en línea, este gesto tendrá sentido para nosotros”.

Como parte de las novedades de esta quinta edición está el lanzamiento del primer número de la revista anual Fantasma Material, en colaboración con el sello Rialta Ediciones, que se realizará el próximo 26 de octubre en la Cineteca Madrid. “Desde hace mucho tiempo, en charlas con cineastas y críticos amigos, sentíamos la ausencia de una revista de cine concebida por aquellas personas que estábamos haciendo y pensando en colectivo el nuevo cine de la isla”, explica Aparicio. “Como el propio festival, nos interesa reflexionar sobre el cine que se produce en contextos autoritarios o dictatoriales, en zonas donde se encuentra coartada la libertad de expresión. También aquellas cinematografías del sur global que se encuentran ahora en pleno desarrollo y exploración de sus posibilidades creativas”.

Existen otros espacios para apoyar y visibilizar el cine independiente cubano, como el Cuban Diaspora Film Archive, que organizan desde Miami Eliecer Jiménez Almeida y Santiago Juan Navarro. Con frecuencia también se hacen exhibiciones, charlas y eventos con la producción cinematográfica cubana como tema central. Desde las instituciones estatales hay espacios como el Festival Internacional de Cine La Habana y el Festival de Gibara que han sido históricamente criticados por la censura que tienen sus programas y las restricciones para admitir determinadas obras o cineastas. En 2020 el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos suspendió la Muestra Joven, un espacio que acogía las obras de cineastas en los inicios de su carrera, y que avivó el debate en un país y una institución con sonados casos de censura.

“Dentro de la Isla el panorama es más desolador”, asegura Aparicio. “Si bien algunos filmes independientes se exhiben en festivales del estado, estos son espacios donde impera la censura de las visiones artísticas y políticas más frontales”.

También cuenta que “hay escasos reductos de libertad en espacios alternativos” y estos “suelen tener una vida corta por la presión gubernamental y la precariedad”. No obstante, “todos estos espacios, los que existieron antes y los que surgirán en el futuro, son fundamentales”, dice el director del Festival de Cine INSTAR. “La única forma de resistir y, eventualmente, superar el embate de la censura, la represión y la desidia institucional cubana es crear nuestras propias plataformas, con cineastas, críticos, curadores y gestores culturales dentro y fuera de la isla. Tejer redes, forjar alianzas, romper la lógica centralizada y monolítica del ecosistema cultural en el que crecimos. Por eso, no debería haber un solo festival, ni una sola revista de cine, ni un solo fondo de fomento a la producción, ni una sola forma de producir, pensar, imaginar nuestras películas”.

Hoy el cine cubano rebasa los límites de la Isla. Es diaspórico, como su público. Más allá de la crisis económica en el país, muchos cineastas han decidido optar por el camino de la emigración a causa de la censura desmedida por parte de las autoridades culturales. “Cuando el cine cubano independiente llegaba a una etapa de madurez estética y mayor independencia productiva, se vio forzado a desbandarse y repensarse en la intemperie del exilio”, dice Aparicio.

Pero los cineastas evitan hacer separaciones entre el cine que se hace dentro o fuera de la Isla, porque estos procesos no son más que el resultado natural que atraviesa de manera transversal la sociedad cubana. Cineastas como Aparicio prefieren llamarlo “un cine de la Gran Cuba”, apropiándose del término de la pensadora cubano-americana Ana López.

“El cine cubano es cada vez más transnacional, tanto en sus lógicas productivas como en sus búsquedas temáticas y estéticas”, dice. “Es cierto que, sobre todo en los últimos cinco años, una gran cantidad de cineastas cubanos ha emigrado, entre ellos algunas de las voces más significativas del audiovisual cubano reciente, pero se siguen produciendo películas en la isla tan dignas de atención como las que se realizan fuera. Lo que sí considero muy estimulante son los nuevos caminos expresivos que esta dispersión, que estos procesos de reinvención personal y artística que atraviesa el migrante abren para el cine cubano del futuro”.

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El margen de la libertad

Por NILS LONGUEIRA BORREGO – 29 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma de ‘Ociel del Toa’ (versión restaurada), de Nicolás Guillén Landrián, en el documental ‘Landrián’; Ernesto Daranas

Quiero llamar a esta breve presentación del primer número de Fantasma Material –que tendrá más bien la forma quizás caótica de comentarios y glosas de una lectura ávida y entusiasta como no tenía hace bastante tiempo, y que fui borroneando en el desordenado cuaderno de notas en que comento ese grupo reducido de cosas que me voy encontrando y que sé que necesito atesorar–, como decía, quiero titularla “El margen de la libertad”, tomando prestada la frase de Gilberto Pérez en el ensayo incluido en este número y sobre el cual haré algunas observaciones más adelante. Me atreví a darle un título porque, quizás como Borges, no puedo contener la fiebre de vocales y consonantes y la necesidad de producir el nombre para llegar a la cosa. Y, en este caso, la cosa es de una materialidad doblemente dudosa que se estira en una bifurcación falsa: el cine como luz y rastro de un pasado que se pierde a la velocidad de la luz que lo proyecta, y la de Cuba, como sustantivo y adjetivo, una palabra que parece contener todo y nada, una ficción dolorosa y, también, como argumentarían los físicos, siempre en el pasado. 

Fantasma Material, como reconocen sus editores, empieza por esa materialidad fantasmal que son Cuba y su cine, porque es a ese fantasma, a ese espíritu suspendido detrás nuestro mientras rondamos este planeta –a veces invisible, a veces manifestándose de formas extrañas–, al cual, como buenos espiritistas conscientes e inconscientes, siempre estamos tratando de encontrarle su vaso de agua en alto, para que se aclare y ascienda, para que encuentre luz. Y esa luz es la misma luz vertiginosa que viaja y no nos espera, que nos hace vivir en el pasado porque siempre hay un desfasaje entre lo que vemos y su origen. El primer mérito de esta revista es pensar Cuba como un medio, pensar Cuba como se piensa el medio cinematográfico, en esa triple empresa teórica, histórica y política que hace del texto de Gilberto Pérez que da nombre a la revista imprescindible para pensar a Cuba y a su cine, que ha sido, también, una de las formas en que la isla existe.

Guillermo Cabrera Infante, en un hermoso y breve texto incluido en su libro Mea Cuba, titulado “Mi fin es mi principio” –nótese la cercanía con la máxima “El fin, pero no es el fin” de NGL, uno de los invitados especiales en este número–, definió en términos similares el fantasma del sustantivo y del adjetivo que nos acompañan: “Ser cubano es llevar a Cuba en un persistente recuerdo. Todos llevamos a Cuba dentro como una música inaudita, como una visión insólita que nos sabemos de memoria. Cuba es un paraíso del que huimos tratando de regresar”. Como Cabrera Infante, la nota editorial de Fantasma Material aborda el desplazamiento, el cine no localizado, el entanglement de partículas alejadas que se afectan entre sí. El cine cubano, parecen decir los editores, es un sistema cada vez soberano que se afecta a sí mismo y nos afecta, que en su búsqueda creativa posee una imaginación cuántica y también una escucha cuántica –al decir de Pauline Oliveros–, una hipersensibilidad que huye de las exactitudes y las predeterminaciones; un cine que escucha todo simultáneamente, que en sus ansias de libertad enfrenta con su casual estar ahí, descentrado e irregular, las militancias vacías y los fascismos de todo tipo y color. De ahí que este número convoque a los espectros poderosos –como el cine–, a los fantasmas libres y materiales que nos habitan –como NGL–, a los cuales siempre regresamos con preguntas para intentar navegar, quizás transformar la realidad que nos rodea y, como bien afirman los editores, solo entonces producir “lo nuevo”.

La primera sección de la revista, “Pensamiento de Gilberto Pérez,” que aborda el pensamiento de Pérez como un autor central para los estudios de cine, a veces no suficientemente atendido en los espacios de la crítica y la teoría cinematográficas cubanas, provee el punto de partida de este número. La indagación teórica de Gilberto Pérez, su particular forma de definir el medio cinematográfico y el impacto de su obra tanto en el mundo académico como en el de la crítica de cine, organizan el viaje intelectual que Fantasma Materialpropone en este número –el cual estoy convencido continuará en los números venideros. La potencia (incluso en su sentido lezamiano) de esa definición del cine como fantasma material que contiene un pedazo de realidad abre el primer texto de la revista, “De la materialidad a la elocuencia,” del importante crítico y académico australiano Adrian Martin. Este texto sitúa a Gilberto Pérez no solo como inspiración personal para el autor, sino sobre todo como referente intelectual en el trabajo con la imagen en movimiento como antídoto a la crítica vacía dictada por reflexiones sin forma, que ignoran la materialidad del medio, que es, en última instancia, su especificidad y lo que abre las puertas a las posibilidades, siempre prometedoras, de la imagen cinematográfica hoy. 

Al texto de Martin le sigue una excelente traducción de la introducción de Gilberto Pérez a su libro The Material Ghost. Films and Their Medium, titulada “Cine y física”.  Esta introducción al libro publicado por la editorial de la John Hopkins University en 1998 es a la vez un ejercicio de autobiografía, un viaje por la historia del cine y una evaluación de las tendencias teóricas y académicas predominantes en los estudios sobre cine en el siglo XX. Un texto imprescindible de una riqueza intelectual y erudición admirables. Partiendo de la influencia de la crítica cinematográfica de Cabrera Infante en el despertar de su entusiasmo por el cine, Pérez nos lleva de la mano en un revisión histórica e intelectual del medio que pasa por directores como Griffith, Dovzhenko, Eisenstein, Welles, Capra, Antonioni, Hitchcock, Kubrick, entre muchos otros, mientras construye analogías elocuentes. La física teórica que estudió en su juventud es identificada con la teoría del cine, pero sin el esnobismo provinciano de la supuesta superioridad intelectual que separa a ambas de sus contrapartes empíricas: la física experimental y la crítica de cine. Pérez rechaza estos binarismos y navega un mar de posibilidades distinto: encontrar preguntas para explicar el mundo y el cine, no desde la ideología impuesta a priori, sino desde un escepticismo productivo que reconoce la importancia de la multiplicidad del conocimiento, de su carácter múltiple, abstracto, empírico, complejo, que como la luz, como el tiempo y como el espacio se curvan y se doblan, y casi nunca se pueden reducir a líneas y movimientos rectos y simples. El admirable repaso teórico que propone Pérez se mueve cómodamente de la teoría del autor al posestructuralismo y la semiótica, del psicoanálisis lacaniano y el aparato althusseriano a la teoría feminista y las lecturas iniciadas por Laura Mulvey, y de ahí a la post-teoría y las posiciones cognitivas de David Bordwell y Noel Carroll, pasando por figuras históricas fundamentales como André Bazin, Béla Balázs y Sigfried Kracauer. Dentro de esta constelación, el autor, practicando su escepticismo productivo, llega a conclusiones tan certeras como directas. 

Por ejemplo, para citar el fragmento que da título a esta presentación, Pérez defiende que “hay un margen de libertad a la hora de hacer una película y a la hora de verla, un margen para hacer el tipo de película que invite a la libertad de respuesta del espectador; y ese margen de libertad puede marcar la diferencia”; rechaza así determinismos fáciles. Finalmente, la definición misma de “fantasma material” apunta a una ontología de la imagen cinematográfica que clarifica la idea bazaniana de la continuidad entre el mundo y lo capturado por el lente. Si para Bazin la imagen fotográfica es una alucinación que también es un hecho, Gilberto Pérez nos redirecciona hacia un sistema quizás más complejo: la imagen cinematográfica captura algo de ese mundo, un fragmento material, una huella que, a la vez, es irreal, es un espectro de un instante pasado irrepetible. No puede ser hecho, aunque tiene algo de ello, como tampoco puede ser alucinación. El oxímoron de la materialidad inmaterial, dudosa, inasible de la luz que nos fascina en el cine es, precisamente, lo que explica su realidad irreal, la forma en que se funde con la vida sin apoderarse de ella. 

Y esta maleabilidad es la que, como veremos en la siguiente sección de este número de Fantasma Material, titulada “Cine Cubano Contemporáneo: Límites y Posibilidad”, informa las esperanzas, aspiraciones y desvelos de cineastas, estudiosos y críticos que responden a una serie de preguntas propuestas por los editores de la revista con el objetivo de generar un mapa conceptual del cine cubano contemporáneo en su actual condición a veces inasible, pero siempre expandida y enérgica. La sección es un lujo que nos regala Fantasma Material. Cuenta con las voces más importantes de la producción y el estudio del cine cubano en un formato inédito, personal, sin los ritos de la fórmula académica que restringe. Es, más bien, una conversación de esas que nos marcan para siempre y que nos actualiza de una forma distinta: como quien abre una cerveza con amigos en un balcón mientras trata de resolver los misterios del mundo. Es una revelación de libertad y de un conocimiento que todos necesitábamos. Dean Luis Reyes, Miguel Coyula, Zaira Zarza, Ángel Pérez, Walfrido Dorta, Eliecer Jiménez Almeida, Dunja Fehimovic, Juan Carlos Rodríguez y Carlos Quintela, entre otros, nos ofrecen un panorama distinto de preocupaciones y proyectos, se aventuran y se arriesgan a ensayar hipótesis y teorías, se lanzan a crear o a refinar conceptos sin el lastre escolástico de la (fallida) pretensión de conocimiento infalible del pensamiento académico y su artificial armonía. 

En esta sección de Fantasma Material, los participantes no coinciden, discuten, se superponen y niegan, coinciden a medias o totalmente, casi como quien abre otra cerveza y renueva el tema en cada texto. «No solo de ensayos vive un campo de estudios», parecen decirnos los editores. Y están en lo cierto, porque la energía de esta sección desborda la revista y retrata una época y varias generaciones de intelectuales. El futuro del cine cubano y de los estudios sobre el cine cubano agradecerá esta sección como lo que es, una inyección de energía vital. Dean Luis Reyes se adentra en la definición de locus como concepto en el cine cubano, mientras Dunja Fehimovic se mueve entre las imposibilidades de lo colectivo, lo digital y la crítica ecológica a la colonialidad. Por otro lado, mientras Miguel Coyula reflexiona sobre los significados y limitaciones de la categoría “independiente” y lo que significa filmar en Cuba y sobre Cuba, Eliecer Jiménez Almeida regresa sobre la idea de la fuga —de Cuba como lugar físico y del cine cubano como espejo de ese lugar— y sobre la necesidad de tratar las divisiones binarias (cine independiente vs cine institucional, etc.) con la necesaria cautela. En esta misma línea, Walfrido Dorta comparte la bitácora conceptual que podría guiar una posible noción de cine cubano que, coincidiendo con Eliecer, se aleje del imperio de las oposiciones binarias que se autojustifiquen en su simplificación excluyente. Por su parte, Zaira Zarza explora el exilio emocional y afectivo como un mapa que registra el mundo y define al cine cubano contemporáneo como una forma específica de experimentar y estar en el mundo. Finalmente, Juan Carlos Rodríguez regresa a Nicolás Guillén Landrián para regalarnos una serie de tesis sobre el momento actual del cine cubano, que se mueve entre la fuga –motivo recurrente en esta sección–, el archivo y la condición perenne de ser siempre un cine extranjero, fuera de sí mismo, que vive en tercera persona. 

Este punto nos abre la puerta para la tercera sección de este número, encendiéndole una vela a uno de los fantasmas materiales que nos acompañan desde el inicio: Nicolás Guillén Landrián. “Expediente NGL” recoge cuatro textos sobre Nicolasito y me atrevería a afirmar que representa el acercamiento crítico colectivo a su obra más importante desde la publicación en 2019 de la compilación Guillén Landrián o el desconcierto fílmico, editada por Julio Ramos y Dylon Robbins. El primero de los textos, “Guillén Landrián: Documentos en la sombra” de Rafael Rojas –originalmente publicado como parte de su más reciente libro Breve historia de la censura y otros ensayos sobre arte y poder en Cuba de 2023–, trae una mirada fresca al fenómeno Guillén Landrián como hecho cinematográfico que produjo una forma irreverente de narrar la Revolución y los cambios que esta trajo a través del uso de dispositivos de vanguardia como los close-ups,  à la Vertov, y el cine-ojo, introduciendo un ruido en la racionalidad instrumental de la (fallida) modernización estatal de los años sesenta. Rojas defiende con acierto que, al desbrozar el marabú de los discursos deseados desde el poder de una revolución detenida y congelada –si queremos tomar prestado el título de otro cineasta contemporáneo de Landrián y como él crítico de revoluciones detenidas–, Nicolasito quiebra el espacio de representación autorreproductiva dominante en su época, en el mismo espíritu de los pensadores de la Escuela de Frankfurt o el grupo Tel Quel francés. 

Por su parte, Néstor Díaz de Villegas, nos regala un exquisito análisis de uno de los filmes más emblemáticos de Guillén Landrián en su “Ociel del Toa: Landrián queer”. Díaz de Villegas entra al documental de Landrián desde una lectura queer de los cuerpos en el documental que se expande hacia una estructura queer del documental o una poética queer que desarticula la rigidez normativa de la política de la época a partir del detalle, del ambiente, de las miradas y la atmósfera que la cámara recoge. Landrián emerge de este texto como un Sannazaro contemporáneo, fabricando esa Arcadia perdida que siempre se elabora desde un presente de pérdida, de violencia y luto contenidos. Este Sannazaro del Oriente cubano, nos propone Díaz de Villegas, produce un manuscrito iluminado que documenta un espacio que, cuando se filmaba, ya apuntaba a extinción en la marea de la pobreza espiritual de la revolución-cadáver en el poder. Díaz de Villegas lee Ociel como un texto cargado de gestos deleuzianos en que la resistencia más tenaz de Landrián fue quizás abrazar el devenir-otro, rechazar las identidades fijas, poder ser cualquier cosa en cualquier momento, como el único proyecto político posible.

Ruth Goldberg, en un texto que viene del ya mencionado volumen de Ramos y Robbins, se adentra en Reportaje como un laberinto sensorial, entre cínico y didáctico, que desorienta. La imagen cinematográfica, Goldberg nos advierte, es aquí trampa que nubla la percepción, como casi cualquier discurso. Landrián desnuda la operación retórica que se esconde detrás de la imagen de la revolución y muestra al espectador cómo se construye un discurso: cómo usando el sonido, la imagen y la edición cualquier cosa se transforma en crítica o en prueba irrefutable de consenso. En este sentido es la empresa didáctica última y, como tal, complejiza los binarismos propios del discurso revolucionario, sobre todo, el “nosotros vs ellos”, tan caro al poder autoritario cubano en su afán de dividir a la sociedad cubana en dos campos excluyentes.

Finalmente, la sección “Expediente NGL” entrega un escrito de Ernesto Daranas: una valiosísima mirada al proceso de reconstrucción de la vida y obra de Landrián que culminó en su exitoso documental Landrián (2023), que ha recorrido prestigiosos festivales como el Festival de Venecia o Il Cinema Ritrovato en Bologna. El texto de Daranas trae el filo del bisturí del cineasta, el restaurador, el historiador y el crítico, y corta a través de décadas, instituciones e intrigas de personajes oscuros con la claridad y honestidad que han caracterizado siempre sus películas, sus escritos y sus declaraciones. Entre el testimonio y el ojo agudo del historiador, Daranas nos adentra en la figura de Landrián de una forma que nadie lo ha hecho antes, recogiendo retazos, pegando fragmentos como quien pega fotogramas con goma, tal como en los viejos tiempos, desnudando la historia oral de amigos y contemporáneos, hasta que finalmente casi tocamos el cuerpo del fantasma y entendemos mejor su dimensión de presencia cáustica en medio del almanaque realista socialista que se le vino encima a lo más talentoso de esa generación. Daranas no nos habla de su película: nos habla de un viaje en el que Landrián, la historia, lo colectivo, el dolor, pero también la creatividad, la magia y el empeño del cineasta salen a flote como un testimonio de la derrota de los que quisieron hacer la guerra, perdida de antemano, para apagar su luz de fantasma tozudo e irremediablemente insólito.

Fantasma Material termina con un momento transmedial, intersección entre artes visuales y aurales, texto crítico y manifiesto que regresa sobre el espectro y la hauntología para dejarnos con una reflexión final que nos regresa al principio, a Gilberto Pérez, y a la deriva de una isla que vive, como acertadamente describen los autores, de espaldas al mar: un mapa implosionado, un pedazo de acero oxidado en el fondo del mar. Ese abismo, sin embargo, es un principio y, tal y como los editores de este número propusieron en la primera oración de esta revista, una condición de no localización de un sustantivo y un adjetivo: Cuba y cubano, inoperantes para definir un estar en el mundo y un cine que hace tiempo reside en cualquier parte, como los espectros que somos. En este sentido, Fantasma Material es un acontecimiento para celebrar, una apertura hacia una red cuántica de solidaridades y fluctuaciones sin predeterminaciones geopolíticas, una fuga productiva en la que el uso de lo que Stuart Hall llamó la imaginación crítica marca la posibilidad de imaginar y curvar los tiempos, los espacios y los múltiples presentes de la imagen cinematográfica que se mueve en una isla infinita, espectral, de la que siempre escapamos tratando de volver.

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Archivos personales, conflictos bélicos, emigración y violencia política en el V Festival de Cine INSTAR

Por ÁNGEL PÉREZ – 25 de octubre de 2024

RIALTA

Fotograma (detalle) de ‘Nome’ (2023); Sana Na N'Hada

El protagonista de Nome (Sana Na N’Hada, 2023) regresa al pueblo donde creció después de luchar por la independencia de su tierra. Pero sus ansias de poder y de ascenso social lo empujan a traicionar los ideales por los que un día luchó. Los jóvenes de Republic (Jin Jiang, 2023) intentan escapar a las dinámicas capitalista de la sociedad china y crean una comunidad hippie de ideales comunistas; sin embargo, su estilo de vida no hace sino demostrar el sinsentido de sus creencias. La realizadora de Smoke of the Fire (Daryna Mamaisur, 2023) se encuentra descolocada en su país de adopción, extraviada entre las posibilidades de un nuevo idioma con el que no consigue expresar a plenitud sus emociones; mientras, la directora de Wild Flowers (Karla Crnčević, 2022) contrasta, desde el exilio, la operatividad de los archivos personales y las negociaciones de los individuos con su memoria.

La corrupción del poder y el impacto de la guerra en los imaginarios colectivos, el desajuste de una juventud atrapada en sociedades autoritarias y la violencia ejercida por los gobiernos dictatoriales, las crisis existenciales acarreadas por la emigración, y el valor de los archivos familiares, son algunas de las temáticas discutidas en los títulos “En competencia” del V Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre. De la mano de su programador, el director y curador José Luis Aparicio, el evento vuelve a apostar –en un programa riguroso, compuesto por obras inteligentes y problematizadoras– por un cine político “de países donde se encuentran amenazadas las libertades de expresión y creación”, según palabras de la artista Tania Bruguera, directora de INSTAR. 

Distingue el conjunto de películas que este año aspiran al Premio Nicolás Guillén Landrián –tal como advierte el propio Aparicio en sus palabras “Sobre la curaduría”– el hecho de que todas “reflexionan sobre el mundo que habitan [sus realizadores] en un acto que pasa, irremediablemente, por un cuestionamiento de las formas [de representación]”. De ese nexo entre vanguardismo lingüístico y vocación política emanan los más significativos valores de estos filmes. Y vocación política se debe entender como análisis, necesidad de comprensión y cuestionamiento del modo en que las determinaciones históricas y los poderes institucionales impactan la suerte de los ciudadanos, así como de las estrategias de resistencia que estos ensayan. Es constatable esa eticidad de la forma en el diseño de los personajes y en la eficacia discursiva de las puestas en escena de Solo la luna comprenderá (Kim Torres, 2023), Republic y Dreams like Paper Boats (Samuel Suffren, 2024); en el desmontaje discursivo y la exploración expresiva de materiales de archivo en Wild Flowers  y Three Promises (Yousef Srouji, 2023); en la estilización intencionada del diseño visual y la indeterminación genérica de La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso, 2024), Smoke of the Fire y Dreams about Putin (Nastia Korkia & Vlad Fishez, 2023).

Pero los evidentes valores cinematográficos de estas obras no son la única virtud de la curaduría; otra es la inclusión de películas vinculadas a geografías culturales tan diversas como Ucrania, Croacia, Palestina, China, Rusia, Hong Kong, Haití, Cuba, Guinea-Bisáu, Costa Rica y República Dominicana. Semejante diversidad propicia la exploración de los conflictos sociales, históricos y políticos que acechan al individuo en el mundo contemporáneo, así como el conocimiento de los despeñaderos emocionales, íntimos, de los sujetos inmersos en tales contextos.

Nome es un drama histórico, de rigurosa construcción dramática, que visita el pasado de confrontación entre las guerrillas del Partido Africano para la Independencia de Guinea y el ejército colonial portugués. Su director se formó en Cuba con el propósito de documentar, en calidad de reportero, la gesta de esas guerrillas anticoloniales. El archivo fílmico de aquellos años sesenta y setenta –poéticamente entreverados en la trama–sirve de asiento a y relato cuyo devenir argumental no hace sino cuestionar el aliento épico y la verdad histórica estampada en dichos archivos. Sana Na N’Hada no parece demasiado interesado en la contienda, más bien en su desembocadura. El repaso de la resistencia anticolonial es una catapulta para criticar el saldo del propio colonialismo tras la conquista de la independencia, y una sagaz maniobra para escenificar cómo una revolución se traiciona a sí misma.

Diversos tipos de archivo posibilitan al documental An Asian Ghost Story (Bo Wang, 2023) emprender su revisión del pasado en Hong Kong. Bo Wang se inventa una simpática ficción para pensar el impacto de las relaciones geopolíticas entre el capitalismo occidental, el mercado de los Estados Unidos y el comunismo de Mao en ese territorio. El fantasma que habita en una peluca se encarga de rememorar esas tensiones en el paisaje de la guerra fría, cuando las cabelleras postizas de pelo natural confeccionadas en Asia se volvieron populares en los Estados Unidos y este país impuso un embargo a su importación. Ello motivó transformaciones radicales, tanto políticas como culturales, en Hong Kong, puerto fundamental de exportación de pelucas.

An Asian Ghost Story teje su experiencia cinematográfica bajo una rigurosa concepción visual (manipula a su favor las diversas texturas de los archivos) que, conjugada con una ficcionalización del discurso documental, acaba por disparar este ensayo a la condición de obra excepcional. Empresas similares de riesgo creativo, que también operan con/desde materiales de archivo, emprendieron los realizadores de Wild Flowers, Three Promises y Dreams about Putin. En estos filmes el archivo es depositario de la memoria y testigo irrefutable del paso del tiempo en la configuración subjetiva del individuo, forzado, de algún modo, a pactar con el olvido. En Three Promises, Yousef Srouji recupera grabaciones en video realizadas por su madre durante la Intifada de Al-Aqsa. Mientras resuenan al fondo de las imágenes los ataques de Israel sobre Cisjordania, vemos la cotidianidad de una familia que intenta escapar de la muerte, sacudida por el miedo… El documental transcurre como un testimonio contundente de la resiliencia de una madre decidida a salvar su hogar a cualquier precio. Las grabaciones son el registro de un acto de amor, tanto como una denuncia de cómo se puede arrebatar la infancia a un niño.

En cierto momento, se escucha al realizador de chico decir a su madre: “Mamá, tengo miedo; mamá, deja de grabar”; mientras, se observa el fuego causado por el bombardeo y se escuchan resonantes los disparos. Sin embargo, ahora –vista la imposibilidad de comunicar mediante las grabaciones aquella experiencia en toda su dimensión–, Srouji decide colocar la voz de su madre sobre las imágenes. 

Wild Flowers también atiende el impacto de la guerra en el cosmos íntimo y las realidades del cuerpo de las personas. Como Srouji en Three Promises, Karla Crnčević articula una colaboración entre el contenido de unas cintas de videos y los recuerdos fácticos del individuo que grabó. La realizadora digitaliza estas imágenes de VHS donde su padre documentó la devastación del pueblo donde vivía en Croacia durante la Guerra de los Balcanes. Y mientras repasa estos registros conversa con él por teléfono sobre el momento de la filmación. Crnčević no se preocupa por la imposibilidad de asir mediante el archivo el pasado, tal como sucedía en el caso de Srouji; ella más bien corrobora la importancia de su materialidad. ¡Son impresionantes las disyuntivas entre lo que recuerda el padre y lo que vemos en las imágenes!      

A través de una elaboración diferente en términos estilísticos, de una enjundiosa arquitectura visual, Dreams about Putin insiste también en el peso de la guerra sobre la conciencia de una nación. Pero no se ocupa de la experiencia de los agredidos, sino de la experiencia de los sujetos residentes en el país agresor. Nastia Korkia y Vlad Fishez, sus directores, recurrieron a la animación 3D para materializar los sueños (difundidos en los medios) que tuvieron varios ciudadanos rusos con el presidente Putin tras la invasión a Ucrania. Los sueños son el espacio donde estos seres dejan en libertad aquellos pensamientos o emociones reprimidos en la vigilia como consecuencia del régimen autoritario del oligarca. Los segmentos animados son expresionistas, a veces grotescos, pero sobre todo oníricos, siempre consecuentes con los pasajes que representan. Pero este ensayo fílmico intercala, además, videos de archivo tomados de YouTube donde Putin es expuesto en situaciones ridículas, o ridiculizadas por el ademán fílmico, que vulgarizan el aura de poder con que este se desplaza en el espacio público. Las crisis del imaginario social ruso son condensadas en Dreams about Putin, que, hacia el final, muestra unas imágenes de acción real donde el “zar” aparece tras las rejas: una manipulación que proyecta como posible una invasión de los sueños en la vigilia.         

El conflicto entre Rusia y Ucrania aparece, desde otra perspectiva, en Still Free (Vadim Kostrov, 2023).Kostrov se muestra preocupado por las repercusiones de esa contienda bélica en la suerte de una sociedad y su gente más allá del desastre físico. La película registra con espontaneidad –desde un criterio observacional que, singularmente, se mimetiza con una estructura cuasi de ficción– el recreo en un lago de cierto grupo de jóvenes durante el verano anterior al comienzo de la guerra. La imagen desborda luminosidad, pero esa vista veraniega, el clima de fiesta poco a poco se van desvaneciendo –más a nivel del discurso que del plano visual. Y esto acontece según conocemos mejor a la pareja protagónica, cuando ya somos capaces de avizorar su futuro: Kostya está próximo a ingresar en el ejército y Katya piensa matricular en la universidad. Ambos confían en sostener su relación después de tales accidentes. Por supuesto, cuando vemos a estos jóvenes abandonar el balneario, de espaldas, todo el relato no puede ser comprendido sino como una estampa vívida de una buena parte de la sociedad rusa, de una generación imposibilitada de amar, a la que han quebrado sus afectos la falsa democracia, el militarismo y la autocracia.

Como Still Free, La historia se escribe de noche también alegoriza el estado de un país. Pero mediante una estrategia muy diferente. Mientras Kostrov difumina las fronteras entre ficción y documental, Alonso despliega un fresco visual donde ensaya con las posibilidades expresivas de las sombras y la oscuridad. El asunto es que esa oscuridad no es consecuencia de la noche sin más, sino de una noche azotada por esos prolongados cortes de electricidad que sufren cada vez más los cubanos. La ausencia de luz metaforiza con elocuencia la situación abisal que atraviesan los habitantes de la isla. Es un filme que echa mano también, a su manera, del sueño como expresión del inconsciente social, como suceden en Dreams about Putin.

El resto de las películas cubanas que aspiran al Premio Nicolás Guillén Landrián —Parole (Lázaro González, 2024), Petricor (Violena Ampudia, 2022), y Souvenir (Heidi Hassan, 2024)– se consagran a una problemática esencial en el presente del país: la emigración. Estos documentales diseccionan esa materia con escalpelos estéticos muy diversos, si bien llegan a ser semejantes en la medida en que superan la argumentación corriente en el género, así como en el propósito de experimentar con estructuras más performáticas, vinculadas a la tradición del cine ensayo. Ese es un valor constatable en todas las obras susceptibles de ser etiquetadas como documental en la selección. Habría que destacar el tema específico del exilio (enfocado desde el prisma personal de los realizadores), no solo en piezas de directores cubanos, sino en creaciones de otras nacionalidades como Dreams like Paper Boats y Smoke of the Fire. (Se debe tener en cuenta que los autores de la mayoría de las producciones presentes en el festival trabajan desde la diáspora, forzados a emigrar de países dictatoriales o con una extrema precarización de la vida material, donde hacer cine, y sobre todo un cine auténticamente político, puede a ser virtualmente imposible).    

En Petricor, Violena Ampudia teje imágenes de las plantas flotantes diseminadas en su apartamento en Bélgica; la composición es íntima. El espacio es angosto y su voz parece frotar los objetos… (Solo por un instante la cámara abandona su habitación para escuchar y contemplar a las tiernas hijas de una amiga suya que decidió sentar raíces fuera de Cuba). El detonante de su reflexión fílmica es un audio de WhatsApp donde alguna amiga comenta a la realizadora que soñó con Cuba transformada en un enorme cementerio flotante. Cuba dista de ser ya una tierra fértil para sus plantas, originarias de allí. El énfasis de Violena en las raíces flotantes es un énfasis en su propia sensibilidad, que evoca aquellos versos de Jamila Medina Ríos: “Emigró. / Hay algo ahí con la desposesión: / raíces sin tener dónde agarrar”. Violena dice experimentar una nostalgia que resulta de “la necesidad de saber qué lugar ocupa en el presente”; esa nostalgia impregna toda la atmósfera de las imágenes, es el sujeto mismo de su enunciación.

Lázaro González imprime a Parole un tratamiento similar al de Wild Flowers y Three Promises: coloca la voz de su madre (audios de WhatsApp que recibe a diario) encima de las imágenes de los espacios que recorre cotidianamente en San Francisco. En Parole se registran calles, alguna estación, el apartamento del realizador, sitios que suele visitar, su encuentro accidental con algún transeúnte… No importa dónde la cámara emplace su mirada, aprehende siempre un vacío, un sutil aroma de soledad, quizás la nostalgia de que habla Ampudia, trasuntada en unas vistas que son el filtro de una sensibilidad que no acaba de encontrar plenitud en su nueva residencia. Las palabras de la madre interrumpen a ratos esa atmósfera de introspección; están dichas desde la incomprensión del amor. Y de esa manera Parole sintetiza conflictos de los que se van y de los que permanecen: los conflictos desatados por la fractura de los afectos familiares. 

Heidi Hassan opta por un ángulo radicalmente diferente: enfrenta la romantización de las experiencias comunistas. Juzga esos parques temáticos levantados por el mercado occidental para el disfrute de unos turistas que desconocen la violencia, la represión política y la miserable vida experimentada por los habitantes de aquellas sociedades totalitarias. Ella misma, exiliada, es reducida a la imagen exótica que hacen realidad tales gestos pseudomemorísticos, víctima de su tranquilizadora ideología. Souvenir se adentra en las habitaciones de un museo que recrea alguna vivienda de la República Democrática Alemana y, mientras observa, se escucha a Hassan reflexionar sobre la cómoda ignorancia de realidades como la cubana, donde la vigilancia y el control de la vida por el poder empuja a sus ciudadanos, cuanto menos, al exilio.

El realizador de Dreams like Paper Boats (a diferencia de los cubanos) mira, en esencia, hacia las personas que permanecen; escenifica el resquebrajamiento de una familia haitiana como consecuencia del abandono y la separación propios de la emigración. Las familias quebradas son el corolario inevitable del acto de abandonar el país de origen, motivado ya sea por sueños de mejora económica o por razones políticas –esta realidad se transparenta en Parole y en Smoke of the Fire. En Dreams like Paper Boats, ante la falta de noticias de la madre, un padre y su hija pequeña se sumen en el dolor. 

En tanto, el ejercicio de Daryna Mamaisur en Smoke of the Fire se distingue por abordar el idioma como el núcleo donde un emigrante vive su desajuste de identidad. Establecida en Portugal, ella intenta aprender la lengua de este país mientras es interpelada por las amenazas de guerra en Ucrania. Las fotografías que recibe de Kiev, ahogada en la oscuridad, emociones que no consigue comunicar en portugués. Mas ella persiste en el intento, figurado en el semblante plástico mismo de este documental performático, poético por momentos. Quizás Mamaisur sabe –como aconsejó a Violena Ampudia su amiga– que, si quiere sembrar en esta nueva tierra, debe conocer las plantas que crecen en ella.

Solo la luna comprenderá, Ramona (Victoria Linares Villegas, 2023) y Republic completan el programa de títulos en competencia. Los tres recorren realidades y conflictos propios de la juventud, un tema que también rozan, desde sus especificidades, Parole, Petricor, Still Free, Three Promises y Smoke of the Fire. El filme de Kim Torres, Solo la luna comprenderá, gira en espiral alrededor de la adolescencia, consumando una poética evocación que dialoga con otras películas de la selección centradas también en la memoria. Su propósito parece ser dilucidar cómo negociamos emocionalmente con nuestro pasado. En pocos minutos de duración, el relato modela un universo onírico, emanado sin dudas de los recuerdos de esos niños que vemos retozar, jugar, correr entre las ruinas de Manzanillo, un pueblo de campo rodeado de escombros. La estilización de la fotografía estimula el sentido sensorial de la puesta en escena, y purifica ese tiempo recuperado de la infancia, aquella época en que soñaban escapar de un lugar olvidado por la Historia.

Todo ese lirismo se desvanece en las duras imágenes de Republic, un contundente testimonio sobre el desvarío idealista de unos jóvenes de Pekín. Ellos articulan algo bastante próximo a una comunidad hippie de ideas comunistas. Todos se reúnen en el pequeño apartamento de Eryang, donde beben, se drogan, escuchan Pink Floyd y The Beatles y discuten sobre política, clases sociales y consumismo. Republic llega a ser tan contundente por el modo certero (visual y argumentalmente) en que Jin Jiang documenta un estilo de vida y un pensamiento y deja constatar al espectador, en toda su abrumadora dimensión, el dislate utópico de esos muchachos. El rigor de la mirada, en un metraje de alrededor de 107 minutos, deja saber que sus comportamientos emanan tanto de una reactividad al acople de China a las dinámicas del capital como de una relación malsana con la memoria cultural del país, que no puede conducir sino a la insensatez. Ellos son también el corolario del recorrido histórico de una nación. Ese modo existencial es un poco el ser actual de China como la suerte de Kostya y Katya es un poco el ser actual de Rusia.

Ramona toca un tema frágil: el embarazo adolescente en entornos periféricos de República Dominica. Pero el valor de la película no se encuentra en su denuncia de las situaciones atravesadas por estas chicas, cuyas infancias son truncadas por la pobreza, la subordinación cultural de la mujer y la falta de políticas institucionales; sino en la meditación que propone, desde su planteamiento narrativo, acerca de la dificultad de representar las subjetividades de estas muchachas con el rigor ético necesario. En una singular simbiosis de ficción y documental, Ramona cuenta la aventura de una actriz de clase media que debe encarnar a una adolescente embarazada. Para interpretar el personaje ella visita una comunidad y se entrevista allí con varias jóvenes. Sus testimonios quedan en la película; ellas mismas evalúan ciertos fragmentos del guion y, finalmente, asumen el personaje. La distancia que Linares Villegas corrobora entre la realidad de las muchachas y sus opiniones sobre cómo deben ser representadas, suscita importantes interrogantes alrededor de la eticidad de toda puesta en escena.

Otra vez el Festival de Cine INSTAR propone un cuerpo de películas que radiografía varios de los conflictos más urgentes del mundo contemporáneo; obras resultas a través de operaciones estéticas ingeniosas, distantes de esa manía de clonar fórmulas conocidas, y estimuladas además por el convencimiento de que toda práctica expresiva se agota en sí misma si no mira hacia los problemas del mundo. En estos filmes no se trata del arte como instrumento de la política, ni del arte por el arte. Se trata del arte como finalidad política él mismo. Ese principio procura de alguna manera que las películas trasciendan la inmediatez de los asuntos discutidos y sostengan sus reflexiones por sobre las circunstancias específicas.

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Archivos personales, conflictos bélicos, emigración y violencia política en el V Festival de Cine INSTAR 2024 Leer más »

Dean Luis Reyes conversa sobre ‘Fantasma Material’, una nueva revista para pensar el cine independiente cubano

By ÁNGEL PÉREZ – 24 de octubre de 2024

RIALTA

Diseño de Claudia Patricia para el texto “El fantasma material: cine y física”, de Gilberto Pérez; No. 1 de la revista ‘Fantasma Material’

Una de las novedades de la V edición del Festival de Cine INSTAR es el lanzamiento del primer número de la revista Fantasma Material, un proyecto emprendido entre el propio Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) y Rialta Ediciones. Así lo informaron los organizadores del evento —que este año transcurrirá del 28 de octubre al 4 de noviembre— en los días en que se anunciaba su actual convocatoria. Justamente, este sábado 26 de octubre se reunirán en la Cineteca de Madrid el crítico Dean Luis Reyes y el realizador José Luis Aparicio, editores de la nueva publicación, para presentar al público la entrega inaugural del proyecto. El lanzamiento de Fantasma Material se acompañará de un pase especial de Mafifa (2021), documental de Daniela Muñoz, ganador del Premio Nicolás Guillén Landrián de la cuarta edición del festival.

Fantasma Material llega como otro contundente gesto de INSTAR en su propósito de apoyar, difundir y explorar el cine cubano del presente, sobre todo aquel fraguado dentro de la movida independiente, diseminado en indistintas geografías del orbe y amenazado en la isla por la censura política y la obsolescencia de la industria cinematográfica oficial. El nombre de la revista rinde un merecido homenaje al libro The Material Ghost: Films and Their Medium (1998), del crítico cubano Gilberto Pérez (Cuba, 1942-Estados Unidos, 2015), cuyo pensamiento acompañan la visión del magazine. En momentos en que no existe un medio especializado que siga las rutas al cine independiente cubano –cada vez más vanguardista en términos expresivos y, a la vez, producido en circunstancias bastante anómalas–, esta publicación promete acompañar y dimensionar a partir de ahora las imágenes forjadas por ese movimiento o esa comunidad trasnacional, así como explorar los procesos y las condiciones que la hacen posible y perfilan su semblante.

En tal sentido, Fantasma Material localiza un nuevo espacio para pensar y generar conocimientos sobre el cine cubano todo. Con una periodicidad anual, la revista se publicará en cada edición del evento y estará disponible tanto en formato físico como digital.

Por supuesto, este primer número también tendrá un lanzamiento en línea, el próximo lunes 28, durante la inauguración del certamen, que se transmitirá por las redes sociales de INSTAR. Nils Longueira Borrego, crítico, investigador y miembro del consejo editorial de la revista, estará a cargo de las palabras de presentación, y aprovechará la ocasión para conversar con sus editores acerca de la concepción del primer número.

“La idea de llamar Fantasma Material a la revista fue de José Luis Aparicio”, comenta Dean Luis Reyes en conversación con Rialta Noticias, instado a ofrecer algunos adelantos de esta primera entrega. “En Documenta 15, en Kassel, Alemania –donde INSTAR, con curaduría del propio Aparicio, organizó la megamuestra de cine cubano «Tierra sin imágenes» en 2022–, Rafael Ramírez hizo referencia al libro de Gilberto Pérez. Tania Bruguera y José Luis se interesaron por el tema. A mí me pareció una idea brillante que la revista se llamara así, por lo que estuve de acuerdo. Yo leí el libro de Pérez hace años, cuando trabajaba en la EICTV [Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños], pero estoy consciente de que su pensamiento y figura son muy remotos para la gente de cine de la isla, incluyendo a los críticos”.

Una de las propuestas de este número inicial es precisamente “una traducción al español, realizada especialmente para la revista, del primer capítulo del influyente libro de Gilberto Pérez”, al que antecede “un ensayo escrito a petición nuestra por Adrian Martin, uno de los críticos de cine y pensadores de ese arte más importantes del presente, que apunta a comentar la actualidad del pensamiento de ese autor”.

Subraya Reyes que “invocar a Pérez tiene la intención de difundir su obra en Cuba, si ello es posible, pero también la de articular su noción muy particular del cine a la apuesta crítica que hacemos en el número. Para Pérez el cine es una copresencia fantasmática que impregna sueños, proyectos, acciones humanas en la existencia consciente. Es además un autor que discutió con la academización del pensamiento sobre cine que trajo el estructuralismo y se situó muy cerca de un ejercicio de la crítica que reclama volver al objeto, al filme, a sus diversas condiciones de creación, sin imponerle ideologías preconcebidas de carácter teórico. No hay modelo más cercano al que queremos ejercer en Fantasma Material, que más que hacer un homenaje, quiere recurrir a un pensamiento que es un punto de partida para definir eso difuso que son las formas del audiovisual que nos interesan”.

El cine cubano se piensa hoy en su diferenciador enfrentamiento a la tradición institucionalizada que propició el ICAIC (de una estética a menudo demasiado ideologizada). Se lee desde su inserción en el panorama global, donde es asediado por una industria voraz. Otras veces se atiende desde su intrínseca desterritorialización, condicionada a ratos por su existencia en una diáspora fragmentada. Se enfoca en ocasiones desde su recurrencia a toda clase de criterio estético capaz de materializar los imaginarios creativos, indiferentes a un lenguaje nacionalmente motivado, aunque, por lo general, interesados en una forma política atenta a sus realidades. De todos esos vectores de análisis, y de otros tantos, se ocupa Fantasma Material que –tal como precisa el autor de El gobierno de mañana. La invención del cine cubano independiente (2001-2015)— “trata de expresar un estado difuso del cine contemporáneo para el que no hay todavía categorías definitivas”.

La revista resultaría entonces una suerte de espejo donde se reconoce esa “producción [cubana] desplazada, deslocalizada, o realizada desde contextos nacionales, pero fuera de las taxonomías del cine nacional”, destaca Reyes: “ello es, en buena medida, el estado actual del cine cubano, creado fuera del país, desligado de la obsesión temática localizada, cada vez menos determinado por marcas sociológicas y antropológicas «cubanas»”.

“Fantasma Material”, agrega el crítico cinematográfico, “busca discursar acerca de un cine que aspira a la independencia formal y discursiva, sin apego a institucionalidad simbólica alguna, que se identifica con la búsqueda de la soberanía expresiva del creador. Y, ya que lo anterior apunta a la necesidad de libertades, hablamos en la revista en buena medida de un cine que tiene trazas o dialoga con contextos sociopolíticos donde hay limitación de derechos, sobre todo los de expresión. En lo anterior la revista coincide con la identidad del Festival INSTAR, según mi apreciación. Basta revisar las piezas allí curadas para entender que estos tres rasgos antes dichos son detectables en la mayoría”.

Además de los ensayos de Gilberto Pérez y de Adrian Martin, este primer número de la revista propondrá un par de dosieres: “uno reúne once textos de críticos, académicos, estudiosos y cineastas en activo, que tiene la pretensión de precisar los rasgos que caracterizan al cine cubano actual (un grupo de ideas aspira a abrir una conversación que debe empezar por algún lado, y que esperamos prosiga en otros espacios)”, explica Reyes; “el segundo está dedicado a Nicolás Guillén Landrián: son cuatro ensayos sobre el cineasta, de Rafael Rojas, Ruth Goldberg, Néstor Díaz de Villegas y Ernesto Daranas”.

Guillén Landrián es una figura clave para comprender qué relación aspiran a sostener los creadores independientes con la tradición nacional. Para Reyes, autor de La mirada bajo asedio –un agudo libro sobre el realizador de Coffea arabiga—, “su propia presencia [en la revista] invoca la idea del fantasma material: un repertorio rescatado del olvido, un cineasta maldito que la generación de jóvenes realizadores de los años 2000 exhumó y transformó en un contemporáneo, acaso la poética del cine cubano más influyente del siglo XXI. Precisamente la foto de la portada de este número, en la que Landrián atraviesa las aguas del Toa durante el rodaje de Ociel del Toa, tratada como un mapa de calor o un registro termográfico, quiere invocar esa fuga de espectros que la revista pretende aprehender, explicar, definir. Un fantasma material, esencialmente”.

Este No. 1 del magazine cinematográfico cierra “con un proyecto-manifiesto escrito a seis manos, en el que Rafael Ramírez, Oderay Ponce de León y Carlos Terán definen un proyecto apoyado en la idea de lo hauntológico, ese concepto de Derrida que parte de Marx para examinar la presencia fantasmal del pasado. O sea, la «zona inquietante donde el tiempo colapsa y nuestros recuerdos y asociaciones pasadas acechan nuestras mentes, como un fantasma», tal y como lo definió Alasdair Macintyre”.

Tania Bruguera y Carlos Aníbal Alonso, directores y productores ejecutivos, encabezan el proyecto de Fantasma Material. “Con ellos cocinamos nuestras ideas de edición, son el eje de un equipo editorial estupendo que aportó cada uno una visión que fluyó como si todos nos rigiéramos por una sola racionalidad. Fue magnífico descubrir que cada profesional (traductor, editora, diseñadores) hicieron crecer la idea original”, asegura Dean Luis Reyes.

“El deseo fundamental en todo esto es buscar definir de dónde venimos para imaginar hacia dónde ir”, concluye el editor. “A los cubanos parece que les toca todo el tiempo cerrar capítulos y comenzar a escribir desde cero, en esa obsesión enfermiza por la trascendencia, pero también por llegar a un remanso para vivir una vida sin las sacudidas de la Historia, de las ideologías, de los caudillos. Nosotros ubicamos dos puntos de partida aquí (Pérez y Landrián), y a partir de ellos trazamos dos puntos de fuga sin un vértice definitivo, como un mapa de un territorio imaginario que deseamos que exista”.

