Festival de cine INSTAR

Carla Valdés León: “Creo que todos los personajes y las historias tienen un trasfondo de tragedia”

Por MAYTÉ MADRUGA – 06 diciembre, 2023

RIALTA

Fotograma de ‘Los puros’ (2021); Carla Valdés León (IMAGEN YouTube / Philadelphia Latino Film Festival)

 Carla Valdés León compite en la cuarta edición del Festival de Cine INSTAR con su película Los puros (2021), disponible para el público cubano, desde este lunes 4 hasta el 10 de diciembre, a través de la plataforma online Festhome. También se podrá ver desde este martes hasta el jueves en el Laboratorio Arte Alameda, en la Ciudad de México; así como el propio jueves 7 en la Maison de l’Amérique Latine de París, y el próximo domingo 10 en el Centro Cultural General San Martín, en Buenos Aires.

Dichas presentaciones como parte de la cita fílmica impulsada por INSTAR son el motivo de esta entrevista. “Un podcast”, vía WhatsApp, tal como lo definiera la propia realizadora, que nos ha dado la oportunidad de hablar sobre sus padres, el archivo, el cine como arte colectivo, y siempre de Cuba y sus memorias.

El archivo familiar se ha convertido en una herramienta imprescindible para la cinematografía mundial. ¿Cuánto te aportó y/o te estorbó ese archivo en esta película?

 Para hablarte del archivo lo voy a separar un poco. Hay algo que a mí me apasiona mucho del archivo familiar: es el registro de ti que no has hecho tú. O sea, estas primeras imágenes donde aparezco yo, donde aparecen mis padres, le da un poco de sentido a la película, porque de ahí es donde yo vengo, esa es mi historia familiar, y por supuesto esos son mis “puros”, mis padres. Y es una historia que no empezó con la película, sino que yo vengo escuchando las canciones, en las reuniones familiares, desde mi infancia. Soy capaz de saber qué fue la URSS como para saber que yo no nací ahí. Entonces eso es como un tesoro que uno encuentra, sobre todo cuando quieres empezar a contar tu historia. O sea, contar desde lo íntimo, desde lo familiar, desde lo personal.

El archivo es un tesoro que te encuentras, y si vas buscando –depende del momento y depende del producto en el que estés– vas a encontrar claves, mensajes encriptados ahí, que de pronto van a funcionar muy bien con lo que estás pensando, porque, por supuesto, eres la misma persona, el mismo río: de ahí vengo. Y me permite –imagino que a muchos cineastas también– mirar a ese registro no hecho por ellos o por ellas desde un lugar en que pueden entenderlo de manera diferente, y desde el que van a crear algo con eso.

Pero me gustaría aclarar que el archivo de la película vino mucho después. El proceso fue un poco diferente a otras cosas que yo he hecho. Días de diciembre y la película que terminé [hace poco], son películas que he pensado [previamente] –y hemos pensado, porque ya en la otra trabajé con Lisandra López Fabé y con el equipo mucho más desde la concepción misma. Siempre he tenido una idea de qué película voy a hacer, y luego la filmo, o la voy filmando, pero ya voy creando ideas [antes]. En este caso, Los puros es una cosa muy extraña, porque yo sabía que mis padres se iban a encontrar en esta casa con esos amigos, que venía de Alemania este amigo, Gilberto, a quien no veían hace treinta años, y yo dije: “Bueno, me llevo mi cámara, me llevo un trípode, me llevo todos los equipos que tengo y, de paso, me llevo las fotos de mis padres, y vamos a ver. 

Carla Valdés León, cineasta cubana (FOTO Cortesía de Carla Valdés León)

Quién sabe lo que salga”. Busqué un proyector de diapositivas. De hecho, fue un préstamo de una señora creo que de Azerbaiyán o algo así, quien había ido a vivir a Cuba cuando la Unión Soviética: se había casado con un cubano, y llevaba toda la vida trabajando y viviendo en Cuba; ella estaba vendiendo su proyector ruso de diapositivas y me lo prestó cuando le conté más o menos la historia: “Te lo presto”, me dijo, “y luego me lo traes”. Pero fue un poco así: o sea, cámara, foto, proyector; mis padres iban a estar ahí, yo iba a estar ahí… Y dije: “¿Por qué no?”.

