Emmanuel Martín, cineasta cubano: “‘Un hombre bajo su influencia’ me salvó la vida”
Por ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS -26 noviembre, 2023
RIALTA
Por segunda vez entrevisto a Emmanuel Martín. La primera entrevista quizás ni sucedió. Estábamos, frente a frente, en la sede de una Muestra Joven que ya no existe, para una publicación extinta, en una Cuba pre-COVID, pre-Ordenamiento y pre-Inflación menos tupida que tampoco existe ya. El cineasta ya no está en Cuba; emigró a Canadá.
En esta ocasión comunicamos vía WhatsApp, con el pretexto de su segundo largometraje, Un homme sous son influence (2023; Un hombre bajo su influencia), que tendrá su estreno mundial en el IV Festival INSTAR, un evento también diaspórico, que viene de todas partes y a todas partes va, y ayuda a que Cuba se expanda más allá de fronteras físicas insoportables o imposibles para muchos.
Un hombre… estará disponible para los públicos cubanos en la plataforma Festhome, del 4 al 10 de diciembre, siempre de 10:00 de la mañana a 12:00 de la noche. La sede mexicana del Festival INSTAR, el capitalino Laboratorio Arte Alameda, exhibirá el filme los días 5, 6 y 7 de diciembre, mientras que el Centro Cultural General San Martín, en Buenos Aires, ha programado su exhibición el día 6.
Pude ver la película gracias a un enlace privado de Vimeo que el realizador me envió. Las fronteras son cada vez más ilusorias, y el cine cubano es cada vez más uno solo, aunque se filme en el Polo Norte. Aunque fuerzas reaccionarias persistan en segregar del cuerpo audiovisual de la nación su porción contemporánea más importante. Emmanuel Martín responde el cuestionario con audios que graba durante un viaje en metro por las oquedades de Montreal. Busca nuevo alquiler. Yo busco mantenerme cuerdo gracias a las locuras que puedo hablar con él para Rialta Noticias.
Un hombre bajo su influencia es tu primera película filmada fuera de Cuba. ¿Terapia, catarsis, crónica de un emigrante?
Hace poco, en una entrevista con José Luis Aparicio, le dije que esta es mi película favorita. Los directores siempre caen en ese cliché. Por ejemplo, leí en una entrevista de Scorsese que Silencio era su mejor película, y Tarantino en las últimas entrevistas ha dicho que Érase una vez en Hollywood es su mejor película. A lo mejor es campaña publicitaria, pero en mi caso no, porque sé que mi película no se va a vender.
Esta película me salvó la vida, literalmente. Llevaba dos años y medio, más o menos, viviendo, trabajando, regresando a casa, trabajando, regresando a casa, esperando por los papeles, por mi audiencia de refugiado político, extrañando a mi hijo, y era un proceso psicológico no muy bueno. No me sentía bien.
Entonces decidí que no podía seguir así. Que iba a caer en la locura. A pesar de que estaba viviendo bien, porque en Montreal se vive bien. Amo esta ciudad. A pesar de que a veces tengo muchos “bajones” y a veces me vuelvo iracundo, amo mucho esta ciudad. La elegí para vivir. Antes viví en Toronto, y me fui porque no me gustaba. Viví en Vancouver Island; era una zona natural muy bella. Y llegué a Montreal, y realmente la amo. El ser humano no está a salvo en ningún lugar, pero amo esta ciudad.
Aun así, no me sentía bien. En mi condición de inmigrante sin papeles no podía aplicar a ningún fondo; aun cuando en Canadá hay muchas maneras de conseguir financiamiento para el cine. Entonces decidí que quería filmar ya la película. Compré el equipamiento técnico: cámaras, luces, sonido, y empecé a contactar personas.
¡Por supuesto que la película es la crónica de un inmigrante! No solamente de uno, sino de todos los inmigrantes que trabajan en la película. Mira, si hubo muchas actrices que quisieron trabajar gratis, fue porque, independientemente del talento que tengan, ser actor dentro de la industria es muy, muy difícil, porque la industria es cruel, exige cierto acento, cierto somatotipo de color y raza.
La industria es muy cruel con los acentos, y entonces muchas de estas actrices que trabajaron conmigo, aunque sean muy buenas, no encuentran espacio dentro de la industria. No pueden colarse en la industria canadiense, ya sean quebequenses o anglófonas. Aunque “machaquen” el inglés o el francés, no hablan con el acento que requiere la industria de la televisión o el cine. El cine es una cosa de “toma y daca”. Un actor recibe, pero está dando algo de vuelta.