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Por un cine cubano sin fronteras

Por LÁZARO J. GONZÁLEZ – 23 de octubre de 2024

RIALTA

Exhibición de ‘Landrián’, documental de Ernesto Daranas. Cuban Cinema without Borders (Cine Cubano sin Fronteras) comenzó este miércoles 23 de octubre en el Pacific Film Archive, en Berkeley, California (FOTO Cortesía de Lázaro J. González)

Mientras Cuba enfrenta la peor crisis económica y el éxodo más significativo de su historia moderna —con más de 850 mil migrantes llegados a los Estados Unidos desde 2022 y una disminución del 18 por ciento en la población de la isla, según estima un reciente estudio demográfico–, la pregunta acerca de qué constituye el cine cubano hoy es más urgente. La crisis generalizada, que se intensificó después de las históricas protestas del 11 de julio de 2021, ha hecho la vida en la isla cada vez más insostenible. Apagones constantes, escasez de alimentos, agua y medicinas; una mayor represión política; el colapso de la industria turística, y la falta de apoyo económico de socios internacionales han obligado a muchos cubanos a buscar un futuro más allá de las fronteras nacionales.

Paradójicamente, el cine cubano ha entrado en un período de notable florecimiento creativo en medio de la escasez, la agitación política y el desplazamiento. Pese a enfrentar una censura severa en casa, una nueva ola de cineastas está ganando reconocimiento internacional por sus trabajos audaces e innovadores. Películas como Tundra, Abisal, Mafifa, A media voz y muchas otras han sido celebradas en festivales importantes y universidades en el extranjero, mientras permanecen inaccesibles en Cuba.

Al curar Cine Cubano sin Fronteras, he intentado capturar la diversidad de estas voces y la fluidez de imágenes que emergen en esta era de migración masiva. La serie refleja una visión de Cuba que ya no está delimitada por la geografía, sino que se extiende por varios continentes, creando un encuentro transnacional que conecta la multilocalidad de los cineastas mismos. Estas veinticinco piezas comprenden películas experimentales, documentales, de ficción e híbridas realizadas entre 2016 y el presente, así como restauraciones recientes. A través de sus diferencias contextuales, temporales y discursivas, también articulan un nuevo sentido de cubanía o una práctica de “ser cubano”, como explicó José Muñoz, que se reconstituye continuamente a través de la performance cultural, la memoria y el afecto, particularmente para aquellos que viven en el exilio o navegan múltiples identidades.

Muñoz posicionó la cubanía como una forma de resiliencia cultural y autoconstrucción que emerge a través de las prácticas desidentificatorias de los queers de color y otros sujetos cubanos marginados. Su conceptualización es muy útil porque desafía las ideas estáticas de la nacionalidad al enmarcar la identidad cubana como algo que se negocia, en lugar de algo puramente heredado o definido por fronteras geopolíticas. Esas negociaciones están latentes en la mayoría de estas piezas creadas en la última década. Al verlas en su conjunto también es fácil advertir cómo brindan una visión sobre las pedagogías de resistencia (término acuñado por el crítico cubano Dean Luis Reyes) de cineastas que luchan tanto con los legados de la represión estatal como con las posibilidades de reimaginar su cubanía desde fuera de las fronteras físicas e ideológicas de la nación.

La mayoría de estos directores han abandonado la isla en los últimos años, después de haber establecido carreras exitosas en Cuba. Muchos ahora residen en España o en la costa este de los Estados Unidos, mientras que otros se han trasladado a centros menos tradicionales para los migrantes cubanos, como Portugal, México y Brasil. Estos cambios destacan una creciente fluidez y multilocalidad en su trabajo y residencia, en contraste con los patrones tradicionales de migraciones cubanas hacia centros metropolitanos como Miami y Nueva York. Las razones detrás de su desplazamiento varían: desde dejar la isla en busca de mejores oportunidades académicas y profesionales, la reunificación familiar, o simplemente huir de la represión política de un régimen que produce una vida insostenible y precaria como resultado de una condición políticamente inducida. En estas circunstancias, como nos recuerda Judith Butler, filósofa y profesora emérita de esta universidad, en Frames of War: When is Life Grievable, aquellos que son “precarios” carecen de protección social y política, lo que hace que sus vidas sean más susceptibles a la violencia y el abandono.Esto nos remonta a la pregunta fundamental que planteó Ana López en 1993, cuando destacó la lucha de los cineastas y videastas cubanos exiliados (como León Ichaso y Miñuca Villaverde) por ser escuchados y considerados como tales: “Sus esfuerzos por ensamblar una identidad nacional dentro/fuera del exilio –por reconstruir una historia nacional– han sido vistos a menudo como signos de un etnocentrismo estridente, ya comprometido por sus desafíos a la utopía de la isla, en lugar de gritos angustiados de pérdida exílica, liminalidad y desterritorialización, junto con la paradójica necesidad de reconstruirse a sí mismos”.

Desde la noción temprana de una “Cuba Mayor” hasta la dispersión actual de cineastas nacidos y formados en la isla, el paisaje cinematográfico de una nación en constante cambio se vuelve cada vez más poroso y elusivo. En la incertidumbre de nuestro presente, llevamos nuestra cubanía –nuestra forma “acentuada” de ser– a los rincones más inesperados del mundo. Es crucial entender que una existencia precaria como cineastas, curadores y académicos minoritarios, operando en los márgenes del aparato estatal, no desaparece cuando vivimos en el extranjero.

Pero quiero ver esa condición minoritaria (algo que no es exclusivo de los cubanos), y la resistencia a la asimilación que a menudo acompaña la adopción de formas intersticiales de hacer cine, como un factor positivo que ha estimulado la madurez de las producciones cubanas actuales: la desconexión del flujo patriarcal de poder y recursos que el Estado cubano proporcionaba desde los años sesenta a las películas y los creadores cómplices de la reproducción de su ideología. Como señaló en 2015 Zaira Zarza, académica cubana radicada en Canadá, un número creciente de cineastas cubanos ahora “experimenta la agencia de hacer cine sin la carga de representaciones vinculadas al Estado-nación” (173). Este impulso hacia una mayor autonomía tiene raíces profundas en la historia del cine cubano, pero alcanzó un punto crítico en el nuevo milenio con el auge de la producción independiente.

En la última década, gran parte de esta producción cinematográfica ha ocurrido fuera de la industria cinematográfica oficial de Cuba –ICAIC– y sin el apoyo directo del Estado. Aunque el reconocimiento legal de entidades audiovisuales independientes en 2019 marcó un avance después de años de negociaciones, esa aparente victoria no garantizó una verdadera libertad artística y autonomía. En cambio, ha servido para ilustrar los límites de la tolerancia estatal, como se vio en el aumento de la censura y el desmantelamiento de espacios críticos para nuevas voces emergentes, como la Muestra Joven, que fue durante veinte años no solo una posibilidad de exhibición sino también un espacio formativo para la mayoría de los cineastas contemporáneos.

Incluso otros logros, como la creación del Fondo de Fomento para el Cine Cubano, han sido criticados por la Asamblea de Cineastas Cubanos como meras simulaciones de un verdadero apoyo. La Asamblea ha condenado repetidamente la falta de verdadera independencia del Fondo, la manipulación de sus mecanismos de supervisión y su negativa a proyectar en los teatros nacionales películas como las que ustedes podrán apreciar aquí, así como la necesidad de que podamos tener una ley de cine. Desde su establecimiento formal en 2023 –tras años de acalorados debates entre 2013 y 2016–, este grupo independiente ha abogado por un cine libre de censura y exclusión. La propia Asamblea se ha convertido en un símbolo de la creciente red archipelágica de cineastas cubanos, conectando y empoderando a creadores en la diáspora a través de plataformas digitales como su canal de WhatsApp.

Estos cambios señalan una de las desviaciones más significativas del canon posrevolucionario, donde cineastas como Santiago Álvarez y Tomás Gutiérrez Alea, a través del ICAIC, produjeron obras alineadas con el ethos revolucionario. En contraste, el cine cubano contemporáneo se caracteriza por una descentralización, alejándose de lo que Michael Chanan describió como el papel del cine de entonces en la “gestión cultural estatal” (cultural statecraft), vinculada a los ideales utópicos de la Revolución. De hecho, podría decirse que las obras más revolucionarias de hoy se producen fuera de las instituciones estatales, impulsadas por iniciativas autofinanciadas y la colaboración de una red geográficamente dispersa de cineastas. Esta dispersión ha ampliado el espectro de voces dentro del cine cubano, posibilitando perspectivas históricamente marginadas (femenina, afrodescendiente, queer, diaspórica) por el aparato cultural del Estado. En consecuencia, la noción de cine cubano ha sido redefinida radicalmente, pasando de su gestación como ese proyecto nacional orientado hacia el reflejo del Estado-nación a una pléyade de narrativas transnacionales que expanden los imaginarios cubanos a través de fronteras, lenguajes y la intersección de múltiples identidades.

En estas nuevas condiciones, se observa un creciente rechazo a la necesidad de expresar una identidad colectiva o ideología nacional. Este cambio se manifiesta no solo en los modos de producción, sino también en el enfoque narrativo y estilístico de las películas. En lugar de grandes relatos unificadores, predominan narrativas autorreferenciales, microhistorias y una especie de fiebre archivística, que busca desenterrar las historias ocultas bajo el relato colectivo. Este giro, que combina lo afectivo y lo archivológico, no supone un abandono de la crítica social; más bien, permite un retrato más complejo y matizado de las vidas cubanas. En este sentido, estas obras parecen responder a una “cubanía en diferencia”, si se me permite el collage entre el caribeñismo de Stuart Hall y el de Muñoz.

Mediante su impulso subversivo, esta nueva ola de cineastas rompe deliberadamente con los legados del neorrealismo, un cine propagandístico o cualquier adherencia a una “verdad” histórica moldeada por los marcos ideológicos de un régimen totalitario. Al posicionarse en la periferia de lo “nacional”, sus obras generan una mirada contra-archivística que desafía la épica revolucionaria y su historiografía, moldeando lo que veo como un cine que atraviesa cada vez más fronteras, y que, en ese limbo, se transforma también en un cine sin Estado, cuasi apátrida.  Este calificativo se dibuja más oportuno que la etiqueta “independiente”, que a menudo implica autonomía de mercado, fuentes de financiamiento o libertad creativa.

En cambio, esa otra posibilidad (la de un cine sin Estado) surge de una condición que no está sujeta, y de hecho resiste activamente, las estructuras hegemónicas del Estado-nación, produciendo narrativas que permanecen en diálogo con sus orígenes mientras se niegan a conformarse con categorías de identidad impuestas tanto por la patria como por el país anfitrión. Se entrelaza con una subjetividad exílica que no es solo física sino también ideológica, como una estructura de sentimiento, una negativa a habitar identidades nacionales predeterminadas. Prefiero este concepto porque refleja la paradoja de la existencia precaria, y al mismo tiempo exitosa, de muchas de estas películas y sus creadores, a diferencia del término independiente, que puede sugerir una ilusión de autonomía.

Este giro desestatalizador surge, primero, de una política de rechazo contra el control necropolítico del Estado cubano y, en segundo lugar, de las dificultades que enfrentan los cineastas desplazados por su propia alegalidad, en muchos casos dada su condición de refugiados, y también para obtener financiamiento o integrarse a nuevos paisajes cinematográficos. Podría decirse que, incluso aquellos que permanecen en la isla, pueden encarnar hoy una forma de ese cine hecho a pesar del Estado. En esencia, esta condición apátrida se aplica a cualquier cinematografía que habita los espacios liminales de pertenencia que no son completamente aquí ni allá.

Al considerar la “Cuba Mayor”, esta genealogía de cine en oposición al aparato estatal se remonta a los primeros días de la Revolución, comenzando con la censura de PM (1961), etiquetada como la primera película contrarrevolucionaria por el régimen de Castro. Esta línea continuó a través de la marginación de obras críticas en la diáspora como Conducta impropia, de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal; Inside Downtown, de Nicolás Guillén Landrián y Jorge Egusquiza Zorrilla, y Tent City, de Miñuca Villaverde, o películas que representaban otras sensibilidades, como Mérida proscrita del marielito queer Raúl Ferrera-Balanquet. Irónicamente, estas películas no solo fueron excluidas del canon oficial del cine cubano, sino que también fueron ignoradas en las historias académicas producidas por investigadores estadounidenses y europeos. Los cineastas de hoy, tanto en la isla como en el exilio, se enfrentan a esta historia cargada de censura, miedo e incertidumbre, creando obras que abordan abiertamente las narrativas sancionadas por el Estado, aunque eso les cueste la “desaparición” o el escarnio de una prensa oficialista, que se entretiene en acusar de apátrida o mal nacido a cualquiera que piense de manera diferente. Por otro lado, ese posicionamiento ayuda a disolver las fronteras estéticas, geopolíticas e incluso epistemológicas que de otro modo podrían constreñir nuestras vidas y la supervivencia de nuestro cine. Imaginar un cine cubano sin fronteras significa así abrazar una identidad sin Estado, y una afirmación positiva de la hibridación de nuestra identidad cultural.

Con esos horizontes, revisar el legado de Landrián y fascinarnos con su contemporaneidad no es solo un acto de recuperación, sino una forma de reimaginar el futuro. Landrián se convierte en nuestro benjaminiano “ángel de la historia”, recordándonos que el verdadero progreso requiere enfrentar el pasado y reconocer el sufrimiento y las injusticias oscurecidas por la fachada de la retórica revolucionaria. Sus películas sepultadas por el moho corrosivo del totalitarismo reflejan la vulnerabilidad del cine cubano reciente, pero también su resiliencia. Por eso comenzamos Cine Cubano sin Fronteras con el documental Landrián de Ernesto Daranas, una película impulsada por un deseo archivístico, que nos recuerda la necesidad de esfuerzos similares para preservar y reclamar nuestras historias.

Desde mi punto de vista, la proliferación de revisitaciones reflexivas y reparativas de este tipo (también pensando en El caso Padilla, por ejemplo) señala un renacimiento para el cine cubano, donde el compromiso social se expresa mediante el cuestionamiento de la hegemonía cultural y el desempolvamiento de tantas zonas de silencio que parecían irrepresentables pocos años atrás. De manera similar, se observa una recurrencia de dispositivos formales más porosos (uso de estructuras fragmentarias y epistolares, multilingüismo) que despliegan narrativas a través de orientaciones archipelágicas. Estas modalidades sitúan los imaginarios cubanos no solo dentro de la isla, sino en el no-lugar del proceso migratorio y también en diálogos con otros espacios, generando una red de cineastas comprometidos con el cuidado y la redefinición de la identidad nacional. 

A través de este enfoque, la cubanía se perfila no como un territorio fijo, sino como una identidad en constante flujo y sometida a procesos disidentificatorios, como una planta que germina en los parajes más inhóspitos. El creciente número de películas que narran desde esa alteridad pone de relieve la magnitud del desplazamiento y sus consecuencias emocionales. Estas obras suelen estar marcadas por una añoranza melancólica por Cuba –un motivo recurrente en películas aclamadas como A media voz (ganadora del premio al mejor largometraje documental en el IDFA) y en cortometrajes recientes como Petricor, Souvenir, La historia se escribe de noche, y mi propia película, Parole. Este giro temático ha llevado al crítico cubano Antonio Enrique González-Rojas a identificar estos últimos cortometrajes como emblemáticos de una nueva ola en el cine cubano –caracterizada por narrativas fragmentadas, íntimas y existenciales. Él describe este lenguaje cinematográfico emergente como una “poética del desarraigo, la ausencia, la angustia y la oscuridad”, que teje una imaginería lírica para capturar la profunda dislocación y la turbulencia existencial de la vida en el exilio. Esta reimaginación se materializa a menudo en figuras simbólicas, como el motivo recurrente de la madre que se desvela por sus hijos: una imaginería que atraviesa varios cortometrajes de esta serie y se ejemplifica también en una variante más insílica en la ópera prima de Alan González, La mujer salvaje.

La novedad de estas películas no reside únicamente en documentar un #stado transitorio o temáticas no abordadas usualmente, sino en sus prácticas antiesencialistas, donde la pérdida se convierte en una fuerza creativa. Estas obras utilizan la ausencia y la dislocación no como simples registros, sino como vehículos para redefinir la identidad y el sentido de pertenencia, transformando el cine cubano en un medio que supera los marcos fronterizos de lo nacional. En este sentido, esas nuevas topografías configuran un espacio de convergencia, como una isla que se reitera no en sus límites, sino en su capacidad de expansión y diálogo con lo global. El acto de filmar, entonces, se convierte en un mecanismo generativo para construir identidades a través de nuevas políticas de ubicación, formando comunidades que reconfiguran constantemente la experiencia diaspórica y abren caminos para la creación de nuevas formas de pertenencia.

Sin embargo, es importante no perder de vista que el potencial transformador (ya vivo en estas películas, a pesar de las vulnerables economías de sus cineastas) también depende de políticas de exhibición comprometidas con los desafíos del presente. Esto es particularmente complejo cuando más cineastas cubanos se encuentran en condiciones liminales, y con menos espacios para mostrar sus creaciones. En este contexto, iniciativas como el Festival de Cine INSTAR –organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (fundado por la artista cubana Tania Bruguera)– juegan un papel crucial, y su colaboración ha sido también decisiva para darle vida a Cine Cubano Sin Fronteras. 

No se puede soslayar la urgencia de espacios alternativos para la emergencia de nuevas voces cinematográficas. Y hago especial énfasis en INSTAR, no solo por nuestra colaboración inmediata sino también como un reconocimiento al marcado valor historiográfico de su gestión cultural, como proyecto que se ha encargado no solo de la visibilización sino también de la preservación durante ya cinco años de un cine transfronterizo y antihegemónico. Esa misión –que entiendo como una praxis curatorial comprometida con nuestro devenir cinematográfico– continúa limitada dentro del marco insular por la censura del Estado cubano, lo cual ha obligado a buscar alternativas como habilitar una plataforma digital (FestHome) durante las iterancias del festival. Lamentablemente, tampoco una muestra como la que se ha logrado articular en el Pacific Film Archive podría ocurrir hoy en ninguna de las salas donde todas estas generaciones de cineastas cultivaron su amor por el cine. He ahí una paradoja que deja mucho terreno para la investigación. 

Para evitar caer en un pesimismo paralizante, me alienta ver cómo estas iniciativas ya no son esfuerzos aislados ni producto de un “etnocentrismo estridente”, como lo describía Ana López en su incisiva crítica de los mecanismos que complican y silencian nuestro cine. En los últimos meses, han surgido propuestas similares organizadas de manera independiente por cineastas cubanos en diversas partes del mundo, como la reciente Muestra Archipiélago Fílmico, celebrada hace poco más de un mes en la Ciudad de México. A pesar de la vigilancia y las campañas difamatorias, la supervivencia y la expansión de proyectos de esta magnitud[1] demuestran que, incluso en un contexto adverso, es posible crear puentes que, hasta hace algunos años, parecían inalcanzables. En este sentido, mi deseo es que esta muestra funcione no solo como un homenaje a ese cine sin apoyo estatal en su conjunto, sino también como un reconocimiento a la constante puja por mantener con vida una cinematografía que trasciende más fronteras. Esta tarea involucra a creadores, festivales de cine, espectadores, y más investigaciones que entiendan el cine de la Cuba Mayor desde su complejidad, en lugar de fetichizar una utopía que solo podría ser vista a través de las aberraciones de una melancolía de la izquierda que da la espalda a las luchas de los ciudadanos cubanos o utiliza, como un souvenir museológico, los espectros del comunismo, tal como nos recuerda Heidi Hassan.

Más allá del colapso de las utopías, esta serie plantea preguntas fundamentales. ¿Cómo el éxodo interminable del pueblo cubano y de sus cineastas reconfigura nuestra comprensión del cine cubano contemporáneo? ¿Existe todavía una identidad cinematográfica cubana unificada –si es que alguna vez existió? ¿Qué papel juegan los cineastas diaspóricos e independientes en la redefinición de los contornos del cine cubano actual, y cómo interactúan sus obras con, o resisten, las nociones tradicionales de “cine nacional”? ¿Cómo se relacionan estas películas con la noción misma de “cubanía”? Además, considerando la falta de estudios sobre el cine cubano-estadounidense, una brecha señalada por Chon Noriega y otros académicos, surge una pregunta crucial: ¿será productivo abordar la cubanía desde una perspectiva que reconozca plenamente los elementos “otros” representados por el guion –como en cubanoamericano o cubanohispano– y otras identidades diaspóricas?

Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, pero están inscritas en la textura misma de las películas que vamos a ver. Más allá de las conclusiones, esta serie los invita a conectarse con un movimiento cinematográfico vivo y a celebrar la resiliencia de quienes, pese a la precariedad, siguen produciendo cine que destila una profunda cubanía. Visualizamos un futuro en que las imágenes den testimonio de nuestras luchas y sigan cultivando un sentido de comunidad que trascienda el silencio y la desmemoria. Concebir un cine sin fronteras, floreciendo aquí en Berkeley –cuna del Movimiento por la Libertad de Expresión–, nos recuerda que la lucha por la libertad creativa e intelectual sigue siendo tan vital hoy como lo fue hace sesenta años.

[1] Proyectos curatoriales previos como Cuban Cinema under Censorship en el MoMA de Nueva York y “Tierra sin imágenes: lo ausente en el cine cubano” en Documenta, Kassel, también revelaron la tensión que ha configurado de manera decisiva el paisaje de lo que hoy se considera cine cubano, poniendo en evidencia las lagunas historiográficas y epistemológicas que continúan definiendo este espacio en constante disputa.

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El otro cine cubano desembarca en la Universidad de Berkeley, California

Por Dean Luis Reyes – 22 de octubre de 2024

DIARIO DE CUBA

Sede del Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive.

“Cine cubano sin fronteras” es la muestra fílmica que entre el 23 de octubre y el 16 de noviembre próximos acogerá en EEUU el Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive (BAMPFA), institución cultural perteneciente a la Universidad de California.

Patrocinada por el Festival de Cine INSTAR y el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, que lo organiza, así como por el Departamento de Cine y Medios de la Universidad de California en Berkeley, se trata de la primera muestra de su tipo en esa institución referencial de la costa oeste de EEUU, en la que se exhibirán obras del nuevo cine independiente cubano desconocidas allí, donde Cuba es un objeto de estudio académico en general desconectado de la situación actual de su cultura.

El realizador cubano Lázaro González (Villa Rosa, Sexilio), quien estudia en Berkeley, fue el encargado de curar una muestra que ofrece la visión de su generación de cineastas sobre el cine nacional. Para él, los criterios centrales de la selección son, aparte de ofrecer títulos desconocidos para los espectadores locales y de producción reciente, escapar de la cuestión cubana como algo excepcional.

“Creo que el propósito fundamental detrás de todo esto es visibilizar el cine contemporáneo cubano de hoy, el cine independiente, al menos las obras que a mi parecer son más interesantes. Creo que también en el trasfondo hay una intención muy marcada de no solo visibilizar este cine, que está un poco en los márgenes de la academia estadounidense y de espacios cinematográficos más consolidados de Estados Unidos, sino también de romper un poco algunos de los imaginarios que persisten sobre la sociedad cubana y sobre la revolución cubana”, comenta González para DIARIO DE CUBA. 

“El hecho de estar en un lugar como Berkeley, que es esta universidad de élite, que se vanagloria de ser la universidad más liberal, la más progresista, y donde hay toda esta, como define la filósofa Wendy Brown, ‘melancolía a la izquierda’, implica que siempre es interesante cuando uno habla del tema cubano, porque hay un grupo de personas que no tienen ni idea de lo que está pasando en Cuba y tampoco creen en el criterio de los pocos cubanos que están acá”, advierte

Por eso, exhibir juntos cinco de los documentales recién restaurados de Nicolás Guillén Landrián con Landrián (Ernesto Daranas, 2023), largometrajes de ficción como La mujer salvaje (Alan González, 2023), filmada en la Isla, o Llamadas desde Moscú (Luis Alejandro Yero, 2023), vetada en su país, o las de Eliecer Jiménez Almeida, significa poner a circular una nueva cinefilia que explica mejor la Cuba de los pasados 20 años.

“Eso está conectado con romper con esta ilusión, con este espejismo, esta utopía y de lo que representa Cuba como ese faro imaginario de la izquierda latinoamericana. Porque he podido percibir en otras muestras curatoriales que he hecho acá que siempre hay un deseo de acercarse a Cuba, pero siguen conectados con una Cuba vinculada con el ICAIC de los años 60”, señala González.

Para ilustrar lo anterior, el curador señala que en el BAMPFA se exhibe a menudo el cine de Landrián, de conjunto con el de Santiago Álvarez, o de Fresa y chocolate (1993) y De cierta manera (Sara Gómez, 1975). Y cuando Lázaro propuso la muestra, la primera sugerencia fue que hiciera una selección más “apegada a los clásicos”, por decirlo 

“Eso está justamente atentando contra mis principios y contra mis políticas en este momento, y creo que esa es parte de la justificación por la que quiero hacer la muestra. Y cuando hablo de políticas me refiero a políticas curatoriales, porque creo que compartimos una noción de que el cine cubano hoy se ha hecho mucho más global, que se produce en muchas ocasiones desde la diáspora, desde el exilio, y un poco esa multilocalidad del cine cubano contemporáneo es lo que más me interesaba resaltar a grandes rasgos”.

Por ejemplo, en la nota introductoria de uno de los programas de cortometrajes que conforman “Cine cubano sin fronteras” González enfatiza que estas piezas exploran “la cultura de resistencia de Cuba”. Y la selección reúne para demostrarlo Now! (Eliecer Jiménez Almeida, 2016); Casa de la noche (Marcel Beltrán, 2016); Tundra (José Luis Aparicio, 2021); Persona (Eliecer Jiménez Almeida, 2019) y Hapi Berdey Yusimí in Yur Dey (Ana A. Alpízar, 2021), esta última, la única del grupo realizada en EEUU.

Luego, hablando de la situación trasnacional del cine cubano actual y de lo exílico que lo atraviesa, están Ángela (Juan Pablo Daranas Molina, EEUU, 2018); Souvenir (Heidi Hassan, España, 2023); Petricor (Violena Ampudia, Bélgica, 2022); Parole (Lázaro González, EEUU, 2024), y La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso, Cuba, Francia, 2024).

Se suman a esa selección Mafifa (Daniela Muñoz Barroso, Cuba, 2021) y Camino de lava (Gretel Marín, Cuba, 2022). La primera, ganadora del premio Nicolás Guillén Landrián del IV Festival de Cine INSTAR, celebrado en 2023; la segunda, unas de las obras más profundas realizadas en la Isla en los últimos años.

González viene de organizar en Cuba, mientras trabajaba en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), el espacio público Confluencias del Lente, o de impulsar la red de producción audiovisual Encuadre. Por ese entonces, también estuvo vinculado como colaborador de la Muestra Joven ICAIC, cuya disolución considera un parteaguas para los cineastas de su generación.

Por ello, en “Cine cubano sin fronteras” quiere “mostrar una suerte de renacimiento del cine cubano a pesar de la pandemia, la crisis económica, política, social, que existe en Cuba. Un cine que más conscientemente buscar burlar la censura, que es más políticamente comprometido sin temer por las consecuencias que implica tener una mirada critica sobre la realidad nacional. Hay un hilo conductor que conecta muy bien el deseo de estas películas de responder a una falta de libertad de expresión y a la persecución política desde soluciones muy creativas”, señala.

“Y por otro lado, no puedo mirar al cine contemporáneo sin detenerme en esos archivos que se mantuvieron en el olvido, sepultados, como es el cine de Landrián. Me gusta pensar en él como una suerte de ángel de la Historia, en el sentido de Walter Benjamin, porque mirar hacia el pasado, hacia esos archivos, es una manera de seguir hacia delante. De ahí que tenga todo el sentido conectar la obra de esta figura imprescindible para nuestra generación, uno de los cineastas que más claramente han sido de los fundadores de este cine de la gran Cuba, siguiendo la definición de Ana López”, enfatiza.

“Cine cubano sin fronteras” comienza el 23 de octubre, cinco jornadas antes de que el V Festival INSTAR se despliegue en salas de Madrid, Barcelona, Múnich y París, así como en Cuba a través de la plataforma online Festhome. A través de esa opción los cubanos de la Isla podrán ver películas que las autoridades prohíben o no desean difundir. Pese a ello, los espacios para ellas son cada vez más abundantes.

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Festival de cine cubano en BAMPFA

Por BAMPFA – 22 de octubre de 2024

BERKELEYSIDE

El filme Serrano de Nicolás Guillén Landrián será exhibido en “Cine Cubano sin Fronteras” / Cortesía de BAMPFA

¿Qué aspecto tiene el cine nacional de un país cuando muchos de sus cineastas más vitales ya no viven en él? 

En Cuba, una nación asolada por la pobreza, la represión política y la desinversión internacional, cientos de miles de ciudadanos han emigrado en la última década, entre ellos una parte desproporcionada de artistas, escritores e intelectuales. Entre estos emigrantes se encuentra Lázaro González, doctorando en Cine y Medios de Comunicación de la UC Berkeley y galardonado cineasta que nació, creció y se educó en Cuba antes de llegar a Estados Unidos en 2016. 

González se ha asociado con el Museo de Arte de Berkeley y el Archivo de Cine del Pacífico en un ciclo de cine que se inaugura esta semana y que se esfuerza por ver cómo es el cine cubano hoy en día – que, dada la naturaleza cada vez más desplazada de la comunidad cinematográfica cubana, se titula apropiadamente “Cine cubano sin fronteras”.

«Mi objetivo es destacar el cine cubano que se hace a través de cineastas exportados como yo. Debido a muchos problemas como el encarcelamiento, la opresión, la falta de libertad de expresión, la mayoría de los cineastas de esta muestra viven actualmente en el exilio, en la diáspora», dijo González. «Muchas de las obras que se pueden ver en esta muestra sufrieron la censura dentro de Cuba. Estamos destacando, por un lado, la vitalidad y visibilidad del cine cubano y, al mismo tiempo, que estas películas no son visibles dentro de Cuba.»

González cree que Cine Cubano sin Fronteras es el mayor programa de cine cubano contemporáneo jamás montado en California, un estado cuya población cubana representa una parte relativamente minúscula de su comunidad latina en general. Pero incluso en centros de la diáspora como Nueva York y el sur de Florida, es extraordinariamente raro encontrar tantas películas cubanas contemporáneas en un solo lugar. Esto convierte al ciclo de la BAMPFA en una oportunidad casi sin precedentes para que públicos de todas las procedencias descubran las poderosas corrientes creativas que han surgido de este movimiento cinematográfico poco reconocido.

«Es importante darse cuenta de que el cine cubano actual no sólo habla a los cubanos. Estas películas son importantes no sólo porque son cubanas, sino porque son grandes películas», dijo González.

«Muchos de los cortometrajes en particular han estado ganando premios en los festivales de cine más prestigiosos del mundo. Soy optimista, porque creo que este es el mejor momento del cine cubano en la historia reciente».

«Esta nueva ola de cineastas rompe deliberadamente con el legado de las tradiciones cinematográficas históricas de Cuba, basadas en el neorrealismo y la propaganda socialista. En su lugar, ofrecen una mirada alternativa que desafía la épica revolucionaria y su historiografía, dando forma a lo que considero un cine apátrida más tangible».

Aunque firmemente arraigado en este ambicioso presente, el programa Cine cubano sin fronteras se abre recordando un periodo anterior de la historia del cine cubano con Landrián, un documental biográfico sobre Nicolás Guillén Landrián, el innovador artista de vanguardia que fue célebre durante los años sesenta como el primer cineasta negro de Cuba antes de que la represión y la censura del Estado le empujaran al exilio en Estados Unidos. La película se proyectará el 23 de octubre, y la noche siguiente se proyectará un programa de cortometrajes recientemente restaurados del propio Landrián.

Otros dos programas de cortometrajes de Cine Cubano sin Fronteras ejemplifican la energía desbordante y la promesa artística de la nueva generación de cineastas emergentes de Cuba. Proyectado el 26 de octubre, Cortometrajes cubanos contemporáneos I: Soñando una nación presenta cinco cortometrajes, la mayoría de ellos realizados en Cuba en la última década, organizados en torno al tema de la orgullosa cultura de resistencia política pasada y presente de la nación insular. Esta perspectiva se complementa el 2 de noviembre con Cortometrajes cubanos contemporáneos II: Voces del Desplazamiento, una mirada al cine cubano a través de la lente de artistas de la diáspora que portan la antorcha de su cine nacional desde el extranjero -incluido el propio González, cuya reciente película Parole forma parte de ese programa.

Para González, que señala que las películas del ciclo abarcan desde la narración narrativa al documental, pasando por enfoques híbridos y vanguardistas, las técnicas cinematográficas están unidas por temas recurrentes de dislocación, melancolía y nostalgia entre su cohorte de cineastas, que trabajan colectivamente para mantener un cine nacional frente a la opresión en casa y la atomización en el extranjero.

«Para muchos cineastas de otros países que viven en Estados Unidos, pueden regresar sin ningún problema. Pero por miedo a la represión estatal, muy a menudo los cineastas cubanos se enfrentan a otro tipo de desplazamiento», dijo González. El hecho de que sus películas se centraran en temas LGBT le dificultó seguir trabajando en Cuba. «Y eso, creo, cambia las condiciones del trabajo. Muchas de las películas, especialmente en los programas de cortometrajes, son sintomáticas de ello».

El interés de González por la representación del colectivo LGBT le llevó a seleccionar Llamadas desde Moscú como uno de los largometrajes destacados del ciclo de cine. Dirigido por Luis Alejandro Yero, este documental de 2023 sigue a cuatro jóvenes migrantes cubanos queer cuyas rutinas diarias se ven alteradas por la invasión rusa de Ucrania. Censurada en Cuba, Llamadas desde Moscú se convirtió sin embargo en un éxito en el circuito mundial de festivales de cine, tipificando la desconexión entre la recepción nacional e internacional de muchas películas cubanas contemporáneas. Se proyecta en BAMPFA el 3 de noviembre, precedida por el cortometraje Roads of Lava, retrato de una activista feminista, negra y queer de La Habana.

Uno de los aspectos más destacados de Cine Cubano sin Fronteras es la presencia de invitados a lo largo del ciclo -especialistas, periodistas y cineastas- que conversarán con González tras algunas proyecciones. Uno de estos invitados es Alán González (sin parentesco), que visitará BAMPFA el 27 de octubre para acompañar la proyección de su primer largometraje, Mujer salvaje, estrenado el año pasado con gran éxito mundial. La película narra la historia de una mujer que vive en los suburbios de La Habana y cuya vida se ve destrozada tras un violento altercado entre su marido y su amante. Para Lázaro González, Mujer salvaje resume un tema de toda la serie.

«Algo que conecta muchas de las películas que he seleccionado es la figura de la maternidad como metáfora de la patria, sobre todo en las películas contemporáneas», afirma González. Su propio trabajo explora la relación con su madre en Cuba, a la que no puede visitar desde hace varios años. «Existe ese anhelo, esa nostalgia por la tierra natal. Pero en muchos casos es problemático volver».

Cine cubano sin fronteras se inaugura el 23 de octubre, con la proyección a las 19.00 horas de Landrian.  El programa completo de proyecciones puede consultarse aquí.

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Estas son las cintas cubanas que nos trae el Festival de Cine INSTAR

Por TALÍA SUÁREZ – 15 de octubre de 2024

CUBA ACTORES

Still de la película La Habana de Fito

El Festival de Cine INSTAR se ha consolidado como uno de los espacios más importantes para la proyección de cine independiente internacional, con un énfasis especial en obras que desafían contextos autoritarios o que provienen de diásporas. Organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), este evento anual se ha convertido en un refugio para cineastas que buscan explorar temáticas tabú y propuestas estéticas arriesgadas, al tiempo que promueve el diálogo en torno a la libertad de creación y expresión. 

En su quinta edición, que se celebrará del 28 de octubre al 3 de noviembre de 2024, el festival amplía su alcance transnacional con proyecciones simultáneas en ciudades como Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París. En Cuba, la mayoría de los filmes estarán disponibles en línea a través de la plataforma Festhome, permitiendo el acceso a un público más amplio dentro de la isla. 

Este año, la nueva sección “Panorama de Cine Cubano” será uno de los principales atractivos del festival, destacando una selección de los títulos más relevantes del audiovisual cubano reciente y de su diáspora. A continuación, te presentamos algunas de las películas cubanas que formarán parte de esta muestra: 

Ángela (2018) Director: Juan Pablo Daranas Molina

Camino de lava (2023) Directora: Gretel Marín Palacio

Casa de la noche (2016) Director: Marcel Beltrán

Cuatro Hoyos (2023) Directora: Daniela Muñoz Barroso

El derecho a la pereza (2023) Directora: Ixchel Marina Casado

El espacio roto (2024) Directores: Gabriel Alemán y Eduardo Eimil

Hapi Berdey Yusimí in Yur Dey (2020) Directora: Ana A. Alpízar

Havana Stories [La Operación Payret] (2023) Director: Eliecer Jiménez Almeida

La Habana de Fito (2023) Director: Juan Pin Vilar

La isla que se repite (2022) Director: Eliecer Jiménez Almeida

Llamadas desde Moscú (2023) Director: Luis Alejandro Yero

La mujer salvaje (2023) Director: Alán González

Mafifa (2021) Directora: Daniela Muñoz Barroso

NOW! (2016) Director: Eliecer Jiménez Almeida

Persona (2014) Director: Eliecer Jiménez Almeida

Tartessos Dune (2023) Director: Josué G. Gómez

Tundra (2021) Director: José Luis Aparicio Ferrera

La selección de películas del Festival de Cine INSTAR no solo exhibe el talento cubano, sino que también pone de relieve las diversas voces que emergen tanto desde la isla como desde su diáspora. En conjunto, estas obras nos permiten reflexionar sobre la identidad, la migración, los desafíos sociales y las luchas personales, presentando al público un abanico rico y diverso de perspectivas.

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Anuncian la quinta edición del Festival de Cine INSTAR

Por 14YMEDIO – 13 de octubre de 2024

14YMEDIO

Cartel de la quinta edición del Festival de Cine Instar / Instituto de Artivismo Hannah Arendt

Fecha de inicio: 2024-10-28

Fecha de fin: 2024-11-03

Ciudades:  Sedes alternas en Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París

El Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) anunció la celebración de la V edición del Festival de Cine INSTAR que transcurrirá en la semana del 28 de octubre al 3 de noviembre. Este año, el Festival contará con proyecciones físicas en Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París. Desde Cuba podrá accederse a las obras que integran la selección oficial de esta edición desde la plataforma online Festhome. 

Como parte de su programación, el evento contará también con actividades paralelas como conversatorios y entrevistas que podrán verse en el sitio web del festival y a través de sus redes sociales.

Todas las novedades del Festival de Cine INSTAR, así como los detalles de las obras que integran su selección oficial pueden consultarse en línea.

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Festival de Cine INSTAR arranca a finales de octubre en varias ciudades del mundo

Por KARLA PÉREZ – 10 de octubre de 2024

ADN CUBA

Imagen de exhibición del IV Festival de Cine INSTAR

El Festival de Cine INSTAR, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), tendrá su V edición a partir del 28 de octubre próximo, con proyecciones físicas en varias ciudades del mundo. Este evento se extenderá hasta el 3 de noviembre, con presentaciones de filmes en Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París.

En Cuba podrá accederse a las obras que integran la Selección Oficial desde la plataforma online Festhome.

José Luis Aparicio, director artístico del Festival, declaró a ADN Cuba que “el proceso de selección este año estaba enfocado en que fuera un festival con una muestra más internacional, donde se mantuviera ese foco en el cine cubano independiente y el cine cubano diaspórico, pero a la vez que nos abriéramos a otras perspectivas. Fue importante incluir a otros cineastas que provienen de otras regiones del mundo donde está coartada la libertad de expresión, artística, donde hay gobiernos autoritarios o que se han visto obligados a trabajar fuera de sus países por estas razones”.

“Esperamos que estas películas encuentren nuevos espectadores, que den pie a conversaciones sobre las temáticas de gran importancia sociopolítica que tratan estas obras. También hablar sobre la propia realización de estas películas, el aspecto estético, las decisiones formales, las formas en que se produce este cine”, añadió Aparicio.

De acuerdo con el comunicado oficial, su programa incluirá también actividades paralelas como conversatorios y entrevistas que podrán verse en el sitio web del Festival y sus redes sociales.

Según la directora de INSTAR, la artista cubana Tania Bruguera, se trata de “una muestra cinematográfica que apoya la producción independiente internacional, especialmente la de países donde se encuentran amenazadas las libertades de expresión y creación”.  

Este año el festival mantiene la sección “En Concurso”, para la cual se presentaron 3 186 filmes. Finalmente, competirán por el premio Nicolás Guillén Landrián 15 películas producidas en 21 países, entre ellos, China, Costa Rica, Croacia, Cuba, Guinea Bisáu, Haití, Hong Kong, Palestina, República Dominicana, Rusia y Ucrania. Además, se inauguraron dos secciones paralelas.

Una de ellas, “Panorama del Cine Cubano”, exhibe 17 obras de la producción independiente de la isla y su diáspora; la segunda, “Retrospectiva”, comprende una selección de cinco películas del cine independiente chino contemporáneo, curada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive (CIFA). 

Otra de las novedades de esta edición es el lanzamiento del primer número de la  revista Fantasma Material, una colaboración con Rialta Ediciones que hace homenaje al  pensamiento del académico cubanoamericano Gilberto Pérez. El lanzamiento de la revista será el 26 de octubre en Cineteca Madrid a las 7:30 p.m., seguido de la proyección de Mafifa, filme ganador del premio Nicolás Guillén Landrián en el festival pasado.  

En la presente edición, el Festival de cine INSTAR contó con 12 colaboradores oficiales: Association France pour la Démocratie à Cuba (AFDC), Berkeley Art Museum & Pacific Film Archive (BAMPFA), Berkeley University, Chinese Independent Film Archive (CIFA), El  Estornudo, Estudio Bruguera, Festhome, LatAm cinema, Maison de l’Amérique latine de París, Museum Villa Stuck, Rialta y Zumzeig. 

La iniciativa del Festival de Cine INSTAR surgió en 2019 de la mano de la actriz independiente cubana Lynn Cruz como una alternativa frente a los espacios oficialistas.

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“Cuba: visiones de una Isla fragmentada” en Madrid: realizadores opinan.

Por DIARIO DE CUBA TV – 25 de septiembre de 2024

DIARIO DE CUBA

Casa América, en Madrid, España, abre espacio al cine independiente cubano. “Son poéticas cinematográficas distintas que, juntas, componen el panorama de la experiencia cubana de hoy”, dice el cineasta José Luis Aparicio, curador de la muestra. La muestra estuvo compuesta por cuatro cortometrajes de los realizadores Heidi Hassan, Eduardo Eimil, Gabriel Alemán, Alejandro Alonso y Daniela Muñoz.

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Relatos cubanos de anhelo, desarraigo y tinieblas en el V Festival INSTAR

Por ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS – 18 de septiembre de 2024

DIARIO DE CUBA

Fotograma de Souvenir, de Heidi Hassan

La selección oficial en concurso del V Festival de Cine INSTAR, a celebrarse del 28 de octubre al 3 de noviembre próximos, comprende un cuarteto circunstancial de cortometrajes que deviene muestrario apreciable de los vigorosos rumbos discursivos y estéticos tomados por el audiovisual cubano, a saludable distancia del estéril oficialismo fílmico de la Isla.

Si bien no puede hablarse de un “movimiento” cohesionado, tampoco es errado incluir a Petricor (Violena Ampudia, 2022), La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso, 2024), Souvenir (Heidi Hassan, 2024) y Parole (Lázaro González, 2024) en una “nueva ola” fílmica cubana propulsada principalmente desde el campo de directores y productores independientes, ahora ya residentes casi por completo en la diáspora.

A partir de una construcción del relato fílmico asentada en lo fragmentario, lo intimista y existencial, a la vez que ensayístico, en pos de generar imágenes líricas, estas cuatro películas confluyen en una poética del desarraigo, la ausencia, la angustia y la tiniebla. Desde sus diferencias, parecen reconocerse como legatarios del hito que el cortometraje documental The Ilusion (Susana Barriga, 2008), marcó en el abordaje fílmico del exilio cubano.

Parole se revela como el título más estéticamente cercano al referido título de Barriga, dada su narrativa paralela y contrastante, en la que se combinan imágenes plúmbeas, melancólicas y solitarias que simbolizan la condición desarraigada en que parece reconocerse su director, con los ecos cálidos, familiares, que arriban desde el hogar natal, situado a una distancia imposible.

Ahora, contrario a la colisión traumática de Barriga con su padre emigrado —cercano en ese momento, pero inalcanzable— que esta registrara fuera de campo en The Ilusion, González revela a su madre, aún residente en Cuba, como una inaccesibilidad entrañable que lo motiva a persistir en su exilio estadounidense, en no mirar atrás, a la Gomorra insular, so pena de transformarse en una estatua salada.

Tras el repaso histórico que emprende en su previo documental Sexilio (2021), sobre los “marielitos” homosexuales, González parece estar listo para enfocar su curiosidad y análisis sobre sí mismo, como sujeto migrado del presente. Su persona se expande en cartografía de la eterna separación que sigue determinando a Cuba como una isla sajada y descuartizada en “menudos pedazos”, que germinan lejos de la matriz geográfica, debatidos entre la esperanza y el anhelo.

Para Violena Ampudia, el dilema del exiliado tiene una precisa y delicada metáfora en el jardín flotante que se abigarra sobre las mesas de su “campamento” temporal en Bélgica, durante su residencia creativa en Docs Nomads, que favoreció la filmación de Petricor. Una miríada de frascos de cristal contiene frágiles plantas, cuyas raíces no conocen aún el suelo en que por orden natural deberían arraigarse.

Este monte de igual origen cubano que Ampudia, permanece en un estado precario, intermedio, de peligrosa transitoriedad. Ni siquiera tienen la suerte de un vivero, que los proveería de pequeñas porciones de terreno para favorecer sus primeros crecimientos. Corren el peligro de atrofiarse o morir ahogados a corto plazo, sin poder aferrarse a nada. Su desarrollo está comprometido, amén de los cuidados que se les prodiguen. Son seres tan en crisis como su cuidadora, que igualmente parece sentirse en territorio igual de inestable; aunque más posible que el país que dejara en un pasado irreversible.

La realizadora lidia con la reconstrucción psicológica y cultural que le impone el exilio en un mundo figurado como una bella pero extraña marisma donde la emoción contrasta con la nostalgia, licuando toda posible sensación de estabilidad.

Heidi Hassan quizás haya filmado, junto a Patricia Pérez, una de las memorias fílmicas sobre el exilio cubano contemporáneo más intensas y personales: el largometraje documental A media voz (2019), en el que vuelca todo su alijo de memorias, añoranzas y melancolías. Tras este sensible exorcismo, Souvenir remonta el sendero del alegato, la denuncia y hasta la rabia.

El paseo por un museo alemán dedicado a la nostalgia ingenua por los tiempos de la antigua República Democrática Alemana (RDA), en Berlín, provoca en la autora una reacción simultánea de azoro y furor ante la veleidad romantizadora de que ha sido objeto este período histórico, tan aciago para esa nación, dividida tras la Segunda Guerra Mundial, y para todas las naciones bajo el yugo del imperio soviético.

Cuba es un retazo renuente, extemporáneo, enquistado y absurdo de esas épocas. Lo que para los europeos es un pasado lavado por la nostalgia, el pintoresquismo y la frivolidad, para los cubanos es un presente estancado y denso. “¡Basta, salgan de mi casa!”, espeta la realizadora a los visitantes que curiosean en la “habitación modelo” que reproduce el “confort” de una familia socialista de los 70 o los 80, en la totalitaria RDA.

La película emana la impotencia del infestado por la Plaga que presencia cómo sus bubos se convierten en atractivos turísticos para seres futuros nostálgicos de tiempos de muerte y pudrición que no vivieron. Hassan parece sentir que los visitadores recorren los recovecos más insondables de sus entrañas sin pedirle permiso. Invaden su dolor, que es un dolor lancinante, perpetuo, y se toman selfies junto a su interminable alarido de exiliada.

En tanto, La historia se escribe de noche recorre un sendero expresivo más críptico respecto a las otras tres películas, que sugiere al espectador sublimarse como entidad sensorial pura, capaz de emprender un viaje iniciático cuya primera etapa es la sumersión en un universo de sombras.

La película transcurre en una noche eterna, construida con registros de algunos de los apagones que matizan y azotan la cotidianidad de los cubanos en Cuba. Alonso urde un apagón poético que suspende la realidad, la engulle y arropa en un tiempo sin tiempo. Cuba es un país autosegregado del tiempo. Su oscuridad es un absoluto que ya no requiere de clasificaciones, pues no cuenta con antípodas que se le opongan. La luz no existe aquí. Solo algo que antes fuera oscuridad y ahora lo es todo.

