‘Llamadas desde Moscú’… a una línea desconectada en La Habana
Por MAYTÉ MADRUGA – 02 diciembre, 2023
RIALTA
Esta semana el cineasta Luis Alejandro Yero denunció en redes sociales la censura de su película Llamadas desde Moscú (2023) por parte de las autoridades culturales cubanas, que la excluyeron –tras haber sido admitida por el comité de selección, según conoció extraoficialmente al realizador– de la competencia del 44º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Recientemente, el gobierno de Vladimir Putin anunció que toda actividad pública del colectivo LGTBIQ+ quedaba prohibida en Rusia.
Llamadas desde Moscú aborda las circunstancias sociopolíticas actuales de Rusia y Cuba. Pero esas son interpretaciones exotéricas que conciernen al relato macrohistórico. En el nivel microhistórico, el largometraje indaga y revela cada diminuto espacio habitado por sus jóvenes personajes queer, exiliados en la capital rusa. Dariel Díaz, Daryl Acuña, Eldis Botta y Juan Carlos Calderón van de la sala al balcón, al baño, al elevador de un pequeño apartamento, y todos se reencuentran a través del teléfono móvil, en ese “minúsculo” ámbito donde transcurren buena parte de sus vidas, donde encuentran sus libertades. Estos jóvenes no son libres ni en La Habana ni en Moscú, sino en sus teléfonos. Su reciente libertad radica en mantener el contacto con sus familias; expresarse como influencers en Tik Tok, y ver las historias de “éxito” que a ellos les han sido negadas. Yero presenta el teléfono móvil como una herramienta real y simbólica, mediante la cual entrevemos la psicología de sus personajes, y enlaza esto con la importancia social que ha tenido en Cuba el uso de esta tecnología, y la conexión a Internet, en los últimos años.
Sobran las prestigiosas plazas donde ha sido exhibido el primer largometraje documental de este realizador. Aquellos ciudadanos del mundo que deseen visionarlo ahora podrán hacerlo gracias a la IV edición del Festival de Cine INSTAR: el 5 de diciembre, en la Zumzeig Cinecooperativa (Barcelona, España); el 8 y el 10 de diciembre, en el Laboratorio Arte Alameda (Ciudad de México); el 9 de diciembre, en el Centro Cultural General San Martín (Buenos Aires), y el día 10, en la Cinemateca Brasileira (São Pablo).
No cabe duda de que tales presentaciones en dicho evento trasnacional llevaron a su exclusión de las pantallas del Festival de Cine de La Habana, porque de ninguna manera puede aducirse problemas de calidad estética en el más reciente filme del joven cineasta cubano, quien ya ganó en 2018, con Los viejos heraldos, el Premio Coral en la categoría de Cortometraje documental. Y ni siquiera fue considerado para alguna de las muestras colaterales.
La censura cultural en Cuba ha tenido tantas motivaciones como personas en riesgo de perder sus privilegios institucionales existen en esos círculos. Es en última instancia un ejercicio de poder arbitrario que se sostiene en la ideología más banal, jamás en un criterio estético. Una banalidad que se transparenta, a escala discursiva, en un repetido manojo de lemas y consignas.
Los hechos y personajes representados en Llamadas desde Moscú no resultan ajenos a la “cobertura” de los medios estatales cubanos; solo que en esta película dichas instituciones no controlan la narrativa. En esta ocasión no pueden proyectar en las salas el fragmento donde se escucha y se ve al escritor y activista opositor Luis Dener arremetiendo contra el gobierno cubano, y “opinar” sobre él y deconstruir su discurso en pleno cine. Esto tampoco lo hace Yero pues, aunque eligiera en el proceso de montaje estas secuencias en particular, las mismas parten de una realidad diegética. Sus personajes consumen la información a través del móvil, que ya se ha legitimado, a sus ojos, como espacio de libertad.
Tan opresivas como se representan las estructuras arquitectónicas rusas en este largometraje documental, resultan las relaciones diplomáticas entre La Habana y Moscú. El gobierno ruso es uno de los principales aliados de las autoridades cubanas, y es tan intolerable dejar mal parado al poder isleño como al moscovita, especialmente en lugares tradicionalmente tan concurridos como los cines habaneros en diciembre.
En cuanto a narrativas ya tradicionales en la documentalística nacional, la emigración encuentra una poco común vertiente en Llamadas…: la posibilidad del retorno. El emigrado siempre ha sido visto como el otro que va y viene, pero regresar definitivamente nunca sería una opción. Sin embargo, en el recorrido de estos personajes, ese parece ser un final posible para algunos. Ello incluso pudiera considerarse un discurso “positivo” desde la perspectiva del poder cubano, si no fuera porque el país desde el cual se regresa es, justamente, un aliado político muy importante –y, por supuesto, estos chicos tampoco regresarían por convicción, sino por resignación.
En ese sentido, la película de Yero abriría la posibilidad de dialogar sobre el retorno de los emigrados, y sobre las condiciones que lo determinarían; pero tampoco parece haber sido una línea argumental que interesara al gobierno de La Habana en su reciente encuentro con una selección de la diáspora cubana.
Llamadas desde Moscú vuelve sobre la idea de que emigrar es la principal forma de protesta que han encontrado los cubanos. La emigración siempre ha sido un tema difícil de abordar para la cinematografía nacional, inmersa en una dialéctica igualmente ardua con el poder político, dueño de las salas de cine y del Instituto de Arte e Industria Cinematográfico (ICAIC). Hasta la fecha se ha tolerado un tono más conciliador, a menudo melodramático, o bien que el tema sea abordado desde la “permisiva” comedia. Pero la emigración cubana y sus problemáticas son cada vez más diversas y complejas; no solo en cuanto a identidades genéricas y sexuales, grupos etarios, procedencias sociales y credos políticos, sino también en cuanto a trayectorias y países de destino…
Por supuesto, tal como dice la voz popular: esa es una conversación para la cual no está, ni quiere estar listo el poder cubano.
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