Siempre había querido, todavía quiero, hacer la película de mis padres. Hacerla de esa historia que es como un cuento infantil, el cuento romántico de una película rusa, como una historia génesis. Para mí la película de mis padres es todo eso; es la historia de amor, sus amigos, la URSS, el ruso, las canciones, los libros: un lugar lejano, un lugar completamente imaginado. Creo que por esa intuición es que me llevo la cámara y filmo. Filmo todos esos días. Al principio fue probando: este plano me gusta porque la casa es bonita y vamos a filmar el mantel y vamos a filmarlos a ellos desayunando y el mar y todo eso. Lo que sucede es que empieza a ocurrir lo que pasa en la película: el reencuentro. Y yo voy sumando más y más, y me doy cuenta de que con lo que estoy filmando, evidentemente, puedo empezar a contar la historia de mis padres. La película de mis padres. Durante esa semana, que fue lo que duró el rodaje, me sentaba al final del día y anotaba lo que filmaba, lo que sentía que estaba pasando, o tal vez esto que pasó aquí, o me gustaría que mañana ellos hicieran esto… Y así se empezó a convertir de una cosa más intuitiva en un rodaje más de “Ok, aquí voy ahora a sentar a mis padres”. Y cuando llegó el tiempo de la diapositiva ya yo sabía que estaba filmando para algo.

Por eso también elegí el plan de la diapositiva, porque solo quería filmar las imágenes. No los iba a filmar a ellos hablando, ni riéndose, ni conversando, ni nada de eso; simplemente la imagen proyectada, y ponerlos delante en la imagen. Ya esas fueron elecciones posteriores. Entonces, por supuesto, la película es un registro mío de un momento muy atravesado por la emoción, por la intuición y por el deseo de contar esa historia, que luego en montaje se convierte en Los puros.

Fotograma (detalle) de ‘Los puros’ (2019); Carla Valdés (IMAGEN Facebook / Ciervo Encantado)

Fue un poco así; por eso te digo que el archivo vino después en el montaje. Empezamos a montar las imágenes que había filmado y, luego, mucho después, digitalizando estos VHS que mi abuela me había dejado, y con los que yo estaba en otro proceso con el archivo familiar, aparecen estas cosas y decimos: “Bueno, vamos a usarlo, porque esto me dice por qué estoy filmando a mis padres de esta manera, en este lugar”. Creo que también en esas primeras imágenes de archivo hay una mezcla –porque están las primeras imágenes de VHS, más de los noventa, que son las que filmaron mis tíos. Mis familiares, cuando venían de Estados Unidos, filmaban este tipo de cosas con una cámara que traían. Pero el viaje final, en el que estamos llegando a esa casa, ese viaje en archivo ya empieza a ser un registro que yo sí filmo, pero con mucho menos edad. Tenía quince años cuando tuve mi primera cámara de video. Entonces, la mezcla de todas esas imágenes es lo que me ha llevado a registrar estas otras imágenes ahora, y ese es el sentido de ese primer archivo.

En cuanto a las diapositivas, a mí siempre me han apasionado las fotos de mis padres, los jóvenes que están retratados en esas fotos; parecen de otro tiempo y de otro lugar, porque están en otro tiempo, en otro lugar, por supuesto, pero para mí hay una distancia entre esos jóvenes y mis padres. Y tiene que ver con esa historia de amor, con esa inocencia, con la esperanza de un futuro mejor, con la belleza. Desde niña yo veía las fotos todo el tiempo; mi papá las ponía en un proyector que había en la casa.  Entonces yo las tenía muy presentes, y me parecía hermoso hacerlos verse treinta, cuarenta años después. Creo que esas imágenes tienen la capacidad de contar una historia por sí solas, y es un poco lo que intentamos hacer con el montaje de la diapositiva, que fueran como una pequeña historia de ellos dentro de esa otra historia que es el reencuentro.