Alonso invita también a sentir nuevamente el cine como una experiencia inmersiva, descontaminada por los contextos que aúllan alrededor de las pequeñas y pequeñísimas pantallas. Propone un viaje al pasado —mejor, un periplo atemporal—, cuando el cine era una ceremonia, un culto a los dioses de la gran pantalla, un ritual que también suspendía la realidad, pero de una manera mágica. Los apagones no son mágicos, la miseria no es bella, la realidad absurda que provocan es agría, envenenada. Pero Alonso consigue componer con el horror un conmovedor réquiem apocalíptico por la nación naufragada entre tinieblas.

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Muestra ‘Cuba: visiones de una isla fragmentada’ en Casa América

Por JUAN DAVID LATORRE – 17 de septiembre de 2024

THE DIPLOMAT

En el marco del ciclo de programación de Casa de América, No por corto menos cine, se presenta a partir de mañana miércoles a las 18.30 horas, la muestra Cuba: visiones de una isla fragmentada, que presenta una selección de películas recientes de cineastas cubanos radicados en España.

Se proyectarán los cortometrajes Souvenir (Heidi Hassan), La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso), El espacio roto (Gabriel Alemán, Eduardo Eimil) y Cuatro hoyos (Daniela Muñoz), seguidos de un coloquio con los cineastas.

Acercarse a la Cuba de hoy es encontrar un país escondido más allá de sus límites geográficos. Los cortos que integran esta sesión, todos estrenados durante el último año, son apenas cuatro esquirlas de un paisaje nacional cada día más complejo y fragmentado.

 A partir de muy diversas estrategias cinematográficas (el ensayo autorreferencial de Souvenir; la distopía experimental de La historia se escribe de noche; la ficción de género de El espacio roto; el documental interactivo en clave de comedia de Cuatro hoyos), estas obras exploran cuestiones esenciales de la experiencia cubana contemporánea: la aguda crisis social y política que atraviesa el país; el fetichismo ideológico respecto a la Revolución cubana; la crisis de valores al interior de la familia; la emigración y los encuentros insospechados que propicia.

Esta proyección representa también una nueva oportunidad de apreciar la riqueza e inventiva del cine independiente cubano, así como un adelanto del programa de películas del V Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar del 28 de octubre al 3 de noviembre en múltiples ciudades alrededor del mundo, entre ellas, Madrid y Barcelona.  Las entradas se comenzarán a distribuir una hora antes del comienzo de la proyección. Entrada libre hasta completar aforo de 50 localidades.

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Quinta edición del Festival de Cine INSTAR

Por 14YMEDIO – 12 de septiembre de 2024

14YMEDIO

Cartel de la quinta edición del Festival de Cine Instar / Instituto de Artivismo Hannah Arendt

Fecha de fin: 2024-11-03

Lugar: sedes alternas en Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París

La quinta edición del Festival de Cine auspiciado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (Instar) se llevará a cabo del 28 de octubre al 3 de noviembre de 2024, con proyecciones físicas en Barcelona, Berkeley, Madrid, Múnich y París. Además de 15 obras internacionales –que integran el programa en concurso–, se presentará la nueva sección Panorama del cine cubano, que acerca algunos de los títulos más recientes y significativos del audiovisual de la Isla y su diáspora. Asimismo, habrá un apartado llamado Retrospectiva, en el que se exhibirá una muestra de cine independiente chino contemporáneo, organizada con la colaboración del Chinese Independent Film Archive.

Los organizadores señalaron que esta edición “será un espacio para apoyar la producción independiente internacional y privilegiar audiovisuales con propuestas estéticas y narrativas arriesgadas, en especial los producidos en contextos dictatoriales o autoritarios”.

En su clausura se otorgará el Premio Nicolás Guillén Landrián, nombrado así en homenaje a uno de los más grandes cineastas cubanos.

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Festival INSTAR anuncia la selección oficial para su quinta edición

Por CUBANET – 11 de septiembre de 2024

CUBANET

Cartel del festival / cartel de una película. (Fotos: sitio web del festival)

MADRID, España.- El Festival de Cine INSTAR, un evento cinematográfico de creciente relevancia internacional, presentó este martes la selección oficial de películas que competirán en su quinta edición, programada para realizarse entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre de 2024.

Este año, 15 películas conforman el programa “En concurso”, con obras provenientes de una diversa gama de países como  Cuba, Hong Kong, Haití, República Dominicana, Palestina, China, Ucrania, Guinea-Bisáu, Rusia, Croacia y Costa Rica. La amplitud geográfica de los participantes subraya el carácter transnacional del festival, que contará con sedes en ciudades como París, Múnich, Barcelona y Berkeley, California. En Cuba, los espectadores podrán acceder a las proyecciones a través de la plataforma en línea Festhome.

El Festival de Cine INSTAR, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), liderado por la artista cubana Tania Bruguera, tiene como objetivo explorar y cuestionar las problemáticas del sur global a través del cine.

José Luis Aparicio, director artístico y programador del festival, explicó a Diario de Cuba que el enfoque de este año se centra en cineastas que trabajan en la intersección entre el cine y el artivismo, manteniendo así la línea filosófica del Instituto. “Las 15 obras en concurso abordan algunas de las temáticas más urgentes y complejas de sus respectivos contextos sociopolíticos, desde una perspectiva experimental con el lenguaje audiovisual”, comentó Aparicio. Asimismo, destacó que el festival ha priorizado a artistas que trabajan bajo regímenes dictatoriales, en zonas de guerra o aquellos que han sido forzados a vivir en la diáspora.

Entre las obras de realizadores cubanos que estarán en concurso se encuentran Souvenir, de Heidi Hassan; Parole, de Lázaro J. González; La historia se escribe de noche, de Alejandro Alonso; y Petricor, de Violena Ampudia.

Mientras que de otras latitudes sobresale An Asian Ghost Story (2023), un documental experimental del artista chino Bo Wang. La obra explora los recuerdos de la modernización de Asia en el siglo XX, con un enfoque en la exportación masiva de pelucas durante la Guerra Fría. Este filme ha sido premiado en eventos como el DOK Leipzig y el Festival de Cine Documental y Experimental de Yakarta.

Otro filme destacado es Smoke of the Fire (2023), dirigido por la cineasta ucraniana Daryna Mamaisur, quien desde Portugal narra la experiencia de la diáspora provocada por la guerra en Ucrania. Este corto ha tenido una destacada participación en festivales como FIDMarseille y Visions du Réel. La película combina imágenes de archivo y videos personales para retratar la realidad dividida de aquellos que buscan refugio en el extranjero mientras sus hogares permanecen bajo el constante peligro de la invasión rusa.

Asimismo, Solo la luna comprenderá (2023), de la directora costarricense Kim Torres, es otra de las obras en competencia. Este cortometraje, ambientado en un pequeño pueblo costarricense, se ha presentado en festivales como Locarno, Nueva York y Valdivia, y explora la noción del tiempo y el espacio en una comunidad aislada.

El jurado de esta edición estará compuesto por figuras reconocidas del mundo del cine y las artes. Joanna Montero, editora de destacadas películas como Santa y Andrés y Mafifa, formará parte del panel, junto a Jonathan Ali, director de programación del Third Horizon Film Festival de Miami y asesor curatorial de Criterion Channel. El cineasta italiano Francesco Montagner, reconocido por su filme Brotherhood, que ganó el premio Cineasti del Presente en el Festival de Locarno, también integrará el jurado.

El galardón principal del festival es el Premio Nicolás Guillén Landrián, que será otorgado a la película que mejor aborde un tema tabú de su contexto sociopolítico desde el lenguaje audiovisual. Este premio, que incluye una dotación de 3.000 dólares, busca apoyar el desarrollo de la próxima obra del cineasta galardonado.

En la pasada edición del festival, el documental Mafifa (2021) de la directora cubana Daniela Muñoz Barroso fue reconocido con este prestigioso premio. Igualmente, se otorgó una mención especial a La opción cero (2020), del cineasta cubano Marcel Beltrán.

El Festival de Cine INSTAR continúa consolidándose como un espacio fundamental para la promoción del cine independiente y crítico, proporcionando una plataforma para voces que emergen de contextos difíciles y que utilizan el arte cinematográfico como herramienta de resistencia y denuncia.

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Películas de once países concursarán en la quinta edición del Festival de Cine INSTAR

Por RIALTA – 10 de septiembre de 2024

RIALTA

Still de Dreams about Putin (2023); Nastia Korkia y Vlad Fishez.

Quince películas integran el programa “En concurso” de la quinta edición del Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar en varias ciudades del mundo entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre. Aspiran esta vez al Premio Nicolás Guillén Landrián realizaciones de Cuba, Hong Kong, Haití, República Dominicana, Palestina, China, Ucrania, Guinea-Bisáu, Rusia, Croacia y Costa Rica (sin mencionar aquellos países vinculados en coproducción). Se confirma así el carácter transnacional del evento, que ya anunció sedes para este 2024 en París, Múnich, Barcelona, Berkeley, California. En Cuba, como en ediciones anteriores, las obras se podrán ver en línea a través de la plataforma Festhome.

El festival, auspiciado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, que lidera la artista Tania Bruguera, da continuidad con esta selección a su voluntad de “cartografiar zonas críticas y vulnerables del sur global a través de la cinematografía”. Los organizadores precisaron en redes sociales que esta edición “será un espacio para apoyar la producción independiente internacional y privilegiar audiovisuales con propuestas estéticas y narrativas arriesgadas, en especial las producidos en contextos dictatoriales o autoritarios”.

A propósito del programa “En concurso”, el realizador José Luis Aparicio, director artístico y programador del festival, comentó a Diario de Cuba que el foco se ha puesto “en aquellos realizadores que se encuentran en la intersección entre el cine y el artivismo”, con el objetivo de seguir “la línea general del Instituto”. Y agregó: “Las 15 obras en concurso abordan algunas de las temáticas más urgentes y complejas de sus respectivos contextos sociopolíticos, y lo hacen desde la experimentación con el lenguaje audiovisual. Nos concentramos, sobre todo, en artistas que trabajan en regímenes dictatoriales o autoritarios, bajo el asedio de la guerra, o que han sido forzados a vivir en la diáspora”.

Este año el jurado estará compuesto por la editora Joanna Montero, cuya filmografía incluye títulos relevantes como Santa y Andrés, Mafifa y La mujer salvaje; el curador de cine y escritor Jonathan Ali, director de programación del Third Horizon Film Festival de Miami, asesor curatorial de Criterion Channel y colaborador de la revista Sight and Sound, y el cineasta y mentor cinematográfico Francesco Montagner, autor de obras significativas como Asterión (2022) y Brotherhood (2021), que ganó el Cineasti del Presente en la 74 edición del Festival de Locarno. 

La selección incluye An Asian Ghost Story (2023, 37 min.), del artista chino Bo Wang. Se trata de un documental experimental que, según la sinopsis, indaga en “los inquietantes recuerdos de la modernización de Asia a finales del siglo XX, a través de la exportación a gran escala de pelucas durante la Guerra Fría”. Entre otros eventos, el filme ha participado en el DOK Leipzig, donde obtuvo el Premio Golden Dove, y en el Festival Internacional de Cine Documental y Experimental de Yakarta, donde consiguió los premios Arkipel y Forum Lenteng. Bo Wang, quien reside actualmente en Ámsterdam, es también artista visual, y su obra se ha expuesto en sitios tan importantes como El Guggenheim y el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Otros filmes con un destacado recorrido internacional que prestigian la competencia de INSTAR son Smoke of the Fire (2023, 22 min.), de Daryna Mamaisur, artista visual y cineasta nacida en Kiev, y Solo la luna comprenderá (2023, 18 min.), de la directora costarricense Kim Torres. Smoke of the Fire estuvo en FIDMarseille, DOK Leipzig, Visions du Réel, entre otras citas de importancia en el circuito global de festivales. Desde Portugal, Mamaisur urde este ensayo fílmico “a partir de [su propia narración], clases de idioma, videos personales e imágenes de archivo de Kyiv”, bajo el propósito de revelar “la realidad dividida de quienes buscan un lugar seguro en el extranjero mientras anhelan su hogar, que está en constante peligro de guerra”. En Solo la luna comprenderá, Torres evoca “diferentes líneas temporales [que] se entrelazan en el misterioso y estancado pueblo de Manzanillo [en Costa Rica]”, advierte la sinopsis. Este cortometraje se ha presentado en los festivales de Locarno, New York y Valdivia, entre otros.

De Nastia Korkia (de origen ruso radicada en Alemania) y Vlad Fishez (de origen ucraniano radicado en Francia) es el documental animado Dreams about Putin (2023, 30 min.), que participó en el International Documentary Film Festival de Ámsterdam (IDFA), y es “un ensayo sobre el inconsciente, las pesadillas y las esperanzas de muchos rusos”, así como “un intento de reflexionar sobre el tema de la represión a través del prisma del arte”. Su producción mira directamente al momento de la invasión rusa a Ucrania, cuando “muchas personas comenzaron a soñar con Vladimir Putin y a compartir estos sueños en los medios”.

También de China se presenta “En concurso” Republic (2023, 107 min.), documental de Jin Jiang que registra un espacio secreto en el centro de Pekín hecho a la medida de una juventud que desea escapar de esa sociedad. Como si fuera un terreno suspendido en el tiempo, Republic acoge una juventud particular, en la cual advierte el director “una faceta inexplorada de la China contemporánea”.

Junto al filme de Jin Jiang, otros dos largometrajes (de ficción) hacen parte de la competencia: Ramona (2023, 82 min.) y Nome (2023, 117 min.). El primero se estrenó en la sección Generation 14plus del Festival Internacional de Cine de Berlín. Su realizadora, Victoria Linares Villegas, “explora historias queer sobre el trauma transgeneracional y la opresión sociopolítica”, se destaca en su perfil. Ramona ilumina la experiencia de una actriz que –para preparar un personaje– “decide sentarse con jóvenes dominicanas embarazadas”. Añade la sinopsis que “[a] lo largo de este proceso, a medida que las chicas presentan la historia de sus vidas ante la cámara, ellas mismas comienzan a influenciar la producción de la película, alterando su rumbo”.  

Nome es obra de Sana Na N’Hada, un realizador nacido en Guinea-Bisáu​ en 1950 y formado en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Su trabajo, según la ficha biográfica para el evento, “se construye […] en un ir y venir entre la memoria de la ocupación portuguesa, las luchas por la independencia y una reflexión sobre la destrucción de las sociedades tradicionales en Guinea-Bisáu​”. En tanto, el argumento de Nome se ocupa de las experiencias del personaje homónimo tras regresar a su aldea años después de salir de ella para unirse a la resistencia contra el ejército colonial portugués. 

El director haitiano Samuel Suffren, autor de Agwe (2022), repite en esta cita de INSTAR. En Dreams Like Paper Boats(2024, 19 min.) se ocupa de los efectos de la emigración en quienes permanecen en la isla caribeña cuando sus familiares dejan el país en busca de una mejor vida. El relato testimonia los días de un padre que debe cuidar a su pequeña hija mientras espera noticias de su mujer después de cinco años de ausencia.

También aborda el tema de la familia, pero desde una perspectiva radicalmente diferente, Three Promises (2023, 60 min.), en el cual un muchacho “vuelve sobre [su] pasado” a través de las imágenes filmadas por una madre sobre la vida cotidiana de su familia justo en los días en que “el ejército israelí toma represalias contra la Segunda Intifada en Cisjordania”. Según la sinopsis, Three Promises es “una película desgarradora que transmite la angustia de los niños y sus padres, obligados a elegir entre la seguridad y la angustia emocional”. Yousef Srouji, su director, se centra habitualmente “en comprender las dinámicas de la ocupación en Palestina y la resiliencia comunitaria en zonas de conflicto”. 

De Cuba participan este año en la sección competitiva La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso, 2024, 20 min.), Parole (Lázaro González, 2024, 25 min.), Petricor (Violena Ampudia, 2022, 9 min.) y Souvenir (Heidi Hassan, 2024, 11 min.). 

En este último filme, su realizadora tiende una nueva mirada sobre la experiencia migratoria para explorar el fetichismo ideológico de ese turismo internacional que todavía observa a Cuba como un parque temático comunista, indiferente a la represión y la precariedad económica experimentados por sus ciudadanos. A su vez, Petricor es calificado como “una página de diario suspendida en el tiempo”, que sirve a la realizadora para sondear “el desarraigo lejos de Cuba”; un tema presente también en las películas de Hassan y González, si bien enfocados desde otras perspectivas.

La historia se escribe de noche es un ejercicio plástico que utiliza los apagones eléctricos que azotan las noches de los cubanos para alegorizar/denunciar la situación distópica que vive la isla. Mientras, Parole anuda el registro visual de la cotidianidad del realizador en San Francisco, Estados Unidos –donde enfrenta “la disonancia de los desafíos académicos y el constante zumbido de las preocupaciones por el alquiler”–, con los mensajes de audio que le envía su madre desde una Cuba cada vez más precaria.

Completan el programa Still Free (2023, 31 min.) y Wild Flowers (2022, 11 min.). Dirigido por Vadim Kostrov, cineasta ruso establecido en París, Still Free muestra escenas de una pareja –Katya y Kostya– en un lago, y esas imágenes con el tiempo habrían de cobrar “implicaciones políticas”, puesto que “Kostya estaba a punto de unirse al ejército ruso, una decisión de la que más tarde se arrepentiría”. Wild Flowers, documental de la croata Karla Crnčević, “explora la política de las imágenes y el sonido a través de diversos formatos y condiciones de trabajo”. Este filme se construyó a partir de la digitalización de grabaciones en VHS realizadas por el padre de la autora hace treinta años.

INSTAR anunció, además, que esta quinta convocatoria del festival tendrá dos secciones colaterales: un “Panorama del cine cubano” y una “Retrospectiva”, que ofrecerá una muestra de cine independiente chino.

En la primera, se juntan “algunas de las obras más recientes del cine independiente cubano, que siempre ha sido uno de los focos principales de nuestro festival desde su primera edición”, explicó Aparicio a Diario de Cuba; es decir, se proyectarán obras “que ya han pasado por ediciones anteriores y también películas de los últimos dos años realizadas por cineastas de la diáspora y otros que viven en Cuba”.

“La otra sección paralela [es] realizada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive (CIFA)”, y reúne “siete películas chinas, incluyendo las dos del concurso, que nos permiten entender la evolución, la diversidad y las dificultades que ha atravesado este movimiento alternativo en China, realizado al margen de las instituciones oficiales, y también nos permitirá establecer un diálogo o una relación de espejo entre este y la diversidad del cine independiente en Cuba”.

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Filmes cubanos compiten por el premio de INSTAR, también una película sobre los sueños de Putin

Por YOLANDA HUERGA – 10 de septiembre de 2024

MARTÍ NOTICIAS

El festival del Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) comenzará el 28 de octubre y se extenderá hasta el 3 de noviembre con actividades y proyecciones simultáneas en diferentes ciudades del mundo.

Entre los filmes de factura cubana quedaron finalistas “La historia se escribe de noche”, de Alejandro Alonso; “Parole” de Lázaro J. González; “Petricor” de Violena Ampudia y “Souvenir” de Heidi Hassan.

El Festival de Cine INSTAR acaba de publicar la selección de películas que estarán en concurso por el premio “Nicolás Guillén Landrián”, que se entrega en homenaje al documentalista y pintor cubano, a la obra “que mejor refleje y explore un tema tabú de su sociedad correspondiente”.

El lauro viene acompañado de $3.000 dólares para “apoyar el desarrollo de la próxima obra del artista galardonado”, informó Instar.

“Como es costumbre, la curaduría se centra en la obra de cineastas que producen dentro de contextos autoritarios o que se han visto forzados a vivir y a trabajar en la diáspora, que se concentran en problemáticas claves, delicadas, de las situaciones sociopolíticas de sus diferentes sociedades y que también hacen esto desde una exploración del lenguaje cinematográfico, desde la búsqueda de nuevas formas de hacer cine político y de reflexionar sobre el estado del mundo actual”, dijo a Martí Noticias, el cineasta José Luis Aparicio, director artístico de la fiesta anual del cine contestatario.

Entre los filmes de factura cubana quedaron finalistas “La historia se escribe de noche”, de Alejandro Alonso; “Parole” de Lázaro J. González; “Petricor” de Violena Ampudia y “Souvenir” de Heidi Hassan.

También fueron seleccionadas para el certamen la producción chino holandesa “An Asian Ghost Story”, de Bo Wang; “Dreams about Putin”, de Nastia Korkia, Vlad Fishez y “Ramona” de la dominicana Victoria Linares Villegas.

La obra ganadora será anunciada al cierre del evento.

Organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), fundado y dirigido por la artista cubana Tania Bruguera, el evento comenzará el 28 de octubre y se extenderá hasta el 3 de noviembre con actividades y proyecciones simultáneas en diferentes ciudades del mundo: Madrid, Barcelona, París, Munich y el Archivo Cinematográfico del Pacífico de la Universidad de Berkeley en California.

“Nuestro objetivo siempre es crear un espacio de diálogo e intercambio para los cineastas que trabajan en contextos donde las libertades de expresión, de creación artística, están amenazadas. Queremos dar visibilidad a sus obras y crear un espacio también de discusión, de debate sobre esta intersección entre el arte, el cine y el activismo”, indicó.

Como en ediciones anteriores, los filmes se podrán ver en Cuba a través de la plataforma online Festhome, durante toda la semana del festival.

Además de piezas del cine cubano independiente, el festival contará con películas de América Latina y el Caribe, Europa del Este, África y Asia.

“Tendremos una retrospectiva de cine chino independiente contemporáneo de los últimos 20 años y hemos establecido una colaboración para mostrar una serie de obras que reflejan el desarrollo de ese movimiento de cine hecho al margen de las instituciones oficiales en China”, apuntó Aparicio.

El festival inaugura la sección paralela “Panorama del cine cubano”, donde se exhibirán “películas cubanas recientes de la movida independiente”, subrayó el director artístico.

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El Festival INSTAR regresa en octubre con más películas y una revista de cine

Por DEAN LUIS REYES – 10 de septiembre de 2024

DIARIO DE CUBA

Cartel del V Festival de Cine INSTAR

El Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), que dirige la artivista cubana Tania Bruguera, presentó la selección oficial de películas en concurso de su V Festival de Cine, que tendrá lugar entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre próximos en pantallas de Europa y América, e incluye muestras colaterales y la presentación de una revista impresa bilingüe.

El programa de películas en concurso, que compiten por el Premio Nicolás Guillén Landrián, dotado con 3.000 dólares para apoyar la próxima obra de su realizador, incluye 15 títulos producidos por cineastas de Cuba, Hong Kong, Haití, República Dominicana, Palestina, China, Ucrania, Guinea-Bisáu, Rusia, Croacia y Costa Rica.

El cineasta cubano José Luis Aparicio, curador del festival, precisa para DIARIO DE CUBA los principios que rigen esta selección.

“Los criterios de selección del V Festival de Cine INSTAR son básicamente los mismos que trazamos a partir de la edición anterior, que fue la primera en ensayar una estructura transnacional, con proyecciones y otras actividades en múltiples ciudades alrededor del mundo”, precisa. 

“En sintonía con la línea general del Instituto, decidimos enfocarnos en aquellos realizadores que se encuentran en la intersección entre el cine y el artivismo. Las 15 obras en concurso abordan algunas de las temáticas más urgentes y complejas de sus respectivos contextos sociopolíticos, y lo hacen desde la experimentación con el lenguaje audiovisual. Nos concentramos, sobre todo, en artistas que trabajan en regímenes dictatoriales o autoritarios, bajo el asedio de la guerra, o que han sido forzados a vivir en la diáspora”, añade Aparicio.

La selección en concurso incluye los cortometrajes cubanos La historia se escribe de noche (2024, Alejandro Alonso); Parole (2024, Lázaro González); Petricor (2022, Violena Ampudia), y Souvenir (2024, Heidi Hassan). Todos, producidas por creadores que viven en la diáspora.

Se suman a estas Nome (2023, Sana Na N’Hada), un largometraje del realizador considerado el primer cineasta guineano; Ramona (2023, Victoria Linares Villegas), una película que mezcla ficción y documental, dirigida por una de las voces más destacadas del cine dominicano de hoy, y Republic (2023, Jin Jiang), rodada de manera clandestina en un lugar secreto del centro de Pekín.

Además, aparecen en el concurso An Asian Ghost Story (2023, Bo Wang), un examen de la modernización de Asia a través de un negocio singular: la exportación a gran escala de pelucas durante la Guerra Fría; Dreams about Putin (2023, Nastia Korkia y Vlad Fishez), un ensayo sobre el inconsciente colectivo a partir de la invasión de Ucrania por Moscú, y Dreams like paper boats (2024, Samuel Suffren), sobre un padre y su hija viviendo en el Puerto Príncipe actual.

Se incluyen Smoke of the Fire (2023, Daryna Mamaisur); filme-ensayo autoreferencial sobre una cineasta ucraniana emigrada a Portugal; Solo la luna comprenderá (2023, Kim Torres); Still Free (2023, Vadim Kostrov); Three Promises (2023, Yousef Srouji), y Wild Flowers (2022, Karla Crnčević).

“En cuanto a las muestras colaterales, inauguramos una nueva sección que se llama Panorama del Cine Cubano”, señala Aparicio. “Es no competitiva, y allí exhibiremos algunas de las obras más recientes del cine independiente cubano, que siempre ha sido uno de los focos principales de nuestro festival desde su primera edición. En esta sección exhibiremos algunas obras que ya han pasado por ediciones anteriores y también películas de los últimos dos años realizadas por cineastas de la diáspora y otros que viven en Cuba”.

“La otra sección paralela no competitiva será nuestra Retrospectiva de Cine Independiente Chino Contemporáneo, realizada en colaboración con el Chinese Independent Film Archive (CIFA). Serían siete películas chinas, incluyendo las dos del concurso, que nos permiten entender la evolución, la diversidad y las dificultades que ha atravesado este movimiento alternativo en China, realizado al margen de las instituciones oficiales, y también nos permitirá establecer un diálogo o una relación de espejo entre este y la diversidad del cine independiente en Cuba”, comenta.

“Esta muestra se realizará particularmente en nuestra sede de Múnich, en el espacio del Museo Villa Stuck, como una de las actividades de la exhibición ‘The Condition of No’, que es una muestra de Tania Bruguera que ya fue inaugurada en esa institución y durante el fin de semana de noviembre 1 a noviembre 3 incluirá estas películas”, precisa Aparicio.

Además de este museo alemán, las sedes confirmadas por ahora para el V Festival de Cine INSTAR son Madrid, Barcelona, París y Berkeley, en California, Estados Unidos. A ello se suman las proyecciones online para Cuba, a las que podrán tener acceso los residentes en la Isla, como en años anteriores, a través de la plataforma Festhome.

Aparicio enfatiza que la selección de 2024 del festival potencia el contacto, el diálogo y la retroalimentación entre un cine realizado por creadores en contextos autoritarios, de conflicto con el poder y de diáspora, como el cubano.

“Nos parece que eso lo podría enriquecer, y nos podría también ayudar a encontrar nuevas estrategias, a vernos reflejados en los otros, a romper un poco este círculo endogámico que puede ser a veces el cine cubano, o la cultura y el arte cubanos”, apunta.

El V Festival de Cine INSTAR tendrá a partir de esta edición una revista impresa, Fantasma material, de frecuencia anual, que será presentada el 26 de octubre en la Filmoteca de Madrid. Este primer número incluye un dossier dedicado al cineasta Nicolás Guillén Landrián y otro a cartografiar la situación del cine cubano actual, a cargo de autores de varios países.

Durante esa ocasión, será exhibida en la Sala Azcona de la institución madrileña, a las 7:30PM, el filme Mafifa, de la cubana Daniela Muñoz Barroso, que se alzó con el principal premio en la IV edición del festival, celebrado en diciembre de 2023.

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Una muestra de cine independiente cubano presentará “visiones de una isla fragmentada” en Madrid

Por RIALTA – 8 de septiembre de 2024

RIALTA

Souvenir (2023) de Heidi Hassan

Cuatro películas cubanas se proyectarán en Casa de América, Madrid, el próximo 18 de septiembre bajo el rótulo “Cuba: visiones de una isla fragmentada”. El programa invita a descubrir “un país escondido más allá de sus límites geográficos”, según palabras de su curador, el cineasta José Luis Aparicio. Los filmes seleccionados son producciones terminadas entre 2023 y 2024 por realizadores independientes de la isla radicados actualmente en España.

Souvenir (Heidi Hassan), La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso), El espacio roto (Gabriel Alemán & Eduardo Eimil) y Cuatro hoyos (Daniela Muñoz), son los cortometrajes escogidos, los cuales, según Aparicio, “son apenas cuatro esquirlas de un paisaje nacional cada día más complejo y fragmentado”. Estas películas son recibidas por la prestigiosa institución madrileña en el marco de su ciclo regular “No por corto menos cine”, consagrado, justamente, a dicho formato fílmico que en años recientes ha ganado espacio en certámenes internacionales, tal como demuestra el exitoso recorrido de estas mismas obras cubanas por algunos de los festivales más importantes del mundo.

“A partir de muy diversas estrategias cinematográficas (el ensayo autorreferencial de Souvenir; la distopía experimental de La historia se escribe de noche; la ficción de género de El espacio roto; el documental interactivo en clave de comedia de Cuatro hoyos), estas obras exploran cuestiones esenciales de la experiencia cubana contemporánea: la aguda crisis social y política que atraviesa el país; el fetichismo ideológico respecto a la Revolución cubana; la crisis de valores al interior de la familia; la emigración y los encuentros insospechados que propicia”, detalló el curador.

Efectivamente, el público asistente a Casa de América podrá disfrutar esta vez de títulos ilustrativos de las ambiciones creativas y de las preocupaciones temáticas que motivan en el presente a los creadores cinematográficos de la movida independiente cubana. 

Además, se constatará allí la vitalidad del cine cubano emprendido desde la diáspora. Cuatro de estos realizadores –excepto Eduardo Eimil– residen hoy en España, empujados a dejar la isla en diferentes momentos de sus vidas debido la agudización de la crisis económica y, asimismo, la creciente represión política. En medio de las dificultades que supone crear en condiciones de emigración, todos ellos han sabido encontrar nichos para sacar adelante estas producciones que se encuentran a la vanguardia del cine cubano.

Vale destacar que tres de las películas corrieron a cargo de Estudio ST, proyecto independiente que, asentado igualmente en España, contribuye a forjar un ecosistema más sólido para los creadores isleños. La singularidad expresiva de La historia se escribe de noche, El espacio roto y Cuatro hoyos evidencia la certera visión estética que privilegia Estudio ST. El éxito de esos filmes en festivales internacionales certifica la validez de las estrategias que se traza dicha productora para visibilizar la creación independiente cubana en un panorama global.

Souvenir es definido por la propia Heidi Hassan como “un grito melancólico que denuncia la pobreza y la represión en Cuba, dirigido hacia aquellos que justifican los fracasos del régimen”. La realizadora de A media voz (codir. Patricia Pérez) resignifica colectivamente una experiencia migratoria personal, atenta al golpe que supone la separación y al peso de la memoria afectiva en quienes se ven forzados a dejar el país. A partir de ahí emprende una reflexión sobre cómo el turismo ideológico cosifica a Cuba, hace de la nación caribeña un parque temático del comunismo en un grotesco gesto de estetización que suprime el dolor, el trauma y la violencia experimentados por los cubanos en nombre de la Revolución. Souvenir ha participado en el Festival Internazionale Segni della Notte, en Urbino, Italia, así como en el Festival Cinélatino de Toulouse, Francia. 

Alejandro Alonso en La historia se escribe de noche empalma registros de las noches cubanas azotadas por los cortes de electricidad que cada día se vuelven más comunes en el país, para moldear una metáfora de la situación en que este se encuentra. El filme entrega un paisaje sensorial de sonidos industriales e imágenes de la oscuridad donde se divisa un tiempo histórico abocado a la desaparición. Según la sinopsis, el documental muestra imágenes de “los habitantes [que] intentan escapar de la penumbra mientras el fuego de las hogueras parece anunciar el fin de una época”, y estas alternan con una conversación entre el realizador y su madre, quien “cuenta una visión que desde hace años le atormenta”. La historia se escribe de noche se estrenó en el Festival de Rotterdam, donde integró la Tiger Short Competition. Entre sus galardones está el Premio a Mejor Cortometraje en Vienna Short (Austria), que dio al filme la posibilidad de optar por los laureles de la Academia de Hollywood, los Premios de Cine Europeo y los Premios BAFTA.

“Un excosmonauta roba una grabación de voz de carácter histórico. Al intentar venderla, descubre que su decisión puede afectar el destino de su familia”, dice la sinopsis de El espacio roto. Sus realizadores esculpieron un mañana distópico donde un hombre, aplastado por sus sueños del pasado, tiene fuerzas todavía para imaginar la posibilidad de un mundo mejor. Acerca del corto, Eduardo Emil y Gabriel Alemán han comentado: “Fabular sobre el posible hallazgo de una grabación de la voz de José Martí […] es adentrarnos en un cuestionamiento crítico de la realidad cubana actual. ¿A dónde va Cuba como nación? ¿Cuál es nuestro futuro? El título del corto hace referencia a un poema del héroe nacional cubano, «A los espacios», sobre la necesidad de cultivar la sensibilidad como único antídoto contra la desidia. El espacio roto sería entonces ese lugar indefinido en el interior de cualquier ser humano que puede ser dañado por la pérdida de valores”.

Cuatro hoyos es la primera película de Daniela Muñoz fuera de Cuba. El documental testimonia un emotivo encuentro entre la directora y un jubilado español que dedica sus días a jugar golf en las afueras de Madrid, en un pequeño campo improvisado por él. Más que el retrato de dos personalidades, la película es el dibujo de un encuentro entre dos personas de edades y países diferentes que, sin embargo, se reconocen, quizás por la pérdida de la audición que ambos padecen. A propósito de Cuatro hoyos, Muñoz explica: “Tengo una pérdida progresiva de los sonidos agudos. No escucho los pájaros ni los silbidos ni la lluvia. Mi hipoacusia ha ido cambiando la forma en que percibo la realidad y me relaciono con los otros. Hace un par de años vine a vivir a Madrid. Encontrar a José y su campo de golf en medio de un terreno baldío, y descubrir que tampoco podía escucharme bien, despertó un interés irremediable por quedarme, hacerle compañía e intentar escucharle”.

José Luis Aparicio ha afirmado en sus palabras de presentación de “Cuba: visiones de una isla fragmentada”que esta sesión fílmica en Madrid resulta “una nueva oportunidad de apreciar la riqueza e inventiva del cine independiente cubano”. Además, precisó que se trata de “un adelanto del programa de películas del V Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar del 28 de octubre al 3 de noviembre en múltiples ciudades alrededor del mundo”.

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“Visiones de una isla fragmentada”: muestra de cine cubano independiente llega a Madrid

Por ÁRBOL INVERTIDO – 3 septiembre, 2024

ÁRBOL INVERTIDO

Casa América, Madrid

Este 18 de septiembre en Casa de América (Madrid), se proyectan los cortometrajes cubanos Souvenir (Heidi Hassan), La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso), El espacio roto (Gabriel Alemán, Eduardo Eimil) y Cuatro hoyos (Daniela Muñoz), seguidos de un coloquio con los realizadores.

El evento es curado por el también cineasta José Luis Aparicio. Según sus propias palabras, esta muestra puede considerarse un adelanto del “programa de películas del V Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar del 28 de octubre al 3 de noviembre” en varias ciudades del mundo, entre ellas Madrid y Barcelona.

“Los cortos que integran esta sesión, todos estrenados durante el último año”, continúa Aparicio, “son apenas cuatro esquirlas de un paisaje nacional cada día más complejo y fragmentado.”

De acuerdo con el curador de la muestra, “estas obras exploran cuestiones esenciales de la experiencia cubana contemporánea” tales como “la aguda crisis social y política que atraviesa el país; el fetichismo ideológico respecto a la Revolución cubana” o “la crisis de valores al interior de la familia”. Asimismo,estas piezas exploran las causas y consecuencias de “la emigración y los encuentros insospechados que propicia”.

La proyección de estos materiales tiene lugar el 18 de septiembre de 2024, a las 18.30 en la Sala Iberia de la Casa de América, en Madrid. La entrada es libre hasta completar aforo de 50 localidades y se comenzarán a distribuir los tickets una hora antes del comienzo de la proyección.

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“Cuba: Visiones de una isla fragmentada”: Cine independiente cubano en Madrid

Por CUBANET – 3 Septiembre, 2024

CUBANET

Casa de América. (Foto referencial: CC)

MADRID, España.- El próximo 18 de septiembre, Casa de América en Madrid será el escenario de la muestra “Cuba: visiones de una isla fragmentada”, una selección de cortometrajes de cine cubano independiente contemporáneo. Este evento forma parte del ciclo “No por corto menos cine”, organizado por la institución perteneciente al Ministerio de Asuntos Exteriores de España, y presentará cuatro cortos producidos entre 2023 y 2024 por cineastas cubanos radicados en España.

La proyección tendrá lugar en la sala Iberia de Casa de América a las 6:30 de la tarde, con entrada libre hasta completar el aforo de 50 personas. Las entradas se distribuirán una hora antes del inicio del evento.

La curaduría de esta muestra estuvo a cargo del cineasta cubano José Luis Aparicio, quien ha seleccionado obras que abordan temas esenciales de la experiencia cubana actual. Los cortometrajes que se proyectarán incluyen Souvenir de Heidi Hassan, La historia se escribe de noche de Alejandro Alonso, El espacio roto de Gabriel Alemán y Eduardo Eimil, y Cuatro hoyos de Daniela Muñoz.

A pesar de sus diferencias estilísticas y temáticas, estos cortometrajes comparten un enfoque común: la exploración de la compleja realidad social y política de Cuba. A través de diversas estrategias cinematográficas, como el ensayo autorreferencial, la distopía experimental, la ficción de género y el documental interactivo, estas obras profundizan en cuestiones como la crisis social y política, la emigración, y la pérdida de valores dentro de la familia cubana.

José Luis Aparicio ha destacado que esta muestra representa “una nueva oportunidad de apreciar la riqueza e inventiva del cine independiente cubano”. Además, señaló que servirá como un adelanto del V Festival de Cine INSTAR, que se celebrará del 28 de octubre al 3 de noviembre en diversas ciudades del mundo, incluidas Madrid y Barcelona.

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El cine cubano independiente vuelve a Casa de América de Madrid

Por DIARIO DE CUBA – 3 Septiembre, 2024

DIARIO DE CUBA

Fotograma de Souvenir, de Heidi Hassan / Imagen: Cinemateca Brasileña

“Cuba: visiones de una isla fragmentada” es el título de una muestra de cine cubano independiente que será exhibida en Casa de América, de Madrid, el próximo 18 de septiembre, y que está compuesta por cuatro cortometrajes producidos entre 2023 y 2024.

La selección reúne películas de cineastas cubanos radicados en España: Souvenir (Heidi Hassan), La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso), El espacio roto (Gabriel Alemán, Eduardo Eimil) y Cuatro hoyos (Daniela Muñoz).

El programa, curado por el cineasta cubano José Luis Aparicio, forma parte del espacio “No por corto menos cine”, dedicado a ese formato audiovisual y que organiza regularmente la institución, perteneciente al Ministerio de Asuntos Exteriores de España.

“Acercarse a la Cuba de hoy es encontrar un país escondido más allá de sus límites geográficos. Los cortos que integran esta sesión, todos estrenados durante el último año, son apenas cuatro esquirlas de un paisaje nacional cada día más complejo y fragmentado”, indica el programa de la selección.

“A partir de muy diversas estrategias cinematográficas (el ensayo autorreferencial de Souvenir; la distopía experimental de La historia se escribe de noche; la ficción de género de El espacio roto; el documental interactivo en clave de comedia de Cuatro hoyos), estas obras exploran cuestiones esenciales de la experiencia cubana contemporánea: la aguda crisis social y política que atraviesa el país; el fetichismo ideológico respecto a la Revolución cubana; la crisis de valores al interior de la familia; la emigración y los encuentros insospechados que propicia”, agrega. 

Según Aparicio, la proyección es también “una nueva oportunidad de apreciar la riqueza e inventiva del cine independiente cubano”, al tiempo que supone “un adelanto del programa de películas del V Festival de Cine INSTAR, que tendrá lugar del 28 de octubre al 3 de noviembre en múltiples ciudades alrededor del mundo, entre ellas, Madrid y Barcelona”.

Souvenir, el regreso a la realización de Heidi Hassan, laureada junto a Patricia Pérez por su largometraje A media voz (2019), señala en su sinopsis: “Turistas fascinados se pasean por el museo dedicado a la memoria de la RDA (la extinta República Democrática Alemana) como si fuera un parque de atracciones, indiferentes a las dolorosas historias acontecidas bajo el régimen comunista. Su desenfadada atracción por lo vintage, su cómoda desmemoria y su necesidad de utopía los vuelven ingenuos cómplices de la realidad cubana actual”.

Hassan ha definido esta pieza de 11 minutos como “un grito melancólico que denuncia la pobreza y la represión en Cuba, dirigido hacia aquellos que justifican los fracasos del régimen”.

Por su lado, La historia se escribe de noche tiene una trama que podría resumirse como sigue: “Un gran apagón ha sumergido a Cuba en la oscuridad. En las calles, los habitantes intentan escapar de la penumbra mientras el fuego de las hogueras parece anunciar el fin de una época. Refugiados en el interior de nuestra casa, mi madre me cuenta una visión que desde hace años le atormenta”.

En cuanto a El espacio roto, un corto de ficción con un elenco que incluye a Delvys Fernández, Osvaldo Doimeadiós, Beatriz Viña, Brayan Alejandro Hevia y Belissa Cruz, fabula en torno al hallazgo de una grabación de audio con la voz de José Martí.

Finalmente, Cuatro hoyos sigue a Pepe, un anciano español que ha improvisado su propio campo de golf en las afueras de Madrid. Daniela, una joven cineasta, descubre su rutina mientras intenta retratarlo. Ambos tienen pérdida auditiva. Al borde de un espacio condenado a desaparecer, la cámara traduce este improbable “diálogo de sordos”. Dos generaciones y culturas muy distintas se encuentran aquí a través del cine.

Sobre el proyecto, dijo Daniela Muñoz, su directora: “Tengo una pérdida progresiva de los sonidos agudos. No escucho los pájaros ni los silbidos ni la lluvia. Mi hipoacusia ha ido cambiando la forma en que percibo la realidad y me relaciono con los otros. Hace un par de años vine a vivir a Madrid. Encontrar a José y su campo de golf en medio de un terreno baldío, y descubrir que tampoco podía escucharme bien, despertó un interés irremediable por quedarme, hacerle compañía e intentar escucharle. Cuatro hoyos es la primera película que hago fuera de Cuba: el retrato de un encuentro”.

El programa fílmico será exhibido el miércoles 18 de septiembre de 2024 a las 6:30PM en la sala Iberia, cine de Casa de América, con entrada libre hasta completar el aforo de 50 localidades. Las entradas se comenzarán a distribuir una hora antes del comienzo de la proyección.

Al finalizar esta, habrá un coloquio con los cineastas.

En junio de 2023, la Casa de América organizó la muestra “Cine independiente cubano: nuevos imaginarios”, que sesionó durante un mes y se convirtió en una de las selecciones más amplias y representativas de audiovisual de la Isla en los últimos años.

La curaduría en esa ocasión incluyó las ficciones Gloria eterna (Yimit Ramírez, 2018); El rodeo (Carlos Melián, 2021) y Tundra (José Luis Aparicio, 2021); así como los documentales La opción cero (Marcel Beltrán, 2020); Petricor (Violena Ampudia, 2022); Los puros (Carla Valdés León, 2020); Umbra (Daniela Muñoz, 2021); Home (Alejandro Alonso, 2019) y Los perros de Amundsen (Rafael Ramírez, 2017).

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Pásame el mando: Los intrigantes programas del BAMPFA celebran Los Ángeles, Cuba, Hong Kong y China

Por RANDY MAYERS – 26 agosto, 2024

BAY CITY NEWS

Un vídeo viral lanza a Yolanda (Lola Amores) a una búsqueda desesperada en «Mujer salvaje», parte del ciclo «Cine cubano sin fronteras».

El Museo de Arte de Berkeley y el Archivo Cinematográfico del Pacífico llevan al público a un viaje de placer cinematográfico con paradas en Los Ángeles, Cuba, Hong Kong y China. 

Abróchate el cinturón, coge tus entradas y disfruta de estos cinco ciclos en los próximos meses. 

«Ciudades y cine: Los Ángeles» (6 de septiembre-3 de octubre): La ciudad donde los sueños suceden, o se truncan, atrae la atención de muchos cineastas por diversas razones. El PFA celebra las diversas representaciones de la Ciudad de los Ángeles y sus habitantes con proyecciones de joyas bien conocidas —el clásico noir perfecto de Roman Polanski «Chinatown» (19.00 h., 6 de septiembre) y el musical homenaje a «La La Land» de Damien Chazelle (19.00 h., 20 de septiembre)— y otras de las que quizá no haya oído hablar. También se proyectará el clásico de culto «Smog» (18.30 h., 14 de septiembre), de Franco Rossi, que utilizó 80 localizaciones diferentes de la ciudad para contar la historia de un abogado italiano que, durante una escala en un vuelo, recibe una visita guiada de unos expatriados italianos; y «Water and Power» (19.00 h., 25 de septiembre), de Pat O’Neill, un documental que complementa el enrevesado argumento de «Chinatown» al mostrar el tira y afloja entre la naturaleza y las necesidades industriales.  

«Trilogía Apocalipsis adolescente de Gregg Araki» (28-29 de septiembre): Araki levantó un dedo (y ya sabemos qué dedo era) a la era Reagan/Bush, cuando los piadosos conservadores se enzarzaron en una guerra cultural que intentaba amordazar a los artistas al tiempo que raramente abordaba la crisis del sida. Las tres producciones rebeldes de Araki mezclan indignación, violencia y sexo caliente con un intrigante elenco de personajes de la contracultura hartos del sistema. El actor James Duval protagonizó los tres largometrajes atemporales de Araki: Totally F***ed Up» (1993, 17:30 h., 28 de septiembre), “The Doom Generation” (1995, 20:00 h., 28 de septiembre) y “Nowhere” (1997, 19:00 h., 29 de septiembre). ¿Sólo puede hacer una? Vea «The Doom Generation», el punto álgido de la serie. Además, Duval estará presente en todas las proyecciones. 

«Cine cubano sin fronteras» (23 de octubre-16 de noviembre): Patrocinado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, que promueve la justicia social en Cuba, y el Departamento de Cine y Medios de Comunicación de la Universidad de California Berkeley, este programa que invita a la reflexión muestra a cineastas (entre ellos Nicolás Guillén Landrián, que desafió la censura y fue encarcelado por su pensamiento crítico) que ofrecen una mirada realista y sin tapujos sobre cómo era y es la vida en Cuba. El programa incluye el documental de Ernesto Daranas Serrano «Landrián 2023» (19.00 h., 10 de octubre), sobre el empeño del director por restaurar las películas de Landrián; y «Landrián restaurado» (19.00 h., 24 de octubre), una colección de cortometrajes de Landrián. Otro largometraje que suena intrigante es «Mujer salvaje», de Alán González (27 de octubre, 19.00 horas), un drama de 2023 en el que una madre se enfrenta a la crudeza del machismo después de que su amante y su marido se peleen y el altercado se haga viral.  

«Cine de Hong Kong con Paul Fonoroff» (del 17 al 27 de octubre): Fonoroff, coleccionista de cine, crítico y actor, presentará una ecléctica selección de películas en las que participó entre los años ochenta y noventa. Yo compraría inmediatamente una entrada para la épica de artes marciales «Érase una vez en China II» (19 de octubre, 19 h), de Tsui Hark, de 1992, con el icónico y ágil Jet Li haciendo picadillo a un grupo de malos con movimientos de lucha gloriosamente coreografiados. ¿Te apetece una comedia romántica? ¿Qué tal Now You See Love, Now You Don’t (Ahora ves el amor, ahora no), de Alex Law y Mabel Cheung (7 p.m., 25 de octubre), con el duro Chow Yun-Fat («Hard Boiled») mostrando su lado más tierno como un tipo que se reencuentra con su amor de la infancia?  

«Jia Zhangke: Cineasta residente» (del 7 al 30 de noviembre): Este ciclo de 12 películas promete ser una de las mejores delicias cinematográficas de la temporada. (El aclamado y galardonado cineasta capta tanto el espíritu inquieto de sus personajes como los inquietos cambios que se están produciendo en China. Además, Jia aparecerá del 7 al 13 de noviembre, comenzando con la proyección de su drama de 2024 «Atrapados por las mareas» (7 p.m.), una aventurera fusión de documental y narración que describe la vida de una mujer soltera desde su juventud hasta la madurez. Otra película que llenará el Barbro Osher Theater de la PFA es la épica de 2018 «Ash Is Purest White» (13 de noviembre, 19.00 horas), un drama potente y absorbente que abarca la cambiante relación de 20 años entre un delincuente de pueblo y una mujer resistente, en el contexto de los cambios que está experimentando China.   

Para comprar entradas (10-14 $) y consultar todos los programas, visite bampfa.org/on-view/film-series.