Por eso, Tony, independientemente de todas las críticas que tú quieras escribir, o que escriba un amigo, o de que quieran exhibirla en INSTAR, mi sueño es exhibirla aquí en Montreal. Le debo eso a mis actrices y actores. Los actores necesitan verse en una pantalla de cine. La noche del estreno es muy importante. No quieren ver la película en YouTube y pasarle un link a nadie. Los actores quieren ver su película en el cine en la noche de gala. Todo actor y todo músico quieren hacer eso: exhibir su obra ante el público; no exhibirla escondido. Esto es un arte escénico. Audiovisual, pero también escénico. Les debo eso a mis actores.
Muchas veces siento ira, porque no he podido exhibirla en Montreal, en los grandes festivales que se celebran aquí. Y en eso estoy batallando. Si se exhibe en México, bien; si se exhibe en Argentina, ok; si se exhibe en Cuba, también; pero donde realmente quiero proyectarla es aquí, en su casa matriz.
¿Cómo fueron procesos tan definitorios para una película como la preproducción y el casting?
Me hice una cuenta nueva de Facebook, porque la anterior me la piratearon, y comencé a buscar por los grupos Montreal Realizadores, Montreal Artista, Montreal Underground… todos esos. Y encontré a Mike Som. Siempre he dicho que es el alma de esta película. Una bella persona. Es camboyano-congolés. Le expliqué mi situación. Le dije: “Compadre no me siento bien; necesito hacer esta película para sentirme mejor, bla, bla, bla. Yo vengo de Cuba; yo soy realizador”, y me dijo: “No te preocupes. Voy a tu casa, llevo unas cervezas después del trabajo, y vamos a conversar”. Entonces trajo a un videógrafo, y me dijo: “Te voy a ayudar”. Y ya.
Cuadramos el primer llamado. Para que veas: fue la escena con los indios tamiles, del sur de la India, que es de donde viene Sadguruh, y también Visvanātaṉ Āṉant, el excampeón mundial de ajedrez. Ensayé mucho con ellos. Uno es mi roommate, Bharath; los otros eran sus amigos. Todos son informáticos.
Ensayamos alrededor de una semana para poder hacer la escena. Ellos nunca habían hecho nada para cine. Vino Mike Som, vino el fotógrafo, trajo a otros amigos. Mike hizo el sonido. Paula, una cubana que estudia cine –hija de Otto y Tamara, dos santiagueros que había conocido hacía unos meses–, vino e hizo la asistencia de dirección. Y finalizamos el llamado.
Luego empecé a postear en las redes que habíamos comenzado a rodar. Aunque no tenía aún la protagonista. Empecé a contactar a varias actrices por las redes sociales. Muchas me dijeron que no; hasta que una aceptó y nos reunimos. Entonces hice el llamado con la primera “Nicole”.
Yo había trabajado en un videoclip como actor un año antes. Ahí conocí a varias actrices, como la mexicana Myriam López, una bella persona también, que interpreta el personaje de Alexandra. La contacté y me ayudó. Myriam me recomendó a la chilena Camilla Purdy, que interpreta a la “Nicole” de las escenas del puente y el café. Eran compañeras de trabajo. Camilla me recomendó a Umar Chaudhry, de quien me he hecho muy amigo. Su papá es de Pakistán y su mamá es de Jamaica. Me ayudó mucho. En la casa de sus padres filmamos las escenas del gimnasio y de cuando salimos del restaurante donde trabajan tres de los personajes, y tenemos una conversación.
Se sumó gente muy hermosa a la película. Todos estuvieron dispuestos a trabajar gratis. Ya había hecho eso en Santiago de Cuba. Había convencido a muchos para trabajar gratis. Tal vez pueda sonarte egocéntrico, pero, como provengo de una familia negra y una blanca, viví en un suburbio y también fui deportista, tengo esa capacidad para lidiar con el ser humano, con sus diferencias, sus locuras, con los delincuentes, con los inteligentes, con los negros, con los blancos. Creo que es el mayor talento que tengo como realizador: que puedo lidiar con los seres humanos, mirarlos claro a los ojos y decirles lo que necesito. Perciben mi sinceridad y quizás se compadecen de mí; no sé.