Como cineasta te interesa mucho el trabajo con el archivo. Si le tuvieras que dar una justificación o una explicación a esto, ¿cuál sería?

Me apasiona el archivo; no sé: es un poder, una debilidad. He trabajado con archivo institucional, archivo ICAIC, archivo de la televisión cubana, archivos de hemeroteca, Biblioteca Nacional, en fin… Con el archivo tengo como un punto de delirio. Me gusta mucho el edificio y el espacio del archivo, la organización, las dinámicas de cuidado del archivo; me parece que es hermoso filmarlo, y también doloroso. El espacio del archivo tiene una atracción muy potente.

También el archivo familiar, por otro lado, a mí me llama mucho, por eso que te comentaba antes. Porque encuentras en él claves para entender por qué haces las películas que quieres hacer. A mí me funciona de esa manera, no sé. Ahora mismo estoy en el proceso de escritura del proyecto que estoy desarrollando, y, revisando un material de archivo familiar –que tampoco es que tenga mucho que ver con el proyecto–, hay como una escena pequeña donde yo estoy filmando a mis padres: de pronto, entiendo por qué lo hago. O sea, cómo en la completa inocencia e ingenuidad de los quince años, y con una cámara por primera vez en la mano, empiezas a filmar a tus padres y, cuando te ves ahora, que lo haces con más conciencia, entiendes por qué lo empezaste a hacer de cierta manera. Entiendes desde dónde los empezaste a mirar, y eso es súper importante. A veces en el archivo familiar yo encuentro esas respuestas. A mí me funciona mucho para trabajar, me funciona mucho para pensar las cosas, y creo que tiene que ver, en este caso también, la parte del archivo familiar, con el lugar, con la legitimidad desde la cual quiero hablar. Quiero hablar de ciertos temas un poco complejos –o que tú sientes que no pertenecen a tu generación, que no es tu historia, porque no lo viviste–, y a través del archivo, de la historia familiar, puedes entrar ahí, porque todos tenemos una historia personal, y partir de eso yo puedo entrar a hablar, por ejemplo, de la URSS.

A mí no solo me interesa contar la historia de mi familia, o de tres combatientes de Angola, o sobre mis abuelos; no es eso exactamente lo que me interesa. Me interesa cómo, a partir de esas emociones o historias familiares, yo puedo lograr entender por qué nos comportamos de la manera en que nos comportamos como cubanos o como familias cubanas ahora. Porque yo tengo tantas contradicciones a la hora de entender ciertas cosas, o no entenderlas, o al acercarme a ciertos temas… En general, tanto Días de diciembre como Los puros, como la película que estoy haciendo ahora, intentan hablar un poco de Cuba y ser parte de una búsqueda para entender quién puedo ser yo –y mi generación– dentro del mapa político y social de la Cuba que nos toca vivir y que nos tocará vivir, que está llena de territorios minados y de lugares a los que no sabemos cómo entrar. Eso me interesa mucho, y el archivo me permite hacerlo.

Tiene sus matices. A veces el archivo institucional tiene ya la imagen trabajada y editada, y una narrativa hecha, pero, si logras quitarte un poco ese caminito que te han construido, y empiezas a ver solamente las imágenes o escuchar solamente los audios, empiezas a encontrar otras claves. Y eso es para mí el archivo: es un lugar donde puedo encontrar claves para entender.

A mí me emocionan proyectos como el de Lxs archivistas salvajes. Por otra parte, me parece importante que el nuevo presidente del ICAIC, Alexis Triana, hable sobre la necesidad de rescatar el archivo; pero también me da temor el entusiasmo efervescente, pues toma mucho tiempo invertir y poner en orden el archivo. Y eso requiere también el respeto a las personas que trabajan ahí, que han trabajado con pocas o casi ninguna garantía laboral, ¿sabes?, de seguridad, y sin los insumos que hacen falta, o las tecnologías que hacen falta… Y a veces estas cosas tan de ahora para ahorita lo que hacen es violentar un poco esos procesos. Yo tengo mucho miedo con eso. Me eriza, porque ya bastante se ha perdido. Demasiado se ha perdido de los archivos físicos en Cuba, y realmente no quisiera que se perdiera más. Y a todo eso le sumo la preocupación, siempre, de la censura del archivo. 