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II Festival de Cine INSTAR: “Por la salud del cine cubano”

Por EDGAR ARIEL – 07 agosto, 2021

RIALTA

Cartel del II Festival de Cine INSTAR / Cartel de INSTAR (Facebook)

El Instituto de Artivismo Hannah Arendt, en colaboración con el colectivo Cine Cubano en Cuarentena (CCC), organiza la segunda edición de su festival cinematográfico, a desarrollarse en La Habana del 1 al 7 de noviembre de 2021. Abierta a obras realizadas desde 2019 en adelante, la convocatoria del evento permanecerá vigente hasta el 30 de septiembre próximo.

El II Festival de Cine INSTAR aspira a reunir materiales audiovisuales de cualquier nacionalidad, extensión, género y formato, “más allá de las clasificaciones y las divisiones taxonómicas”, según advierte la nota divulgada en redes sociales.

Abocados a una experiencia transgenérica, los organizadores establecerán una sección competitiva única que agrupará largos, medios y cortometrajes. De igual manera, tendrán cabida nuevas estéticas audiovisuales relacionadas con el cine expandido, experimental y otras más apegadas a las artes visuales.

Cada autor puede presentar cuantos filmes estime pertinentes, los cuales serán valorados por un jurado internacional que concederá un premio a la mejor obra en competencia y, asimismo, reconocerá las categorías de dirección, guion, fotografía, montaje, banda sonora y actuación. Adicionalmente, las películas cubanas en concurso podrán ser consideradas para el premio de distribución del Fondo PM que otorga INSTAR.

A fin de obtener el formulario de inscripción, los interesados pueden comunicarse a través del siguiente correo electrónico: festivalcine@instar.org. La selección oficial se dará a conocer el 30 de octubre en el sitio web del instituto.

Con la intención de apoyar el audiovisual cubano independiente, la primera edición de este festival de cine alternativo organizado por INSTAR tuvo lugar del 6 al 8 de diciembre de 2019, gracias al impulso de la actriz Lynn Cruz.

En aquella ocasión, la también realizadora cubana declaró a Rialta Noticias: “Esta propuesta parte de mi propio inconformismo. Las experiencias que tuve como actriz dentro de los espacios oficiales me hicieron desear un sitio donde se prioricen a los cineastas y a los actores de nuestro país, por el bien de nuestro propio cine”.

INSTAR –con sede en la calle Tejadillo #214, entre Aguacate y Compostela, La Habana Vieja– se fundó el 20 de mayo de 2015. Desde entonces se ha desarrollado, bajo la dirección de la artista Tania Bruguera, como un “centro de educación cívica” y un espacio “democrático y horizontal” que promueve el artivismo a favor de la memoria histórica del arte y la sociedad civil en su conjunto.

Para conocer cómo se han configurado las líneas curatoriales del II Festival de Cine INSTAR, el cineasta José Luis Aparicio y la poeta Katherine Bisquet, coordinadores de CCC, tuvieron a bien responder un breve cuestionario.

El pasado 1 de julio fue lanzada la convocatoria al II Festival de Cine INSTAR. Hoy, a más de un mes de su publicación, quisiéramos saber cómo se ha desarrollado la recepción de las obras. En este sentido, ¿cómo prefiguran la programación del festival?

La primera edición del Festival de Cine INSTAR tuvo un modelo completamente distinto al de esta edición. Esta vez el festival sacó una convocatoria pública para recibir obras que no se limitan al cine cubano. Nos interesa no sólo el cine cubano hecho en Cuba o por autores cubanos en la diáspora, sino de todas partes del mundo.

Hemos recibido proyectos de España y Colombia. Hemos recibido proyectos de cubanos que residen y crean en Cuba y de cubanos que residen y crean en el extranjero.

La curaduría de este festival consistirá básicamente en una sección competitiva donde se premiará la mejor película, más allá de las distinciones genéricas tradicionales. Predominará una visión del audiovisual sin taxonomías, abierta, plural. Queremos que ese sea el espíritu del II Festival de Cine INSTAR.

En esto incide el hecho de que INSTAR es un espacio más vinculado al mundo de las artes visuales, donde ya estas fronteras genéricas se han borrado de muchas maneras. Por eso queremos asumir obras de artistas que se salgan, incluso, de los esquemas más asentados, como el videoarte, la videoinstalación y la videocreación. Estamos abiertos a experiencias sui géneris.

Nos interesa incluir, además, un grupo de obras que se están generando, con mucha fuerza, en Cuba y fuera. Nos referimos a obras de realidad virtual, de realidad aumentada, de experimentación con estos límites de la creación audiovisual.

Estamos pidiendo películas que se hayan estrenado en una fecha posterior a 2019. Esto lo hacemos con el objetivo de recibir la producción más reciente, mediada por la pandemia. ¿Cómo se han traducido en la creación audiovisual los límites extremos de la actual crisis sanitaria? Es una pregunta que nos hacemos como colectivo curatorial.

El Festival de Cine INSTAR no tiene requerimientos de estreno. Pueden presentarse películas que se hayan proyectado tanto en Cuba como en cualquier festival del mundo, aunque también es este un festival que podría estrenar películas.

Lo que queremos que prime en la curaduría es la calidad artística de las obras. Nuestro interés es que sean obras arriesgadas, que exploren la idea de lo insólito, de lo experimental: los límites en la creación cinematográfica. Queremos películas que susciten experiencias conmovedoras y que no dejen a los espectadores indiferentes. Teniendo en cuenta los mismos preceptos de INSTAR como institución, nos interesa un tipo de creación que cuestione y problematice su realidad, la sociedad en que se inserta. Obras que incidan en el espacio cívico.

Como programadores estamos dispuestos a sorprendernos con lo que aparezca y a presentar el programa más variado, inclusivo y arriesgado posible.

¿Qué otras actividades tienen previstas además del visionado de los filmes?

Aparte de la programación competitiva habrá otras secciones de presentación de obras fuera de competencia. Queremos hacer retrospectivas relacionadas con la historia del cine cubano desde un punto de vista alternativo. Es de nuestro interés romper la visión canónica sobre el cine cubano: esa recurrencia de autores, obras, visiones e ideas de cómo entender el cine nacional.

Este trabajo lo comenzamos desde antes, con CCC, a fin de ensanchar la idea del cine cubano, bastante limitada debido a la hegemonía del ICAIC [Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos], como entidad de la cultura oficial, desde hace más de sesenta años.

Podrán verse retrospectivas que resaltarán obras y autores que han quedado al margen de esas narrativas oficiales desde las décadas de los cincuenta y sesenta hasta el día de hoy. Podrán entrar incluso piezas que no pertenezcan a cineastas, entendidos de una manera convencional: artistas visuales, por ejemplo, y en general creadores autodidactas que han logrado una obra audiovisual digna de ser mostrada y discutida.

También habrá presentaciones especiales de películas. Algunos autores serán invitados a dar clases magistrales, talleres y conferencias sobre temas muy variados. Tampoco faltarán momentos de intercambio entre el público y los cineastas. Igualmente, queremos realizar una exposición de artes visuales que establezca un diálogo con el mundo del audiovisual.

Por supuesto, todo ello está sujeto a las circunstancias de la actual pandemia de COVID-19.

¿Cómo CCC se insertó en la programación y acompañamiento del II Festival de Cine INSTAR?

CCC ha sido invitado por el equipo de INSTAR a ocuparse de la curaduría de este segundo festival. Como mismo Lynn Cruz se encargó de la curaduría del primero, nosotros nos encargamos de la curaduría del segundo. Quizá sea una práctica que INSTAR implemente en el futuro, ya veremos. Cada festival podría estar curado por una sensibilidad, perspectiva y visión diferente.

Creemos que es una idea muy interesante porque rompería lo que ocurre en muchos festivales del mundo: al tener un mismo director artístico y equipo curatorial durante muchos años se genera una identidad que a la larga es una camisa de fuerza, limita las posibilidades de crecimiento, la sorpresa y las búsquedas alternativas que deben incluir los festivales de cine. La idea es no petrificarse con una idea determinada, disecada, acerca de lo que es el cine o el audiovisual contemporáneo, y estar en constante transformación. Si INSTAR se propone seguir con estas curadurías múltiples, escaparía a ese esquema tradicional, bastante anquilosado, de los festivales de cine.

En este caso CCC, en colaboración muy estrecha con el equipo de INSTAR, se encarga de la programación y la curaduría del evento, así como del diseño de las demás actividades, más allá de las proyecciones.

Desde CCC lo vemos como una extensión del trabajo que venimos realizando hace ya más de un año. Creemos que el próximo paso evolutivo de todo este conocimiento, todo este saber, todo este trabajo de mapeo, es verterlo en eventos cinematográficos y curadurías para exposiciones, bienales y todo tipo de actividades donde se pueda socializar, no sólo desde el espacio virtual, para seguir ensanchando y complejizando las visiones sobre el cine cubano.

¿Qué importancia tiene la presencia de un festival como el de INSTAR en el paisaje de la cinematografía cubana?

No queremos exagerar al decir esto, pero es necesario, fundamental, que existan festivales como el de INSTAR para el crecimiento del cine y el audiovisual cubanos. Estamos hablando de un panorama bastante deprimido, no sólo por las condiciones extremas y limitantes que ha impuesto la pandemia en el mundo entero.

Por ejemplo, desde antes de la pandemia ya un evento fundamental como la Muestra Joven ICAIC se había postergado indefinidamente; cayó en una especie de limbo. Su equipo gestor ha dejado de trabajar prácticamente dentro del ICAIC. Es un evento cuyo futuro es bastante incierto.

El hecho de que exista el oasis de INSTAR, no sólo respecto al cine, sino en relación con toda la cultura cubana alternativa, es una suerte y dice mucho del trabajo incansable que hacen Tania Bruguera y su equipo.

El Festival de Cine INSTAR brinda un espacio al cine cubano; un cine que ha quedado un poco huérfano en los últimos años, que ha sido bastante maltratado por las instituciones oficiales, con importantes sucesos de censura y marginación. En tanto cineastas no nos sentimos protegidos ni respaldados por los funcionarios culturales de las instituciones que deberían responder a nuestras inquietudes.

Además, es importante no sólo que exista el espacio, sino que tenga esa filosofía tan abierta y democrática, con tanta libertad para pensar el concepto general. Es una gran oportunidad para CCC, y para seguir trabajando por la salud del cine cubano.

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Artista Tania Bruguera protagonizará conversatorio en Festival alternativo INSTAR, en el mes de diciembre en La Habana

Por MANU – 01 diciembre, 2021

CUBALLAMA

II Festival de Cine INSTAR, del 4 al 11 de diciembre.

Del 4 al 11 de diciembre se realizará la segunda edición del Festival de Cine INSTAR, organizado por el Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt” en alianza con el proyecto Cine Cubano en Cuarentena (CCC), que exhibirá de manera online 41 películas cubanas y latinoamericanas entre las que se encuentran Corazón Azul de Miguel Coyula, Quiero hacer una película de Yimit Ramírez y Sueños al pairo de Fernando Fragela y José Luis Aparicio, censuradas por las instituciones culturales cubanas debido a sus temáticas y posturas respecto a la política oficial cubana.

Este evento se convierte así en una plataforma alternativa para promover voces fílmicas nacionales mantenidas al margen de los circuitos de exhibición, distribución y promoción del Instituto cubano del Arte e Industria Cinematográficos y el Ministerio de Cultura, como la extinta Muestra Joven, el Festival Internacional de Cine de Gibara, el Almacén de la Imagen y el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Precisamente, el Festival INSTAR se realizará paralelo a este último, que inaugurará la segunda parte de su edición 42 el próximo 3 de diciembre hasta el día 12.

La nota oficial del evento ofrece a los interesados las coordenadas para “asistir” virtualmente a las proyecciones, apuntando que “si usted es mayor de edad y vive en Cuba y le interesa sumarse a la experiencia online, le pedimos se ponga en contacto con los organizadores mediante la siguiente dirección electrónica  festivaldecine@instar.org. En el asunto escriba “Quiero asistir” y en el cuerpo de correo indique su nombre completo, su provincia y municipio de residencia, y un número de celular cubano, para poder orientarlo. Si usted reside fuera de Cuba en breve le daremos las indicaciones para participar del evento”.

El Festival INSTAR contará con dos conversatorios especiales, protagonizado uno por el artista suizo Milo Rau, y la creadora y activista cubana Tania Bruguera, fundadora del Festival de Cine y directora de INSTAR, quienes desarrollarán el tema “El rastro del documento”; y el otro será con el cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios (Güeros, Museo), recientemente premiado en el 71º Festival de Berlín con el Oso de Plata a la Contribución artística sobresaliente por su documental Una película de policías (2021).

Entre las 33 películas de directores cubanos que contempla esta edición se exhibirán dos obras de corto metraje que contaron con el apoyo del Fondo PM para audiovisuales de Cuba, también organizado por INSTAR hace tres años para fomentar la creación fílmica cubana: Hora azul (Zoe García, 2020) premiada en 2018, y New Eva (Natalí Cardet, 2020) premiada en 2019.

Cinco mesas online discutirán los temas Cine cubano y migración, Distribución en el cine cubano, Cine de género en América Latina y el Caribe, y Queereme mucho. Audiovisual cubano sobre género e identidades divergentes. Este último complementará y se conectará con la sección temática Derivas Queer del Festival, que acoge películas como Pandēmos y Sexilio, de corto y largo metraje respectivamente, ambas del joven realizador cubano residente en Estados unidos Lázaro González, el largometraje Vulgarmente Clásica X de Nonardo Perea y la serie web Cuba también es queer de Nelson Julio Mairata. Todas de 2021.

Derivas queer es uno de los ocho ciclos temáticos programados por el Festival INSTAR, que incluyen La isla en peso, Mal de archivo, Derivas Queer, La otra Cuba, Cine-performance, Márgenes, Así de simple y Foco–Latinoamérica, donde se proyectarán seis películas de directores de México, República Dominicana, Colombia y España.

El programa incluye además dos talleres que expanden el alcance de las imágenes filmadas más allá de los campos comunes del Séptimo Arte: uno sobre videomapping para la experimentación con la imagen audiovisual y “Deconstruyendo el archivo visual de una comunidad”, este en alianza con la organización alemana HKW y su  Escuela del Nuevo Alfabeto #ContruyendoComunidad.

La primera edición del Festival de Cine tuvo lugar en el mes de diciembre de 2019, y su curaduría corrió a cargo de la actriz cubana Lynn Cruz, como conclusión de la Muestra Cine Independiente-Cine Pendiente, desarrollada en INSTAR por ella durante un año.

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A las puertas del II Festival de Cine INSTAR

Por RIALTA STAFF – 02 diciembre, 2021

RIALTA

II Festival de Cine INSTAR, del 4 al 11 de diciembre.

El II Festival de Cine INSTAR tendrá lugar, casi en su totalidad de manera telemática, del 4 al 11 de diciembre. Durante una semana, el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) y el colectivo Cine Cubano en Cuarentena (CCC) proponen una cita inclusiva donde en buena medida se difuminarán las fronteras genéricas.

Según los organizadores, el encuentro se dividirá en varias secciones: “Mal de archivo”, “Derivas Queer”, “La isla en peso”, “La otra Cuba”, “Cine-performance”, “Márgenes”, “Así de simple”, y “Foco-Latinoamérica”. La programación comprende once ciclos temáticos, una retrospectiva dedicada a Manuel Marzel, realizador cubano radicado en España, y algunas presentaciones especiales. Entre estas últimas se anuncian las cintas A media voz, de Patricia Pérez y Heidi Hassan, así como Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, y Corazón azul, de Miguel Coyula, ambas censuradas en Cuba.

Serán exhibidos en total 41 filmes: 33 cubanos, y el resto de cineastas de México, República Dominicana, Colombia y España. También serán 33 las películas consideradas estrenos en la isla.

Asimismo, están previstas cinco charlas sobre cine cubano y migración, distribución en el cine cubano, cine de género en América Latina y el Caribe, el audiovisual cubano sobre género e identidades divergentes, entre otros tópicos.

Uno de los momentos que genera mayores expectativas es la conversación fijada para el sábado 4 a las 10:00 a.m. (hora de Cuba) entre la fundadora de este festival y directora de INSTAR, la artivista Tania Bruguera, y el creador suizo Milo Rau. Por su parte, el mexicano Alonso Ruizpalacios hablará, en fecha aún por definir, sobre su recorrido como cineasta.

Igualmente se anuncia un taller sobre videomapping y, en alianza con la organización alemana HKW y su Escuela del Alfabeto, el taller “Deconstructing a Community’s Visual Archive”.

La convocatoria del II Festival de Cine INSTAR fue lanzada para largos, medios y cortometrajes realizados a partir de 2019, “más allá de las clasificaciones y las divisiones taxonómicas”. El espacio se abrió también a nuevas estéticas audiovisuales relacionadas con el cine expandido, experimental y otras más apegadas a las artes visuales.

A fin de obtener mayor información, y con el interés de sumarse a la experiencia en línea, los interesados pueden comunicarse a través del siguiente correo electrónico: festivaldecine@instar.org.

Con el objetivo de apoyar el audiovisual cubano independiente, la primera edición de este festival de cine alternativo organizado por INSTAR tuvo lugar del 6 al 8 de diciembre de 2019, gracias al impulso de la actriz y realizadora Lynn Cruz.

En una reciente entrevista para Rialta Noticias, el cineasta José Luis Aparicio y la poeta Katherine Bisquet, coordinadores de CCC, destacaron que la curaduría de este festival estaba interesada en “que sean obras arriesgadas, que exploren la idea de lo insólito, de lo experimental: los límites de la creación cinematográfica”.

“Queremos películas que susciten experiencias conmovedoras y que no dejen a los espectadores indiferentes”, agregaron. “Teniendo en cuenta los mismos preceptos de INSTAR como institución, nos interesa un tipo de creación que cuestione y problematice su realidad, la sociedad en que se inserta. Obras que incidan en el espacio cívico”.

INSTAR –con sede en la calle Tejadillo #214, entre Aguacate y Compostela, La Habana Vieja– se fundó el 20 de mayo de 2015. Desde entonces se ha desarrollado, bajo la dirección de Tania Bruguera, como un “centro de educación cívica” y un espacio “democrático y horizontal” que promueve el artivismo a favor de la memoria histórica del arte y la sociedad civil en su conjunto.

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Comienza ya la segunda edición del Festival de Cine INSTAR

Por YANIA SUÁREZ – 03 diciembre, 2021

DIARIO DE CUBA

Lynn Cruz en un fotograma de 'Blue Heart' de Miguel Coyula. Imagen: BLUEHEARTFILM/ FACEBOOK

Auspiciado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) y el proyecto independiente “Cine cubano en cuarentena”, se anuncia del 4 al 11 de diciembre la segunda edición del Festival de Cine INSTAR. En paralelo al Festival Internacional de Cine de la Habana, que organizan las autoridades del ICAIC, este evento alternativo tendrá lugar este año de manera casi completamente online y propone un programa que comprende 11 ciclos temáticos, una retrospectiva dedicada a Manuel Marzel  y tres presentaciones especiales.   

Dividido en siete secciones, el Festival de Cine INSTAR acogerá 41 películas de las cuales 33 serán cubanas, dos de ellas películas censuradas dentro de la Isla: Quiero hacer una película, de Yimit Ramirez, y Blue Heart de Miguel Coyula —que concurrirán como “presentación especial”, así como la multipremiada A media voz (Heidi Hassan y Patricia Pérez)—. Las películas foráneas que se exhibirán corresponden a México, República Dominicana, Colombia y España. Las secciones en las que se dividirá el Festival se han llamado “La isla en peso”, “Mal de archivo”, “Derivas Queer”, “La otra Cuba”, “Cine-performance”, “Márgenes”, “Así de simple” y “Foco-Latinoamérica”. Y 33 filmes serán presentados por primera vez en la Isla.

“Dos de las películas exhibidas en esta edición —agrega la nota publicada en la página de Facebook de INSTAR— han contado con el apoyo del Fondo PM para audiovisuales de Cuba, en la categoría de cortos de ficción: Hora azul (Zoe García, Premio PM 2018) y New Eva (Natalí Cardet, Premio PM 2019)”.

El Festival contará, además, con una parte teórica donde tendrán lugar cinco charlas que versarán sobre cine cubano y migración, distribución del cine cubano, cine de género en América Latina y el Caribe, y “Queereme mucho” (audiovisual cubano sobre género e identidades divergentes). Habrá un conversatorio entre el artista suizo Milo Rau y la artista cubana Tania Bruguera titulado “El rastro del documento” y otro con el cineasta mexicano Alonso Ruizpalacio que versará sobre su obra.

Dos talleres completan la lista de actividades del Festival de Cine INSTAR: uno sobre el video-mapping y otro llamado “Deconstruyendo el archivo visual de una comunidad”, que será en alianza con la organización alemana HKW y su  Escuela del Nuevo Alfabeto  #ContruyendoComunidad.

Los organizadores del Festival invitan al público de dentro de la Isla a sumarse a la experiencia online enviando una nota al correo festivalinstar@gmail.com que incluya en el cuerpo de correo su nombre completo, su provincia y municipio de residencia, y un número de celular cubano, para poder orientarlo. En el asunto deberán escribir “Quiero asistir”. Para más información, puede visitar la página de Facebook de INSTAR.

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II Festival de Cine Instar

Por 14yMedio – 06 diciembre, 2021

14YMEDIO

II Festival de Cine INSTAR

Fecha de inicio: 2021-12-04 03:00 am

Fecha de fin: 2021-12-11 17:59 pm

Ciudad: La Habana

Dirección: ‘Online’

Contacto: festivalinstar@gmail.com

Programado casi en su totalidad en formato ‘online’, el II Festival de Cine Instar, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt de la artista Tania Bruguera, se celebrará del 4 al 11 de diciembre con un programa que se compone de 11 ciclos temáticos, una retrospectiva dedicada a Manuel Marzel y tres presentaciones especiales.

En la muestra serán exhibidos 41 filmes, 33 de ellos realizados durante 2019 por directores cubanos y otros 6 de México, República Dominicana, Colombia y España. Las instrucciones para participar y el costo de cada pase, se encuentra en esta página.

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‘El matadero’, documental del realizador cubano Fernando Fraguela, se estrena en el Festival de Cine INSTAR

Por ANGEL PÉREZ – 06 diciembre, 2021

RIALTA

Fotograma del documental ‘El matadero’, Fernando Fraguela Fosado, dir., 2021

El matadero (2021), la más reciente película de Fernando Fraguela Fosado, se estrena por estos días en el Festival de Cine INSTAR. Organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt y el proyecto Cine Cubano en Cuarentena (CCC), este evento dio inicio a su 2da edición el 4 de diciembre y se extenderá hasta el día 11, con una variada programación que incluye el estreno en Cuba de treinta tres filmes.

El documental de Fraguela Fosado hace parte de la sección titulada “La isla en peso” –en franco homenaje a Virgilio Piñera–, donde se agrupan algunos “alegatos fímicos sobre la Cuba contemporánea”, en los que se perciben “violencia política, precariedad material, frustración y desidia” como síntomas de un cuerpo social enfermo.

Ciertamente El matadero es un documento político. Pero su condición política está anudada al vigor de su concepción estética. Sus resortes expresivos, el repertorio lingüístico del audiovisual con que opera el realizador, persiguen una reconfiguración de los discursos y tramas simbólicas con que se presenta la imagen de la Revolución. Ese es un gesto creativo que moviliza a más de un director en la Cuba contemporánea, al punto de devenir un rasgo de dominancia cultural que explica muchas de las “formas” audiovisuales del paisaje cinematográfico cubano.

El matadero presenta el fracaso del programa revolucionario, la demagogia de su discurso triunfalista, la precariedad a que está sometida la cotidianidad del individuo como resultado de los condicionamientos económicos de un proyecto de sociedad en absoluta decadencia. Pero su mirada se enfoca –y es ahí donde cobra potencia el gesto político– en los reductos de la subjetividad; se inclina a contemplar la huella que el fracaso ha dejado en la familia, en el mundo de los afectos individuales, en el espacio de los deseos y las expectativas de futuro.

En materia de realización, Fraguela Fosado recurre a una solución narrativa que también se ha vuelto característica del documental contemporáneo cubano: el subrayado del yo como sujeto de la enunciación. Todo cuanto vemos en pantalla –la realidad y el mundo de los otros– está condicionado por las percepciones de una voice over que expone sus contrariedades personales, su mundo interior, sus crisis de identidad… Y es que poco interesan los perfiles disímiles desde los que se puede interpretar o leer la realidad y las circunstancias existenciales atendidas en la película; cuanto verdaderamente importa es el punto de vista, la mirada, el pensamiento que ese yo tiende sobre el mundo. El afuera (las imágenes documentadas, las fotografías y videos de archivos, los discursos de Fidel Castro) son motivos, objetos, residuos que explican el modelado de la identidad de un ser, el estado de un imaginario.

La película registra la dinámica de un barrio de Pinar del Río, y se detiene especialmente en Dusniel Pereda Pérez, amigo de la infancia de Fraguela Fosado. El paso constante de planos generales de la comunidad –donde se observan los bloques de edificios que metaforizan ya la petrificación del proyecto de “hombre nuevo”– a primeros planos y planos detalles de los individuos, del entorno y, sobre todo, de la porqueriza donde Dusniel ve pasar sus días, con la esperanza de escapar de la isla, explican la voluntad alegórica del director. El micromundo del barrio –con sus movimientos cotidianos incluidos, que, aunque brevemente, son bien retratados por el realizador–, y el destino particular de Dusniel, devienen una metáfora del país todo.

Dusniel tiene un acentuado alcance genérico; más que su individualidad, al filme le interesa su condición social, su posición en el comportamiento histórico de Cuba… Él es un símbolo resonante de las disyuntivas que en la actualidad marcan las vivencias de muchos jóvenes, y de los no tan jóvenes. Dusniel puede ser cualquier cubano inmerso en una insondable crisis de futuro, convencido de que no existe otra posibilidad de vida que escapar de la isla.

A propósito de la perspicacia con que Fraguela Fosado argumenta la descomposición de un país y sus individuos, habría que destacar también la fotografía que llama la atención allí donde consigue arrancar del espacio un habitus, de la descripción física del entorno una explicación del estado de vida de la gente. Escasamente vemos rostros en la película; cuando aparecen, se ven a distancia o a contraluz. Bastan sus cuerpos, cuerpos genéricos de un país.

Es interesante la superposición de texturas y registros audiovisuales que trenza el director. Al comentar los intentos de Dusniel de escapar del país en lancha, utiliza un grupo de imágenes tomadas de un videojuego; estas decisiones –los irónicos segmentos de animados sobre la voz de Fidel– caracterizan emotivamente la anécdota referida y reportan riqueza expresiva al documental, sobre todo dada la organicidad con que el montaje las integra. Al ser el documental, en puridad, una confesión íntima, las imágenes resultan corolario de la palabra, de la voz en sordina del realizador que contrasta con los estentóreos discursos de Fidel.

Fraguela Fosado mira el barrio, mira a Dusniel, para intentar comprenderse a sí mismo –el servicio militar, las actividades escolares, la avidez por emigrar, la escasez material, son facetas que han modelado su conciencia–. El matadero pone a circular así, nuevamente, la desvalorización del individuo y la crisis existencial de la juventud, problemáticas determinantes para la Cuba actual.

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Festival de Cine INSTAR: Augurios y presentes del audiovisual cubano

Por ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS – 07 diciembre, 2021

HYPERMEDIA MAGAZINE

Del Festival…

Que la segunda edición del Festival de Cine INSTAR exhiba filmes como Quiero hacer una película (Yimit Ramírez, 2020), Sueños al pairo (Fernando Fraguela y José Luis Aparicio, 2020), Corazón azul (Miguel Coyula, 2021), Vulgarmente clásica X (Nonardo Perea, 2021) y Now! (Eliécer Jiménez, 2016), evidencia la utilidad de una plataforma de visibilización y cartografía de las imágenes en movimiento concebidas por realizadores nacionales, que se piensa y sucede paralela a los espacios institucionales cubanos. Algo bien sabido, pero que nadie se había decidido a emprender antes; quizás, muchos aún aferrados desde un romanticismo a la pátina utópica de la Muestra Joven. Otros, sencillamente por falta de recursos o hasta miedo. 

La obediencia última a una agenda política excluyente —más allá de las flexibilizaciones dialógicas y las blanduras tolerantes que se aplican convenientemente para sosegar tensiones excesivas— hace que entidades como el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y el ex-Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) —hoy rebautizado con un título incómodo y nada pegajoso— nieguen sus salas, pantallas y presupuestos a tales discursos que interpelan y discuten directamente la superestructura de valores, sacralidades, mitos y tabúes en que el poder cubano se asienta como sobre columnas de turbio aire. 

Películas como las mencionadas someten a revisiones, cuestionamientos e impugnaciones las mismas esencias de su pantagruélico capital simbólico. Indagan desnudeces, revelan erosiones. No tienen cabida en un modelo del mundo que desconoce, silencia, anula y condena todo lo que objete directamente “con nombre y apellidos” su panteón y sus tablas de la ley. Por eso no serán incluidas en ninguna muestra, festival o programación cinematográfica monopolizadas por las instituciones e ignorados, por tanto, en todas las cartografías que se hagan de la cinematografía cubana desde esta posición. Quedan fuera del cine cubano canónico, exiliadas, como tantas otras filmografías que les precedieron, las de Jiménez Leal, Ichazo, Canel, Villaverde, Almendros et al. 

La extinta Muestra Joven ICAIC —no creo que sea ya de otra manera, y no creo que deba resucitársele— fue la alternativa y gesto dialógico más efímero que longevo, de un poder hegemónico por naturaleza y principio, que buscó flexibilizar su campo de acción, mantener a sus enemigos potenciales más cerca que a los propios amigos, tener a buen recaudo a los cuervos de afilados picos y listos para punzar ojos. Nunca pasó de un espacio limitado, una zona de tolerancia, un gueto, un premio de consolación por el veto de la exhibición masiva que el ICAIC impuso a casi todas las obras contempladas en sus programas. Hasta que los muros no pudieron mantenerse invisibles por más tiempo y se revelaron paulatinamente, con los affaires de Revolution (Mayckell Pedrero, 2010), Despertar (Ricardo Figueredo, 2011), de la propia Quiero hacer…, y Sueños al pairo. Para mencionar los casos más escandalosos. 

El Festival de Cine de La Habana, primero que todo, no es un certamen de la fílmica cubana, aunque en su redil encuentren ideal oportunidad de estreno nacional numerosas películas —la mayoría de las no producidas directamente por el ICAIC casi siempre logran sus premieres mundiales en eventos fuera del país—, y oportunidades de visibilización entre los públicos cubanos, potenciales distribuidores y críticos que las fijen en panoramas analíticos e históricos. Pero igual no escapa a las influencias institucionales, que lo obliga a retirar películas como Santa y Andrés (Carlos Lechuga, 2016), luego de ser previamente escogidas, o incluye de repente, como sucedió con la selección oficial de su edición 42, filmes como El Mayor (Rigoberto López, 2020), sin explicar siquiera por qué no apareció en las listas originales, publicadas hace más de un año.  

La necesidad de muestras, festivales, circuitos de exhibición y distribución cubanas, en Cuba, no regidas por las instituciones oficiales, es un alarido de auxilio del audiovisual nacional, so pena de permanecer desconocido, inexistente, para la mayoría de los públicos. Estas iniciativas, como la organizada por el Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt, tienen otras agendas, sin dudas. Tienen otras prioridades, concepciones, pero nunca será posible un espacio único de inclusión absoluta y utópica. Por eso esta se logra permitiendo y fomentando muchos espacios, cuyas respectivas exclusiones e inclusiones se complementen.

El Festival de Cine de INSTAR tiene que existir y provocar el surgimiento de otro más y otro y otro, de veinte muestras regidas por diferentes perspectivas, proyectos, conceptos de las calidades, lenguajes y posturas del cine. Y así el espacio de inclusión se va ensanchando y acercándose a la utopía de todos y para el bien de todos. Aunque todos, a su vez, busquen competir por legitimar sus propios “bienes”.

Incluso, el hecho de que varias películas sean seleccionadas por diferentes y divergentes plataformas de este tipo, sería un síntoma “utópico” de convivencia y aceptación entre eventos que no tienen por qué ser antagónicos. Hay y debe haber lugar para todos. La hegemonía nunca es la solución. Así, el Festival de La Habana y el de INSTAR coinciden en dos cortometrajes cubanos (sucedió parecido en 2019): Hora azul (Zoe Miranda, 2020) y Hapi Berdey Yusimi In Yur Dey(Ana Alpízar, 2020). Ambos se exhiben por partida doble como parte de las respectivas programaciones. No dejo de asumir con optimismo esta situación, pues el espacio de INSTAR se aleja del llano objetivo de “ir a la contraria”, de “yo acepto lo que rechazas y rechazo lo que tú aceptas”, que pudiera achacársele para disminuirlo. No quiero ni hablar de los pagos del enemigo, los golpes blandos y toda esa lata oxidada.

Si el ICAIC y el Festival desaparecen en algún momento tras el eventual cambio de régimen en Cuba, no debe ser por venganza de los desfavorecidos y los resentidos por la discriminación de que fueron objetos por la institución. Que sigan existiendo, a la par de numerosos otras entidades y plataformas no gubernamentales, será el signo más nítido de que el futuro puede ir más o menos bien. ¿Por qué no aspirar al paradigma martiano en estas horas oscuras en que todos piden las cabezas de todos —muchos con razones, otros con sinrazones?

Por otro lado, que la segunda edición del Festival de Cine INSTAR, concebida íntegramente online, exhiba películas como el ensayo audiovisual colectivo multinacional y multicultural Dancing in the Street. 11 grados de separación(2020), Amnesia colonial (avenencia) (Claudia Claremi, 2020) y A media voz (Heidi Hassan y Patricia Pérez, 2019) —también exhibida y premiada por el Festival de La Habana en previas ediciones—, indica que es un evento en vías de maduración y consolidación de una visión, de una identidad y de un riesgo artístico que trasciende el primer y significativo —histórico, en verdad— gesto de proponerse como una alternativa a las nociones institucionales del cine.

Igual que su primera edición de 2019, el evento transcurre a la par del Festival de La Habana —en este casi de “medio” Festival, por tratarse de la continuación de la edición 42º de 2020—, algo que, más allá de su indiscutible derecho a programarse en la fecha que más le venga en gana, no deja de caracterizarlo como una suerte de contrafestival, de desafío antagónico que a primera vista solo valga algo por este carácter contestatario y renegado; y no por valores autónomos curatoriales y conceptuales que al primer barrido analítico saltan a la vista. Incluso, si se hubiera programado esa primera edición en abril de 2019, paralela a la última Muestra Joven, el claro gesto antiinstitucional hubiera sido un poco más orgánico, pues se convertía en antípodas del certamen más importante del cine cubano fomentado y condicionado desde la institución. 

De las películas… (tres recomendaciones)

Dancing in the Street. 11 grados de separación, que forma parte de las presentaciones especiales del Festival, es una película proteica, transmutatoria, que discursa colectivamente acerca de la apropiación como acto creativo auténtico, gesto deconstructivo y estrategia discursiva. Discute con el mero concepto de lo original en el arte, en tanto esta asume casi siempre formas, cosas y fenómenos preestablecidos —incluso la zona abstracta—, previos a la creatura en sí que los recombinará en nuevos significados. Por lo que todo el arte termina siendo eminentemente apropiativo y referencial. Su autenticidad reside entonces en la resignificación que hace de estos elementos en el acto de alquimia semiótica que sería cada obra. 

Y una vez que las propias creaciones artísticas pasan a formar parte del universo a disposición de otros nuevos artistas, pues resultan susceptibles de ser resignificadas infinitamente cada vez que alguien vea en estas un potencial recurso expresivo para su tesis.

El cineasta estadounidense James Benning (13 Lakes, Twenty Cigarrettes), gurú unívoco del cine estructuralista, propone cinco planos en su consabido estilo contemplativo, filmados en Cuba, a donde el autor viene con frecuencia. Son cuatro espacios (un reloj, una calle, un edificio lleno de ventanas, un plano interior de una ventana lluviosa) y un rostro. Son cinco vías de acceso, de tránsito, de paso. 

El reloj, gran cronómetro del viaje hacia el futuro al que se arriba minuto a minuto, en cámara lenta, la tortuga constante e inquebrantable, sin Aquiles ni liebre. El rostro, en este caso del propio Benning, es la vía hacia las infinitudes de la mente, del alma, el raciocinio y el sueño, de la lógica y la poesía. Es una carta de navegación única del pensamiento de cada ser humano único, un paisaje en el que adivinar maravillas, una oportunidad de leer el pasado y los miedos por venir, mediante la aplicación de la fisiognomía, la morfopsicología y otras magias.

Las ventanas son alegorías de la posibilidad, del distanciamiento, de la invitación a trascender espacios hacia nuevas dimensiones, o bien el miedo consciente y cauteloso a afrontar estos riesgos. La carretera, que viene y va hacia destinos inescrutables, posibles e imposibles, es cardinal metáfora del movimiento ineluctable, fatal, inclemente, llena de adioses y bienvenidas efímeras. 

En el prólogo de la cinta Benning es definido como el grado 0, axis mundi a partir del cual otros once cineastas asumen sus pautas visuales y discursivas, y las transforman a sus imágenes y semejanzas. Filman en Cuba (Fabiana Salgado), Italia (Alessandro Focareta y Francesca Svampa), Colombia (Germán Ayala), Chile (Andrea Novoa), Brasil (Letícia Simões y Yuji Kodato), Argentina (Melisa Liebenthal), México (Gabriela Domínguez Ruvalcaba) y Estados Unidos (Yamel Thompson). Refieren, difieren, citan, se apropian, deforman, invierten, son consecuentes con el movimiento, con las variaciones dialécticas que propone el maestro estadounidense desde sus planos “estáticos”, cuyo dinamismo es de una vertiginosa delicadeza. Emergen nuevos conceptos, nuevas confesiones, reflexiones y narrativas. Nuevos conflictos. Nuevas tragedias y comedias.

En esta misma noción de lo apropiativo como base de toda creación cultural y artística humana se engarza Amnesia colonial (avenencia), y otras películas gestadas a partir de la reformulación de imágenes de archivo, también sobre el espíritu del ready made de Duchamp, como Causa No.1, 1989. Nosotros los acusados aquí… (Hamlet Lavastida, 2019) y 35 permutaciones en tres actos y un epílogo (Josué García y Marcos A. Yglesias, 2020). Confluyen las tres obras en la sección “Mal de archivo” del Festival de INSTAR. 

Amnesia… y 35 permutaciones… van, respectivamente, sobre la representación y la autorrepresentación de Cuba, del cubano, de los cubanos. La primera película parte de las visiones “domésticas” registradas por numerosas cámaras de turistas y la segunda se basa en grabaciones de VHS que los nacionales emigrados vieron como vía de comunicación más expedita y entrañable con sus familiares en la Isla, durante los años 90 e inicios de 2000.

Claremi opta por una puesta en escena de pantallas múltiples, al estilo de Timecode (Mike Figgis, 2000) u Open Windows(Nacho Bigalondo, 2014), que ponen en crisis las convencionales nociones de montaje, apelando a búsquedas más comunes en las zonas de la videoinstalación, o retrocediendo hasta las magnificentes proyecciones simultáneas en varias pantallas propuestas por Abel Gance a inicios del siglo XX. 

La simultaneidad de relatos que despliega Claremi sobre la pantalla invita a un ejercicio de montaje por elección, en parte guiado por la preeminencia de las pistas de sonido (al estilo de Figgis); o bien provoca una más pesimista perspectiva de multitud, de turba indiscernible, tautológica. Se reiteran hasta el infinito las perspectivas pintoresquistas, exóticas y muchas veces miserabilistas de innumerables turistas que entre 2012 y 2020 arribaron a las playas y pueblos cubanos, y filmaron a los isleños con la clásica curiosidad de los exploradores de la selva.

Los turistas observan cómo los cubanos pueden hablar, hacer algunos trucos sencillos, hasta usan ropas y caminan erguidos, y se exhiben en el mercado de las carnes lúbricas listas para consumir, para todos los gustos y apetitos erógenos. Coleccionan estereotipos, clichés. Confirman triunfalmente sus ideas coloniales sobre los cubanos de sonrisas enquistadas, sol, playa, maracas, sensualidad desbordada y chucherías. Juegan un poco con ellos, logran que se desvistan, que luzcan sus físicos tostados y atléticos. Se extrañan cuando confunden con otra turista a una cubana muy blanca, o descubren un pelirrojo que parece escandinavo. Suman estos episodios al repertorio de curiosidades que se llevan en sus equipos, y quizás no vean nunca más.   

Los turistas también graban las lógicas representacionales que siguen los cubanos ante sus lentes, sus plegamientos genuflexos a los caprichos de estos seres que reconocen superiores por el simple hecho de provenir de naciones allende los mares con sus armaduras, mosquetes que escupen fuego y cajas mágicas que atrapan imágenes y quizás roban el alma de quienes filman. La mente colonial colisiona con la mente subdesarrollada en estos videos reunidos por Claudia Claremi en la verdadera sinfonía de colonialismos que es Amnesia colonial (avenencia), trágica y urobórica, viciada y patética.

El Now! de Eliécer Almeida —aunque se ubica en la sección La isla en peso— se vale igualmente de las imágenes de archivo para estructurar su consciente manifiesto agitprop, que interpela, complementa y responde con su mirada endógena hacia las violencias policiales cubanas de la contemporaneidad nacional, a la mirada exógena e igualmente virulenta que tiene —no sin justicia y vastas razones— el prísitino Now! de Santiago Álvarez (1965) sobre las represiones de las fuerzas estadounidenses a los movimientos raciales reivindicatorios de esas épocas.

Como Dancing…, Almeida se sitúa también en un referente preexistente para desmenuzarlo, a la vez homenajearlo, reconocerlo con violencia, respetarlo agresivamente. Delatarlo como uno de las más geniales y contundentes miradas a la paja en el ojo ajeno que ha hecho la propaganda oficial cubana, mientras las vigas de las censura a PM (Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, 1961), de los campos de trabajo forzado de la UMAP y de la homofobia institucional hendían con fuerza los globos oculares de la nación. 

Este Now! que exhibe el Festival de INSTAR también termina comulgando con la vehemencia de la mirada antimperialista de Álvarez y llama a aplicarla con el misma furor a las réplicas de estas estrategias violentas que se aprecian en las fuerzas policiales cubanas contra los que disienten. Aprueba su postura contra el poder hegemónico, hipócrita, que antes recibiera a Martin Luther King y ahora recibió a Barack Obama, otro líder negro estadounidense; mientras en ambas naciones se reprimían y se reprimen a mujeres negras, luchadoras por derechos y libertades civiles. Las semejanzas casi miméticas entre varias de las imágenes empleadas por Álvarez y Almeida llegan a dar un pavor que elimina de plano todas las distancias temporales, epocales, espaciales.   

Ambos audiovisuales, musicalizados por la Hava Nagila judaica en voz de Lena Horne, terminan conciliándose, uniéndose en un dueto que trasciende ideologías para enfilar sus agudezas audiovisuales hacia el poder abusivo y ambidextro que reencarna una y otra vez en gobernantes tanto diestros como pretendidamente siniestros. Las ideologías son pretextos y velos kitsch que se echan sobre las naturalezas rapaces e intolerantes de los autoritarismos. Los filosos gorjeos de la Horne los rasga y expone. 

Resulta saludable y plausible asumir ambos Now! como un díptico, una confluencia, un diálogo entre dos cubanos, entre dos cineastas que merecen ocupar por derecho propio un lugar en el panorama fílmico nacional. Uno no tiene por qué negar, solapar o exterminar al otro, justo por la plasticidad que demuestra tener el clásico de 1965 y su innegable influencia en el de 2016. Almeida es indiscutible epígono de lo mejor y más trascendente de la película de Santiago Álvarez, que seguirá siendo valiosa cuando de la Revolución que defendió rabiosamente no queden ni menudos pedazos. Y esta es la prueba que debe pasar Almeida, pervivir más allá de su justa militancia agitadora, de los motivos de su ira.  

De los exilios y las fugas…

Sobre la autorrepresentación en su arista íntima, emocional, fraternal, va la multipremiada A media voz, que se presenta de manera especial en el Festival, solo para públicos cubanos, según condicionó su distribuidor Habanero Films (igual sucede con Corazón azul). Esta película se articula a modo de diálogo entre dos amigas-hermanas cubanas que emigraron de Cuba en plena y lozana eclosión de sus potenciales como realizadoras. Es básicamente un acto de redescubrimiento, sanación y confesión. Van en pos de saldar la deuda eterna que el que se fue guarda consigo mismo, y con el Yo que en una realidad alternativa se quedó. 

A la vez, A media voz resulta una crónica de la reubicación y de la reconstrucción personal que demanda este proceso drástico, esta remoción de paradigmas y perspectivas asentadas en el espacio geocultural donde se nació y se creció. Es una recapitulación de consecuencias y posibilidades, articulada desde el cine ensayo, terreno de licitud creativa donde confluyen todos los recursos expresivos posibles del audiovisual, de lo visual, de lo sonoro, de lo dramático.

Heidi Hassan y Patricia Pérez establecen una suerte de epistolario de imágenes y palabras que entreteje grabaciones de archivo, fotos instantáneas y artísticas, recreaciones ficcionales (con actores incluidos), monólogos previamente guionizados ante el lente. La infertilidad que atormenta los cuarenta años de las dos protagonistas —dudas por un lado, intentos insistentes e infructuosos por el otro— es la metáfora más cabal y precisa de lo estéril que puede llegar a ser el proceso de reacomodamiento, de injerto sociocultural en un contexto ajeno.

La supervivencia es quizás la noción y la experiencia que más se modifica en estos procesos, a los cuales atinadamente Hassan y Pérez sustraen cualquier precisión cronológica —apenas se advierte el año 1988 en unas grabaciones que registran su niñez—. Así como dejan claro muchas veces que el entendimiento pleno de todo el abanico de conflictualidades sucede solo entre ellas. Para el espectador queda la cartografía de sensaciones y emociones derivadas de acontecimientos muchas veces sugeridos, enunciados, insinuados. 

Es definitivamente una historia de supervivencia y hasta de resistencia, mas nunca de arrepentimiento y fracaso. Estas heroínas han hecho y hacen sus caminos por un jardín mundial de senderos que se bifurcan hacia posibilidades nulas o posibles. Se llaman a susurros desde sus respectivos caminos. Hacen balance. Se fortalecen mutuamente al habitar de nuevo una patria íntima que han cultivado desde la infancia. Una patria portátil, cómoda, bien a la medida de sí mismas. Un terreno feraz donde todas las semillas germinan. Proyectan sus respectivas nostalgias sobre sí mismas.

Precisamente el exilio es uno de los ejes alrededor de los que se estructuran narrativas, ideas y alegorías en el Festival, rebasando la sección específica que parece habérsele destinado dentro del Festival, intitulada “La otra Cuba”, como sucede con la propia A media voz, rizomatizando así toda la muestra en su calidad de valor y fatalidad nacional, reflejo condicionado y alternativa extrema, castigo y flagelación, maldición y alivio. 

Un fantasma recorre el mundo. El fantasma de Cuba. Los cubanos fundan colonias íntimas en cada país que emigran. Son zonas de resistencia y nostalgia, refugios con aires de orfelinatos donde la inasible noción de cubanidad o cubanía se refuerza, se hace casi palpable más allá de los afeites costumbristas del ron, el tabaco y la rumba. La cubanidad de los exiliados se torna una abstracción coherente, una sensación inclasificable pero a la vez concreta, una fuerza en pugna y conciliación consigo misma, un paradigma ciego, una soledad multitudinaria, una agonía triunfal, un triunfo áspero.     

Los documentales Sueños al pairo y El gran impaciente (Carlos Arenal, 2020), y el cortometraje de ficción Alberto (Raúl Prado, 2019) integran un involuntario tríptico de migraciones y exilios de artistas e intelectuales cubanos. Dos músicos que se expresan a través de la guitarra (Alberto y Mike Porcel) y un intelectual devoto del cine (Germán Puig). Tres de los muchos cubanos que expanden la Isla a lo largo del planeta. 

Vulgarmente clásica X y Sexilio (Lázaro González, 2021) se ubican en la sección “Derivas Queer”, delatando al exilio como un conflicto comúnmente aparejado a los avatares de la comunidad LGTBIQ+ en la Cuba pos-1959, donde las ingles de varón apuntalaron una Revolución de los heterosexuales y para los heterosexuales. Incluso los placeres lúbricos fueron relegados a la esquina de las decadencias burguesas a erradicar en la nueva Revolución frígida, de machos bien cis pero asexuados. Una Revolución donde Fidel Castro, su líder y epítome, ocultaba sus relaciones con mujeres, a sus esposas, casado como estaba principalmente con su ego y con la proyección de este que era el proceso revolucionario. Fidel confesó durante el juicio de Marcos Rodríguez que se había hecho una revolución más grande que “nosotros mismos”. Más bien su ego fue el que resultó más grande que sí mismo, y aún lo sobrevive.

En la revolución de eunucos viriles no tenía cabida los gays, lesbianas, travestis, transexuales, más allá incluso de su preferencia sexual, sino por resultar lo sexual rasgo definitorio de sus identidades, de sus actitudes frente a la vida y principios existenciales. Un revolucionario no podía ser definido por el deseo, sino que debe dedicar todas estas energías a la construcción del futuro, como los sacerdotes y monjas católicas deben reprimir sus carnes para reforzar su dedicación a Dios y a Cristo.