Eso es realmente Un hombre bajo su influencia: una película que me salvó la vida. Más que por ego artístico, tenía necesidad de hacerla. Ya me siento mucho mejor. Por supuesto, me ha dejado con una deuda. Tenía siete mil dólares en la cuenta bancaria y todo se fue en la película. He tenido que pagar los ingresos a los festivales. Sigo trabajando, poco a poco me estoy recuperando económicamente; pero es dinero de mi familia, para mi mujer y mi hijo. Di un salto al vacío y aún no me he recuperado del todo.
¿Cuán bajo tierra y cuán independiente es Un hombre bajo su influencia?
Por ahí te venía hablando de lo que sufre un inmigrante, no solamente de la clase trabajadora, sino un artista. A un inmigrante actor le cuesta integrarse. Hoy en día tengo la impresión de que esto es mucho más severo que antes. En esas películas de los sesenta, setenta y principios de los ochenta que se filmaban en Europa, en esas coproducciones que se hacían entre Italia, Francia, Inglaterra –a veces Alemania entraba–, tú veías actores de diferentes nacionalidades. Por ejemplo, Por un puñado de dólares más, la tercera película de Leone, tienes a Kinski que es alemán, a Volonté que es italiano, y tienes a Clint Eastwood que es estadounidense. Y eran actores que hablaban con acentos diferentes. Era algo permitido. Eran cosas súper locas. Esa fue una de las épocas más hermosas y tolerantes de la historia del cine en cuanto a diversidad y creatividad.
En una reciente conversación me dijiste que Un hombre bajo su influencia “no es cubana”. ¿Consideras que es canadiense, global o extraterrestre?
Soy cubano, y Lester Harbert Noguel, uno de los actores de la película, es cubano e interpreta a un cubano. Hay una fuerte tendencia cubana en la obra; claro que sí. Hay conversaciones sobre Cuba, y el tema de los migrados cubanos. Pero cuando yo la filmé quería que fuera parte de Montreal, parte de su historia, parte de su cine independiente. Quiero que se exhiba como un filme montrealés, quebequense, pero los dos festivales más grandes de Quebec la han rechazado.
Se lo decía a Aparicio: que el director de cine tiene que tener orgullo. No es un problema de arrogancia, sino de orgullo, porque es muy fácil tirar la toalla, siempre tienes esa opción. Todo en la vida te lleva a dejar de hacer cine; entonces, cuando la ciudad en que filmaste la película te rechaza, tienes que decirle: “Fuck you, sabes qué: si no me quieres, pues tampoco te voy a querer”. Y tener la autoestima alta, que no es lo mismo que ser arrogante. Es importante estar seguro de lo que estás haciendo y, si la película no encaja en Montreal, tienes que buscarle otro puerto. He visto mucha gente talentosa en este mundo que tira la toalla, pero no lo voy a hacer nunca.
Creo que te dije en una entrevista que, si me iba del país, quería hacer cine, que no me veía haciendo otra cosa. Estaba pensando que la vida es superior a los deseos de cada cual. La vida siempre me da lecciones de humildad. Hablemos de humildad ahora.
La vida te depara cosas que no esperas. He tenido que involucrarme en muchos trabajos, de los más feos que ha habido. He estado en fábricas y he visto cuán despiadadas son. Una vez trabajé en una, fuera de Montreal. Me gustó mucho porque en cuanto llegamos allí los mismos quebequenses nos dijeron: “Bienvenidos, los necesitamos”. Eran blancos, de allí mismo, de Quebec. Es una empacadora de carnes; trabajé bajo frío. Respetaban los tiempos de descanso y de almuerzo. Por ley, en Canadá, cuando tienes una jornada de ocho horas, la empresa debe concederte dos pausas de quince minutos, una por la mañana y otra por la tarde, pagadas. Te dan una pausa de media hora para almorzar, pero no es pagada.
He estado en otras fábricas que solamente dan la pausa del almuerzo, y no la pagan. Es una violación terrible de los derechos de los trabajadores. Lo he vivido. Estuve trabajando ahí. Hay abuso laboral. Se benefician del inmigrante que llega pobre, sin dinero. Hay algunas que son bien decentes y respetan eso, y no te empujan, no te agitan. Le decía a Aparicio que si mi película luchaba por algo era por la working class inmigrante, porque no es lo mismo ser un obrero nacido aquí que uno inmigrante.
Siempre he considerado que en Cuba eras un outsider, que no es más que una especie de insiliado. ¿Cómo te consideras en Canadá?