Por eso, los homosexuales bien fuera de Cuba, ya que no pudieron ser reeducados en los campos de concentración de las UMAP en los 60. Que 1980 fuera un año de purgas y purificaciones de los cuerpos de la nación. Que el Mariel fuera el ano por el que el país evacuara definitivamente de sus entrañas los cuerpos raros, innecesarios, el detritus subhumano, los gusanos parasitarios, los que no tienen genes revolucionarios —esa raza superior y exclusiva de übermensch tropicales a la que el país y el mundo pertenece por derecho.    

Sexilio entrevista a dos de estos cubanos expulsados del país por sus preferencias sexuales, las cuales vetaban este derecho a ser revolucionarios, como explica uno de ellos. No se podía apoyar al proceso y gustar del sexo semejante. Por eso lo preciso del término que titula la película. Ambos abandonaron Cuba por el Mariel en 1980, el éxodo planificado del cual aún no se habla lo suficiente. Su sino trágico los acompañó hasta Estados Unidos, donde el Sida diezmó los números de sus amistades y amantes, a pesar de que otra vida les fue posible.

Michel, quien firma su película Vulgarmente… con el heterónimo de Nonardo Perea, era miembro del Movimiento San Isidro (MSI). Sufrió el acoso de la seguridad del Estado cubana por sus proyecciones políticas y creativas, hasta que la evasión del país fue la única solución para respirar. Ahora vive en España, acosado por la soledad. Con esta como inspiración y fuerza, compone un ensayo confesional hiperbólico, autorreferencial, abigarrado, bizarro, gozoso, trágico hasta las lágrimas, satírico, libelista por momentos, queer todo el tiempo. La obra afilada y las posturas radicales de creadores como Kenneth Anger, Bruce LaBruce, Pedro Lemebel y hasta Barbara Hammer, pendulan como espíritus tutelares, aunque el autor-protagonista mencione a Pedro Almodóvar.

Vulgarmente… es a la vez autoparodia, manifiesto de autorreafirmación y testimonio de vida, represión y fuga de un ser que se revela atormentado y alegre, débil y poderoso, optimista y deprimido. En la película exorciza su pasado inmediato de “entrevistas” de los agentes gubernamentales e intentos de reclutamiento para espiar al MSI. Parece ponerse en paz con este pasado incinerándolo, y sobre sus cenizas reconstruir su existencia, reunir y fundir los pedazos en nuevo molde. La nostalgia y la soledad pueden, en efecto, ser grandes aliadas, debilidades poderosas.     

35 permutaciones en tres actos y un epílogo, ubicada en “Mal de archivo”, va, como ya se dijo, de la construcción de la autorrepresentación del emigrado cubano, de la imagen que quiere ofrecer a sus familiares en Cuba, de cómo los quiere hacer partícipes de esta a través de crónicas audiovisuales domésticas, de cómo busca mostrarles el otro mundo posible allende el archipiélago de los sacrificios, con alimentos en abundancia y nieve. 

Estas grabaciones analógicas ajadas que reúnen Josué García y Marcos A. Yglesias en su documental son sobre todo testimonios de la búsqueda empecinada de la felicidad, de sistemas de valores sociales y familiares donde la emigración corona muchas veces las jerarquías. También son crónicas sutiles de la recuperación y la sanación de las heridas que Cuba les provocó, de la herida no cicatrizada que es Cuba  —o cuando menos una cicatriz dolorosa pero de la que no hay (no puede haber) arrepentimiento.       

Hapi Berdey Yusimi in Yur Dey, catalogada en el apartado “Así de simple” —concebido como vitrina para el cine cubano hecho por mujeres, con enfoque de género— es también una búsqueda quebrantada de la felicidad en tiempos de exilio. Es una fábula sobre los inxilios personales, sobre las violencias de género que no se solventan solo con el escape de los contextos, en tanto estas operan sin reparar en fronteras, nacionalidades, proyectos de vida o prosperidades. Yusimí (Yusilei Alfaro) huye de un mundo cubano donde ha padecido abusos, indiferencias familiares al respecto, se ha visto forzada a prostituirse. La emigración parece la clave de todo, y es clave para algunas cosas, pero otras vienen con la mujer para Estados Unidos y otras la esperan. 

Yusimí escapa de Cuba, pero no de sus subordinaciones patriarcales, las replica en Miami con un rostro más amable, una vida carnavalizada, inundada en lentejuelas, uñas artificiales y oro. Pero su relación con los hombres continúa siendo de sumisión y dependencia, ahora en un retablo rocambolesco. Proviene de una familia que siempre, como método de supervivencia a través de las generaciones, han apartado la vista de todo lo que quiebre la violenta y consensuada “estabilidad”. Como el pueblo hembra violado por el gobierno macho. Como el pueblo mujer sometido al gobierno hombre, que le da magro sustento y lo moldea con el hambre y los golpes.

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El futuro del cine cubano

Por ORLANDO ROJAS – 10 diciembre, 2021

RIALTA

Quiero hacer una película. Ilustración: Yimit Ramírez

Ayer vi una película que me tuvo la noche en vela. Se trata del film Quiero hacer una película, realizada por Yimit Ramírez y un equipo de intrépidos cineastas cubanos.

No estoy en condiciones ahora mismo de escribir una crítica de la película. Sobre todo porque es tan compleja, inteligente y original que para hacerlo necesitaría una segunda visión. Ello, sin embargo, no me impide pensar que mi futuro como cineasta, y el de tantos otros que como yo se han lanzado o han sido lanzados al vacío en el momento en que estaban alcanzando su definición mejor, depende de la suerte que corra este excepcional debut de Ramírez.

Quiero hacer una película es una obra fundamentalmente transgresora y, como tal, un ejercicio de libertad y coraje extremos. No hace falta vivir en Cuba ni conocer personalmente a Yimit (como es mi caso), para comprender que su film es el manifiesto de su honestidad como artista y, de paso, el manifiesto de toda una generación de cubanos. No quiero ser hiperbólico, pero no hallo otra obra en la filmografía nacional —institucional e/o independiente— que en ese sentido la iguale.

Yimit nos ha regalado, sin aspavientos ni falsas poetizaciones, un film que es émulo del Sin aliento de Jean Luc Godard, uno de los puntos de arranque de la Nueva Ola Francesa. Jugando con los dos términos más usados por el poder cultural y la crítica posrevolucionarios, siempre apurados en precisar un «deber ser» para el cine nacional, este film es responsablemente irresponsable.

Ramírez relata en su primer largometraje una emocionante historia de amor. Los que no lo comprendan así y prefieran clasificarlo como un film políticamente inconveniente o una película porno, tienen en la rutina múltiples razones para hacerlo. No hay tampoco en el cine nacional una historia de amor (o de amistad) que no haya necesitado de coartadas ideológicas, moralistas o aleccionadoras, para justificar su esencia romántica.

Con menos de lo logrado por Ramírez en QHUP, ha llegado el franco-argentino Gaspar Noé más de una vez al «olimpo» de Cannes, y con ello ha logrado espacios universales para un cine más innovador y arriesgado, tanto desde el punto de vista conceptual como formal.  

Pero sucede que el contexto en que tiene lugar el film es la Cuba de hoy, repleta de problemas, contradicciones, polarizaciones; una realidad que se antoja a muchos como laberinto sin salida. Ocurre además que uno de los personajes de la historia, el coprotagónico antihéroe, tiene criterios negativos acerca del «apóstol de la patria». Y acontece, por último, que el antihéroe, en su pasión por filmar lo que pasa a su alrededor, sorprende a cubanos exteriorizando opiniones controversiales durante acontecimientos reales, como la visita de Obama, el concierto de los Rolling Stones, o el anuncio de la muerte de Fidel Castro en un acto público.

Todos esos elementos han sido suficientes para condenar el filme al ostracismo y, lo más probable, para convertir a Yimit en un apestado. Al parecer, nuestros promotores culturales ignoran una máxima elemental: una obra no se «clasifica» por los «bocadillos» que diga un personaje. Parecen olvidar también que un Balzac monárquico fue considerado por Marx como el más perfecto de los historiadores. Así, en lugar de celebrar su nacimiento, las instituciones oficiales cubanas han decidido condenar la obra fílmica más importante de la reciente producción nacional a la muerte.

En la otra orilla, en la segunda ciudad más poblada de cubanos, la cinta hasta ahora está sufriendo el mismo castigo. En tiempos en que yo era el director artístico del Teatro Tower, de Miami, el film y sus autores hubieran gozado de una premier por todo lo alto y una amplia exhibición comercial. Así se hizo con otra obra notable, Santa y Andrés, de Carlos Lechuga.

Tal vez las causas del silencio miamense sean la pandemia de Covid-19, o el recrudecimiento de la sanciones contra la población cubana, que pica y se extiende.  Ojalá no sea que el Festival de Cine y el Teatro Tower, ambos bajo las alas del Miami Dade College, prefieran ahora promover panfletos políticos sin mérito artístico para satisfacer los gustos y sensibilidades de la parte del exilio cubano que aún maneja el timón ideológico de la ciudad.

¿Qué diría Martí si se enterara que por preservar su honra se está impidiendo al público cubano disfrutar la mejor actuación femenina que el cine nacional ha dado en toda su historia? ¿Qué diría si supiera que una decisión por parte de enajenados promotores le está cegando el camino al más original de los cineastas del momento?

El pistoletazo de la censura no solo atraviesa la obra censurada, traspasa de lado a lado el alma de su creador. Lo digo por experiencia. Es una herida que rara vez sana.

Ayer, cuando estaba a media película, sentí miedo. Miedo al vacío en que pueden terminar nuestras vidas. Y detuve la película. Me levanté y fui a tomar un poco de agua. Estaba sin aliento, como en el título de Godard. Y sentí envidia, una envidia desgarradora. Yimit, en noventa minutos cargados de sugerencias sutiles, sabiduría dramatúrgica, acuciosa dirección de actores y desbordado coraje, sin pretenderlo, me había enseñado lo que debía haber sabido desde siempre: que jugándose el todo por el todo es como único se conquista ese misterio que se llama arte.

Como el resentimiento, la envidia es un sentimiento inevitable. Pero ninguna envidia es sana. Por tanto, lo único que nos queda por hacer, a mí y a todos los que se han sentido sacudidos por el film de Ramírez, es ponernos los electrodos y darnos un electroshock; digo, si aún estamos a tiempo.

A veces por las tardes, cuando escribo el guión que supuestamente me llevará de regreso al cine de ficción, tengo la sensación de que, más que un acto de creación, es una sesión de terapia. Después de ver Quiero hacer una película, no puedo sin embargo conceder un segundo más a ese pesimismo. Si necesito verdaderamente volver a filmar, lo tengo que hacer aunque deba esconderme como Tony, el personaje del film, debajo de una cama.

Parafraseo de nuevo (y pido perdón si parece una lección): una república no se funda como un campamento, una república no crece pidiéndole a sus artistas que usen uniformes, una república perece si se oscurecen las pantallas del arte.

Gracias, Yimit Ramírez. Gracias Neisy Alpízar. Gracias, Tony Alonso. Por robarme el corazón.

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Proyectan películas censuradas en Cuba durante segundo Festival de Cine INSTAR

Por LÁZARO JAVIER CHIRINO – 08 diciembre, 2021

CIBERCUBA

Fotograma de ‘Quiero hacer una película’

El Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) realiza hasta el próximo sábado su segundo festival de cine, con obras audiovisuales independientes censuradas por el oficialismo cubano.

La muestra incluye títulos y autores como Quiero hacer una película (Yimit Ramírez, 2020), Sueños al pairo (Fernando Fraguela y José Luis Aparicio, 2020), Corazón azul (Miguel Coyula, 2021), Vulgarmente clásica X (Nonardo Perea, 2021) y Now! (Eliécer Jiménez, 2016).

Las presentaciones, totalmente online, comenzaron el 4 de diciembre último a través de una plataforma digital, en la que podrán inscribirse los interesados en disfrutar de un compendio creativo novedoso y transgresor.

Los cubanos que viven en la isla podrán disfrutar de las películas totalmente gratis, siempre y cuando realicen una serie de pasos previos y obtengan el código promocional que les da acceso a todo el contenido, tal y como se explica en la página de Facebook de INSTAR.

El crítico de cine Antonio Enrique González Rojas describió el Festival de Cine de INSTAR como una plataforma de visibilización y cartografía de las imágenes en movimiento concebidas por realizadores nacionales, que se piensa y sucede paralela a los espacios institucionales cubanos.

“La necesidad de muestras, festivales, circuitos de exhibición y distribución cubanas, en Cuba, no regidas por las instituciones oficiales, es un alarido de auxilio del audiovisual nacional, so pena de permanecer desconocido, inexistente, para la mayoría de los públicos”, escribió González Roja en Hipermedia Magazine.

En la muestra de cine también estarán presentes realizadores de otros países como México, República Dominicana, Colombia y España.

El Instituto de Artivisto Hannah Arendt fue creado en La habana por la artista y activista Tania Bruguera, y tiene como uno de sus objetivos trabajar con la gente que se encargará día a día de la construcción de la democracia en Cuba, demandando sus derechos y luchando por la justicia social en sus escuelas y trabajos; transformando a los espectadores en ciudadanos activos.

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El fondo PM de INSTAR para el cine independiente premia por tercera vez películas “incómodas” para el Estado Cubano

Por MANU – 14 diciembre, 2021

CUBALLAMA

II Festival de Cine INSTAR, del 4 al 11 de diciembre.

La tercera edición del Fondo PM del Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt” (INSTAR) premió con apoyos económicos a cinco proyectos de películas de realizadores cubanos en las categorías de Documental, Ficción, Nuevos Medios, Distribución convocada por primera vez para obras ya terminadas, y el Premio Nicolás Guillén Landrián para obras con “temáticas tabúes”.

Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, obtuvo el fondo de Distribución concedido en esta primera ocasión por el jurado que integraron Ricardo Acosta, Yaima Pardo La Red y el Emmanuel Martín.

La cinta formó parte de la recientemente celebrada segunda edición del Festival de Cine INSTAR, realizado de manera online del 4 al 11 de diciembre.

Caguayrán es el título del documental premiado en esta categoría genérica. Parece sangre fue la ficción galardonada y Apuntes para una película del destierro obtuvo el fondo PM en el apartado de Nuevos Medios. La película Omara recibió el premio Nicolás Guillén Landrián.

Los nombres de los autores y productores de estas obras no se han divulgado pues según declaró en exclusiva para Cuballama Noticias la coordinadora del Fondo, la artista Camila Lobón, INSTAR tiene “una política de confidencialidad, hasta ver el caso de cada contrato con cada director, cómo prefieren manejar el asunto. Sobre todo para los que están trabajando en Cuba y filmando en Cuba. Muchos prefieren mantener la confidencialidad de la naturaleza de los fondos hasta terminar el material porque, bueno, sabemos que pueden molestarlos, que la Seguridad del Estado puede meterse con ellos. Y para un poco protegerlos no damos los nombres específicos de los realizadores hasta no ver con cada uno, en cada caso, cómo quieren manejar el otorgamiento del fondo”.

Según reza el acta de los premios, publicada en las redes sociales de INSTAR, el jurado tomó en cuenta para premiar la “calidad conceptual de los materiales seleccionados”, así como la “factibilidad de llevar a feliz término lo que se proponía en los disímiles dossier que concursaban” y la “profesionalidad con que se crearon y diseñaron los dossier ganadores”.

El jurado propuso a los organizadores y coordinadores que para próximas ediciones se realicen talleres (workshop) previos a la aplicación definitiva, donde se otorguen las correctas herramientas a los noveles realizadores en aras de crear mejores dossiers”.

A su vez se reconoció la “inmensa importancia a que exista y persista dicho fondo y su hermano de causa, el Festival de Cine INSTAR; para el cine cubano independiente, y toda la diáspora que también lo conforma”.

En la actualidad, el panorama del cine cubano independiente se ha vuelto menos agresivo y estéril para las producciones de este cariz ante el fondo de fomento rectorado por los oficiales ICAIC y ex ICRT, pero el apoyo que brindan INSTAR y otras tantas entidades autónomas como las embajadas de Noruega y Holanda sigue siendo muy importante.

Camila Lobón comentó a Cuballama Noticias en este sentido que el “Instituto, en sentido general, desde su misión y desde sus bases, no se ha pensado como competencia de ninguna institución cubana, porque además es un proyecto pequeño sin fines de lucro. Pero sí ha intentado de alguna manera solventar y respaldar esas propuestas, esas producciones, y no solo en materia de cine, lo hacemos desde nuestros programas de residencias, desde los otros premios que tenemos. Esa producción y esa creación, que a nivel de contenido, por supuesto, no es asimilable por la institución cubana, no es respaldada, más bien marginada por las políticas culturales del país”, apuntó.

“En ese espíritu obviamente, lo que más respaldamos y apoyamos es la producción independiente, la producción que a nivel político es incómoda para el sistema”, explicó la artista y activista.

“Eso no es en ningún caso establecer una confrontación hacia la institución. Tampoco podemos ser competencia en lo económico, obviamente por los presupuestos que son aprobados a escala nacional para este fondo, por ejemplo del (ex) ICRT, pero en el caso del premio PM sí ha funcionado porque está enfocado precisamente en apoyar las producciones noveles, las producciones que además, desde el punto de vista presupuestario, como son independientes, son más experimentales y están dialogando directamente con contenidos a nivel político y social que no encontrarían otro respaldo por otras vías.”

“Entonces, ese es nuestro fondo, que fue inaugurado en 2018”, añadió. “No lo vemos como un adversario, ni como competencia de la institución. Simplemente hemos intentado desde el inicio, desde la fundación del Instituto, dar voz, respaldo el apoyo que podamos el punto de vista económico, conceptual, de trabajo, asesoría, a los proyectos que aplican. De hecho una de las características del premio PM es  intentar hacer un trabajo para las aplicaciones. O sea, un trabajo de asesoría y ayuda para el desarrollo de la presentación de los proyectos, porque en muchos casos son realizadores independientes, o que están comenzando, o son proyectos que por sus características no entran dentro de los cánones de la industria”.

El estatal “Decreto-Ley no. 373: Del creador audiovisual y cinematográfico independiente”, que entró en vigor el 27 de agosto de 2019, no contempla la distribución y la exhibición de las películas producidas con los fondos estatales destinados a estas. Por lo que el premio PM de INSTAR destinado específicamente a la distribución de cine cubre unas necesidades imperiosas.

Según Lobón, el fondo INSTAR “funciona de una forma bastante abierta y se va adaptando todo el tiempo a las necesidades de los proyectos que respalda, así que ha intentado hasta la fecha dar también seguimiento a los proyectos premiados y apoyarlos en todo lo que sea posible en materia de promoción, desde las plataformas del propio instituto hasta las redes de trabajo, de conexiones y de visibilidad que sea capaz de generar para mover estos proyectos”, explicó a Cuballama Noticias.

“En el caso específico de la distribución, abrimos desde esta última edición un fondo para distribución porque es una de las mayores necesidades que tienen los proyectos en Cuba. Es un trabajo que no solo está enmarcado en las bases del premio PM, sino que también ha ido realizando el instituto siempre que se ha acercado algún productor, algún cineasta, o algún realizador o creador con necesidades buscando el apoyo de INSTAR”, subrayó.

Lobon añadió que “el Instituto ha tenido siempre muy claro que su prioridad es poder acompañar y apoyar los proyectos en cada una de las disciplinas en las que ha abierto residencias, becas, fondos y premios. Lo que hemos priorizado es que siempre se puedan realizar las cosas a toda costa y en función de eso adaptar nuestras políticas de trabajo a las necesidades del contexto cubano, que obviamente son muy complejas y no se rigen por las normas en que se mueve una sociedad normal”.

En las dos ediciones anteriores de 2018 y 2019, el fondo PM acogió una treintena de proyectos, de los cuales este año se presentaron dos cortometrajes en el Festival de Cine INSTAR: Hora azul (Zoe García, 2020) premiada en 2018, y New Eva (Natalí Cardet, 2020). La primera se proyectó simultáneamente, como parte de la selección oficial del 42º Festival de Cine de La Habana.

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Homenaje al realizador cubano Manuel Marzel en el Festival de Cine INSTAR

Por ÁNGEL PÉREZ – 15 diciembre, 2023

RIALTA

‘A Norman McLaren’, Manuel Marzel, dir., 1990

La segunda edición del Festival de cine INSTAR acabó hace apenas tres días y, una vez más, el evento independiente contribuyó a visibilizar la pluralidad de voces presentes en la trama artística cubana, pese a que enfrenta un poder político hegemónico empeñado en regular la vida cultural del país. Entre el programa del Festival se destacó especialmente una retrospectiva del cineasta Manuel Marzel, integrada por versiones remasterizadas de tres de sus relevantes obras: A Norman McLaren (1990), Evidentemente comieron chocolate suizo (último rollo) (1991) y La ballena es buena (1991); merecido homenaje que coloca frente al lente de la crítica, nuevamente, a una de las voces más auténticas y audaces de nuestro cine.

Marzel es otro nombre en la nutrida lista de artistas cubanos malditos. Condenado a vivir en el exilio por una política que castiga el pensamiento diferente, este realizador ha fraguado una obra de inapreciable valor para el arte insular, que ha permanecido ya por demasiado tiempo en las periferias de la Historia de la cinematografía nacional. Su aventura estética –ciertamente dadaísta, como la ha calificado la crítica– desentonó demasiado con la cosmética favorecida por el poder, e inevitablemente pagó un precio bastante alto.

Este creador se jacta en la turbulencia de la experimentación. En el momento de su aparición, las películas que realizó fueron la apoteosis de la diferencia en el centro de un cuerpo cinematográfico demasiado estandarizado. Él era, entonces, uno de los signos de ruptura –quizás el más radical– que en ese instante avizoraba el advenimiento de lo nuevo.

Entrados los años noventa, A Norman McLaren, Evidentemente comieron chocolate suizo y La ballena es buena revisaban la tradición del cine experimental desde una genuina emancipación autoral. Frente a esas obras se revela un pensamiento fílmico auténtico, impactado por el mejor legado vanguardista. Al volver sobre ellas, el Festival ha querido posicionar a su autor en el justo lugar que le corresponde en el devenir del cine cubano; un gesto imprescindible en el proceso de reescritura que experimenta su Historia hace varios años.

Durante demasiadas décadas, la narrativa histórica del cine nacional se ha visto regida, primero, por los imperativos políticos del discurso “revolucionario”, y, segundo, por la autoridad de las narrativas y las estéticas privilegiadas por el mainstream cinematográfico –que reprime tanto la libertad misma del cine–. El rescate y la visibilización del trabajo audiovisual de Marzel es la demostración de que el cine cubano no ha sido monocorde jamás, y demanda ya un nuevo ajuste de su memoria y concepción.

Realizadas en el ICAIC, en la EICTV o al margen de cualquier institución, estas películas entroncan con una tradición del cine cubano todavía por contar con el debido rigor. Su concepción estética, en principio, desconoce el sociologismo que ha constituido la medida de la cinematografía insular. Marzel –junto a unos pocos que lo acompañaron en su época– tuvo la grande osadía de replantear las reglas del juego: no ya la manera en que se concebía/manejaba el lenguaje audiovisual, sobre todo los términos de la relación de ese lenguaje con lo real, con el curso de los acontecimientos históricos y la política.

En Cuba, el tipo de relación creativa que este realizador mantiene en sus películas con la imagen en movimiento –la burla del referente a favor de una autonomía de las formas y la catarsis continua del lenguaje–, se ha visto siempre subordinada frente a la necesidad de describir el mundo, el afuera. (Incluso la crítica se ha empeñado demasiado en leer los filmes desde un ángulo que prioriza sus vínculos con el contexto.) Al negarse de la manera más rotunda a participar de ese panorama, Marzel estaba potenciando la inventiva y la osadía artística. En sus filmes es posible advertir una audacia que redimía al cine cubano de un cerco programático que había condenado la rebeldía artística de que gozó en los años sesenta. La potente singularidad de este creador prometía hacer prodigiosa también la década del noventa.

A Norman McLaren, el primero de los extraordinarios cortometrajes de Marzel, deja ver un artista absolutamente resuelto. Es difícil encontrar una obra inicial que presuma, no ya del brío experimental y la irreverencia, fruto quizás de la juventud, sino de la aguda visión fílmica, la originalidad en el manejo de las formas, la organicidad y la riqueza imaginativa de esta película. Algunas técnicas de animación, descartes de películas y una precisa banda sonora, fueron suficiente para construir un ensayo audiovisual que ponía de cabeza todo lo que se estaba haciendo en el momento. El frenesí visual de A Norman McLaren es un derroche de sensibilidad heterodoxa que arremete contra todo molde y metodología. Lamentablemente se frustró ese camino que estaba ensanchando la mirada de nuestro cine en aquella época –incluso otros creadores que compartían el ánimo de Marzel no han vuelto a mostrar la virulencia que en ese instante dinamitaba todos los enclaustramientos–. Visto con el privilegio del tiempo, este cortometraje fue un explosivo en el centro mismo de la crisis de lenguaje vivida entonces por el cine cubano.

Luego, las ambiciones creativas latentes en Evidentemente comieron chocolate suizo, todos los recursos dispuestos para crear ese mundo caótico plagado de absurdo e ironía, evidencian una pródiga madurez creativa. En la naturaleza de la puesta en escena –marcadamente teatral–, en la dinámica de las acciones de los personajes, en el diálogo entre la imagen y la música (Amaury Pérez conduce con dos de sus canciones todo el metraje) hay una percepción muy esencial de aquello que pudiéramos llamar la cubanidad que al excesivo realismo de nuestro cine se le ha escapado.

Además, sin necesidad de apuntarlo en su argumento, este filme, como también La ballena es buena, fue capaz de aprehender la sensibilidad de una época cuyo modelo de sociedad se encontraba en plena decadencia, estremecido por contundentes acontecimientos históricos. En ambas obras, habría que advertir, todavía, para comprender su verdadera relevancia, la belleza y la expresividad de la fotografía; la elaboración tan precisa de los planos, tanto en su composición externa como interna. Ciertamente, la dinámica entre la acción de los personajes y el dueto fotografía/montaje resulta de una intrepidez extraordinaria en cada uno de los filmes.

A fin de cuentas, toda la filmografía de Marzel está atravesada por un ánimo de trasgresión que desconcierta al espectador incluso en la actualidad. La pasión de este director por las imágenes en movimiento injertaba en Cuba un replanteamiento del cine mismo. No se supo comprender…

A Norman McLaren, Evidentemente comieron chocolate suizo y La ballena es buena, y el resto de los filmes de Marzel, en su momento, fueron un grito de libertad creativa. Pero esa libertad no residía sólo en el carácter irreverente con que se instrumentaba el repertorio expresivo, ni en el principio lúdico que soporta la estructura del relato. Esa libertad se encontraba allí donde la poética forjada por el realizador resultaba impenetrable para el poder político; las imágenes de la obra de Marzel no podía ser capitalizadas por el atrincheramiento ideológico de ninguna época.

Al rescatar la obra de Marzel, el Festival de cine INSTAR deja una lección: mientras se privilegie los paradigmas tecnológicos, industriales, políticos, productivos o nacionalistas dictados por la norma para escribir la Historia, no se advertirá jamás con certeza la potencia estética de este creador, la puerta que su obra abrió para que el cine cubano se expandiera más allá de sí mismo, ni la complejidad real que ese mismo cine ha experimentado en el suceder del tiempo.

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Festival de Cine INSTAR, otra grieta en el muro de la censura en Cuba

Por DEAN LUIS REYES – 20 diciembre, 2021

DIARIO DE CUBA

La actriz Neisy Alpízar en una escena de 'Quiero hacer una película'. Imagen: Festival Rizoma

El Segundo Festival de Cine del Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), celebrado entre el 4 y el 11 de diciembre pasados desde Cuba, en simultáneo con la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, demostró que un gran evento oficial puede coexistir con otro que se mantenga a buen recaudo de la censura que rige en la Isla.

Celebrar un encuentro virtual, que dejaba de lado la presentación en vivo de las películas y el intercambio con sus realizadores en la sede de la institución que dirige la artista Tania Bruguera, fue la primera decisión de los organizadores que puso en duda el éxito de la convocatoria. Pero, al cabo, terminó convirtiéndose en una de las claves de su acogida.

Asimismo, el Festival de Cine INSTAR puso en evidencia hasta qué punto lo más inquietante del audiovisual cubano independiente no pasa ya por el mayor festival de cine que se hace en Cuba. Y no lo hace por razones extra artísticas; en especial, el estigma que pesa sobre artistas y obras concretas de las que los funcionarios del Ministerio de Cultura cubano no quieren oír ni hablar.

De ahí que lo más visto del Festival INSTAR haya sido precisamente dos de los largometrajes de ficción cubanos recientes anatematizados por las autoridades: Quiero hacer una película (Yimit Ramírez, 2020) y Corazón azul (Miguel Coyula, 2021). El primero, centro de una agria discusión durante la Muestra Joven ICAIC de 2018; el segundo, la obra más reciente de un artista condenado a “muerte civil” en la Isla por oponerse a hacer concesiones. 

A ambos títulos, exhibidos en presentaciones especiales durante los días del encuentro, le siguieron en preferencia de los espectadores A media voz (Heidi Hassan y Patricia Pérez, 2019), Premio Coral al Mejor Documental del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de ese mismo año, aunque sin estreno en la Isla.

Pero, ¿cómo se ideó e hizo posible el Festival de Cine INSTAR? La periodista y activista Marta María Ramírez y el realizador José Luis Aparicio accedieron a revelarlo a DIARIO DE CUBA.

Ramírez, productora del festival, advierte que la idea de hacerlo presencial estuvo presente siempre, pero las limitaciones de movilidad a causa de la pandemia del Covid-19, así como la situación de hostigamiento de la sede de INSTAR en La Habana Vieja a manos de la Seguridad del Estado llevó a optar por una edición online.

“Descubrí Festhome, plataforma para festivales online, y aunque se revisaron varias similares, al final nos decantamos por esa”, cuenta.

Pero una vez decidido esto, quedaba el reto de cómo hacer que la gente en Cuba viera cine online, teniendo en cuenta la limitada conectividad y que Festhome exige al espectador un pago por el acceso al contenido.

“Se me ocurrió retomar la viejísima idea de los cineclubes para que pudieran verse las películas apoyando a una persona por casa, por punto de conexión. Y también financiar las invitaciones virtuales para que pudieran acceder desde Cuba sin tener que pagar. Igualmente se les brindó acceso a personas que sufren la privación de libertad dentro de sus casas y a cineastas y gente del medio”, explica.

“El propósito no era solo burlar la censura de contenidos, sino resolver cómo reunir más espectadores en un lugar seguro, cuidando las disposiciones sanitarias del país. Porque todas esas medidas se levantaron después que convocamos el festival online”, apunta. 

Como resultado del experimento, en los cineclubes creados para exhibir los títulos del festival, así como en otros ya existentes que se sumaron, las películas fueron vistas y además debatidas.

“Eso termina recompensando, porque si no llegamos a la cantidad de gente posible solo el hecho de que esa idea haya prendido y replicado es un mérito del festival”, dice Marta María.

Reinventar un festival

Al cineasta José Luis Aparicio y la poeta Katherine Bisquet tocó retomar la idea del Primer Festival de Cine INSTAR, organizado por la actriz Lynn Cruz en 2019, y que en 2020 fuera suspendido debido a la crisis sanitaria global. 

Aparicio participó en esa ocasión con su corto El secadero, y para 2020 había avanzado con Bisquet en la iniciativa Cine Cubano en Cuarentena, el mayor repositorio online de cine cubano hoy existente.

“Debido al hostigamiento contra Bisquet por la Seguridad del Estado, ella no pudo asumir la responsabilidad, así que me tocó terminar asumiendo la curaduría”, cuenta.

“Desde el inicio nos propusimos hacer un festival sin las divisiones taxonómicas tradicionales de los festivales de cine, entre documental y ficción, cine clásico y nuevas formas, etcétera. Tratamos de que las películas se vieran como lo que son, un poco bajo el concepto deleuziano de la imagen-tiempo. Por eso incluimos películas más próximas a las artes visuales, el performance, la videodocumentación, a experimentos entre el cine y el teatro. Invité a varios realizadores cercanos con obras realizadas de 2019 hasta hoy, años marcados por grandes eventos de censura, por la ausencia de la Muestra Joven ya durante dos años, la pandemia, más una crisis migratoria que ha acabado con los realizadores yéndose del país”.

Según el cineasta, el objetivo central fue enfrentar uno de los más graves problemas de la producción audiovisual cubana: su casi nula distribución y exhibición. “No hay espacios, cada vez hay menos para este tipo de película”, asegura.

El Festival acabó programando 42 películas, de ellas 33 estrenos para Cuba, y un puñado de secciones que cubrieron, según Aparicio, “asuntos sociales; la revisión crítica de la historia de Cuba; el cine queer en la Isla; la experimentación con los archivos; el cine hecho por mujeres con temática femenina; el audiovisual realizado en los márgenes sobre sujetos en los márgenes…”

Aparte de ello, dirigió el foco sobre el cine de Latinoamérica, presentando películas de los países más cercanos; una retrospectiva del realizador cubano Manuel Marzel; varias charlas; y un programa teórico con invitados internacionales como el realizador mexicano Alonso Ruizpalacios, Jorge Molina, Alejandro Fadel y Adrián García Bogliano, entre otros. Y además un taller de videomapping y otro sobre la deconstrucción del archivo visual de una comunidad para romper las narrativas tradicionales de países totalitarios.

Milos Rau, artista suizo Premio Nacional de Teatro en Austria, además de cineasta y periodista, fue asimismo entrevistado por Tania Bruguera durante otro de los espacios virtuales del encuentro.

El Festival de Cine INSTAR concluyó con la entrega de los premios para el fomento de la producción independiente, otra de las iniciativas de la institución para viabilizar la finalización y distribución de las películas que se producen fuera de los circuitos establecidos y/o que asumen enfoques estilísticos no convencionales.

“Hay que pasar a un plano donde los eventos alternativos no se definan por oposición a los oficiales, donde no haya como esta especie de pulsión de sustituir un evento con una hegemonía por otro, sino de oxigenar el panorama de exhibición dentro y fuera de Cuba”, concluye Aparicio.

“La idea es que este festival tenga sus propios propósitos, objetivos, líneas curatoriales, estrategias, y que no se sienta como una especie de prótesis. Es hora de crear una verdadera cultura alternativa fuerte, válida y legítima en sus propios derechos y aspiraciones. Hay que seguir generando espacios alternativos, no solamente en el cine, sino en todas las artes”, pide.

Según los organizadores, durante los días del festival la mayor parte de los espectadores estaban en Estados Unidos, Cuba, Reino Unido, Japón, España, Canadá, Italia, Suecia, México, Irlanda, Perú, Alemania, Argentina, Brasil, Puerto Rico, Austria, Países Bajos, Guadalupe, Colombia, Francia y Rusia. Todos reunidos para ver cine cubano.

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INSTAR lleva a Documenta 15 una Cuba donde el arte es una herramienta de cambio

Por JOSÉ LUIS REYES – 21 junio, 2022

DIARIO DE CUBA

Los proyectos que se acogen a la idea del "lumbung" que promueve el colectivo indonesio Ruangrupa. Documenta 15

Exhibición de obras, conferencias, un festival de cine, presentaciones de libros, entre otras actividades, lleva el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), que dirige la cubana Tania Brugueraa la edición 15 de Documenta, la exposición de arte internacional que se celebra cada cinco años en Kassel, Alemania.

Con fecha de inicio el 18 de junio, el encuentro reúne este año alrededor de 1.000 artistas, principalmente de África, Asia y América Latina, en lo que se propone sea una mirada al sur global, y que dedica un espacio destacado al artivismo cubano y a las formas de resistencia desde el arte a la persecución del régimen.

El 18 de junio Bruguera, Ernesto Oroza y la crítico cubana Clara Astiasarán presentaron la Factografía Operativa, que los artistas proponen como un método de registro de las actividades de una comunidad; el 19 el periodista José Raúl Gallego presentó el proyecto de periodismo de datos Inventario; y el lunes la curadora Taiyana Pimentel presentó la conferencia “La transgresión de la institución como parte del pensamiento artístico desde los años 70”.

El programa de días venideros incluye la conferencia de Rafael Rojas “Breve historia de la censura en Cuba (1959-2021)”; un intercambio acerca de la intersección entre las artes y la lucha por los derechos humanos; una video performance de Sandra Ceballos, quien encabezará también un conversatorio sobre el proyecto habanero Espacio Aglutinador, que dirige; así como otro sobre el nuevo diseño gráfico cubano y sus intersecciones con el activismo.

Los eventos podrán ser vistos en el perfil de YouTube de INSTAR y el programa está disponible en su sitio oficial.

“Queremos dejarle claro al mundo que el buen clima no equivale a un buen Gobierno”, dijo Tania Bruguera a Deutsche Welle en referencia a la situación de Cuba que INSTAR hace visible.

Kassel acoge la Documenta hasta el 25 de septiembre, repartida en 32 salas de exposición de toda la ciudad. El enfoque de esta edición es menos las obras de arte individuales y más los procesos y proyectos. 

Comisariada por el colectivo de artistas indonesios Ruangrupa, este pidió a los proyectos invitados que abordaran temas como los derechos de los refugiados, la participación colaborativa y el poder de las comunidades que trabajan juntas.

Su principio rector se llama “Lumbung”, que se basa en un concepto indonesio de un granero de arroz donde el excedente de la cosecha se almacena y distribuye de forma comunitaria para el beneficio de todos.

Inspirándose en ese concepto, el colectivo de arte de Berlín ZK/U (Zentrum für Kunst und Urbanistik, o Centro de Arte y Urbanística) construyó un barco con un viejo techo de madera a dos aguas que pertenecía al grupo de artistas, arquitectos y curadores homónimo.

El barco, que fue bautizado como “Ciudadanía”, navega de Berlín a Kassel a lo largo de las vías fluviales de Alemania en un viaje que durará 60 días. Es uno de los muchos proyectos únicos asociados con el festival de este año.

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‘Tierra sin imágenes’. El cine cubano de lo ausente

Por JOSE LUIS APARICIO – 12 Julio, 2022

RIALTA

Prueba de proyección de ‘Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema’, retrospectiva de cine cubano alternativo independiente

Lo propio del archivo es su laguna, su naturaleza horadada
Georges Didi-Huberman, Arde la imagen

Si juntásemos cada parte perdida,
haríamos el inventario de la ausencia del hombre.
Juan Carlos Flores, “La excavadora en la mina”

En el principio era el verbo. El verbo censurar. Y su razón, una película.

Que es lo mismo que decir: una piel delgada, diminuta.

Una membrana de luces y sombras.

La historia de la censura en la Cuba revolucionaria (el acto de retorcer y vulnerar una epidermis) se inicia con PM (1961), de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, un poema visual sobre el fin de la noche: ese trance que, en La Habana de ahora y la de entonces, antecede a la tiniebla más diurna y absoluta.

Orlando y Sabá fueron en busca del reverso, el envés de la isla luminosa y militante. Se adentraron en lo oscuro del pasado meridiano, y encontraron, entre la luz escasa y sucia de los bares del puerto, la Cuba febril de la música y el baile.

Un país decadente, pero más real que el de la propaganda.

La nación sudorosa de los pobres.

Que es lo mismo que decir: de los espectros.

Ante el horror matinal de una plaza vigilada se alzaba, como sueño húmedo, la noche de PM Fue regresar a los versos de José Martí (no a los versos del héroe nacional sino a los del poeta):

“Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos?”

Esta visión de la noche insular como la patria se terminó discutiendo en una asamblea.

“Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada. […] Ningún derecho”, fueron las “palabras a los intelectuales”.

Fidel Castro declaraba la noche habanera contrarrevolucionaria.

P.M., nuestra primera película prohibida, era también nuestra primera película independiente. La primera que discutía a la Revolución su monopolio absoluto sobre la patria. Sobre sus formas posibles, sus transfiguraciones.

La nueva Cuba y su cine oficial se habían diseñado como un presidio concéntrico. El cine independiente cometió el pecado original: cruzó la franja que hacía discontinua la eficacia del panóptico.

En 1961 era la franja de la noche.

“El Máximo Líder anunció que una invasión de Estados Unidos estaba a la vuelta de la esquina. Cuba entró en un estado de guerra permanente. Todas las estaciones de radio y televisión se pusieron en cadena (a la que curiosamente se llamó la cadena de la libertad) para transmitir programas patrióticos y noticieros heroicos”, nos cuenta Orlando Jiménez Leal en El caso PM: cine, poder y censura.

“Enseguida hice un reportaje de cuatro minutos donde establecía un paralelo entre los milicianos que instalaban cañones en el Malecón y ametralladoras antiaéreas en los edificios públicos, y la gente que bailaba y se divertía en los bares”, agrega.

El pueblo de PM intentaba reconciliar “su responsabilidad histórica con la rumba”.

“En respuesta a la consigna oficial de Castro de Patria o Muerte, le oí una noche decir a una mulata en un bar mientras se contoneaba: Chico, ¿y por qué no Patria o Lesiones Leves?”, continúa Leal.

En el cine de un país donde todo se ve, la ceguera es siempre voluntaria, conveniente.

Como en aquel relato de Julio Cortázar donde lo real se hacía indistinguible de la ilusión novelesca, nuestro cine ensayó una temprana continuidad de los parques, arrimando un epicentro de La Habana intramuros a los más tranquilos prados del destierro.

Sin estar conscientes de su comunión, Orlando Jiménez Leal y Fernando Villaverde filmaron, con apenas un año de diferencia, el primer y el segundo rollo de una misma película.

In the Park (1962, dir. Orlando Jiménez Leal) y El parque (1963, dir. Fernando Villaverde) son las caras A y B de una ciudad bifurcada por los fantasmas de la ruina y el exilio. Al cabo el mismo fantasma, pues ¿qué es el exilio sino ruina desplazada, dividida?

Orlando captó a los emigrados en el Bayfront Park de Miami. Fernando registró a los habituales del Parque Central habanero. En ambos filmes se retrata la decadencia: el mito de la grandeza de un país venida a menos.

“A través de unas imágenes que parecen distantes, de la soledad de los viejos, y a pesar de la belleza del paisaje y de la alegría de los niños que juegan, se percibe la tristeza del destierro”, dice Orlando de su primera película en los Estados Unidos, donde había naufragado tras la censura de PM

En las imágenes se respira una atmósfera terminal, palpita la República: ceremoniales vacíos de un país que se intenta recobrar en el sopor y el cabeceo de un domingo de exilio. Orlando, tal vez sin saberlo, inauguraba un subgénero.

In the Park es quizás la primera gran película de la diáspora cubana.

El exilio, según Ricardo Piglia, “es la utopía. No hay tal lugar”.

La primera gran película sobre un lugar que no existe.

Tan ilusorio y a la vez tan doloroso, tan real, como la patria.

Este parque simbólico no guarda otra cosa que imposibilidad y tristeza. Acoge al que no pertenece, al que no le vale más que un único sitio para ser feliz y parte, pero ese sitio solo habita en su mente.

Es por eso que una escena común se torna apocalíptica: pasa un avión y los rostros se congelan en el gesto de mirarlo. Se escucha el avión, pero la cámara no sube: prefiere concentrarse en los tics de este teatro del exilio. En la añoranza como acto reflejo.

Seis décadas después, In the Park jamás se ha proyectado en Cuba.

En El parque no solo la mirada acaricia, también lo hacen las palabras. Su narración morosa, escrita por la cineasta Miñuca Naredo, compañera y colaboradora de Fernando Villaverde, es una suerte de correlato poético a las imágenes del Parque Central, ese que tiene la estatua de José Martí en el centro, aunque la cámara nunca sube a buscarla.

Le interesan más a Fernando las estatuas de las ninfas que escuchan.

Y los seres que semejan estatuas vivientes.

En medio del fervor revolucionario, El parque ansía fluir en otro tiempo, capturar una cadencia que se borra. Se detiene en aquellos que nada construyen, que no podrían integrarse a la sociedad nueva. Aquellos que más bien son vestigio o remanente.

Desplaza la mirada a los ancianos, a su limbo imperturbable.

Se sienta junto a ellos en la sombra.

Descifrar los ojos de estos seres vencidos podría ser una maniobra para quedar fuera del tiempo. Quedar fuera del tiempo, a ratos, es deseable en una época tan consumida por la Historia. Es fácil voltear la cabeza y mirar donde las cosas suceden. Es fácil desdeñar lo intrascendente.

Podría un país entero embriagarse de efervescencia.

No madurar: de la ingenuidad pasar al ocaso y a la muerte.

El parque apenas se salvó de la censura, pues en Cuba, según Fernando, se exhibe lo menos posible, como documental acompañante de las películas de los países comunistas que vacían los cines.

Fue seleccionado en el Festival de Leipzig de 1963, junto a otros documentales cubanos producidos por el instituto oficial de cine. Después de su proyección, el cineasta soviético Roman Karmen pidió a los organizadores que lo retiraran del festival por “pesimista”, entre otros pecados.

Con El parque también se iniciaba una especie de subgénero.

El del cine que mira al país colocándose afuera, aunque nazca bien adentro.

Un cine extrañado, que toma distancia, quizás desde una suerte de insilio.

Fernando Villaverde y su esposa Miñuca, un par de años y censuras más tarde, se unirían a Orlando en el destierro. Sus obras tempranas divisaron los gérmenes del fracaso, la duda y el desasosiego. Eran también premoniciones del país futuro.

Esta Cuba de hoy, avejentada e inmóvil, donde los jóvenes cineastas han comenzado a filmar a los viejos para dar fe del destartalo de un sueño. De la vivisección pasamos a la autopsia. De atestiguar la “utopía” a desarmarla.

No es país para jóvenes, cuando antes parecía no ser país para viejos.

En su ensayo Arde la imagen, Georges Didi-Huberman escribe: “No es posible seguir hablando de imágenes sin hablar de cenizas”.

A modo de paráfrasis pudiéramos decir: No es posible hablar de cine cubano sin hablar de sus películas negadas o perdidas.

“Si, por ejemplo, deseáramos escribir la historia del retrato en el Renacimiento”, aclara Didi-Huberman, “no sería posible comprender nada de este arte mayor si no se toma en cuenta la nada dejada por la destrucción en masa, en la época de la Contrarreforma, de la totalidad de la producción florentina de las efigies votivas de cera, incendiada en el claustro de la Santissima Annunziata”.

El archivo cinematográfico cubano, regido de manera hegemónica por las instituciones oficiales desde 1959, es un compendio de censuras y omisiones. El resultado de inacabables purgas y persistentes hogueras. Si deseáramos escribir su historia, no sería posible comprender nada sin tomar en cuenta sus ausencias.

Sin mencionar filmes como El parqueIn the Park o PM.

Apenas tres ejemplos.

Tres esquirlas punzantes de una imagen rota.

Según el creador y teórico cubano Julio García Espinosa: “un país sin imagen es un país que no existe”. Una lectura paranoica de sus palabras sostendría el intento de anular ciertas ideas o versiones de nación mediante el control y secuestro de una porción significativa de su imaginario.

País que no filmo es un país que no existe.

No por gusto García Espinosa, cineasta a la vez que funcionario, fue responsable de algunos de los más traumáticos casos de censura en la historia del cine cubano. Irónicamente, su doble papel de artista y censor no lo mantuvo a salvo de prohibiciones ni de ser removido de su cargo como presidente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) tras defender una película maldita.

(Los intelectuales cubanos, según el Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba, cometieron el pecado original: por no haber participado en la lucha “no son auténticamente revolucionarios”. Esta culpa es arrastrada por algunos artistas: los aboca a la contradicción y al ridículo).

El ICAIC fue la primera institución cultural fundada por la Revolución, apenas a unos meses del triunfo. Fidel Castro, igual que Lenin y Hitler, consideraba al cine como la más importante de las artes; al arte como la más eficiente propaganda.

Alfredo Guevara, dandy jacobino, ofició como su Goebbels tropical.

Este zar del cine azucarero, neorrealista trasnochado, impulsó un modelo cinematográfico con una fuerte orientación hacia el realismo socialista: tendencia que devino, rápidamente, en molde rígido, esquemático, como la política cultural a la que representaba. La exigencia discursiva se transformó en hegemonía estética. Cualquier diferencia era razón inmediata para censura y marginación.

El perfecto cine revolucionario es pura fórmula, programática.

Todo aquello que no resulte complaciente queda fuera de su campo visual.

Tanto los géneros fílmicos como el cine de aliento onírico y existencialista de las vanguardias europeas, se consideraban influencias nocivas para los nuevos cineastas, pues procedían de una concepción burguesa o capitalista de la cultura. Incluso estilos que trabajaban directamente con la realidad, como el cinema verité y el free cinema, se condenaron por ofrecer una visión espontánea, es decir, no controlada de lo real.

El cine oficial cubano fluctúa entre la comedia costumbrista, el melodrama social y el panfleto histórico-didáctico. Todo intento de búsqueda o experimentación debe ser consignado dentro de los límites de un discurso popular y naturalista, de fácil acceso a un espectador adoctrinado. El cine oficial “incómodo” negocia con el poder: rehúye la esencia, la causa real de los conflictos.

Lo “incómodo” en él es apariencia.

Un gesto verdaderamente crítico debe ser neutralizado.

Durante largas décadas, el monopolio casi absoluto sobre los medios de producción y la asfixia sucesiva del disenso permitieron al ICAIC producir una imagen falseada de la isla. Toda visión divergente o anómala fue depurada. Cada herejía encontró su castigo. En un proceso de autofagia que ya resulta cíclico, los cineastas que no se ajustan a la norma son condenados a la cárcel, al ostracismo o al exilio.

Sus películas, aquellas que sobreviven, se vuelven pasto de la desidia y el olvido.

La brecha, si bien proscrita y precaria, está en el cine independiente.

Un movimiento que intentan quebrar de manera sistemática, pero siempre encuentra formas de subsistir y reorganizarse. Que opera muchas veces al margen de la ley, bajo acoso, en la intemperie absoluta. Su consolidación a partir de los noventa del siglo pasado y, sobre todo, en la década del 2000, es uno de los actos de resistencia más notables en la cultura cubana contemporánea.

“El archivo”, para volver a Didi-Huberman, “es casi siempre grisáceo no solo por el tiempo transcurrido, sino por las cenizas de todo aquello que lo rodeaba y ardió en llamas. Cuando descubrimos la memoria del fuego en cada hoja que no ardió logramos revivir la experiencia de una barbarie documentada en cada documento de la cultura”.

Tierra sin imágenes explora “la memoria del fuego”.

A la manera de Michel Foucault, propone una suerte de arqueología.

Quiere mirar a las zonas ocultas del audiovisual cubano en los últimos sesenta años: lo que podríamos definir como su inconsciente reprimido, sus catacumbas. No solamente esos filmes incómodos que a duras penas se salvaron de la inquisición totalitaria, sino también los vestigios de aquellas obras abortadas, forzosamente perdidas.

Obras como El mar (1965), de Fernando y Miñuca Villaverde, arrancada a sus autores en el proceso de edición, mutilada y desaparecida. Un filme melancólico sobre dos jóvenes enamorados que discuten su futuro (irse o quedarse) mientras recorren la playa de un poblado en ruinas.

Como Buena gente, aquel guion de Nicolás Guillén Landrián, sobre un hombre cuyo único defecto era el deseo de matar a un dirigente político. A Nicolasito, quien ya había sufrido electroshocks e internamientos, le sacaron ese proyecto en un juicio. Cualquier guion en Cuba, antes que cine, podría convertirse en una prueba incriminatoria.

Como Un día cualquiera (1991), la pieza performática de Marco Antonio Abad y el grupo Ar-De, que sirvió para que un fiscal les pidiera una condena de quince años por sus “calificativos injuriosos y ofensivos sobre el presidente Fidel Castro”. Una película incautada, quizás inconclusa, que permanece inaccesible en los archivos de la Seguridad del Estado.

(En Cuba, la Contrainteligencia archiva mejor que la Cinemateca.)

¿Qué hubiera sido del cine cubano de haber logrado parir estas películas?

¿Si la censura no hubiera intervenido para frustrar, tergiversar tantas otras?

¿Qué hubiera sido de nuestro imaginario de haber contado con el cine del exilio?

¿Si en nuestros cines hubieran coexistido Fresa y Chocolate (1993, dir. Tomás Gutiérrez Alea & Juan Carlos Tabío) y Conducta impropia (1984, dir. Orlando Jiménez Leal & Néstor Almendros)?

Tierra sin imágenes intenta responder estas preguntas, pero no desde el lamento o la especulación, sino desde la praxis de una experiencia restitutiva.

Cartel de ‘Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema’, retrospectiva de cine cubano alternativo independiente

No es una queja por lo que no se hizo o lo que falta por hacer.

Es el acto de hacerlo.

De reunir en un mismo espacio todas estas películas.

De ponerlas a dialogar, a mirarse, como en un juego de espejos.

De pensar también en sus lagunas, en los espacios vacíos.

Si pensáramos en el rostro de la isla, en una suerte de aleph, de visión total o definitiva, habría que incluir estas imágenes veladas, estos íconos mutilados o perdidos.

Los invitamos a una séance de cinéma.

Al cine como sesión de espiritismo.

Remontar el país desde su ausencia, su dimensión fantasmal, su negativo.


* Estas palabras son la introducción a la muestra Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema, retrospectiva de cine cubano alternativo / independiente, curada por José Luis Aparicio como parte de la presencia del Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) en la documenta quince, uno de los eventos de arte contemporáneo más significativos del orbe, celebrado cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel.

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‘Tierra sin imágenes’ El cine cubano de lo ausente 2022 Leer más »

Más de cien horas de cine cubano en documenta fifteen son "una visión alternativa sobre la realidad cubana"

Por MARTÍ NOTICIAS – 20 july, 2022

MARTÍ NOTICIAS

Póster de documenta fifteen, feria de arte contemporáneo que se realiza cada cinco años en Kassel, Alemania.

El ciclo de cine alternativo cubano que se exhibe en la feria internacional de arte Documenta Fifteen, en la ciudad alemana de Kassel, es “un maratón de filmes de todo tipo que tiene la intención de crear una suerte de contra-canon, de visión alternativa sobre la realidad cubana”, declaró a Radio Martí el cineasta José Luis Aparicio.

“Es como el reverso del cine oficial cubano y creo que es necesario para ampliar, complejizar y profundizar el imaginario sobre la isla y lo que puede ser entendido como cine cubano”, explicó el director de Tundra y Sueños al pairo.

Organizado por la artista cubana Tania Bruguera, directora de INSTAR, este ciclo incluye unas 150 a 170 películas, aproximadamente 100 horas de cine cubano alternativo.

Aparicio usa la palabra “alternativo” y no independiente “porque no siempre se trata de producción independiente…digo alternativo porque también hay una producción anterior, que a veces no se calificaba de esa forma, y surgía en la periferia de las instituciones, en cine-clubes, realizada por personas que trabajaban en el ICAIC o el ICRT, y que lograban producir películas con una mirada diferente”.

“También me refiero a películas producidas dentro de la institución, pero que fueron censuradas, renegadas y quedaron huérfanas, vetadas durante años, a veces sin ninguna forma de exhibición, y que en los últimos años han podido ser rescatadas. Entonces me interesa la noción de cine alternativo a la visión oficial, la visión hegemónica, canónica del cine cubano”, dijo.

Bruguera abordó esos mismos temas este martes en un mensaje divulgado en Twitter. “Gracias a todos, montadores, cineastas y conferencistas que en eventos teóricos defendieron el Nuevo Cine Independiente Cubano y mostraron imágenes diversas a las que por más de 60 años nos ha proyectado la propaganda oficial”.

“Gracias al público que descubrió otra Cuba”, afirmó Bruguera en su mensaje, acompañado por la etiqueta #CubaEsUnaDictadura.

Acerca de los contenidos y estilos de estos filmes, Aparicio dijo que “hay de todo”:

“Hay largometrajes, cortometrajes, mediometrajes, desde películas producidas en los años 60 hasta los filmes más recientes de la cinematografía cubana alternativa. Sobre todo, películas de las últimas dos décadas, en las que ha tenido lugar la consolidación del movimiento independiente. Hay documentales, películas de ficción, cine experimental, video arte, cine de animación, películas que están en los bordes entre diferentes formatos y géneros, que son híbridas, realizadas por cineastas de procedencias sociales, raciales, y proyecciones genéricas muy diversas”.

“Es decir”, resume Aparicio, “es una muestra que pretende ser muy inclusiva…que no tiene la idea de sustituir al cine del ICAIC o reemplazarlo, sino de sumarle títulos, de complejizar esa idea que se tiene de Cuba a partir del cine…es sumar y no restar”.

Además de cine, Bruguera ha aprovechado esta prestigiosa feria internacional de arte para mostrar otras obras cubanas, las cuales reflejan la realidad cubana.

En el recinto oficial de INSTAR en Documenta Fifteen, hay una imagen del artista y prisionero de conciencia Luis Manuel Otero Alcántara y una muy grande, en blanco y negro, del rapero y prisionero de conciencia Maykel Castillo “El Osorbo”. Es esa imagen icónica de él con el puño al aire, esposado, resistiendo un arresto en el barrio de San Isidro.

“Es muy impactante, muy emotivo y muy urgente ver estas imágenes… me parece hermosísimo que la imagen de Maykel esté ahí. Es una imagen de rebeldía, de herejía, de libertad, contra todos los gestos de represión, censura y negación de los derechos humanos fundamentales”, dijo Aparicio.

Imagen de El Osorbo por Raychel Carrión. Poster de Luis Manuel Otero Alcántara por Claudia Patricia.

Al concluir la entrevista, este cineasta destacó que la variedad de obras cubanas en Documenta Fifteen “es inspiradora y otra manera de que las personas se acerquen a los problemas de Cuba, entiendan la situación del país y se puedan solidarizar y concientizar sobre el drama y los horrores que se viven en la Cuba contemporánea, en la Cuba de los últimos años”.

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Una muestra de cine cubano en Alemania

Por DEAN LUIS REYES – 25 julio, 2022

RIALTA

'Land Without Images. The Absent in Cuban Cinema', retrospectiva de cine cubano alternativo independiente

Entre las realidades más inexplicables de la pasada década en Cuba está la inexistencia de espacios donde ver cine cubano. Desde inicios del siglo XXI, casi en todas las polémicas intelectuales en la Isla el poco o nulo interés de los medios de comunicación y las instituciones del Estado por promover el audiovisual cubano, ya fuere reportando sus producciones, presencia en festivales y premios, así como la mínima presencia de los filmes producidos en la Isla en la televisión y los cines, se convirtió en una queja recurrente.

Mientras las salas de proyección se iban extinguiendo en las ciudades cubanas, también lo hacía la exhibición de películas locales. Fuera de los estrenos de títulos recientes, con días contados en contados cines, la circulación pública de filmes nacionales fue quedando restringida sobre todo a los breves días del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y la Muestra Joven ICAIC. Tras la extinción de esta última, menos que eso, exceptuando el Festival de Cine INSTAR, con apenas dos ediciones.

Hoy, cuando mis estudiantes extranjeros me preguntan dónde ver las películas sobre las que escribo o les muestro en clase, apenas queda sugerirles que se arrimen a la cancha de tenis de la Embajada de Noruega en La Habana, donde cada mes se celebra el espacio Cine bajo las estrellas, o a la sede del conjunto teatral El Ciervo Encantado, que también programa títulos. Esos vienen siendo en la capital los espacios que existen, mientras que en algunas pocas provincias pasa algo similar.

El mejor calificativo para semejante panorama es crimen. Un crimen que se comete no contra la industria (nunca la hubo) o los artistas (que en general saben salir adelante), sino contra la gente. La venerable cultura del cine en Cuba se va extinguiendo. Pocos cubanos conocen el nombre de los cineastas locales en activo. Fuera de Fernando Pérez, cuya trayectoria y presencia pública es notable, el cine en Cuba como fenómeno de masas es ya algo del pasado.

Ello sucede, paradójicamente, en un momento inédito para esa cultura: casi medio centenar de realizadores cubanos debutaron en el largometraje en los pasados 20 años, apartándose en general de la “autoría ICAIC” e impulsando un cine que quiere dar menos cuenta de la obsesión de una élite intelectual por ofrecer una idea de nación, y en cambio dedicados a producir poéticas personales, películas pequeñas, pero de intensa vocación de autoexpresión y deseo de experimentar con el lenguaje. Numerosos textos académicos, libros y cursos sobre cine cubano se imparten en universidades de todo el mundo, mientras crece el interés en los festivales internacionales por lo que algunos califican como Nuevo Cine Cubano.

Prueba de proyección de ‘Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema’, retrospectiva de cine cubano alternativo independiente

Si tal entidad existiera en realidad, su circunstancia sería del todo inédita. Porque estamos hablando de un cine transnacional, deslocalizado y diverso, sin prescripciones estilísticas o editorialismos de oficina como las del viejo ICAIC. Los cineastas cubanos del presente, que trabajan con las mismas dificultades de la mayoría de los creadores independientes del mundo, son en realidad una especie del todo nueva porque no están formateados desde el deber ser que imperó hasta hace unos años. El proyecto de un cine nacional se reformula con ellos en la dirección de una condición trashumante desde el punto de vista referencial y, valga decirlo, también ideológico. Estamos a más de dos décadas del conflicto familiar y reclamo por una patria común que relata Video de familia (Humberto Padrón, 2000), con los hijos de aquella comunidad envejeciendo en una diáspora que produce su propio imaginario a través de los deseos y recuerdos, las imágenes y los sonidos de una Cuba posible, como en A media voz (Heidi Hassan, Patricia Pérez Fernández, 2019).

Tales pretensiones quedan resumidas en las 175 piezas de Land Without Images (Tierra sin imágenes), la muestra curada por el cineasta y crítico cubano José Luis Aparicio para Documenta 15, y que durante julio fueron exhibidas en una sala improvisada del museo documenta-Halle, de Kassel, Alemania, en programas diarios de más de diez horas de duración. Ello, gracias a la invitación del Instituto de Artivismo Hannah Arendt, dirigido por Tania Bruguera, uno de los proyectos invitados a la feria de arte.

El curador tiene apenas 28 años y ello no es un dato menor. Cuando la última generación de cineastas cubanos que reclamó su adopción por el ICAIC hacía a fines de la década de 1980 las Muestras de Cine Joven de la AHS, en su sección Ojo: pinta curaban de idéntica manera sus referentes, pero aquellos eran muy distintos.

Aparicio inicia su particular catálogo del cine cubano presentado en Kassel con PM (Orlando Jiménez Leal & Sabá Cabrera Infante, 1961), el pecado original de la censura cinematográfica en Cuba bajo el embrujo de Fidel Castro. Y lo cierra con una elegía para los vicios desatados del cine extremo que tienen su cima en la obra de Jorge Molina, pero incluye un repertorio cada vez mayor de adherentes, que en Land Without Images encarnan Miguel Coyula, Juan de los muertos, Terence Piard, el Magdiel Aspillaga de El regreso de la mujer de Onán (2006), Marcos Díaz y el propio curador de la muestra, que se inscribe en esa corriente con El secadero (2019) y Tundra (2021).

Entremedias, la selección reúne desde piezas seminales de cineastas como Néstor Almendros, Fausto Canel, Fernando Villaverde y Miñuca Villaverde, algunas de ellas producidas dentro del ICAIC de inicios de los sesenta, aquel de dogmas menos estrechos y donde todavía era tolerado Nicolás Guillén Landrián –esto, antes de que todos fueran guardados en un discreto baúl–, hasta una muy ajustada selección de creadores que en las décadas de 1980 y 1990 experimentaron fuera de los marcos estrechos del cine institucional: Tomás Piard, Manuel Marzel, Ricardo Vega, Marco Antonio Abad, Manuel Rodríguez, Juan Carlos Cremata, más un fragmento del cine del exilio: desde Néstor Díaz de Villegas y Jiménez Leal hasta Orlando Rojas y el Landrián de Inside Downtown (con José Eguzquiza, 2001), pasando por una pieza imprescindible como es El Súper (Orlando Jiménez Leal & León Ichaso, 1978), hasta llegar a la obra de Eliécer Jiménez Almeida.

No puedo resistirme a la interrogante irónica: ¿qué hubiera pensado Alfredo Guevara de esta colección de cine “desviado”, a menudo sin ambición iluminista ni ansia teleológica, muy a menudo seducido por el género cinematográfico, y abiertamente antitotalitario? ¿Qué habría dicho de la “repudiable” devolución al centro de Land Without Images de todas las disidencias que él y otros tantos quisieron extirpar del cine hecho en Cuba? Precisamente la tierra sin imágenes que esta muestra invoca es una zona extraña para aquella idea “virtuosa” que, a golpe de imposiciones y decretos para administrar la libertad, nos quisieron imponer como único territorio posible para existir. En todo caso, ¿qué queda de ella hoy? Además de un ICAIC que no puede reinventarse y se debate entre la presión del aparato censor y las demandas de los creadores, ¿qué queda del cine cubano hoy?

Land Without Images sugiere que la idea del cine nacional tendrá que ser por fuerza divergente de la oficial, sin hegemonías impuestas a golpe de retórica con apenas asiento en la práctica del día a día. Y pone en evidencia que el nacionalismo chovinista que invocó la Patria creyendo que solo en ella era legítima la Nación fue el rasgo más malsano del cine institucional. Porque convirtió el arte resultante en un derivado de prácticas normativas ajenas al vuelo libre de la imaginación.

Para que sea coherente esa idea, para que la historiografía, la crítica y los antologadores por venir puedan trazar un trayecto que obligue a reescribir los syllabus de los docentes enfermos de izquierdismo de la academia estadounidense y europea que enseñan cine cubano, esta muestra dedica su mayor énfasis a relatar cómo las disidencias de antaño tienen suelo firme en las prácticas del cine cubano actual, que se bate en igualdad de condiciones con las producciones más arriesgadas del presente y gana premios en Locarno, el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA) o Rotterdam.

Aparicio ha producido ya un cuerpo referencial que da cuenta de ese estallido formidable en Cine Cubano en Cuarentena (CCC), el mayor repositorio de audiovisual de la Isla de todas las épocas disponible en la web, nacido después que el ICAIC firmara el acta de defunción de la Muestra Joven en 2020. Concebido como necesidad y bajo el siniestro designio de la pandemia del Covid-19, lo que empezó como una suerte de vademécum personal acabó convertido en una, dos, tres, mil muestras, que estallaron con toda naturalidad los límites de aquellas otras selecciones administradas desde arriba, donde oscuros funcionarios revisan desde lo que dice un personaje sobre José Martí hasta la trayectoria política del cineasta inscrito.

Desde mi perspectiva, ese vademécum es en sí mismo una declaración de principios. Allí no hay mucho más criterio de selección que la disponibilidad de las obras en la web o la disposición de los creadores a mostrarlas. Y cabe desde la “autoría ICAIC”, tan bien definida por Michael Chanan, hasta el cine posnacional. Es ejemplar ese criterio selectivo para los cubanos, entrenados como estamos para decantar, depurar, dividir en bandos. En cambio, la impureza mayúscula que gobierna en CCC antepone la noción de fragmento a la de unidad.

Imaginar la Nación supone por ello que en Land Without Images estén, aparte de lo dicho arriba, las creaciones fronterizas, la videocreación, en piezas ejemplares de los últimos 20 años, como Bojeo (Celia y Yunior, 2006), Reconstruyendo al héroe (Javier Castro, 2007), Habana Solo (Juan Carlos Alom, 2000), Sucedió en La Habana (Henry Eric Hernández, 2001) y Sucedió en La Habana II (Henry Eric Hernández & Dull Janiell, 2003), Causa No.1, 1989. Nosotros los acusados aquí… (Hamlet Lavastida, 2019), o un cine a medio camino entre varias tradiciones, pero que en mi opinión representa de maravillas el audiovisual amateur cubano no metropolitano, como resulta En el iglú (Emmanuel Martín & Léster Romero, 2008).

De izq a der (de pie): Rafael Ramírez, José Luis Aparicio, Miñuca Villaverde, Fernando Villaverde, Leila Montero, María Pérez, Tania Bruguera y Manuel Marzel. Debajo: Gabriel Alemán, Alejandro Alonso, Carlos Quintela, Heidi Hassan, Daniela Muñoz, Juan Carlos Calahorra y Mijaíl Rodríguez, en Kassel

Muestra disidente del presente que se respete debe acoger la zona de pesadilla del modelo institucional del cine cubano, que responde a la práctica totalitaria de negar la palabra al que exige el escrutinio del poder establecido y su hegemonía. Y ello sirve para títulos como 8-A (Orlando Jiménez, 1993), La imagen rota (Sergio Giral, 1995), El informe (Ricardo Vega, 1990), Veritas (Eliecer Jiménez Almeida, 2022), Nadie (Miguel Coyula, 2017), Entropía (Eliecer Jiménez Almeida, 2013), e incluso La reina de los jueves (Orlando Rojas, 2016).

No puedo evitar mencionar que Land Without Images tiene como subtítulo “The Absent in Cuban Cinema”. Ahora vemos que eso “ausente” es enorme. E incluye a los cineastas de hoy, sin apenas vínculos temáticos o estilísticos entre sí, que dibujan el paisaje más rico que haya visto el cine cubano en su historia. ¿Qué tienen en común Rafael Ramírez, Heidi Hassan, Alejandro Alonso, Fernando Fraguela, Katherine T. Gavilán, Lisandra López Fabé, Miguel Coyula, Carlos Melián, Marcelo Martín, Fabián Suárez, Damián Saiz, Carla Valdés, Eliécer Jiménez Almeida, Ricardo Figueredo, Raydel Araoz, Carlos Lechuga, Carlos Quintela, Marcel Beltrán, Ana Alpízar, Marta María Borrás, Daniel Santoyo, Susana Barriga, Alán González, Yimit Ramírez, Daniela Muñoz…? Solo me atrevo a aventurar un rasgo: que no son funcionarios del Estado ni hablan en nombre suyo como miembros de una institución.

Y un detalle final: muchos de estos cineastas desmenuzan su praxis en ejercicios de didáctica pedagógica. Por ello, como parte de la muestra, Alonso y Ramírez impartieron talleres desde Documenta 15 que explican sus métodos de trabajo. En calidad de sujetos intelectuales, varios de los creadores del cine cubano actual son por elección productores de modelos teóricos y hermeneutas de su propio mecanismo de representación. Léase en ello otro grado de libertad, semejante a la que ejerce una muestra que pone juntas las imágenes necesarias para una tierra que ha perdido las suyas.

De todas maneras, no estamos descubriendo algo nuevo, pues seguimos condenados a reinventar la narrativa de estos días turbios. Cuando lo que está por suceder ocurra, necesitaremos volver a sentarnos a mirar, a meditar. Y descubriremos que el panorama antedicho era estrecho, insuficiente. Entonces volveremos a imaginar cuál es nuestra procedencia. Y los curadores del mañana harán su propio tejido. Ojalá que la muestra audiovisual del futuro sea en La Habana. Y que nadie tenga que darle el visto bueno a obras y creadores. Ojalá.

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Obras del cubano Ricardo Figueredo son exhibidas en la muestra de Cine Independiente

Por ASERE NOTICIAS – 01 octubre, 2019

ASERE NOTICIAS

El realizador cubano Ricardo Figueredo

El Instituto de Artivismo Hannah Arendt presentó una muestra del trabajo del cineasta cubano Ricardo Figueredo, en el ciclo de INSTAR del 27 al 29 de septiembre en su sede de la calle Tejadillo, en La Habana Vieja, la cual tuvo mucho éxito.

Ricardo Figueredo es uno de los muchos cineastas cubanos cuyo trabajo ha sido censurado, sin embargo, no se desalienta y asegura que continuará mostrando las vivencias y carencias del cubano común.

Por tal motivo, el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) lo seleccionó para la cuarta entrega de su Ciclo de Directores, como parte de la muestra de Cine Independiente-Cine Pendiente.

Las obras de Figueredo exhibidas son aquellas que los festivales cubanos de cine y las salas de proyección estatales han declinado exhibir: Despertar y Operación Alfa (2011), La singular historia de Juan sin nada (2016) y La teoría cubana de la sociedad perfecta (2018), este último exhibido en el recién concluido Festival de Cine por los Derechos Humanos de Bogotá.

Figueredo en sus documentales expone problemas que vive el cubano común, las cuales presenta  en base a testimonios y entrevistas tal como los problemas que genera la doble moneda, el emergente sector privado y sus dificultades para desarrollarse, la prostitución, el consumo de drogas y la represión hacia homosexuales y artistas críticos y entre otros.

El cineasta ha participado en un total de 56 obras, entre las que destacan la serie de Nicanor O’Donell, de Eduardo del Llano, y el documental 50 sueños (2004), del realizador Miguel Fernández.

La actriz y escritora Lynn Cruz, quien dirige el ciclo, afirma que la obra de Figueredo se halla en el no lugar de la distopía tropical que constituye el fin del sueño paradisíaco comunista, “sus películas son post. (…) Uno se percata de que muchos de los cubanos elegidos para los filmes de Figueredo no sabrían vivir en un nuevo orden y eso es lo trágico. Manifiestan incluso su propio temor al cambio».

Durante la presentación de La teoría cubana de la sociedad perfecta, el pasado domingo, dio a conocer que se encuentra trabajando en un nuevo documental sobre la emigración cubana en sus múltiples variantes y cómo ha marcado el devenir nacional en las últimas décadas.

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Un festival alternativo al Festival de Cine Latinoamericano

Por YOLANDA HUERGA – 10 diciembre, 2019

MARTÍ NOTICIAS

Organizadores del I Festival de Cine INSTAR. Tomado de Facebook mailyn.gomezcruz

Tras la exhibición de 22 películas de ocho países, cerró sus puertas el domingo el Primer Festival de Cine INSTAR, auspiciado por el Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt”, en su sede de La Habana Vieja.

“Nosotros hicimos todo esto en esta fecha por un problema de protección, de que estuviéramos en un momento en que hubiera mucha prensa extranjera en Cuba para que también nos permitieran existir,” explicó la actriz Lynn Cruz, una de las organizadoras del evento, en referencia a que, paralelamente, se está desarrollando en Cuba, el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana en su 41 edición.

“Estamos de acuerdo con que exista el Festival de Cine de La Habana, que tiene ya una tradición y es reconocido a nivel internacional, es decir, nosotros somos una alternativa para las películas que por determinadas circunstancias políticas han sido condenadas al olvido”, puntualizó Cruz.

“Tuvimos películas variadas con temáticas más políticas otras más existenciales o sea hubo gran diversidad”, agregó.

La actriz indicó que exhibieron durante el festival el filme “Desarraigo” realizado en 1965 por Fausto Canel “porque la idea es poner películas que en su momento no tuvieron un impacto porque la circunstancia política no se lo permitió, entonces también tenemos un espacio para eso”. En su último día el Festival INSTAR mostró las obras ya terminadas de los beneficiados a inicios de este año con el Premio de Cine PM, dirigido a realizadores noveles, en las categorías de Ficción, Documental y Nuevos Medios, y dio a conocer a los premiados en su segunda convocatoria, que sumó esta vez el Premio Especial “Nicolás Guillén Landrián” dotado con 5 mil dólares. El galardón en la categoría Ficción lo ganó el proyecto New Eva, de Nathaly Cardet y Yanisleysi Vázquez y en la categoría Documental, Riomar, de Lester Lejardi y Camila Carballo. En Animación el premio se lo llevó el proyecto Pirita, de Carlos M. Paifer y Adriana García Pérez y Eliécer Jiménez se llevó el premio en la categoría Transmedia por su proyecto 59 Cuban-Docs.

Las obras laureadas con el Premio Especial “Nicolás Guillen Landrián”, fueron ¿Cómo educar a un niño?, de Gretel Marín y Maria Elisa Pérez, y el proyecto documental Persona con Persona, de Karel Ducasse, Raúl Escobar y Yanet de Paz. El festival de INSTAR transcurrió del 6 al 8 de diciembre sin mucho acoso de la Seguridad del Estado, pero tuvo algunos contratiempos lamentó Lynn Cruz.

“Una cineasta extranjera se vio forzada por presiones de funcionarios a retirar su película” dijo Cruz sin ofrecer detalles y “nosotros tuvimos que retirar una película en el último momento porque no teníamos los derechos, fue una película de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños”.

“Llamaron de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, que si no la retirábamos nos demandaban”. Esto sucedió por un error de nosotros porque es verdad que la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños funciona en Cuba como una casa productora, es decir ellos financian las obras, por tanto, éstas les pertenecen”, dijo Cruz.

La artista Tania Bruguera, directora del Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt”, INSTAR, señaló en una entrevista con DIARIO DE CUBA que este Festival “es una consecuencia natural del ciclo sobre los cineastas independientes” que vienen efectuando “desde mediados de este año y donde el objetivo fundamental es mostrar aquellas películas que no se exhibirán en el Festival Internacional de Cine Latinoamericano de la Habana”.

Los auspiciadores del Festival de Cine INSTAR planean que tenga una frecuencia anual en La Habana.

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Un festival alternativo al Festival de Cine 2019 Leer más »

Cine Cubano sin Fronteras

Por LÁZARO GONZÁLEZ – 07 agosto 2024

SCREEN SLATE

Fotograma de Mafifa de la realizadora cubana Daniela Muñoz Barroso.

A medida que Cuba experimenta una ola histórica de emigración, su cine transnacional e independiente ha ganado reconocimiento mundial a pesar de la falta de apoyo institucional. Muchos cineastas contemporáneos están enfrentando el mismo destino que el pionero Nicolás Guillén Landrián (1938–2003), cuya marginación y exilio reflejan la censura estatal continua de las voces disidentes.

En medio del fracaso de las utopías, esta nueva ola de creadores desafía el totalitarismo, las omisiones en los archivos y la falta de redes de exhibición dentro de la isla al construir comunidades en otros lugares. La creación del Festival de Cine INSTAR en 2019 por la reconocida artista Tania Bruguera fue un momento crucial, proporcionando una plataforma esencial dedicada a apoyar la producción cinematográfica independiente, particularmente en países donde la libertad de expresión está amenazada.

Esta serie celebra la invaluable práctica curatorial de INSTAR al incluir muchos títulos proyectados en el festival, y también honra el legado de Landrián con estrenos en la Costa Oeste de sus documentales recientemente restaurados. Estas películas ofrecen un vistazo a lo que la académica Ana López describió a principios de la década de 1990 como el cine de la “Gran Cuba”, un cuerpo de trabajo entrelazado con los esfuerzos por reconstruir la historia y la identidad nacional dentro y fuera del exilio. Junto al tema recurrente del exilio, la maternidad aparece con frecuencia en muchas de estas películas. La figura materna simboliza la nación y el potencial de creación de un mundo en un contexto en el que las convulsiones políticas y sociales alteran la vida cotidiana.

Cine Cubano sin Fronteras reflexiona sobre las vidas e imaginarios cubanos dentro y fuera de los límites insulares del país, presentando una diversa gama de películas de ficción, documentales y experimentales. Estas piezas, cargadas de un artivismo innegable, expanden los horizontes del corpus cinematográfico de la Gran Cuba.

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Preparan ambiciosa muestra de cine cubano en California

Por EXILDA ARJONA PALMER – 09 Agosto 2024

MARTÍ NOTICIAS

Fotograma del filme La mujer salvaje del director cubano Alán González que forma parte de la muestra "Cine Cubano sin Fronteras".

“Cine Cubano sin Fronteras” contempla la proyección de alrededor de 25 películas cubanas. El organizador dice que es la primera vez que se celebra un evento de cine cubano tan grande en California.

El Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive (BAMPFA) acogerá el evento “Cine Cubano sin Fronteras” desde el 23 de octubre hasta el 16 de noviembre de este año.

“Es una muestra muy importante para visibilizar el cine cubano, abrir puertas ampliando las voces de la cinematografía cubana que está cada vez más alejada de la industria y que burla la censura de muchas formas”, dijo el realizador cubano Lázaro J. González a Martí Noticias.

“Además es una oportunidad para repensar el estado del cine cubano desde perspectivas muy diversas donde una inmensa mayoría de los cineastas viven en el exilio, representando a la isla no solo desde su interior sino desde otros espacios”, enfatizó el también curador de la muestra.

“El ciclo rinde homenaje al cine de (Nicolás Guillén) Landrián y al cine del exilio, pero es también una mirada a lo que se está realizando en términos cinematográficos dentro y fuera de Cuba”, dijo.

El evento incluye la proyección del filme Landrián del realizador Ernesto Daranas, una restauración de la obra del primer cineasta negro de Cuba y las oscuras verdades que rodean la censura de su obra por parte de las autoridades culturales del régimen.

González dijo que en la muestra se proyectarán alrededor de 25 películas cubanas y que es la primera vez que se celebra un ciclo de cine cubano tan grande en California, “un lugar que está más alejado de la perspectiva de lo que sucede en la isla, donde el régimen le da la espalda a cualquier atisbo de creación independiente”.

La muestra incluye además La mujer salvaje, del realizador Alán González; Llamadas desde Moscú, dirigida por Luis Alejandro Yero; Mafifa de Daniela Múñoz Barroso, entre otros cortometrajes.

“En la cita se unen el debate y la proyección de cortos fílmicos donde se explora en primera persona la alteridad cultural y la desterritorialización, rindiendo además homenaje a las muestras realizadas por el Festival de Cine INSTAR”, concluyó González.

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Serie de cine cubano llega a la costa oeste de Estados Unidos

Por Cubanet – 9 agosto 2024

CUBANET

Fotograma de Hapi Berdey Yusimi in Yur Dey, corto de ficción de Ana Alpízar que forma parte de la serie “Cine cubano sin fronteras”

El Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive (BAMPFA), de California, Estados Unidos, acogerá el evento “Cine cubano sin fronteras” desde el 23 de octubre hasta el 16 de noviembre de este año, según informa la propia página web de la institución.

De acuerdo con la nota de presentación de la muestra, escrita por el periodista y realizador cubano Lázaro González, la serie no solo honra a los cineastas contemporáneos, sino que también rinde homenaje al pionero del cine cubano Nicolás Guillén Landrián (1938-2003). González subrayó que Landrián, quien sufrió la marginación y el exilio debido a la censura estatal, sigue siendo una figura emblemática para los cineastas cubanos que enfrentan desafíos similares hoy en día. 

Asimismo, aseguró que la serie celebra “la invaluable práctica curatorial de INSTAR [Instituto Internacional de Artivismo ‘Hannah Arendt’] al incluir muchos títulos proyectados en el festival, y también rinde homenaje al legado de Landrián con estrenos en la costa oeste de sus documentales recientemente restaurados”.

La creación del Festival de Cine de INSTAR en el año 2019 por la artista Tania Bruguera fue un momento crucial para el cine independiente cubano. Este festival, dedicado a apoyar la producción cinematográfica independiente, especialmente en países donde la libertad de expresión está amenazada, ha proporcionado una plataforma esencial para los cineastas cubanos. 

La serie también reflexiona sobre lo que la académica Ana López describió en los años 90 como el cine de la “Gran Cuba”, un corpus cinematográfico que busca reconstruir la historia e identidad nacional tanto dentro como fuera del exilio, escribió González. 

Las películas que serán presentadas ―entre las que se incluyen el documental Landrián, de Ernesto Daranas, y la cinta de ficción La mujer salvaje, de Alán González― no solo abordan la temática del exilio, sino que también exploran el simbolismo de la maternidad y el contexto de agitación política y social en Cuba.

“La serie es un testimonio del poder del cine independiente para desafiar y redefinir la narrativa nacional”, afirmó González.

Este evento es patrocinado por el Festival de Cine de INSTAR en colaboración con el Departamento de Cine y Medios de la Universidad de California, Berkeley. La serie también cuenta con la participación de destacados profesionales del cine cubano, como José Luis Aparicio Ferrera, Tania Bruguera, Luis Tejera de Altahabana Films, y Alfredo Calvino de Habanero Film Sales, entre otros.

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Tres mujeres que sueñan y hacen un país. Una conversación con el director de cine cubano Fernando Fraguela

Por ANTONIO ENRIQUE EDGAR ARIEL – 15 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘Mujeres que sueñan un país’ (2022); Fernando Fraguela (IMAGEN YouTube / Árbol Invertido)

Fernando Fraguela deja en claro algo: Mujeres que sueñan un país (2022) es una película que se hace para el presente, sí, pero sobre todo para el futuro. Mujeres que sueñan un país, con testimonios de la activista Daniela Rojo, la poeta Katherine Bisquet y de la profesora e historiadora de arte Anamely Ramos es una tentativa –tentativa por así decirlo– de llegar a algún lado. Pero ese otro lado es un sueño. Es el sueño de un país.

El documental quiere ser un negatoscopio que permite examinar la radiografía de tres mujeres que, en ese proceso de ensoñación, perviven dentro de la violencia de un sistema. Soñar es hacer. Soñar es, también, saber que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una imaginaria. Tres mujeres que viven bajo amenaza. Pero tres mujeres que saben, como dice Roberto Saviano en Los valientes están solos, que “la amenaza solo existe mientras gravita”.

Fernando, ¿en qué condiciones rodaste Mujeres que sueñan un país?

Mujeres que sueñan un país se rodó mientras yo estaba viviendo ya en España. Fue un equipo muy pequeño, tanto en La Habana como en Madrid y Miami, las tres ciudades donde se filmaron a Daniela Rojo, Katherine Bisquet y Anamely Ramos, respectivamente. La película contaba con un presupuesto muy pequeño y además estaba supeditada sobre todo a las complicadas agendas de Anamely y Katherine, que se encontraban en la vorágine de la emigración. En ese momento Anamely intentaba regresar a Cuba y comenzaba su campaña “Derecho a regresar”. En el caso de Daniela lo hicimos con el riesgo que supone tener un equipo de filmación en la casa de una opositora que ya había tenido vigilancia de la Seguridad del Estado en varios momentos.

En una ocasión dijiste que esta es una película “que se supedita a la premura con que fue hecha”. ¿Qué quieres decir con esto?

Debido al tema que trata y al interés mutuo tanto de Rialta en la producción como mío en la dirección intentamos que el estreno fuera lo antes posible. Esta premura estoy seguro que influye en algunas cuestiones de la factura final de la obra, pero también siento que la película está muy conectada con el espíritu de San Isidro, el 27N, e incluso las manifestaciones populares que se vivieron en ese verano [de 2021] a raíz de los cortes de electricidad en toda Cuba, que aún cargábamos los que participamos en ella. Creo que ese espíritu permea la película otorgándole una vibra, una carga determinada que hoy ya no existe. Me refiero a que muchos hemos perdido un poco las esperanzas de una caída inminente de la dictadura, en comparación con la letanía y la desidia que hoy se respira en varios sectores de la oposición y por desgracia en Cuba también.

Ha dicho Dean Luis Reyes que Mujeres que sueñan un país “condensa un tiempo que aún queremos comprender”. ¿Ese tiempo cómo lo vislumbras?

Sí, siento lo mismo que dice Dean Luis, tanto en el momento de realización de la película como en su posterior recepción. Sin embargo, el mismo ejercicio de hacerla forma parte de ese intento de comprensión. Creo que la obra en si funciona tanto como documento de consulta para el futuro, como de entendimiento de ese proceso que se vivió en Cuba para los no residentes en la isla, y, en otro nivel, como materia prima a la hora de realizar un análisis en profundidad de lo que constituyeron esos procesos y a dónde nos han traído.

Por su parte, Daniela Rojo confesó en una transmisión en directo que aceptó ser una de las protagonistas de la película porque es necesario decir “la verdad y llevarla a todos los rincones del mundo en el formato que sea, y decir lo que está pasando en Cuba, cómo la dictadura está oprimiendo a la gente, la represión, y todo lo que está pasando con los presos [políticos], yo pienso que es un deber de cada cubano que conserva la libertad”. ¿Cómo relacionas lo que dice ella con el cine cubano de hoy?

Relacionando mi respuesta anterior: estábamos viviendo un momento en que necesitábamos “hacer por Cuba”. En mi caso, soy realizador, no activista, y desde 2018 más o menos parte de mi obra ha estado en función de esa necesidad de contar Cuba en aras de lograr su libertad. Sin embargo, el cine cubano por mucho tiempo ha ocupado el lugar de una prensa independiente inexistente o altamente reprimida y controlada. Desde hace unos años ya los cubanos tienen en sus manos la posibilidad de ver toda la represión, la violencia y los crímenes que comete la dictadura a diario. El cine cubano independiente y los cineastas no necesitamos cargar con esa responsabilidad y podemos abordar Cuba desde otro lugar, más ahora que la mayoría vivimos procesos de migración. En mi caso, me interesa mucho más abordar la idea del futuro de Cuba, una vez caída la dictadura.

Siento que el documental, más que realizado desde una perspectiva femenina, tiene un carácter feminista. ¿Pudieras aclarar esta distinción?

No creo que la película tenga una perspectiva femenina. Casualmente, el equipo de realización fuimos todos hombres, cosa inusual en mi obra. Sí tiene ese carácter feminista; de hecho, de ahí partió la obra. La dictadura cubana es extremadamente machista, y ver a tantas mujeres siendo protagonistas en esta lucha causó una gran impresión en mí; además de que no creo en las sociedades patriarcales y aspiro a una sociedad inclusiva para el futuro de mi país. Incluso, deseo un gobierno con una perspectiva femenina.

Mujeres que sueñan un país se acaba de presentar en el Festival de Cine INSTAR. ¿Qué importancia le otorgas a este festival?

El Festival de Cine INSTAR me encanta; desde su primera entrega conecté con lo que estaban haciendo. De hecho, yo tenía el sueño de realizar un festival independiente en Cuba, sobre todo con la disolución de la siempre imperfecta Muestra Joven. Es una contradicción intentar crear un espacio de libertad bajo los presupuestos y espacios propios de la dictadura. Si bien el Festival puede mejorar en muchos aspectos –incluso creo que deberían hacerse más eventos como este dentro de Cuba–, la edición de este año ha sido excelente y la posibilidad de ver este tipo de cine en tantas ciudades, en diferentes continentes, y frente a un público tan variado, es un privilegio sin igual tanto para los realizadores como para el público que logre asistir.

Daniela Rojo, Katherine Bisquet y Anamely Ramos sueñan un país. Soñar es también una manera de hacer. Ellas sueñan y hacen un país. ¿Compartes esta idea conmigo?

Sí, por supuesto. Son protagonistas de la película no solo por el hecho de soñar ese país libre al que la mayoría aspiramos, sino por todo lo que hicieron y hacen en la construcción de ese sueño. Daniela lo resume de una manera que para mí es muy clara y reveladora. Nadie va a liberar a Cuba por y para nosotros, y el día de mañana nuestros descendientes van a ser tan víctimas como hemos sido. Yo quisiera que las futuras generaciones no se vean privadas de su país como lo estamos siendo nosotros hoy. Pero tampoco quiero que sean adoctrinadas en una escuela o violadxs en las escuelas en el campo, o torturados en el Servicio Militar, ni sufran tantos otros crímenes que por desgracia la sociedad cubana ha normalizado en el intento de sobrevivir.

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IV Festival de Cine INSTAR premia los documentales "Mafifa" y "La opción cero"

El Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) denunció en un comunicado el descrédito a que estuvo sujeta esta edición del Festival.

Redacción de CiberCuba – 12/12/2023 – 6:06pm (GMT-5)

CIBERCUBA

Cartel de la película Mafifa

El documental independiente Mafifa (2021), de Daniela Muñoz Barroso, fue premiado junto a La opción cero (2020), de Marcel Beltrán, en la IV edición del Festival de Cine INSTAR que transcurrió la pasada semana en siete ciudades de dos continentes, y en Cuba de manera virtual.

Mafifa, que realiza un sorprendente e interesante viaje a Santiago de Cuba a través de su cultura más autóctona y popular, fue galardonada con el premio Nicolás Guillén Landrián, correspondiente a 3,000 dólares. Mientras que el documental La opción cero, que narra el paso de un grupo de migrantes cubanos por la selva del Darién, se llevó una mención especial, consistente en 1,500 dólares.

Los integrantes del jurado, conformado por Paulo Antonio Paranaguá, crítico e historiador brasileño y una de las autoridades sobre cine latinoamericano; Dunja Fehimović, académica especializada en cine del Caribe y profesora universitaria en Reino Unido, y el guionista cubano Alejandro Hernández, ganador del Premio Goya en 2013, reconocieron a ambos largometrajes por reflejar un tema tabú en una concepción donde sobresale “la calidad conceptual y artística de las obras en relación a sus propuestas temáticas”.

Captura de Facebook/Instituto de Artivismo Hannah Arendt

La ceremonia de premiación y clausura celebrada de manera online elogió “la calidad y diversidad de las películas seleccionadas”, en un espacio que abre “la oportunidad de acercarse a distintas cinematografías del sur global, que no siempre cuentan con la presencia que merecen en los circuitos tradicionales de exhibición y distribución audiovisual”.

Asimismo, tuvieron palabras de celebración para los realizadores que logran “sobreponerse a sus adversas circunstancias de producción y entregar filmes que cuestionan de manera profunda sus respectivos contextos sociopolíticos”.

En esta edición del Festival, se buscaba explorar “el carácter transnacional del cine independiente cubano, así como su diálogo creciente con otras cinematografías, sobre todo con las de aquellas zonas también regidas por gobiernos dictatoriales o autoritarios”, señaló el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), fundado y dirigido por la artista plástica y activista Tania Bruguera.

La convocatoria causó incomodidad en las esferas estatales de la cultura cubana. La Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) lo calificó en un pronunciamiento como “un nuevo ataque a la cultura cubana”. Para el ente oficialista, los participantes pretendían “reescribir la historia y falsear las realidades de la nación”.

También la “no primera dama” de CubaLis Cuesta, dijo desde la red social X que “la Patria es la Cultura de su Pueblo, entonces, es muy predecible que los enemigos la ataquen, más de lo mismo, son tan pocos creativos los muy infelices. La Cultura revolucionaria la vamos a defender como nuestra independencia”, en clara referencia al Festival.

Por su parte, un comunicado de Bruguera, publicado en el perfil de Facebook de INSTAR denunció las maniobras del régimen para hacer infructuoso este evento.

“Los intentos de descrédito, el acoso y la persecución hacia nuestro festival, los artistas y los colaboradores que participaron en él, por parte de funcionarios públicos cubanos, así como de entidades influenciadas por el Estado-partido cubano, demuestran una vez más la naturaleza totalitaria del régimen que impera en la Isla”, expresó en el texto.

Captura de Facebook/Instituto de Artivismo Hannah Arendt

A la vez que criticaba “el uso público del término terrorismo cultural por funcionarios del Estado no es casual, es parte de un golpe coordinado que creen definitivo sobre los artistas que se cuestionan su realidad. Calculan mal los burócratas”.

En una edición que vinculó el apoyo y solidaridad de Artists at Risk Connection (ARC), PEN International y 29 organizaciones de la sociedad civil y centros PEN, que “nos recuerdan que no estamos solos en esta lucha por la libertad de pensamiento y la expresión artística en Cuba”.

Juntos, siempre podemos resistir la censura y crear un espacio para que florezca el arte y la libertad de pensamiento”, concluyó.

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Mafifa

Por Pablo Gamba – diciembre 12, 2023

LOS EXPERIMENTOS – BLOG DE CINE

La película ganadora del Festival INSTAR, Mafifa, se estrenó en 2021 en el IDFA, en Ámsterdam, estuvo en el Festival de La Habana en 2022 y ganó el premio al Mejor Largometraje Documental en el Festival de Trinidad y Tobago. Daniela Muñoz Barroso intenta construir en ella un retrato del personaje del título, una mujer de vida misteriosa que llegó a tocar la “campana macho” en la conga en Santiago de Cuba. Lo singular es la subjetividad de la búsqueda de Gladys Linares Acuña siguiendo la estela de su registro en la memoria oficial y los recuerdos de los que la conocieron, en un cine sensorial marcado por una limitación de los sentidos. Refleja así la progresiva pérdida de audición de la realizadora, que ya no pude escuchar el instrumento de Mafifa. 
 
Desde el comienzo como una road movie, en el viaje en bus hacia Santiago, el documental sumerge en su sensorialidad a los espectadores. No lo hace solo en la banda sonora sino también con una cámara que expresa la subjetividad del personaje de la cineasta. Se logra mediante los planos detalle, los movimientos de la cámara y, en particular, en la atención privilegiada que se presta a la boca de los personajes. Es el correlato de la experiencia de la que lee los labios de quienes hablan con ella. También de la que con la vista y el tacto percibe su presencia en un lugar, en contacto con todo lo que la rodea, pero a la vez a distancia porque no escucha ciertos sonidos. 
 
Esto, sin embargo, tiene la limitación propia de una película que no se presenta como documental experimental. Desde el comienzo hay también un contrapunto entre el sonido subjetivo y la voz narradora extradiegética, en la que el personaje de la cineasta se muestra tal cual es por cómo la escuchamos los que no tenemos hipoacusia. Su manera de hablar está al borde de lo ininteligible al comienzo para llamar la atención sobre esto, pero se hace más diáfana a lo largo de la película. Hay que destacar la valentía de Muñoz Barroso al mostrar en on, off y over su voz tal cual es, haciendo patente que entender lo que dice solo requiere un poco más de atención. 
 
En los planos auditivo y el visual hay, además, un ir y venir de esta ocularización y auricularización internas, siguiendo la terminología de Gaudreault y Jost, al grado cero en ambos casos. Lo más opuesto a lo subjetivo está en la voz extradiegética y, visualmente, en los planos aéreos del desplazamiento de la conga por las calles, en los que la perspectiva es la de una “meganarradora”, según estos mismos autores. 
 
La película también se destaca por el paralelismo entre la pérdida progresiva de audición, que lleva a la cineasta narradora a apelar a su recuerdo de los sonidos que ya no puede escuchar, y el relato de la investigación para armar el retrato de Mafifa con el recorrido por el lugar donde vivió, documentos y testimonios. Es evidente que los personajes nunca conocieron, ni dicen ni pueden decir toda la verdad sobre ella, como si la sociedad se hubiera hecho un poco ciega y muda en torno a la manera de ser y de vivir de una mujer que desafió el sexismo en la música y su vida personal. 
 
En este sentido, la búsqueda de Mafifa es también la de Daniela Muñoz Barroso de sí misma, que es otra una mujer en desajuste con su entorno, no solo por su condición auditiva sino como realizadora de cine independiente en Cuba. Así como la película hace sentir fuertemente la cercanía-distancia de la hipoacusia al comienzo, vuelve al final sobre lo mismo con el relato de la subida a una montaña, donde el personaje de la cineasta encuentra un lugar con el que puede sentirse en armonía por el silencio. El documental remarca así la limitación de los encuentros de la documentalista con los personajes, a los que ella siempre percibe como desde un mundo aparte. Es una problematización que es casi de rigor en el cine etnográfico de la actualidad. 
 