Nunca me sentí un outsider en Cuba. Aparicio me preguntaba por qué nos quedábamos en Santiago, Carlitos [Melián], José Armando [Estrada], yo. No era por un problema de rebeldía: es que Santiago es una gran ciudad. Cuba es un país empobrecido totalmente ahora, pero Santiago lo tiene todo como ciudad. Tiene playas, es multicultural, tiene una buena bohemia, tiene cafés. Nosotros realmente nos sentíamos bien en Santiago, nos sentíamos cómodos. No nos quedamos por rebeldía.
En Santiago de Cuba teníamos nuestros amigos, nuestras casas; controlábamos las locaciones, podíamos filmar donde nos diera la gana: en una iglesia, un banco, una estación de trenes. Éramos conocidos allá. No creo que haya sido rebeldía; no me he considero un rebelde dentro del audiovisual cubano, para nada. Claro que me hubiera gustado que mi película anterior, Historias de ajedrez, hubiera tenido mejor camino. Todo el mundo quiere exhibir su obra; no es un problema de arrogancia, avaricia o ambición. Es lo que lleva.
Scorsese se la ha pasado haciendo campaña por su última película, The Killers of the Flower Moon, para que la gente regrese al cine. Y es verdad. La vi en el cine. Es la única de sus películas que he visto en cine. Y es una maravilla, brother. El sonido como está construido, las imágenes, el tiempo. La película es larguísima, pero no la ves pasar. Si hubiera estado en la casa quizás me hubiera aburrido, pero en el cine lo disfrutas. Me acordé de cuando veía películas en los festivales de cine de La Habana; me acordé de cuando vi Inland Empire, que también es una película de tres horas. Fue en una tanda de las diez de la mañana, en el cine Riviera, con la que era mi novia. Fue una delicia. El cine se ve en el cine; es lo es lo que debe ser. Es lo que quería que hubiese pasado Historias de ajedrez.
Que alguna institución la hubiese movido mejor; por ejemplo, el ICAIC [Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos], que es lo que le toca. A veces, cuando los realizadores nos quejamos del ICAIC, no es porque queramos algo de este, sino que es la única institución que hay, y debe hacer su trabajo. Pero en Cuba los funcionarios y las instituciones se comportan como si nosotros les pidiéramos limosna. Y no es así. Ellos tienen que hacer su trabajo.
Aquí, en la democracia, a los políticos se les exige. Los periodistas cuestionan todo el tiempo lo que dicen los políticos. La oposición también. Porque, aunque es verdad que solo existen dos partidos, y que casi siempre los mismos políticos están en el mismo circuito durante años –uno se va de la Presidencia, pero se queda en un puesto ministerial importante–, a pesar de eso, saben que son vigilados todo el tiempo. Tienen que responder a los ciudadanos porque de ahí salen sus salarios.
Pero en Cuba no. Las instituciones y los funcionarios actúan como si nosotros les debiéramos algo, cuando realmente lo poco que pueda tener el ICAIC o el Ministerio de Cultura, es gracias a nosotros, los cubanos. Ya sea por el dinero que entra de las remesas, por el turismo… pero ¿quiénes son la mano de obra del turismo?: los cubanos. Al final no es el pueblo el que debe a los políticos, sino que son los políticos quienes le deben al pueblo.
Pero en Cuba nos tienen amenazados todo el tiempo. La función del ICAIC debería ser, al menos, la distribución de las películas cubanas. Si no tienen dinero, que es la misma “muela” que siempre escuchamos, al menos deberían esforzarse para distribuir los dos o tres largometrajes cubanos que se filman al año.
¿Cuántos largos de ficción se hicieron el mismo año que Historias de ajedrez? Como cuatro. Agosto de Armando Capó, Las campañas de invierno de Rafael Ramírez, y la mía… Y el ICAIC no se encarga de eso, brother. No se encarga de enviar sus películas a los diferentes festivales del mundo; ni siquiera eso que cuesta escribir un correo. En Cuba hay mucho trapo sucio que lavar todavía. Por eso mis expectativas están con Montreal y Canadá. Es algo que yo puedo y siento que puedo arreglar y mejorar. En Cuba sentía que estaba navegando contra nada, brother, y no era culpa de ningún artista, de ningún colega, ni nada… Es difícil navegar a contracorriente en Cuba, muy difícil. Pasan los años y uno se desangra haciendo un trabajo y no ve resultados económicos.
Igual que la serie española Raquel busca su sitio: soy un ser humano más que trato de encontrar mi sitio, mi nicho, encontrar comodidad para mí y mi familia. Es lo único que deseo. Y muchas gracias por la entrevista, brother. Un abrazo.
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