Este aspecto reflexivo de Mafifa se extiende a su construcción de los otros que son siempre los personajes de una película de este tipo. Entra en juego en esto la cultura afrocubana y sus tensiones con la que Paul Schroeder identifica como “modernidad socialista” hegemónica en Cuba, un proyecto de origen europeo que no deja de reproducir en esto la relación colonial, aunque sus aspiraciones sean otras. Tampoco el socialismo ha sido exitoso en la superación de las desigualdades tradicionales, como las de las mujeres con relación a los varones, ni del machismo. Son problemas con los que se toparon con rudeza los realizadores críticos del cine oficial del ICAIC, de lo que dan constancia obras maestras como De cierta manera (1974), de Sara Gómez. 
 
Hay que señalar, por tanto, que el ascenso a la paz de la montaña no constituye una respuesta escapista ni nada por el estilo en Mafifa. Por el contrario, desde esta consciencia de la diferencia con respecto a los personajes y la disonancia de la cineasta con su mundo, la película se sumerge en la cuestión neobarroca, igualmente señalada por Schroeder, de las tensiones entre la modernidad socialista y una cultura afrocubana que se ha modernizado con la revolución, pero también por su capacidad de sobrevivir en tensión con ella o en resistencia, como diría Bolívar Echeverría. Entran en esto en juego también los géneros, la rebeldía de las mujeres de diversas culturas y condiciones sociales contra la hegemonía de los varones, e incluso la problemática noción de “discapacidad”, por la manera como Muñoz Barroso desafía el estereotipo.
 
Esto abre otra puerta a la identificación de la cineasta y los espectadores con los personajes, ya no como “pueblo” de la manera oficialista como esto se entiende. Muñoz Barroso percibe en la danza, y los toques de tambor y campana un encuentro de los cuerpos afrocubanos consigo mismos en la Cuba socialista. Es una manera de decir que Gladys Linares era la mujer que quería ser, y que sus paisanos llamaron Mafifa, cuando bailaba y tocaba muy fuertemente la campana. Conlleva el reconocimiento en los danzantes de la identidad africana que se resiste a una modernidad colonizadora en estos movimientos, así como en Mafifa también se resistía al machismo. Hay una parte de la película en la que entran en juego la lluvia y el fuego en relación con esto, lo que abre la imaginación de los espectadores a otra manera de estas personas de estar en el mundo, de relacionarse con sus elementos. 
 
Pero la pregunta sigue siendo si Daniela Muñoz Barroso, la cineasta, y nosotros, los espectadores y espectadoras, estamos condenados a permanecer en el otro polo de esa tensión, el de la modernidad socialista o la “modernidad liberal”, también identificada por Schroeder y que es colonialista por antonomasia, frente al pueblo moderno que resiste. La interrogante surge del “progreso” al que están ligados el documental etnográfico y el cine de arte como espectáculo para el disfrute de una élite ilustrada. 
 
La respuesta podría ser que no, que de algún modo sí podemos ubicarnos del otro lado de esas tensiones. En el intento subjetivo de Mafifa de sumergirnos en el torrente humano de la conga percibimos la violencia con la que la policía actúa para mantenerlo dentro del cauce del “orden”, como temiendo que la resistencia pueda desbordarse en revuelta o rebelión. Sentimos vicariamente un eco terrible del trato de látigo y garrote propinado a los esclavos, como si a nosotros también nos estuvieran “encauzando” con su violencia los agentes. Y no es una cuestión meramente imaginaria. Sería estando realmente frente a un enemigo común como este que podríamos encontrarnos todos, a pesar de nuestras diferencias, en un pueblo sin comillas.

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'Mafifa' y 'La opción cero', galardonadas en el IV Festival de Cine INSTAR

Las dos películas independientes cubanas obtienen premios por reflejar un tema tabú de su sociedad, según palabras del jurado.

Madrid 

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Fotograma de 'Mafifa', de Daniela Muñoz Barroso. RIALTA

El filme independiente cubano Mafifa (2021), de Daniela Muñoz Barroso, recibió el premio Nicolás Guillén Landrián que otorgó el jurado del IV Festival de Cine INSTAR, mientras que La opción cero (2020), de Marcel Beltrán, mereció una mención especial.

Ambos largometrajes fueron reconocidos por reflejar un tema tabú, entre los 15 audiovisuales de creadores de la Isla presentados durante la pasada semana en siete importantes ciudades de dos continentes, y en Cuba de manera virtual. El galardón principal está dotado con 3.000 dólares y la mención con 1.500.

De acuerdo con los integrantes del jurado, integrado por Paulo Antonio Paranaguá, crítico e historiador brasileño y una de las autoridades sobre cine latinoamericano; Dunja Fehimović, académica especializada en cine del Caribe y profesora universitaria en Reino Unido, y el guionista cubano Alejandro Hernández, ganador del Premio Goya en 2013; para acordar su veredicto atendieron a “la calidad conceptual y artística de las obras en relación a sus propuestas temáticas”.

En un encuentro onlinelos jurados celebraron el festival por “la calidad y diversidad de las películas seleccionadas”, aparte de ofrecer “la oportunidad de acercarse a distintas cinematografías del sur global, que no siempre cuentan con la presencia que merecen en los circuitos tradicionales de exhibición y distribución audiovisual”.

También reconocieron “la resiliencia, valentía e inventiva de los realizadores para lograr sobreponerse a sus adversas circunstancias de producción y entregar filmes que cuestionan de manera profunda sus respectivos contextos sociopolíticos”.

“Me parece de suma importancia la labor del Festival INSTAR en difundir y promover el cine de jóvenes creadores cubanos, sobre todo a la luz de la desaparición de la Muestra Joven, que fue durante muchos años un espacio crítico fundamental para tantos, incluidos varios de los cineastas cuyas obras han concursado para este premio”, enfatizó Fehimović.

La profesora señaló que el evento refleja “la evolución, o el estado actual del cine cubano, o de sus practicantes más jóvenes. Me refiero al enfoque trasnacional de la programación y de las proyecciones, lo que resalta una visión del cine cubano expansiva, conectada al resto del mundo y a dinámicas sociopolíticas y corrientes creativas internacionales”.

La artivista cubana Tania Bruguera, directora del Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), adelantó que el Festival ha recibido propuestas de otras tres ciudades del mundo para organizar sus exhibiciones en 2024, cuando se debe celebrar su quinta edición.

“Queremos que sea una fiesta y un lugar de encuentro y de discusiones serias e importantes para los cineastas”, subrayó.

El Festival, con curaduría del cineasta cubano José Luis Aparicio, y que tuvo como eje presentar la obra de realizadores exiliados, sesionó en salas de cine y centros culturales de Barcelona, París, Miami, Nueva York, Ciudad de México, Buenos Aires y São Paulo. También pudo ser visto desde Cuba de forma online a través de la plataforma Festhome.

El concepto que guio la edición fue el carácter transnacional del nuevo cine cubano, así como su diálogo creciente con diversas cinematografías, sobre todo las de aquellos países regidos por gobiernos dictatoriales o autoritarios. 

Además de cortometrajes y largometrajes de realizadores cubanos, esta edición contó con obras de cineastas de Haití, Irán, Nicaragua y Venezuela. Sus directores viven exiliados debido a la situación represiva que padecen sus países de origen.

El régimen cubano lanzó una campaña de desprestigio contra la muestra a través de los medios oficiales y las redes sociales de funcionarios del Ministerio de Cultura y el aparato ideológico, mientras que el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana excluyó de su programa a última hora a Llamadas desde Moscú, de Luis Alejandro Yero, exhibida en el Festival de Cine INSTAR.

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‘Hojas de K’, una película urgente. Entrevista con la cineasta nicaragüense Gloria Carrión

Por ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS – 11 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘Hojas de K’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)

Hojas de K. (2022), de la nicaragüense Gloria Carrión, trenza en una sola voz los testimonios de varias mujeres nicaragüenses reprimidas por el régimen de Daniel Ortega durante las protestas masivas de abril de 2018. En los primeros días de este diciembre, la realizadora centroamericana sumó esa verdad múltiple a los gritos de libertad creativa reunidos en la selección oficial del IV Festival de Cine INSTAR –que culminó la víspera con la premiación del documental Mafifa (2021), de la cubana Daniela Muñoz Barroso.

El silencio absoluto en que los estados totalitarios sueñan sumergir las posturas y representaciones divergentes de su monocorde versión de la realidad será siempre desafiado –y, a la larga, derrotado– por esos discursos que escapan en el viento, como hojas ligeras.

A través de Messenger y WhatsApp llegaron las respuestas de Gloria Carrión a mis interrogantes sobre los procesos, motivos y consecuencias de las páginas clandestinas que escribe la protagonista plural de Hojas de K. Esas que han logrado escurrirse entre las muradas represoras para revelar otras versiones de la realidad: los rostros subyacentes tras la sonrisa congelada que presenta el régimen al mundo.

K. es un cuerpo colectivo representado como una joven estudiante. ¿Todos los testimonios compilados son entonces de adolescentes y jóvenes? ¿O también contaste con los de otras generaciones?

La mayor parte de los testimonios fueron brindados por mujeres jóvenes. Entre adolescentes y jóvenes de un máximo de 22 o 23 años. Entrevisté a un total de diez. Solo dos eran mayores. Una tenía como 40 años y la otra tenía 30. Todas participaron, en distintas zonas del país, en las protestas cívicas de abril de 2018.

Me encontré con cada una de ellas, ya sea de manera presencial o virtual. Estábamos en el mismo país, pero algunas residían en otras zonas. Otras no podían salir de sus casas porque estaban bajo asedio policial. Las encontré a través de organizaciones feministas de base, y también de derechos humanos, con las que yo estaba cooperando. Y fue a través de ellas que hice los contactos.

La verdad es que residía en Nicaragua en ese momento; todas estábamos residiendo en Nicaragua. Y me comuniqué con todas. Sin embargo, cuando terminé la última entrevista, me di cuenta de que mi centro de pensamiento, donde trabajaba, estaba siendo perseguido. Ya no pude continuar realizando entrevistas.

De hecho, iba a filmar una serie documental sobre el levantamiento cívico de abril antes de irme de Nicaragua: ya no pude hacer eso. Y me llevé los testimonios conmigo, en mi maleta. Tuve tres días para salir del país, por la represión, y cuando salí, y logré desempacar la maleta, pues recordé que tenía estos audios. Y la animación se convirtió en la única manera posible que encontré para contar esta historia.

La mayoría del equipo creativo de Hojas de K. emplea seudónimos. ¿Cuáles son los peligros a los que se arriesgan de revelar sus nombres?

La mayoría del equipo creativo usa seudónimos, y el peligro a que se arriesgan es ser ellos mismos víctimas de la persecución estatal, [y también] riesgos para sus familias, hasta el exilio forzado. En Nicaragua la situación es tan terrible, por la represión, por la violencia estatal, que haber participado en un corto como este pues puede tener consecuencias muy grandes, incluso la cárcel. Porque ahora ya nadie está exento de terminar en prisión por decir o hacer cosas que contradigan la versión del gobierno sobre lo que sucedió en 2018.

Póster de ‘Hojas de K.’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)

Si alguno de los miembros del equipo reside aún en Nicaragua, ¿puede decirse que la Hojas de K. es una “coproducción” entre la Nicaragua física y la Nicaragua diaspórica?

Puede decirse definitivamente que Hojas de K. es una coproducción entre la Nicaragua física y la Nicaragua diaspórica, sin duda alguna. De hecho, la empecé a concebir, y la terminé, estando ya en el exilio, colaborando con personas que estaban dentro del país. Se puede afirmar eso definitivamente, y creo que también es un testimonio sobre la resiliencia de los cineastas nicaragüenses, quienes, al igual que las y los creadores cubanos, tratamos de hacer cine y contar nuestras historias a pesar de las adversidades y la persecución la política.

¿Reconoces alguna influencia creativa fílmica o de otras artes en Hojas de K.?

Pues definitivamente la literatura tiene una influencia enorme en mi trabajo. Amo la poesía, me encanta; pero también la narrativa. Leo mucho; de hecho, entré al cine a través de la literatura y creo que nunca la he la he dejado atrás. Siempre ha sido como un terreno de mucha inspiración, un mundo creativo personal; forma parte de mi constelación creativa, de mi universo creativo.

El título y la estructura visual que tiene el corto justamente se asemejan a los de un diario. Son como hojas que son escritas a escondidas, pasadas, intercambiadas a través de las rejas de las celdas. La idea era dar esta sensación de diario personal, de diario de la memoria personal. Sin dudas encuentro en la literatura mucha inspiración. También en la pintura. Toda la escuela impresionista me gusta mucho, y hay algo de esto también en la forma en que las manchas, los colores, invaden la pantalla. Dialogo mucho con la pintura. Mis trabajos tienen como un elemento plástico, me parece, que siempre me gusta explorar. Me encanta ahondar en estas fronteras entre las artes, y un poco ser desobediente. Nunca muy purista en nada.

Still de ‘Hojas de K.’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)
Still de ‘Hojas de K.’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)
Still de ‘Hojas de K.’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)
Still de ‘Hojas de K.’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)

Hojas de K. es una película de animación; entonces, ¿qué ventajas y/u obstáculos has tenido para participar en festivales, para distribuirla?

Creo que por el hecho de que Hojas de K. sea una animación documental ya a veces cuesta presentarla, sobre todo, a festivales o espacios más tradicionales para exhibir cine documental, donde se considera lo documental como algo aún muy de estructura lineal o tradicional. Entonces, en esos espacios ha sido complejo poderla mover.

Me han cuestionado el hecho de considerarla un documental, y creo que tiene mucho que ver con una conversación que se está dando cada vez más; pero definitivamente vale la pena continuar: todos los géneros se están contaminando.

Porque la verdad es que todo es una puesta en escena. No creo mucho (desconfío mucho) en la representación documental como una imagen que puede revelar la verdad. Para mí no existe la verdad como una cuestión completamente monolítica. Me parece que es más complejo eso, y también creo que esta contaminación, por así decirle, entre los géneros, y entre las distintas formas de contar una historia, pues se asemeja mucho a la vida y se parece mucho a algo que fluye, está vivo, y no tiene una sola forma de contarse. Creo que tiene mucho que ver con esto que te decía de la desobediencia de la forma que me atrae tanto. Y sobre todo porque me parece que en sí mismo tiene la semilla de la libertad.

Busco mucho eso: poder escribir, contar, narrar en libertad, desde la libertad y para la libertad. Y más en un contexto de persecución y adversidad política. Me parece que es muy importante, o al menos a mí me da mucha fuerza y ganas de seguir contando cosas, resistir a través de las historias, a través del cine y del arte. Me parece fundamental para seguir viva.

¿Hojas de K. ha sido visionada en Nicaragua, ha sido distribuida de alguna forma en tu país?

No ha sido visionada en Nicaragua. No ha habido ninguna forma de distribuirla por el control férreo que hay, pero también porque, hasta cierto punto, me siento responsable del equipo que trabajó conmigo. Y la verdad es que no quiero exponerlos a ninguna repercusión ni nada de esto. Entonces aún no hemos dado el paso para distribuirla en Nicaragua.

Pero espero que en algún momento sí logremos hacerlo, porque me encantaría que esta película se viera en Nicaragua. Es una película fundamental para el país, y también para la región, sobre todo en el marco del auge de los gobiernos autoritarios y dictatoriales que tristemente van ganando espacio. Me parece que es una película muy urgente.

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Cuatro directores hablan sobre el IV Festival de Cine INSTAR

Por EDGAR ARIEL – 10 diciembre, 2023

RIALTA

Durante la filmación de ‘Camino de lava’ (2023), de Gretel Marín; película incluida en el certamen del IV Festival de Cine INSTAR (IMAGEN YouTube / Rialta Ediciones - IV Festival de Cine INSTAR: La Guía [episodio 4])

Termina este domingo la cuarta edición del Festival de Cine INSTAR. Su vigorizada presencia –en esta ocasión como concurso– confirma la necesidad de una reflexión sostenida en torno a la producción, distribución y configuración del cine que se realiza en zonas periféricas, a menudo con agendas reivindicativas, y a través de mecanismos disidentes. Al respecto, hemos encuestado desde Rialta Noticas a varios de los participantes en esta cita cinematográfica. Ellos son el realizador, guionista y periodista cubano Carlos Melián, la realizadora nicaragüense Gloria Carrión, el también cineasta cubano Ricardo Figueredo y su colega venezolano Jhon Ciavaldini.

Lo hacemos a partir de los siguientes presupuestos e interrogantes… El IV Festival de Cine INSTAR se ha desarrollado por estos días con una perspectiva transnacional. Sus organizadores insisten en comprometerse con aquellas cinematografías “arriesgadas” y que “exploren los límites de lo insólito, de lo experimental: los límites de la creación”. Entonces, ¿cómo valoras la emergencia de este festival y su apoyo a cineastas independientes en entornos subalternos?; en tanto observador y/o parte del fenómeno, ¿cómo valoras los caminos actuales del cine cubano y su carácter diaspórico?

Carlos Melián

Me gustaría que el festival creciera, que fuera un punto de encuentro y debate de la diáspora cubana. Pero también siento que eso puede ser muy aburrido. La diáspora debería salirse de sí misma, de sus viajes en círculo, quizá a través de la idea de exilio.

Por ejemplo, en esta muestra vi un filme haitiano que me hizo caer en la cuenta de que no siempre podemos ver filmes de Haití. En ese sentido fue mucho más importante INSTAR para ponerme en contacto con Haití. Haití se parece mucho a Santiago de Cuba. A Cuba. Estaban hablando de nosotros ahí. Nos une la ruina. Así que se me desmoronó la idea de que un festival para la diáspora cubana podría ser divertido o útil.

Quizá sea bueno enmarcarlo en un festival para el Caribe. Lo que quiero decir es que el cine cubano como diáspora, como exilio, no me interesa. Es frustrante que solo pudiéramos aspirar a que se nos enmarque como diáspora. Deberíamos salir corriendo y huir de esa etiqueta que solo lleva a los cines a gente anticapitalista y simpatizante de Cuba. Ese público de nicho no me interesa, me entristece. Hay que quemar todo eso.

Los caminos actuales del cine cubano en la diáspora o el exilio me parecen tristes. Si antes viviendo en Cuba llegábamos a los mercados de coproducción sin amparo financiero de nuestros institutos de cine, ahora en la diáspora estamos condenados a hacer películas muy precarias. No veo porvenir, la verdad. O quizá sí; quizá el porvenir será hacer pelis que satisfagan nuestras pulsiones creativas, pelis minúsculas, pelis que de alguna manera repliquen el empuje de la industria cubana: inexistente. Pelis que se filman en un patio, en una casa, alrededor de una mesa. Cosas así, amordazadas en la pobreza.

Cartel del IV Festival de Cine INSTAR (IMAGEN Facebook / Instituto Internacional de Artivismo «Hannah Arendt» )

Si en cambio pensamos el cine fuera de la categoría de diáspora, sin los jalones que esto supone, es menos complicado concebir que alguno de nosotros logre hacer pelis importantes. O sea, la visión de diáspora, politizada, es la que empobrece la imaginación. Es como colectivizar el cine cubano de la diáspora. O como otorgarle una condición dialéctica, que camina hacia el porvenir con un destino inmanente. Debemos enfocarnos en gestionar ayudas económicas a la producción, desarrollo, pero no del cine cubano, sino del cine y ya. En fin, un lío.

Gloria Carrión

Tuve el honor de ser jurado de los Premios PM 2023 de este año y pude, a través de esta experiencia, darme cuenta de la vitalidad que tiene en este momento el cine cubano independiente. Quedé muy impresionada con la diversidad, la fuerza y la valentía de los cineastas cubanos.

Me parece que la adversidad y los desafíos que le propone a estos artistas el exilio es una suerte de motor creativo. Algo que me ha dejado muy impresionada es la llama que está encendida en cada uno de estos cineastas esparcidos por el mundo. A pesar de todas las dificultades, a pesar de toda la persecución y de la censura, sacan recursos y construyen sus propias formas de narrar lo vivido, la realidad de Cuba, tanto desde la isla como desde el exilio. Me parece que esa potencia es una forma de resistir, de continuar narrando a pesar de la adversidad. Eso es absolutamente loable y necesario.

Creo, además, que los retos que están viviendo los artistas cubanos en el exilio tienen mucho en común con lo que estamos viviendo los cineastas nicaragüenses o venezolanos en el exilio. Ahí hay un potencial narrativo muy potente y la posibilidad de dialogar entre nosotros y poder encontrar nuevos esquemas de producción, nuevas maneras de contar, nuevos riesgos a tomar.

Siempre quiero dejar en claro que para mí el exilio no es solo una limitante; también es la posibilidad de replantear los límites del lenguaje cinematográfico, y es una oportunidad para seguir contado.

El Festival INSTAR juega un rol primordial en la promoción del cine de la subalternidad. Creo que espacios como INSTAR son muy pocos, y que la tengan tan clara de promover este tipo de cine hecho en la adversidad, bajo persecución, bajo censura y en contextos tremendamente difíciles. Eso en el mundo globalizado, y tan enfocado en la rentabilidad, me parece que es loable y urgente.

Este tipo de cine que no es realizado en medio de comodidades, es urgente, necesario, y tiene que ser visto, apoyado, distribuido. INSTAR logra esta misión con creces. Admiro y aplaudo el trabajo de curaduría, promoción, y el sentido de misión para/con los cineastas subalternos.

Still de ‘Hojas de K.’ (2022); Gloria Carrión (IMAGEN hojasdek.com)

Ricardo Figueredo

El Festival de Cine INSTAR es una especie de oasis para los cineastas cubanos que estamos en la diáspora y para muchos otros cineastas que no encuentran el espacio idóneo, indicado y natural para promover sus obras. Me parece una brillante idea y un acto de fe y de voluntad de Tania [Bruguera] hacia sus colegas cineastas. Es algo que siempre le agradeceré.

El festival me parece, ante todo, un acto de valentía. Lo valoro y considero mucho. Ojalá que todos los países que tengan problemas con su cinematografía tengan una persona como Tania con esta impronta de hacer un festival con películas que nadie quiere poner.

El cine cubano no está en sus mejores momentos. Está en un momento oscuro, como mismo está todo el país. Toda Cuba está bajo la censura y la represión hacia los artistas. Es muy lamentable lo que está pasando en este entorno. Pienso que INSTAR es una especie de lumbrera que le da luz a todo esto. Demuestra que no es imposible hacer un festival donde se puedan poner las obras de los cineastas prohibidos, marginados… Es también una manera de darle un golpe a los gobiernos dictatoriales. Ojalá dure muchos años este festival.

Jhon Ciavaldini

El festival exuda una necesidad de existir ante el aumento de la diáspora cubana –el éxodo de intelectuales y de una generación de grandes cineastas que han ganado reconocimiento a nivel mundial–, de la censura, y la falta de espacios dentro del país; más aún con el cierre de la Muestra Joven ICAIC.

Creo que los organizadores han logrado ver que estas necesidades y problemas existen en otros países con regímenes autoritarios; muchos incluso son aliados del Estado cubano. Esto nos permite estar navegando las mismas aguas, tener puntos en común, y por ende se hace más necesario el diálogo entre nuestros países. Una manera de hacerlo es a través de nuestro cine, luchando contra la propaganda y la censura. El hecho de que mi película, llena de imágenes de represión del Estado venezolano, esté disponible en Cuba, y que alguien pueda verla y contrarrestar la imagen que dan los medios oficiales de un régimen aliado, es algo que me llena de una gran exaltación.

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Miguel Coyula y Rafael Ramírez: los multiversos de dos auteurs cubanos

Por MAYTÉ MADRUGA – 09 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘Las campañas de invierno’ (2019, Cuba-Venezuela-México); Rafael Ramírez (IMAGEN Cortesía del Festival de Cine INSTAR)

En su ensayo De la política de los autores, el crítico francés André Bazin decía: “La política de los autores consiste, en resumen, en elegir la perspectiva personal en la creación artística como un estándar de referencia y asumir que esta progresará de una cinta a otra. Se reconoce que existen ciertas películas de gran calidad que escapan a esta teoría, pero estas serán consideradas sistemáticamente inferiores a aquellas que posean una estampa personal del autor, a pesar de lo mundano que pueda ser el escenario donde transcurre”.

Definir un auteur sigue siendo un ejercicio complejo y cada vez más remoto en este siglo XXI. En Cuba, el concepto devino paradigma definitivo y aspiración a ultranza; por muchos años, algunos renegaron de toda forma diferente de asumir y consumir el cine.

No obstante, las ideas de Bazin funcionan como brújula para el análisis de dos realizadores cubanos: Miguel Coyula y Rafael Ramírez. Ambos creadores, con una obra cinematográfica validada tanto por academias como en certámenes cinematográficos, poseen varios puntos en común, más allá de “elegir la perspectiva personal en la creación artística”, que denotan la producción de una poética cinematográfica constante e inspiradora para sus congéneres.

En la IV edición del Festival de Cine INSTAR, los directores fueron incluidos en las presentaciones especiales con los largometrajes Corazón azul (Miguel Coyula; 2021) y Las campañas de invierno (Rafael Ramírez; 2019). La película de Coyula se proyectó este viernes 8 de diciembre en la Maison de l’Amérique Latine, en París, y el filme de Ramírez se exhibe este sábado en e-flux Screening Room, en Brooklyn, Nueva York, y está disponible hasta mañana para las audiencias de Cuba en la plataforma online Festhome.

En Las campañas…, el western predomina como género: dibuja el ambiente, los sentimientos, la presencia extrañada y a la vez consecuente del ser humano en medio de la naturaleza, en contraposición con la ciencia ficción distópica y el fin del mundo elucubrado en Corazón azul. En estos escenarios ficcionales, los personajes de Ramírez tienen la certeza de la búsqueda; los de Coyula, el convencimiento del desamparo. Así aparecen ante cámara, los unos con rostros difuminados, los otros con la molestia y el desasosiego muy nítidos. Cada ser en Las campañas… parece irrumpir en el plano; cada “engendro” de Corazón azul quiere huir de este.

Ambos realizadores tienen una extrema facilidad de reimaginar escenarios. Ramírez, con una fotografía extrañada y una corrección de colores superlativa, en que el gris simboliza el invierno, lo mustio. Coyula, con la intensidad lúdica que ofrece el espectro de efectos visuales, todos susceptibles de ser recortados para que el director/montador/supervisor de VFX los reconfigure y recontextualice.

Ambos hablan de este mundo. Ambos lo habitan. Pero han decidido crear otros universos en su interior. Ramírez y Coyula buscan narrativas cinematográficas que trasciendan lo pactado, lo realista. Es en el terreno de la imaginación donde encuentran su lenguaje autoral. Un simple río es el río hacia el infierno; un edificio es la antena que sintoniza el apocalipsis.

En las religiones y filosofías hinduistas, el alma es el primer cuerpo, guía y representación del corazón. En ese sentido, la película de Ramírez puede definirse como un camino que busca los diferentes estados del alma. Esas mismas nociones también le prestan mucha atención a la mente, a la que suelen identificar con el  ego, que siempre aboga por una individualidad aparentemente separada de lo divino.

Fotograma de ‘Corazón azul’ (2021); Miguel Coyula

Pudieran identificarse en Corazón azul los caminos del ego. Pero en el rastreo es bueno apartarse de los juicios negativos y preconcebidos. El ego es una alarma, una advertencia para que todos seamos conscientes de nuestro origen, de nuestra raíz, la cual la buscan incesantemente los personajes en el filme de Coyula.

Desde esos lugares, ambos directores no ven en la cámara un dispositivo calcador de realidades, sino un tercer ojo que percibe estados alterados, esencias intuitivas, las cuales pueden estar ya en la composición audiovisual o pueden insertarse luego en la isla de edición. En cualquiera de los casos, el pretexto es la realidad primigenia; el objetivo: la construcción de sentidos enfocados en lo sensorial, que indagan en la relación semióticamente arbitraria de las cosas.

Si algo distingue a estos dos autores es que todo puede ser resignificado mediante el acto (o gesto) de filmar. La cámara es una nave con destino al multiverso; el plano es solo un portal, un cuadrado dentro del cual las diferentes dimensiones se desarrollan.

Cada cosmos creado por ellos da la sensación de partir de contextos cerrados en apariencia. Pero se van ampliando con cada visionaje de los espectadores. En última instancia, tanto los personajes de Corazón azul como de Las campañas de invierno pueden considerarse experimentos de realidades paralelas. La diferencia entre ambos es que los del primer filme no están satisfechos con tal experimentación, mientras que los del segundo deambulan por los espacios, convencidos de su necesidad. Hay una disposición en los caracteres de Las campañas…  a aceptar un destino pactado, simulado, como en un videojuego. En los de Corazón azulpredomina la resistencia ante lo inamovible, ante destino dibujado por otros.

Ambos autores encuentran en el cine de género el recurso ideal para el desmontaje de todas las formas del poder: la historia como relato centralizador en Las campañas…; el poder político e ideológico del gobierno cubano en Corazón azul.

La tradicional asociación de la ciencia ficción y el western con el entretenimiento es utilizada por estos cinestas para, desde lo lúdico, desmembrar lo reconocido como autoritario.

El idioma, la palabra como dispositivo transnacional, es otro elemento distintivo en Rafael Ramírez y Miguel Coyula. Cada lengua, compuesta por sonidos característicos, posee ritmos y cadencias diversas que enriquecen las narrativas de sus películas. Y los sitúan en el vasto panorama cinematográfico internacional, a la vez que constituyen devoluciones intelectuales de las influencias y formaciones respectivas.

Fotograma de ‘Las campañas de invierno’, 2019, de Rafael Ramírez

Para estos autores el cine es un territorio sin delimitaciones rígidas, incluso cuando sus filmes entran en una clasificación “genérica”. El cine como lenguaje es para Coyula y Ramírez un repositorio de sus creatividades, de sus formas de aprehender el mundo. Sus cosmogonías beben de la literatura que crean, del anime y de los videojuegos que consumen, de disímiles saberes que trasmutan en narrativas fílmicas.

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Cortos experimentales de Fernando y Miñuca Villaverde

Por Pablo Gamba – diciembre 10, 2023

LOS EXPERIMENTOS – BLOG DE CINE

Un programa de películas experimentales del matrimonio Villaverde, realizadas entre 1970 y 1978 en los Estados Unidos, formaron parte del Festival INSTAR. Estuvo integrado por los cortos Poor Cinderella, Still Ironing Her Husband Shirt (1978) y To My Father (1973), de Miñuca Villaverde, y Apollo Man to the Moon (1970) y A Lady’s Home Journal (1972), de Fernando Villaverde. Además de ellos se exhibió el mediometraje documental Tent City (1980), realizado por Miñuca Villaverde. 
 
Los Villaverde fueron parte del ICAIC y partidarios de la Revolución Cubana hasta 1965. Ese año, las tensiones entre los cineastas y el poder que recorren la historia del instituto cubano de cine los llevaron a tomar la decisión de irse del país, convencidos de que su lugar no podía estar en el sistema socialista que se construía en Cuba. 
 
Fernando Villaverde aportó uno de los cortos de la época del despegue del ICAIC que hoy más se valora, El parque (1963), cuyos personajes melancólicos que hacen vida en una plaza chocaban con el entusiasmo que los cuadros políticos aspiraban a que difundiera el cine. La situación se hizo más difícil para el cineasta por causas análogas cuando terminó Elena (1965), su contribución al frustrado largometraje colectivo Un poco más de azul. El aborto de su primer largometraje como director, El mar, terminó de impulsarlo hacia el exilio junto con su esposa, que también trabajaba en el ICAIC como guionista y como actriz, por ejemplo en Elena
 
Al instalarse en Nueva York, después de haber intentado radicarse en París, los Villaverde compraron una cámara para hacer películas. Lo hicieron inspirados en particular por Jonas Mekas, en cuya cinemateca quizás encontraron un cine nuevo el que no pudieron hacer en Cuba.  Los cortos del programa se destacan por su apropiación del underground estadounidense.
Poor Cinderella… es una película que bien puede aspirar a formar parte de un canon histórico del cine experimental latinoamericano, si es que algún día tal cosa llega a definirse. Es un corto de reciclaje, hecho con material descartado de otra película de Miñuca Villaverde, Blanca Putica. A Girl in Love (1978). Por la manera como la realizadora trabajó el collage, la intervención y fragmentación del material fílmico, el copiado y el ritmo, me hace pensar en los trabajos de Malcolm Le Griece como antecedente, y en lo que va a haría después Peter Tscherkassky.
 
Es notable el dominio de las técnicas que demuestra la realizadora. Pero si Le Griece señalaba el trabajo basado en la intervención física, los procedimientos de laboratorio y la refilmación como característicos de una vertiente del cine estructural, el corto de Miñuca Villaverde está marcado, sobre todo, por una tensión entre esa exploración de la materialidad y la sabiduría artesanal del cine, por un lado, y el cuerpo y la sexualidad de la mujer, por otro. Carolee Schneeman es una referencia obvia en este otro sentido, ya que es una película sobre una mujer que hace el amor. Pero el título, la intervención, la fragmentación y el montaje abstracto, basado en repeticiones, apuntan de modo inquietante en una dirección opuesta a la liberación sexual. 
 
Con esta sensibilidad para el placer, pero cuestionadora e incluso rebelde, si se quiere, contrasta la mirada al padre y la familia reunida en torno a él en su casa de Texas, cuando estaba próximo a morir, en To My Father. Es, obviamente, una película de amor de la hija, pero también de observación de los cuerpos y la dinámica del grupo. 
 
Miñuca Villaverde filma en momentos que van de la pose frente a la cámara, en una curiosa “foto familiar” para el cine, a la presencia de los mismos personajes en el jardín, gozando de sus cuerpos bajo el sol, mientras que el protagonista se muestra allí en una silla de extensión, con un terrible aspecto que me hizo creer que podía haber expirado sin que nadie a su alrededor se diera cuenta, como si incluso no hubiera habido alguien que lo notara tras la cámara que lo registra.
Es de eso que trata To My Father: de la fragilidad de la vida, que puede irse de un momento a otro en ciertas circunstancias, y de la posibilidad que tiene el cine de hacer que instantes de la vida de una persona queden registrados y puedan repetirse para siempre. Este es un cortometraje sobre una familia, y sobre cómo una película nos puede dar la ilusión, tan humanamente necesaria, de que es posible vencer a la muerte y traernos de vuelta la imagen viva de aquellos que se ha llevado, lo que se conjuga aquí con el contraste entre el blanco y negro y el color. 
 
En la última parte de To My Father hay el registro de un viaje, presumiblemente el regreso de Texas, hecho desde un auto que corre por autopistas. Construye una representación del paisaje como un territorio ajeno, por el que se transita a gran velocidad. Esto me lleva al comentario del primero de los cortos de Fernando Villaverde en la muestra: Apollo Man to the Moon
 
Apartándose del camino de los sentimientos de los exiliados en los Estados Unidos hacia el país del que se fueron, como los del clásico del cine de la diáspora cubana El Súper (1979), de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, el cineasta opta por investigar la mirada del extranjero a una Nueva York que se le presenta extraña, inhóspita, y cargada, por tanto, de ironías con respecto a la promesa de libertad de “América”. Lúcidamente expresa esto en un plano de la estatua emblemática, distorsionado por el registro con poca luz, y los motivos de la Luna en un cielo en el que no se ha cerrado la noche y la llegada de los primeros astronautas estadounidenses. 
 
Personajes melancólicos como los de El parque vuelven a verse en esta película. Sin embargo, al revés de lo que sucede en el corto cubano, los deshumaniza su desplazamiento como masa uniforme por pasillos y escaleras mecánicas. Apollo Man the the Moon se presenta así como una amarga parodia de las vibrantes sinfonías urbanas de la vanguardia. Esto incluye el contraste de ese espacio exterior y el espacio doméstico interior de una familia que parece de otro planeta.
La ironía es lo que podría vincular Apollo Man to the Moon con A Lady’s Home Journal, otra que debería figurar en el utópico canon experimental latinoamericano. Es una película feminista en la que Fernando Villaverde se identifica como realizador en colaboración con su esposa. En ella exploran el choque entre la imagen que se exige a las mujeres “en sociedad”, como se dice, que es un ámbito patriarcal en el que la dominante es la mirada de los hombres, y las tentativas de fuga hacia la creación de otras imágenes, en un espacio que ni siquiera es el “hogar” del título, el ámbito doméstico, sino en la privacidad del baño, también a veces una pieza, en soledad. 
 
Pero el espacio interior de este cortometraje es también terrible. Puede ser un microcosmos que reproduce allí el mundo de cuyas miradas la protagonista intenta escapar. El abismo se reabre ante ella en el mismo baño, donde trabaja sobre su cuerpo preparándolo para su exhibición pública, y en una escena con ella echada en el piso, como un regreso a la infancia, jugando en un cuarto con la casita de muñecas en su versión educativa moderna de los sesenta de Fisher-Price. 
 
Un aspecto de sorprendente actualidad de este corto es el despliegue de diversas facetas incongruentes del yo de la protagonista. Hay otra parte en la que se presenta como una gitana tarotista y en otra como una bailarina de inquietante erotismo, con el cuerpo tatuado, pero también como jardinera literalmente etiquetada y como un ángel que es como una enamorada romántica. Esto tiene como correlato un contraste de la iluminación realista en unas partes y el marcado claroscuro en otras, así como también de diversos temas musicales. A diferencia del montaje que divide el corto en segmentos, los segmentos de música se solapan por momentos, lo que añade complejidad a esta representación polifacética, aunque claustrofóbica, del yo.
Así como es irónico que esta búsqueda de ser sí misma por la mujer, de darse su propia imagen, desemboque en versiones de sí misma que no dejan de corresponder a las expectativas masculinas, también lo es que siempre se muestra aquí para la mirada de otro tras la cámara, que es un hombre. Detrás de esa hay incluso otra mirada masculina, la male gaze del espectador. Creo que en este sentido hay que interpretar los planos en los que el personaje de Miñuca Villaverde desaparece y vuelve a aparecer, titila en la imagen porque el único lugar posible del encuentro consigo misma es una mirada para nadie, una no-mirada, en síntesis, la invisibilidad. 
 
Hay que subrayar el contraste de Poor Cinderella… y A Lady’s Home Journal con la pacatería que ha caracterizado siempre al cine cubano hecho en el marco de las instituciones del Estado ‒no el de cineastas independientes como Jorge Molina, por poner un ejemplo relativamente conocido‒. Adivino en esto otra razón por la que los Villaverde pudieron haber marcado distancia con una Revolución no solo poco abierta en lo tocante a la profundidad de los sentimientos sino nada revolucionaria en lo que concierne a los cuerpos. Pero si el socialismo en Cuba no logró producir un “hombre nuevo” ‒y el uso de la expresión exclusivamente en masculino no es casual‒, la transformación de la que Fernando y Miñuca Villaverde comenzaron siendo parte en la isla cristalizó haciendo de ellos una pareja de nuevos cineastas en Nueva York. 
 
Esto marca también la mirada de Tent City, un corto realizado por Miñuca Villaverde en otra etapa de su vida, cuando se mudaron de esa ciudad a Miami. Es una película de cine de urgencia. Registra a un grupo de los cubanos recién llegados por miles a los Estados Unidos en el llamado “éxodo del Mariel”, en 1980, instalados bajo un puente en un “campamento” de carpas militares.

El gobierno de la isla calificó a estos emigrantes de “lumpen”, de “escoria social”. La realizadora va más allá de desmentir esto con su mirada y los testimonios grabados para hacerse cómplice de varios de estos inmigrantes en la libre expresión de la disidencia de sus cuerpos del sistema socialista de Cuba por lo que respecta a su homosexualidad y travestismo. Tent City es por esto no solo una película urgente sino también característicamente underground, marcada por una sensibilidad avanzada para su época en el contexto latinoamericano. Además de precederlo, se distingue en esto de la paradójica representación convencional de otro clásico del cine del exilio cubano: Conducta impropia (1984), de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal.

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‘Mafifa’, de la cubana Daniela Muñoz Barroso: Premio Nicolás Guillén Landrián del IV Festival de Cine INSTAR

Por RIALTA STAFF – 10 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN Vimeo Estudio ST)

El largometraje documental Mafifa (2021), de la realizadora cubana Daniela Muñoz Barroso, es la película ganadora, por unanimidad, del Premio Nicolás Guillén Landrián del IV Festival de Cine INSTAR. Igualmente, fue reconocida con una mención especial La opción cero (2020), del también cubano Marcel Beltrán.

Tal como lo define en el fallo del galardón, Mafifa –cuyo estreno fue en el Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam (IDFA)– sería entonces la obra que mejor refleja y explora, entre las 15 concursantes, “una temática tabú de su sociedad correspondiente”. En la decisión se tuvo en cuenta, sobre todo, “la calidad conceptual y artística de las obras en relación a sus propuestas temáticas”, subraya el breve texto dado a conocer en la tarde de este domingo.

Integrado por Dunja Fehimović (Bosnia y Herzegovina), profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad de Newcastle; el crítico e historiador de cine Paulo A. Paranagua (Brasil), y el guionista y escritor Alejandro Hernández (Cuba), el jurado de esta edición destacó “la calidad y diversidad de las películas seleccionadas, así como la oportunidad de acercarse a distintas cinematografías del sur global, que no siempre cuentan con la presencia que merecen en los circuitos tradicionales de exhibición y distribución audiovisual”.

Asimismo, según se lee en el acta, “reconoció la resiliencia, valentía e inventiva de los realizadores para lograr sobreponerse a sus adversas circunstancias de producción y entregar filmes que cuestionan de manera profunda sus respectivos contextos sociopolíticos”.

Los cineastas distinguidos recibirán tres mil (Muñoz Barroso) y mil 500 dólares (Beltrán), respectivamente, lo que corresponde a la dotación del lauro auspiciado por el Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt”.

Durante la transmisión en vivo del premio, el brasileño Paranagua resaltó la potencia fílmica de Mafifa, que consideró “una auténtica revelación”. Se mostró impresionado tanto por la búsqueda, entre las brumas de la memoria popular, del personaje de Mafifa, una legendaria campanera de la conga en Santiago de Cuba, como por la búsqueda íntima que emprende, a su vez, la propia Daniela Muñoz Barroso.

“Es una película que me parece muy intensa, muy fuerte, muy emotiva, y a la vez muy lúcida. Es una película que me ha tocado mucho”, confesó, notablemente emocionado, el prestigioso experto cinematográfico.

Cartel de ‘Mafifa’ (2021), de Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN Cortesía del IV Festival de Cine INSTAR)

“No puedo ocultar cómo toca mi corazón y cómo, al mismo tiempo, estoy admirado de ver la inteligencia de la realizadora y de su equipo”, agregó. “Agradezco mucho la ocasión de haberla visto y espero que ustedes también, muchos, puedan verla pronto”.

Acerca de La opción cero de Beltrán (Premio del Jurado en MiradasDoc 2022), Fehimović afirmó que “ejemplifica la evolución del documental con las nuevas tecnologías, y el valor testimonial y artístico que [estas] brindan, en manos de un director reflexivo y creativo”.

Por otra parte, la académica asentada en Inglaterra puso de relieve que “al insistir en reconocer obras que tratan temas tabúes, el festival recuerda que el cine es condicionado y responde a contextos muy específicos y puntuales. Las obras en competencia, todas de una calidad muy alta, demuestran y escenifican esa dinámica”.

Póster de ‘La opción cero’; Marcel Beltrán (IMAGEN Cortesía del entrevistado)

“Me parece de suma importancia la labor del festival INSTAR en difundir y promover el cine de jóvenes creadores cubanos, sobre todo, a la luz de la desaparición de la Muestra Joven, que fue durante muchos años un espacio crítico fundamental para tantos, incluidos varios de los cineastas cuyas obras han concursado para este premio”, reflexionó Fehimović. “Sin embargo, esta edición del festival propone algo que refleja tal vez, incluso mejor, la evolución, o el estado actual del cine cubano, o de sus practicantes más jóvenes [:] me refiero al enfoque trasnacional de la programación y de las proyecciones, lo que resalta una visión del cine cubano expansiva, conectada al resto del mundo y a dinámicas sociopolíticas y corrientes creativas internacionales”.

Luego, la artivista cubana Tania Bruguera –directora de INSTAR e impulsora principal de este festival– agradeció tanto a los cineastas que cedieron sus obras como a las audiencias que acudieron a salas en ciudades como Barcelona, Buenos Aires, Ciudad de México, São Paulo, París, Nueva York o Miami.

También a quienes se conectaron desde Cuba (más de cien visualizaciones) para ver las películas programadas a través de la plataforma online Festhome.

“Sabemos lo difícil de acceder a Internet, y lo costoso”, dijo la artista. “Este festival se creó para la audiencia cubana, y siempre vamos a tener eso como uno de nuestros puntos principales de trabajo”.

Por último, Bruguera anunció que INSTAR ha recibido propuestas de otras tres ciudades del mundo para organizar exhibiciones de este evento el año próximo. El propósito, apuntó, es continuar creciendo y, asimismo, atraer a más realizadores extranjeros.

“Queremos que sea una fiesta y un lugar de encuentro y de discusiones serias e importantes para los cineastas”, dijo.

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La sagrada familia. Linajes y legados en el IV Festival de Cine INSTAR

Por ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS – 09 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘La música de las esferas’ (2018); Marcel Beltrán

Los autores de un significativo número de películas que integraron la selección oficial del IV Festival de Cine INSTAR asumen la familia cual gran dispositivo para entenderse a sí mismos como sujetos culturales, históricos, emocionales, políticos, sociales. Son hijos de los sueños que soñaron otros, en medio de ruinas circulares.

La familia resulta entonces un surrealista espejo de Magritte en que contemplan sus espaldas, escudriñan pasados, encuentran preguntas antiguas para articular las dudas del presente. Como si se tratara de una gran esfinge que no deja de retarlos con numerosos y simultáneos enigmas.

Autorretratos de grupo

Lo documentales To My Father (Miñuca Villaverde, 1973), La música de las esferas (Marcel Beltrán, 2018), El hijo del sueño (Alejandro Alonso, 2016), Los puros (Carla Valdés León, 2021) y la ficción haitiana Agwe (Samuel Suffren, 2022) resultan verdaderos autorretratos de grupo, cartografías de la pre-existencia, profecías del pasado, diarios del autodescubrimiento de una identidad múltiple.

Fotograma de ‘To My Father’, filme de Miñuca Villaverde (IMAGEN Vimeo)

Incluido en el festival, y en este análisis, en tanto antecedente fundamental, la cinta de Villaverde –uno de los primeros abordajes al cine de archivo familiar que hiciera una cineasta cubana– repasa las últimas imágenes del padre recién fallecido. A la par, parece registrar la desesperación íntima con que se corre a fijar los recuerdos del ser cardinal que acaba de desaparecer; el miedo a que la existencia del fallecido se diluya en el inmisericorde anonimato que ha devorado a miles de millones de vidas, y con ello todas las connotaciones, los simbolos de un tiempo que persistía en su carne. Es el azoro ante la irremisible toma de conciencia de la transmutación del presente en pasado.

Con la desaparición del padre se desvanece el posible último anclaje afectivo a la Cuba que Miñuca Villaverde dejara atrás, años antes, junto a su esposo Fernando. Así que también se apresura a fijar la memoria de Cuba en su película. En el exilio, el padre se expandió en nación. El cariño que ella le profesa se ha desdoblado en un patriotismo no asumido como la devoción suicida de la propaganda y la épica, sino como la suave seguridad que inspira la sola mención del nombre nacional, lo confortable del grupo en que se habla el mismo idioma, o la idea coherente que tenemos de nosotros mismos cuando nos autodefinimos como cubanos.

En Los puros, legataria estética de To My Father, Carla Valdés León despliega un ejercicio evocativo y una disección generacional a través del registro cinematográfico de una experiencia eminentemente familiar, convirtiéndonos en espectadores privilegiados de la construcción de la memoria. La realizadora hereda los recuerdos de sus padres, los asimila, los convierte en fundamentos de sus propias reminiscencias, y construye su percepción.

Fotograma (detalle) de ‘Los puros’ (2019); Carla Valdés (IMAGEN Facebook / Ciervo Encantado)

A lo largo de la película, Carla Valdés León contrasta las imágenes de la juventud de sus padres, y de ella misma cuando niña, conservadas en viejas diapositivas y cintas de video. Su mirada adulta ejerce un inevitable, aunque cariñoso enjuiciamiento. Es un gesto necesario para entender la influencia del pasado familiar sobre su presente personal, para discernir el rol de su estirpe en la contemporaneidad que comparten.

Carla, sus padres Yohanka y Félix, profesores de filosofía, han presenciado derrumbes de utopías y paradigmas sociopolíticos, experimentado el colapso de ilusiones y alucinaciones colectivas, vivido la consecuente crisis de valores. Mientras los filma junto a varios antiguos condiscípulos, todos rememorando las experiencias y sorpresas de cuando estudiaban en la Unión Soviética de la perestroika, Valdés León se planta frente al espejo de Magritte. Testimonia en silencio, fuera de campo, su relación con el presente de Cuba, heredera forzosa y tozuda del legado soviético.

Fotograma de ‘El hijo del sueño’ (2016); Alejandro Alonso (IMAGEN Vimeo / Vía: rialta.org/)

El hijo del sueño y Agwe, por otra parte, se lanzan a interrogar fantasmas migrantes, seres que abandonaron sus tierras natales, y sus propios cuerpos, antes del tiempo que les fue otorgado a Alejandro Alonso y Samuel Suffren, pero que continúan siendo presencias ineludibles. Han condicionado las historias familiares, definen los respectivos presentes.

Alonso y sus padres sueñan despiertos con su tío Julio Alonso quien, como Miñuca Villaverde y su padre –como el propio realizador, décadas después–, se alejó de Cuba. Ya entonces, el régimen decretaba la inmediata condición espectral de los “traidores” que abandonaron el paraíso. La isla era la única realidad admitida oficialmente. Fuera de sus costas aguardaba el olvido, la anulación de la identidad y hasta de la propia condición humana.

Con El hijo…, Alonso intenta reconstruir a su tío como certeza, otorgar a su recuerdo la materialidad del celuloide con que filma la película: le permite encarnar en algo concreto, palpable como las postales y cartas que mandaba a su familia –pruebas de la posibilidad de vida más allá de Cuba. Termina recuperando una parte inconsistente de su pasado, consigue revelar en lo posible una de las aristas imprecisas, nebulosas, de su linaje, que dificultan su autopercepción.

La voz enmudecida del tío debe recuperar el timbre, las palabras, para que el entramado ancestral de la identidad esté completo. Su tío tiene que desaparecer como tormento y resurgir como sosiego.

Suffren dedica la película a su padre, quien partió de Haití décadas atrás y nunca regresó. El mar le vedó la posibilidad de alcanzar las tierras prósperas que una vez se prometió conquistar. La pérdida del cineasta es compartida por muchos haitianos, por muchos otros ciudadanos del resto del mundo que han visto mutiladas sus familias por el éxodo.

La falta de registros o testimonios sobre la travesía, el posible naufragio, la suerte definitiva de su padre, lo obliga a recrear una de tantas posibilidades. Suffren opta por la ficción y otorga a su historia una dimensión alegórica.

El niño Agwe deviene personaje colectivo, totalidad huérfana, añoranza global. Todos esos hijos de la ausencia –herederos de los desesperadas impulsos migratorios que rigieron las vidas de sus ascendientes– son los finales tiernos y tristes de innumerables historias de amor truncas. Su linaje es el de la fuga; su futuro es una duda esparcida en las aguas del mundo.

De ‘Agwe’ (Haití, 2022); Samuel Suffren (IMAGEN estivaldecineinstar.com)

Familia, racialidad, racismo

La música de las esferas transita por senderos cercanos a la película se Suffren, en tanto aborda los fatalismos de la racialidad en el Caribe, que sellan las suertes de millones, víctimas de la persistencia del colonialismo, sus modos, jerarquías y fundamentos racistas.

El largometraje de Marcel Beltrán resulta una suerte de viaje a la semilla, una exploración de las rutas que recorrieron sus padres desde el seno de sus familias, sus juventudes, decisiones y amores, hasta los nacimientos del cineasta y su hermano Darío. Como Agwe, el filme es también una historia de amor, pero aborda este sentimiento como sublimación de la consecuencia personal de los personajes. La venida al mundo del realizador acusa un gesto emancipador.

Cuba es un país racista; no ha dejado de serlo. Pocas generaciones nos separan de siglos de esclavitud. También es, cada vez más, un país clasista.

Póster de ‘La música de las esferas’; Marcel Beltrán (IMAGEN Cortesía del entrevistado)

La vida de Marcel ha pasado por el desafío directo a tales presupuestos, es resultado de la ruptura con la discriminación heredada como acto reflejo. Su madre, blanca y descendiente de una familia de clase media acomodada, se enamoró de su padre, negro y de familia humilde. Es una situación tan elemental como esencial para decodificar las lógicas raciales y racistas de la nación.

En el documental Camino de lava (Gretel Marín, 2023), la mínima familia que integran Afibola Sifunola y su pequeño hijo Olorun Sile recorren en sentido inverso el mismo camino que propone La música… Registra momentos del proceso de conformación de la identidad del niño protagonista, instruido por su madre, primera y definitoria maestra.

Afibola busca concientizarlo tempranamente sobre su lugar en la historia, como heredero de un linaje colectivo, de una cultura segregada por la supervivencia de los cánones coloniales racistas; pero a la vez persigue dotar a Olorun de un poderoso albedrío que solo se alcanza mediante una comprensión nítida del pasado.

El futuro del niño es impredecible, pero su autorreconocimiento como sujeto sociocultural y político lo ayudará a construirse un proyecto de destino, un ideal de vida más cercano a la plenitud. Afibola resume en sí una fuerza ancestral, que apoya pero no adoctrina, aunque su discurso raye todo el tiempo en la militancia. El pasado de Olorun ha sobrevivido gracias a su resiliencia, y la batalla eterna por la prevalencia y la dignidad deja hondas, numerosas cicatrices.

Fotograma de ‘Camino de lava’ (2023); Gretel Marín

Familias y abismos

Las ficciones Corazón azul (Miguel Coyula, 2021) y El rodeo (Carlos Melián, 2021) invitan (tientan) a transitar por el lado oscuro de la familia, asumida respectivamente como aberración biologicista y linaje cancelado.

El largometraje de Coyula propone una distopía de corte biopunk, existencial y sardónica a la vez, en que un desesperado Fidel Castro decide crear una raza de hombres y mujeres “nuevos”, de “súper revolucionarios”, mediante la manipulación de su propio ADN. Un grupo de mujeres son fecundadas in vitro sin su consentimiento, y la represión de la voluntad –no solo el sueño de la razón– solo puede producir monstruos.

Los mutantes terroristas que remueven los cimientos de una Cuba futura, aún controlada por el régimen castrista, son resultado de la instrumentación de la familia, del parentesco utilitario fomentado sin reparar en los nexos afectivos que terminan definiendo con mayor contundencia lo familiar como una red sentimental consensuada, equilibrada.

El Castro de la película asume el linaje como método de perpetuación ad infinitum, la casta como extensión obediente de sus propios sentidos y extremidades. Persigue la inmortalidad y la ubicuidad a través de la replicación genética, de la clonación de su voluntad. Desprecia la singularidad de cada individuo. Niega la tendencia –marcusiana– de la progenie a desafiar a los progenitores, a exigirles que entreguen (usurparles) su reinado temporal sobre el mundo.

Fotograma de ‘Corazón azul’, Miguel Coyula, dir., 202

El modelo de familia de Corazón azul es el más retrógrado, enfermo, trágico, pero bastante común a lo largo de la historia humana. Gestar implica responsabilidades infinitas para los padres y ninguna obligación para los hijos. Fabricar descendientes para garantizar estatus y poder solo puede desembocar en una variante biológica de la esclavitud.

El rodeo, por su parte, es el abismo que observa a quien lo mira durante demasiado tiempo. En su centro tenebroso anida una familia que ve mutilado su futuro tras la muerte del primogénito. Los ancianos Niña y José han vivido una existencia sitiada por la imposibilidad, por la frustración, que simboliza el islote donde residen. Antaño era el punto más alto de un pueblo que se ahogó en una presa artificial. Ahora es una madriguera de náufragos.

El deceso del hijo cercena su última posibilidad de legar algo al mundo. José intentó construir un rodeo en el pueblo, según se explica a lo largo del relato fílmico, pero el fracaso selló su proyecto. El descendiente no pudo expandir sus esperanzas, tener alguna alegría, realizarse donde sus padres fallaron. La familia es también un viaje en el tiempo de una posibilidad colectiva, revitalizada en cada generación. La interrupción de este periplo anula para muchos el sentido de la existencia.

Niña y José están tan desesperados como el Fidel Castro que imagina Coyula. La vida se ha encargado de esterilizarlos y aislarlos. Todos los caminos están cortados. Su pasado yace bajo las aguas, su futuro bajo tierra. Son seres marginados en una esquina del tiempo; solo les queda decidir el momento y la manera de morir. Son también víctimas de la estrecha concepción de la familia como consanguinidad directa, pues a su alrededor pulula el cariño de otros parientes y amistades que acompañan su partida, que los recordarán.

Fotograma de ‘El rodeo‘ (2021); Carlos Melián (IMAGEN Vimeo / Estudio ST – Trailer)

La familia es un fantasma que sobrevuela el cine cubano. Atormenta y redime. Aterra y apacigua. Alerta y tranquiliza. Es principio y final. Camino múltiple. Obsesión y sosiego. Vida y muerte. Sonido y furia…

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El retrato de Mafifa. Conversación con la cineasta Daniela Muñoz Barroso

Por MAYTÉ MADRUGA – 08 diciembre, 2023

RIALTA

Still de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN estudiostcuba.com)

Mafifa y Daniela tienen en común la memoria. La primera aún corre el riesgo de no formar parte del relato histórico; la segunda utiliza la memoria para entender/se el mundo. Este es uno de los hilos de Ariadna que las une y que les permitió encontrarse en ese laberinto que fue el rodaje, la construcción de la película documental Mafifa.

La obra audiovisual es parte de la competencia del IV Festival de Cine INSTAR y se podrá ver este viernes 8 de diciembre en Zumzeig Cinecooperativa de Barcelona, España; el sábado 9, en el Centro Cultural General San Martín, en Buenos Aires, y el domingo 10 de diciembre volverá a estar disponible –tras la sesión del martes pasado–  en la plataforma online Festhome.

Sobre cómo se entrecruzan los caminos de esas dos mujeres, la realizadora cubana Daniela Muñoz Barroso conversó con Rialta Noticias.

¿Si tuvieras que hablar de tu rol en Mafifa, hablarías de sinceridad o exposición? ¿Por qué?

Creo que mi rol en la película fue una especie de puente natural para conectar con el personaje de Mafifa, o la idea de quién pudo haber sido esta mujer. Al inicio, como siempre, no sabíamos qué película iba a surgir; solo sabía que me interesaba muchísimo construir un retrato de esta mujer, y por ahí comencé la investigación, las preguntas de persona en persona intentando encontrar alguien que la hubiera conocido… Esa investigación me puso a viajar, y en el viaje encontraba una ciudad desconocida para mí, que me cautivaba principalmente por sus sonidos, sus ruidos, su fuerza. Y a medida que preguntaba sobre Mafifa, la mujer, como que la pregunta rebotaba de diferentes formas hacia mí y hacia las otras mujeres que encontraba en ese viaje. Eran preguntas que generaban y enlazaban puntos en común entre todas estas personas, pero sobre todo entre las mujeres –y no solo quienes encontraba en el camino, también en quienes me acompañaban en ese momento, Leila [Montero], Glenda [Martínez Cabrera], una parte de Carlos [Melián] y, luego en el montaje, Joanna [Montero]. Entonces, además de sinceridad o exposición, hablaría de impulsos, de energías. Creo que participar/aparecer en la película fue una forma de responder yo también a esas preguntas y acompañarnos entre todas en ese viaje.

Daniela Muñoz Barroso, cineasta cubana (FOTO estivaldecineinstar.com)

No sé si me explico, a veces me pongo abstracta… Hubo un hecho definitivo para aparecer en la película: la idea de que no podía escuchar la campana de Mafifa. Partiendo de este punto, el viaje comenzó a tomar otras formas por todo lo que esto podía significar. La ausencia de… la huella de… la búsqueda de…

El Occidente cubano, lugar donde naciste, y el Oriente, lugar que visitas, son parte de una misma nación, pero tienen diferencias de vida, de cultura. ¿Fue este un cuestionamiento a tener en cuenta durante la filmación y posterior montaje de la película?

Son partes de una misma nación, pero muy distantes entre sí. En los viajes al Santiago en carnavales, o a la Villa Clara en parrandas, yo encontraba siempre algo muy real, un rostro de una isla que entra en trance en estas fiestas y se muestra tal cual. Yo tenía una sensación de que en esos momentos yo podía acceder a una parte de la historia, o del pasado. En el acto de recrear la tradición, conectaba con una Cuba que fue y de la cual queda poco. Durante estas fiestas populares entran en un contacto muy directo la Cuba presente y la que podía haber sido. Vuelvo a las abstracciones. Como que yo siento que hay un subconsciente colectivo que entra en trance y se libera de todos sus dolores a través del baile, el alcohol, la religión y la música, y que tal vez por eso ese trance tiene movimiento y es tan intenso, porque hay una especie de búsqueda, también de soltar algo. Para mí eso es la conga o es el fuego de una parranda. Y el sonido es un factor fundamental aquí, porque describe ese trance, lo acompaña e, incluso, a veces lo protagoniza.

Escena de ‘Mafifa’ (2021), de Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN Cortesía del IV Festival de Cine INSTAR)

En La Habana yo podría encontrar también algo de realidad y verdad, por supuesto, pero no es la que me interesa retratar; tal vez porque ya mucha gente lo ha hecho. Entonces siempre prefiero ir a los márgenes, escuchar las historias de personas que son diferentes a mí y que tienen mucho que aportarme como ser humano, como documentalista y también como cubana. Luego viene encontrar cómo entrelazar todo eso y transmitirle esa emoción tan abstracta a la gente… Yo siempre siento que en Mafifa quedaron muchas cosas por decir, quedaron ideas sembradas que asoman su cabecita en la tierra y hay quienes las ven y hay quiénes no. Yo siempre pensé en ir a Santiago y seguir filmando; incluso después de un mes de filmación me fui a los pueblos costeros, pueblos que muchos están amenazados con las inundaciones del mar… Y allí por ejemplo encontré una mujer hermosa que vive en un pueblito que se llama Mar Verde, donde los huracanes han destruido todo, y las personas que quedan allí es porque no se quieren ir, pero saben el riesgo que representa. Pero yo había decidido en ese momento continuar el viaje completamente sola, y no filmar, solo escuchar…

Luego viré a la Habana con la idea de revisar todo el material, trabajar en un guion y volver a Santiago, pero llegó el COVID-19… y bueno… lo demás es sabido.

Suele verse como “algo” normal que lxs realizadorxs asuman la producción de campo, sobre todo de películas que pueden inscribirse como documental. ¿Para ti que también tienes una vasta experiencia en este rubro, se “confunden” la productora y la realizadora? 

Siempre se me confunden; por eso siempre trato de que Leila me acompañe, jajaja. La Daniela productora produce para otros proyectos, pero muy poco o muy mal para sí misma. Yo siento que no le doy a veces a mis proyectos los tiempos que necesitan. Pero, bueno, por suerte Estudio ST no soy yo sola. Somos un grupo creativo donde a la hora de la verdad contamos los unos con los otros.

Durante la filmación siempre trato de estar acompañada por una persona más, un equipo muy íntimo, y a veces incluso estoy sola. Pero otras veces siento que lo ideal sería estar con tres personas: un sonidista, una productora/asistente de dirección y yo haciendo dirección y foto. Todos participamos del viaje y de dirigir el rumbo que toma el camino.

Antes y después del rodaje es mucho más fácil para mí producir, pensar una estrategia financiera, un calendario, un equipo de trabajo, etc.

Fotograma de ‘Mafifa’, Daniela Muñoz Barroso, dir., 2021.
Escena de ‘Mafifa’ (2021), de Daniela Muñoz Barroso (IMAGEN Cortesía del IV Festival de Cine INSTAR)

La reconstrucción de personajes femeninos en el cine es un camino entre el descubrimiento y la reivindicación, ¿cuál es el primero para ti en Mafifa? 

¡El encuentro! O sea, supongo que sería el descubrimiento, pero no me gusta decir “descubrir” porque todas estas mujeres ya estaban ahí con su vida y sus historias maravillosas. Para mí es fascinante ese momento de encontrar a la otra persona y conocernos. Luego viene esa necesidad de capturar su huella en esa cápsula del tiempo que es el cine.

Lo considerado “tradición” o “tradicional” es un aspecto que te llama la atención como realizadora, ¿lo pondrías siempre desde la mirada del cuestionamiento o desde la reconstrucción de una memoria histórica? 

Creo que sin querer respondí un poco a esta pregunta con la otra. Es una mezcla de ambas cosas. Yo creo que tiene que ver con entender un poco de dónde venimos. Qué guardan esas tradiciones de lo que fuimos antes y de lo que somos ahora, y por qué. Trato de entender la historia como un ser que habita el presente y con el cual choco y converso. También como una forma de estar yo aquí y ahora.

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‘Home’ y ‘El hijo del sueño’, de Alejandro Alonso: la tierra que pisa nuestro cine

Por MAYTÉ MADRUGA – 07 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘El hijo del sueño’ (2016); Alejandro Alonso (IMAGEN Vimeo / Vía: rialta.org/)

“Aprendemos a vernos a través de la fotografía”; es una de las frases más conocidas del ensayo Sobre la fotografía de Susan Sontag. Sin embargo, en la obra del realizador cubano Alejandro Alonso tal pareciera que existe una voluntad expresa de desaprender a reconocernos a través de la fotografía, de las imágenes en movimiento. Ahí encontramos marcas, manchas, oscuridades que provienen acaso del mundo onírico.

También algunas películas de Alonso pudieran relacionarse con la frase que inicia el ensayo Nuestra Américade José Martí: “cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”. El diálogo entre las palabras de Martí y las imágenes de Home (2019) y El hijo del sueño (2016) construiría otros mundos posibles, identidades mixturadas, formas indefinidas de lo consciente.

Ambos filmes integran el programa de presentaciones especiales del IV Festival de Cine INSTAR. Están disponibles hasta el 10 de diciembre en la plataforma online Festhome, y se proyectarán en la sala e-fluxScreening Room en Brooklyn, Nueva York, este sábado 9 de diciembre.

Al director cubano siempre le ha interesado la intervención sobre la imagen, en movimiento o fija, que abra portales a un entendimiento más sensitivo, menos lineal, más deconstructivamente circular. Conceptos y nociones profundamente ensayados, como la nación, la identidad o la madre, encuentran en estas dos películas un contrapunteo incisivo.

Madre y patria no solo son palabras. ¿O sí? El hijo del sueño se fue a un país con numerosas poblaciones nombradas Cuba, pero allí no ha encontrado su nacionalidad. El sonido, y por consiguiente la palabra, le da forma al mundo. Las palabras ilustran los sentimientos, y las imágenes –seleccionadas por el realizador– son la mente que divaga, que no es capaz de distinguir claramente.

La memoria es algo imprescindible para narrar los sueños, para crear la nación. La patria suele a veces ser tan desprendida con sus hijos como una madre; por eso es importante que esas postales no sean regaladas, que no corran el riesgo de caer en otras manos, en otra historia… Las postales son el vínculo matérico entre madre e hijo. Entre un ciudadano y su nación de origen.

Dice la filosofía yóguica que todos tenemos un número determinado de respiraciones. En El hijo…, esas inhalaciones son un mecanismo de cuerda, con un ritmo propio y una cantidad limitada de giros.

Hay varias formas de orientarse en este mundo. La memoria puede ser una, pero esta memoria a menudo se mezcla con precisiones fútiles, fechas, coordenadas. Son estas, en última instancia, pequeñas guías para algo impermanente, adornos de una imagen difusa que busca apelar al sentimiento, a la reconstrucción de un sentido otro, de una patria otra.

¿Qué es una idea? En el plano sutil, la idea es pensamiento puro. De forma prematura, una idea se convierte en un prejuicio. En tiempos demorados, la idea se convierte en algo sobreanalizado, que no se materializa. El cine como dispositivo hacedor de ideas es otra de las formas que definen estas dos obras de Alonso.

En Home la idea de nacionalidad se deconstruye a partir de la interrogación a los supuestos originales o auténticos que permitirían al individuo autodefinirse. Alonso pone esa noción en crisis. Pues es solo así que pueden surgir nuevas formas de mirarse, de percibirse. Cuando tu nombre no es único, cuando las ideas se repiten, cuando las historias que nos definen son hasta cierto punto similares, cada construcción identitaria es un plano cerrado, una imagen deteriorada, un fragmento de algo más grande que se escapa, se confunde, queda velado como una foto sobreexpuesta.

Home”, para los hispanohablantes, es “casa”. Asimismo, la palabra “homeland” se traduce al español como “patria”: en ese camino simbólico se pierden elementos físicos como la tierra, y también la alusión directa al hogar. Según la versión en línea del diccionario británico Collins, la palabra “homeland” es utilizada para designar el país en que uno nace, o el que haces tu hogar. Para sumergirse en las películas de Alonso, es importante resaltar esta segunda acepción: convertirlo en hogar.

Tanto en Home como en El hijo…, el metraje induce a tomar acción, a creer y reconfigurar lo que cada individuo debe llamar “casa”, y cuán pertinente es o no sustituir la sensación de lo doméstico, del calor del hogar, por la inmensidad abstracta que plantea la palabra “patria”. El tío del realizador, Julio César, decidió que su hogar último sea su familia, su madre. Entonces, su sobrino Alejandro reconstruye ese puente y, luego, se pregunta en Home si fue necesario destruirlo en algún momento, o si aún permanece.

Solo mediante la intervención de las imágenes puede el director acercarse a estas preguntas, soñar con conocerse a sí mismo: proponer que nuestra esencia sea imaginada más allá de un simple acto nominal o un arbitrario límite físico, geográfico.

Según Sontag, “las fotografías transcritas en una película dejan de ser objetos coleccionables, como lo son aun cuando se presentan en libros”.[i]

Tal vez no sean en sí mismas coleccionables, pero los relatos que crean, las historias que iluminan, sí lo son. Se transmutan en retazos de sueños materializados, aunque en este siglo XXI tengamos la impresión de que se convertirán en polvo en el viento con solo un delete. Y, de una u otra forma, quedan en un lugar de la memoria. Al menos así pasa con estas películas de Alejandro Alonso. Cada desasosiego que produce una imagen distorsionada, cada recogimiento de un plano, queda ahí… mezclándose en el inconsciente cual energía kundalini que despertará desde la raíz hasta el alma.

[i] Sontag Susan. Sobre la fotografía. Epub libre. Edición digital: Titivillus. 2016, pág. 9.

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FILMES DEL FESTIVAL INSTAR DISPONIBLES PARA VER GRATIS DESDE CUBA

Por Yadiris Luis Fuentes – 06 diciembre, 2023

adn CUBA

Las películas exhibidas en el IV Festival de Cine Instar podrán verse desde Cuba de manera gratuita a través de la aplicación de FesthomeTV

INSTAR/Facebook | IV Festival de Cine de INSTAR

Las películas exhibidas en el IV Festival de Cine organizado por el Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt” (Instar) podrán verse desde Cuba de manera gratuita a través de la aplicación de FesthomeTV, un servicio de envío de cortos y largometrajes a través de Internet.

Los interesados podrán bajar la app desde Google Play y disfrutar de unas 24 películas sin la censura del régimen cubano.

El propio servicio comunicó a través de su perfil de Instagram que el visionado de los filmes sería gratis para quienes vivan en la isla, los interesados también pueden encontrar las películas a través del enlace: https://tv.festhome.com/festivaltv/instar-film-festival.

FesthomeTV, como indica su sitio web, “es servicio de envío de cortometrajes y largometrajes a través de Internet” y “sustituye al ya obsoleto sistema de envío por correo, adaptándose a las nuevas tecnologías de Internet y ofreciendo al mismo tiempo la más alta calidad de selección de todas las plataformas de envío en línea”.

El IV Festival de Cine Instar que culmina el próximo 10 de diciembre ha sido atacado por los medios de propaganda del régimen cubano y algunos funcionarios culturales.

Un texto publicado en La Jiribilla  difama el evento y al cineasta Eliecer Jiménez Almeida. 

Se define, además, el festival como un “proyecto subversivo que pretende pasar como privativo de luchadores cubanos contra el totalitarismo, y que, en realidad, es financiado por las agencias de inteligencia de Estados Unidos y ha sido organizado por Tania Bruguera”.

También Bruguera y Jiménez Almeida fueron difamados por el ministro de Cultura, Alpidio Alonso, en su perfil de X.  

“¿En nombre de qué libertad, a no ser la de destruir la Revolución, puede pedirse que nos entendamos con quienes hacen parte de esta nueva operación pagada por la CIA contra el proyecto colectivo del pueblo cubano? ¿Qué patriota podría llamar nuestro al cine contrarrevolucionario?”, escribió Alonso.

Otros históricos censores y funcionarios del régimen como Abel Prieto y Rogelio Polanco atacaron, igualmente, al festival de Instar.

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Cartel de INSTAR

TODA LA LUZ QUE HAGA FALTA. IV FESTIVAL DE CINE INSTAR

Por Boris Heredia Abrahantes – 06 diciembre, 2023

el TOQUE

La cuarta edición del Festival de Cine Instar arrancó el lunes 4 de diciembre de 2023 en diversas sedes a lo largo del mundo y se desarrollará de forma híbrida hasta el 10 del mes en curso. 

Más allá de lo complicada que suele ser la recepción de las producciones independientes al habitar en una zona de distribución casi residual, las películas de Instar padecen una presión extra debido al contenido explícito del mensaje que difunden. Presión que se explica, como viene sucediendo en los últimos años, a través de la censura, esa herramienta bochornosa tan afín a los Gobiernos totalitarios.

La torpe habilidad del Gobierno cubano, del Ministerio de Cultura (Mincult), de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) para atacar la producción independiente que se sale de los llamados parámetros revolucionarios logra aislar a los realizadores a tal punto que termina excluyéndolos e, incluso, sacándolos del país. Lo anterior, unido al fenómeno migratorio que sufre la sociedad cubana en la actualidad, ha afectado de manera notable la presencia de varios de los realizadores jóvenes en la isla. El Festival de Cine Instar ha logrado que la zona de exclusión se convierta en una oportunidad para que los proyectos no solo puedan reforzarse en el exilio, sino que expandan su mensaje desde el exterior. 

Una de las particularidades de esta edición del festival tiene que ver precisamente con la extensión de las sedes y la participación de realizadores de países que también sufren bajo la sombra del totalitarismo de las dictaduras o de los Gobiernos autoritarios. Cortometrajes de Venezuela, Nicaragua, Irán y Haití compiten junto a producciones cubanas coproducidas en algunos casos en Estados Unidos, Italia, España, Canadá, Brasil y Argentina. 

Las presentaciones de las películas y las actividades colaterales de Instar dispondrán de espacios físicos en varias ciudades en seis países. Barcelona, París, Nueva York, Miami, Ciudad de México, Buenos Aires y San Pablo albergarán la muestra. En Cuba, la experiencia del asedio gubernamental en la sede del Instituto de Artivismo «Hannah Arendt» (Instar) en La Habana durante la primera edición del festival en 2019, unido al funcionamiento del evento durante la pandemia de manera remota a través de Internet, ha convencido a los organizadores de la utilización de la plataforma Festhome para visionar la programación online de las películas, tanto de la muestra especial como de las obras que aparecen en concurso.

El cineasta José Luis Aparicio, que repite curaduría del festival en 2023, defiende la expansión del evento a partir de la expansión de una diáspora de realizadores que crece sin parar como consecuencia del accidente en que se ha convertido la vida de los cubanos: «¿No es acaso la nación una entidad más compleja que aquella que desmarcan los límites geográficos, los extremos políticos? ¿De qué manera repensar la estructura del festival para que refleje, e incluso potencie, la actual circunstancia de la gran mayoría de los cineastas que acompaña?».

Más allá de la lista de obras en concurso —que se analizan en este texto con más detenimiento—, no se debe perder la oportunidad de disfrutar de las presentaciones especiales del festival. La selección incluye películas de cineastas jóvenes como Miguel Coyula, Ricardo Figueredo, Rafael Ramírez, Alejandro Alonso y Marcel Beltrán ―estos dos últimos también con películas en concurso― junto a realizadores consagrados como Fernando y Miñuca Villaverde.

EN EL PRINCIPIO FUE LA CENSURA
Para comprender de una manera coherente los orígenes del festival habría que remontarse a 2018. En ese año, la feliz coincidencia de la muestra A Cuban Cinema Under Censureship —curada por el crítico Dean Luis Reyes— y la performance de la artista Tania Bruguera —Sin título (La Habana 2000)— en el MoMa de Nueva York terminó generando una serie de ideas que desembocarían en la aparición de la sección de cine dentro del Instituto de Artivismo «Hannah Arendt».

El objetivo de la sección era reubicar y dar visibilidad a cierto tipo de cineastas y películas que en Cuba no tenían opciones más allá de la producción independiente. Sin embargo, el proyecto de un festival de cine no se concretaría hasta un año después. Le precedería la creación del premio PM —un fondo de ayuda para óperas primas— y el premio Nicolás Guillén Landrián para obras en cualquier estado de producción. Después llegaría la Muestra de Cine Independiente-Pendiente, con curaduría de la escritora y actriz Lynn Cruz, antesala de lo que sería el Festival de Cine Instar en 2019.

La edición siguiente, curada por el cineasta José Luis Aparicio —que en lo adelante se encargaría de organizar el festival—, va a cubrir 2020 y 2021. El evento, con una cobertura virtual debido a las restricciones de la pandemia de la COVID-19, estaría marcado por la desaparición en Cuba de la Muestra Joven, consecuencia del recrudecimiento de la censura y la represión del régimen contra cualquier tipo de manifestación artística considerada contestataria.

En 2022, la muestra Land Without Images formó parte de Documenta 15 en Kassel, Alemania; un archivo que logró reunir más de 150 películas en un esfuerzo sin precedentes por recuperar parte de la historia audiovisual cubana, ocultada y secuestrada por la visión oficialista de la Revolución.

UNA LISTA OFICIAL CONTRA EL OFICIALISMO
Con el festival, Tania Bruguera y el resto de los organizadores persiguen extender la compleja y singular pauta fundacional del Instituto de Artivismo «Hannah Arendt» a la hora de aglutinar obras que se desarrollen en esa zona intermedia que existe entre la creación artística y el activismo. La fortaleza del tratamiento de la realidad podría explicar la preponderancia de los documentales sobre las obras de ficción en la lista oficial del evento.

Hay luego otro tipo de división que responde al diálogo que se establece con el espectador. No puede, o al menos no debe, enfrentarse asumiendo iguales variables de análisis ante películas como La opción cero de Marcel Beltrán (construida a partir de videos tomados con la cámara de varios móviles, en la que se sublima el rigor de la crudeza de una realidad que no quiere ser creativa, no quiere ambages, no los necesita), con películas como Mafifa de Daniela Muñoz (que, a pesar de estar filmada con un estilo aparentemente descuidado, el espectador termina por aceptar la narrativa de proximidad como un discurso que no está exento de belleza).

En La opción cero, Marcel logra transmitir el desasosiego de sus personajes porque de alguna forma todos sentimos que podríamos reproducir cada uno de sus estados de ánimo. Sabemos cómo de posible llega a ser la desesperación por dejar atrás el legado de las doctrinas, la falta de libertad, la impotencia, el hambre, el rencor, el cansancio y la tristeza vital que nos inoculó el dogma corrupto e insensible que significa la Revolución.

La travesía de La opción cero es el impulso último de un tipo de cubano que no pudo resolver de una manera más fácil el modo de largarse. Un tipo de cubano que quizá se sorprenda a sí mismo por su fortaleza y por su capacidad para mantenerse unido en los momentos más difíciles. Móvil en mano, grabando y haciendo directas en las redes sociales como única arma para seguir adelante.

El filme de Marcel es de las películas en las que, si hay alguna duda respecto a cómo concibe el cine su director, lo más aconsejable es revisar su filmografía. La opción cero no es un documental para hablar estrictamente de cine.

Sin abandonar el tema de la visión del inmigrante, nos encontramos con Un homme sous son influence. Se trata de un emigrante que está en otra condición, ha llegado, sufre por otras cosas. En la ficción de Enmanuel Martín hay una latencia tragicómica que es muy cómica. Por momentos quisieras ser un magnate y hacerle un mecenazgo para que produzca la película con más calma. No sé si para quitar los jump cuts que a lo mejor no son jump cuts o porque notas que el talento se disipa exclusivamente por un tema de velocidad en el rodaje.

El chucho que impone el punto de vista del director sobre el negacionismo, los gurús financieros, las estructuras piramidales, el trumpismo o el activismo desbordado de sus novias Nicole —que a pesar de su energía militante no tienen ni idea de lo qué pasa en Cuba—. A él le gustaría que para ellas Cuba fuera importante y le duele que no sea así. Sin embargo, cuando tiene que defenderse de su falta de compromiso se justifica argumentando que en Cuba había política a todas horas y en todas partes y por esa razón él no quiere saber nada de política.

Esta indolencia con la política te hace pensar que la pequeña patria de Enmanuel se parece a la de su amigo Carlos Melián cuando estaban en Santiago de Cuba. Preocupados por un cine menos social, con una proyección estética cuyas fuentes no tienen nada que ver con Cuba, más allá de la recuperación de Santiago como expresión de una conciencia territorial. La misma conciencia territorial que quizá Enmanuel haya trasladado a las ciudades canadienses que lo han acogido y con las que se siente en deuda por no poder estrenar en ellas su película.

En Llamadas desde Moscú de Luis A. Yero —última víctima de la censura al ser eliminada de la programación del Nuevo Festival de Cine Latinoamericano—, asistimos a una zona de desarraigo que no ha llegado a la de Enmanuel Martín en Un homme sous son influence. La performance de soledad de Yero establece una Cuba que funciona en la memoria de sus personajes como un amor tóxico al que sabes que no puedes volver. El vínculo que queda se explica todo el tiempo a través del móvil, con llamadas, con mensajes, con Tik Tok. Siempre encerrados, sea en la habitación, en el ascensor o en el metro. Los planos rodados en exterior funcionan como cortinillas para ordenar las tramas que se cruzan sin llegar a tocarse. El filme está envuelto en un ambiente que mezcla un tono de decadencia queer con la ciudad de Moscú como telón de fondo de un exagerado escenario distópico, acentuado por la banda sonora y las preocupaciones estereotipadas de la guerra.

Cuando uno de los personajes está hablando ―aclaro que por teléfono― con una amiga y le asegura que su etapa de estudiante fue la mejor época de sus vidas. No estamos en presencia ni de un lugar común ni de una reflexión de inmadurez. Es simplemente la constatación de una generación castrada, sin presente ni futuro.

Como ocurre con los primerísimos primeros planos de Mafifa o con la áspera sobriedad del segundo acto de Taxibol, terminamos claudicando positivamente con el tono narrativo de los diálogos monologuizados de los personajes, quienes teléfono en mano transmiten una melancolía que sabemos que no nació en Rusia. Tristeza de inmigrante que mira las noticias de su país en Meta, vaya o no vaya a volver.

En Los puros, Carla Valdés hace un delicado y escueto documental sobre la amistad de una generación que vivió los primeros años de adoctrinamiento de la Revolución con lastimosa inocencia. Sus padres y sus amigos quedan en una casa en la playa para celebrar el reencuentro. Cargados de recuerdos y reflexiones sobre cómo afrontaron —lo que bien hace en llamar uno de los personajes— el futuro.

Visitar la URSS y observar cómo el sistema se va quebrando lentamente les genera una decepción devastadora. El modelo no funciona, no sirve de nada tener fe en que algo cambie y, lo peor, es el mismo modelo de Cuba —no sirve de nada tener fe en que algo cambie—.

En Taxibol, Tommaso Santambrogio contrapone dos planos narrativos tan sólidos como diferentes. En el primero, con marcado carácter documental, rueda la conversación entre el cineasta filipino Lav Díaz y el taxista Gustavo Fleita en el interior de su taxi mientras recorren las calles de San Antonio de los Baños. El diálogo en dos idiomas, así como cierta atmósfera de amistosa condescendencia, va creando un extrañamiento dentro de la secuencia que se completa con la confesión violenta de Lav respecto a Juan Mijares, militar responsable de varios crímenes durante la dictadura de Ferdinando Marcos en Filipinas.

El segundo plano narrativo es un ejercicio de sobriedad cinematográfica en el que el actor Mario Limonta se echa sobre los hombros el tono de lo que resta de película. La representación tambaleante pero imponente del viejo asesino radicado en Cuba pone en relieve la práctica no poco numerosa de exmilitares de dictaduras, terroristas, antiguos nazis y demás calaña histórica afincados en países del tercer mundo para escapar de la justicia.

El baile de símbolos por el que arrastra los pies Juan Mijares a veces puede parecer simple, sobre todo, el que tiene que ver con las pesadillas que lo asaltan noche tras noche por la culpa o el terror de que lo ajusticien. Más logrados son los momentos en los que, a pesar de su edad, funge de matarife para sacrificar un cerdo —acercándonos al militar sanguinario que disfruta con la muerte— o la escena en la que utiliza el telescopio para mantener vigilados a sus hombres como si fuera un capataz que ronda a sus esclavos o un latifundista que no les quita ojo a sus ciervos o un comandante en jefe que no deja vivir a su pueblo.

Con Taxibol, Santambrogio logra que las imágenes adquieran el peso suficiente para quedarse en la memoria. En una de sus diatribas dentro del taxi, Lav Díaz manda al carajo el cine que se hace bajo la etiqueta del arte por el arte, declaración de intenciones que podría ponerle los pelos de punta al espectador o lanzarlo de cabeza a las barricadas. Lo bueno y, sobre todo, lo gratificante es que después del speech el segundo plano narrativo no renuncia a lo cinematográfico y logra un poso de ecuanimidad que le viene muy bien al final de la película.

El cortometraje Agwe, dirigido por Samuel Suffren, es la abanderada de las obras que conforman la lista oficial de películas que no son cubanas y una de las gratas sorpresas del festival. El pulso del filme abandona todo tipo de intelectualización a la hora de afrontar la necesidad de sus personajes. Aquí no hay discursos de género, inclusión o racismo estructural. Aquí hay pobreza. Los personajes se mueven en un límite que define la existencia como una manera cruda de subsistencia. La aldea de pescadores en la que viven anclados los protagonistas reconfigura el significado del mar como algo que va más allá de la fuente que les provee de vida. El mar es un tesoro porque es el mejor amigo de las fronteras —como reza la voz que se escucha en la primera escena de la película—, sus olas llevan esperanza.

Samuel Suffren logra condensar el tempo de la narración para que los 17 minutos de metraje alcancen para unificar los tres actos, para que la película respire e incluso sea emocionante. La puesta en escena añade un controlado movimiento dentro del plano, poniendo en valor un tipo de dirección que no deberíamos echar tanto en falta. El rigor parece ortodoxo, pero es correctísimo y el espectador agradece la fluidez de la narración. Luego está el compendio que ofrece la belleza de un tipo de cultura específica dentro de un paraje conmovedor y una historia desgarradora.

En El rodeo, de Carlos Melián, por momentos la recreación de las atmósferas parece serlo todo. Al leer la sinopsis se piensa que se entiende un poco más, pero en realidad el espectador se queda con la sensación de que necesitaría la sinopsis de la sinopsis. Lo bueno es que las pequeñas unidades de significación, al igual que en Abisal, parecen estrofas. Buenas estrofas. Bien escritas. Los diálogos son lo suficientemente sorprendentes como para sostener las pequeñas unidades de significación.

Lo malo es que al unirlo todo regresamos a la ambigüedad. En su Pierre Menard, autor del Quijote, Borges decía que la ambigüedad siempre es una riqueza. Aquí puede que lo sea porque es una película que te va sorprendiendo con las ocurrencias del director. Como la conversación de un amigo muy inteligente que te divierte con sus digresiones. Incluso lo que para cualquiera podría ser un símbolo quizá para él no lo sea. Ni la isla ni las jaulas ni el pueblo inundado ni la muerte. Todo es exactamente lo que es porque su visión se enrola mejor en un discurso del divertimento. Por eso El rodeo a veces parece un ejercicio. Que alguien le produzca un largo a Carlos Melián para que saque afuera todo lo que tiene que decir.

Con Abisal, de Alejandro Alonso, se completan las películas en concurso que podríamos llamar de autor. Si bien es cierto que las secuencias parecen también estrofas —como en el caso de Melián—, el discurso de Alejandro es más descarnado, más directo, menos territorial. La dirección de las escenas y el trabajo con los actores transmite un estado de comodidad difícil de explicar. Igual sucede con la fotografía. Si tuvieras un hijo que fuera una lata de celuloide se la dejarías con total confianza a Alejandro porque la convertiría con toda seguridad en una película hermosa.

Abisal, junto a Mafifa y la recién censurada Llamadas desde Moscú, son tres de las películas que fueron o han sido programadas por el Icaic. Abisal, incluso, obtuvo el Coral a mejor corto documental en 2022 en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. El affaire con la oficialidad no terminó bien porque el mensaje que envió el director desde Madrid para ser difundido en la ceremonia de premiación fue censurado.

El tema de la censura, de leitmotiv a factor común de la historia amarga de la Revolución, catalizando obras que no tienen la más mínima oportunidad de distribuirse —como el periplo selvático de supervivencia de Marcel Beltrán, Veritas de Eliecer Jiménez o Mujeres que sueñan un país de Fernando Fraguela—. Lo anterior no quiere decir que el resto de las películas vayan a ser distribuidas por el Icaic. Aquí va censurado toʼ el mundo, Instar no es un Festival de películas censuradas, pero casi.

Mujeres que sueñan un país le ocurre algo parecido a La opción cero respecto a la urgencia de la producción. Las salidas para documentar el encierro en la casa del artista Luis Manuel Otero Alcántara junto a otros miembros del Movimiento San Isidro (MSI) se limitan prácticamente a los archivos grabados por los teléfonos móviles de los acuartelados y las directas que fueron subiendo a las redes hasta viralizarse —como ocurrió después con el puño en alto del rapero Maykel Osorbo atado a una esposa policial—. 

La batalla generada en los medios de comunicación oficiales cubanos versus la contundencia «contrahistórica» de lo que el mundo pudo observar en las redes fue determinante —en igual sentido, cómo olvidar el episodio de la versión ralentizada emitida por el Noticiero Nacional de Televisión sobre el golpe que lanzó Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura, para hacerle creer a la población que solamente intentaba estrechar la mano en señal de saludo—.

El uso de las redes antes y durante el acuartelamiento en San Isidro no solo fue decisivo como forma de extender la verdad, también funcionó como chispa para sacudir el posicionamiento de personas cuyas conciencias permanecían tan adoctrinadas que eran absolutamente apolíticas. Es el caso de Daniela Rojo, una de las voces que cohesionan el discurso de la película junto a Katherine Bisquet y a Anamely Ramos. En la película, Daniela admite despertar del letargo después de acceder a la información que se estaba vertiendo a raíz del Movimiento San Isidro, la consiguiente protesta ante el Mincult, la formación del grupo 27N, el estallido social del 11J y la marcha frustrada del 15N.

Mujeres que sueñan un país es un documental imprescindible sobre uno de los momentos más importantes de la historia reciente de Cuba. El núcleo de la película, sin embargo, transmite una autosuficiencia que no pareciera necesitar más punto de vista que el que define el acontecimiento histórico en sí. Sobre ese eje, pivota y se instala en la memoria sin la necesidad de un punto de vista que parece estar esperando una película que no es esta. Quizá el conflicto esté solo en el título. El enfoque del relato desde la óptica de Daniela, de Katherine y de Anamely por momentos se diluye ante la fortaleza social y audiovisual que arrojó el MSI, un fenómeno sin distinción de sexos, razas y credos que no se merece la excepcionalidad de ser soñado por ningún colectivo más allá del conjunto de todos los cubanos. 

En Camino de lava, la directora Gretel Marín articula un discurso que no cesa. Es absolutamente respetable porque no solo reivindica, sino que desmiente falacias oficialistas como la ausencia de racismo en Cuba, así como las dificultades añadidas que sufren los colectivos racializados para abrirse paso en una sociedad que sigue sin sacudirse la lacra de los prejuicios. Asume también la representación de otro tipo de minorías como las personas homosexuales, ataca el patriarcado y defiende, quizá tangencialmente, el valor de protegerse ante la apropiación cultural. La cuestión es que el discurso sobrepasa los valores de la película por cuanto es película, porque depende más del valor del mensaje que está intentando transmitir que de otro tipo de sensibilidad. 

En Mafifa, por otro ladopuede que se esté en presencia de una visión demasiado personal como para concebirla desde una dimensión sociológica. Sin embargo, la intención reivindicativa de Daniela Muñoz Barroso sobre la figura de Gladys termina tejiendo alrededor de la campanera una exaltación feminista, sin manejar otro discurso que la admiración sobre una mujer cuya memoria merece ser rescatada porque llegó a convertirse en leyenda dentro de los congueros de Santiago de Cuba, terreno de reconocido carácter patriarcal. El mensaje de esa reivindicación se transmite desde la autenticidad de las emociones que es capaz de transmitir el lenguaje del cine y no desde el efecto que pueda perpetrar la voz de un personaje que actúa como narrador de los problemas que le aquejan o pueden aquejarle como ocurre con los protagonistas de Camino de lava.

Lo inquietante y no menos curioso del proceso —que al final también podría entenderse como aculturación— es que el posicionamiento que se reconoce en Camino de lava es una herencia de las democracias occidentales, específicamente de las izquierdas progresistas en su búsqueda de un nuevo perfil de votante ante la crisis de la clase obrera como grupo social reconocible. En Cuba, al no haber una democracia y, por ende, una izquierda que necesite empoderarse, se termina sesgando aún más una sociedad que necesita estar unida sobre todas las cosas. Lo anterior sin contar que son prácticas de bandos políticos que por lo general ¡apoyan a la Revolución cubana! y que, por lo tanto, no reconocen la dictadura por ser una dictadura de izquierdas. 

En el corto de animación Hojas de K, Gloria Carrión utiliza los dibujos personales de K para construir un retrato de la violencia de la dictadura en Nicaragua vista a través de la mirada de una adolescente. El abuso policial y el desparpajo de un Gobierno corrupto que ahonda en la herida de un país que se desangra va marcando el pulso de una historia que nos devuelve a una niña que no volverá a ser la misma después de la tortura y la cárcel. 

Las otras dos películas extranjeras incluidas en la selección oficial del festival son And How Miserable is the Home of Evil del iraní Saleh Kashefi y Ventanas del venezolano Jhon Ciavaldini. El corto de Kashefi hace una arriesgada recreación de los últimos momentos de la caída del líder supremo Ali Khamenei, con una puesta en escena que recuerda más el espacio de un acto performativo que el de una película en sí. 

Con Ventanas, Ciavaldini sumerge al espectador en un relato de desarraigo y violencia en la Venezuela de 2017, que es al mismo tiempo la Venezuela de Chávez y Maduro. Construido a partir de la comunicación con su madre desde el exilio en Buenos Aires y de videos tomados desde la distancia endeble de una ventana, el espectador asume la posición de un testigo que observa aterrado el horror de la represión bolivariana.

COMPOTAS PARA EL POSTRE
La inclusión del documental Veritas de Eliecer Jiménez en la selección oficial del festival ha acabado de agitar el avispero. La he dejado para el final porque de alguna forma simboliza el sentido más primario del Instituto de Artivismo «Hannah Arendt», el valor de sus miembros, sus colaboradores y fundadores.

Se trata de esas películas que te recuerdan la profundidad en la que una doctrina puede mantener enterrada tu mente. Mientras más profundo, más oscuro. Por eso muchas personas se sorprenden cuando descubren que en ese documental sobre Playa Girón el punto de vista es el de los cubanos de carne, hueso y alma que conocimos como «los mercenarios». Hombrecitos disfrazados de camuflaje. Torpes, cobardes y fáciles de apresar. Caminando en fila, cabizbajos como si hubieran nacido para la derrota.

Cuando Eliécer Jiménez concibió la película sabía que tocaba uno de los temas más delicados de la historia de la Revolución. También debió intuir que tenía entre manos un tema de gran interés. Más allá de la luz que se pueda arrojar a partir de los testimonios de los veteranos entrevistados, la película funciona incluso sin proyectarse. Fue lo que sucedió en las horas previas a la inauguración del IV Festival de Cine Instar, por el revuelo que está causando entre la cúpula del Estado cubano, como evidencian los respectivos tuits del ministro de Cultura Alpidio Alonso y de Abel Prieto.

«¿En nombre de qué libertad, a no ser la de destruir la Revolución, puede pedirse que nos entendamos con quienes hacen parte de esta nueva operación pagada por la CIA contra el proyecto colectivo del pueblo cubano? ¿Qué patriota podría llamar nuestro al cine contrarrevolucionario?», escribió Alonso Grau. 

«Otra operación a gran escala vs. la cultura revolucionaria: el Festival de Cine Instar. Una vez más pretenden dinamitar la institucionalidad cultural con el empleo de “líderes” pagados por nuestros enemigos. Nos subestiman nuevamente», escribió Prieto.

Viendo las reacciones, la verdad es que no sé por qué el Gobierno no acaba de explotar el negocio de fiscalizar con algún impuesto la lista interminable de asalariados que tiene en nómina la CIA dentro y fuera del país.

Veritas, un reposado pero emocional relato de algunos de los miembros de la Brigada 2506, desgrana el proceso de la preparación, el entrenamiento y la llegada a las costas cubanas, así como la decisiva influencia de J. F. Kennedy en el fracaso de la operación. 

El testimonio de los veteranos de Bahía de Cochinos se va reconstruyendo en el espectador con la amargura del que se siente traicionado. Una amargura que se acrecienta por la vulnerabilidad del que actúa por sentimientos que pueden confundirse con la inocencia. Por eso duele cuando esos hombres reconocen que han sido abandonados a su suerte. Saben que no van a ganar y se enfrentan a un destino totalmente incierto. 

En aquel momento nos enseñaron que fueron cambiados por compotas. 

Si nos atenemos a la historia, tanto para ellos como para nosotros, la elipsis no solo ha sido más cruel, también está siendo mucho más larga.

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