Póster del filme ‘Los puros’ (2023); Carla Valdés León (IMAGEN festivaldecineinstar.com)

Porque uno habla de la censura a las películas ya terminadas, que se ponen o no se ponen en festivales…; pero con el archivo hay un proceso de censura que pasa por poner o no poner a disposición del público lo que quieren o lo que no quieren que se vea. Y también ocurre que lo que no [quieren que sea visto] suele echarse a perder, pudrirse en un archivo, y luego se bota. Y a veces la censura no es ni siquiera ideológica; puede ser: no nos interesa el descarte de esta película. Pero, bueno, en el descarte de esa película hay un registro, un momento o un proceso que es muy importante, que puede ser muy importante para el mapa fílmico del país. Para la historia del país.

¿La representación y/o recreación de la historia por tus mismos padres y su grupo de amigos fue algo que trabajaste con ellos en el proceso de preparación del filme o dejaste que saliera de forma “natural” en la grabación?

La representación de la historia de mis padres salió de manera bastante espontánea, natural y muy intuitiva, tanto por ellos como por mi parte. El equipo de rodaje de esta película éramos yo con una cámara y la persona que era mi pareja en ese momento, que hacía el sonido; o sea, un sonido y una cámara pobrísimos. Lo que mejor se filmó está ahí en el corto, y luego en la postproducción, sobre todo de sonido, Glenda [Martínez Cabrera], que fue la sonidista, hizo maravillas para que la película se escuchara de la mejor manera posible. Pero evidentemente fue un rodaje muy casero, muy homevideo, muy de la intuición del momento y muy del pacto con ellos.

Lo que a mí siempre me ha dejado feliz, tranquila y orgullosa del trabajo que hicimos todos en esa película, es que hubo un pacto tácito desde el inicio. De hecho, está la imagen al inicio de la película en que Gilberto se vira y me dice: “Pero si me están filmando…”; o sea, filmarlos nunca fue un problema. La cámara estaba ahí y ellos sabían que yo estaba filmando todo el tiempo, y no hubo miedo ninguno; al contrario, yo sentí que se daban a la imagen. Fílmame, registra este momento, que es importante para nosotros. Había una sensación de: “Esto es importante para nosotros y vale la pena dejar registro; vale la pena dejar nuestra historia para el futuro”. Y eso es hermoso. Ese pacto con mis padres y con los amigos de mis padres es hermoso. Incluso, después de terminada la película, la han visto algunos en el cine, otros en la casa, y a veces los comentarios eran: “No nos imaginábamos que fueras a hacer algo así”. Un poco siempre hay como ese me estoy mirando, pero a la vez es como: “Qué bueno que quedó hecho; qué bueno que quedó esta historia de nosotros”. Y eso me parece muy lindo. Estoy muy feliz con ese proceso.

Fotograma de ‘Los puros’; Carla Valdés

Los puros es la primera vez que trabajas con una guionista para documental, Lisandra López Fabé. ¿Qué te llevó a tomar esta decisión? Además de la función obvia de un guionista, ¿qué aportó López Fabé a la película?

Yo empecé a trabajar con Lisandra [Liso] cuando estaba editando Los puros, pero en el proceso de La línea del ombligo, que ya está terminada. Había empezado a trabajar con Liso como guionista de La línea del ombligo, y le comenté de Los puros y se sumó a un proceso donde ya había un corte de montaje, estaba trabajando con Lilmara Cruz Pavón, a quien también incluyo en esta respuesta porque creo que es muy importante este trinomio –Lilmara, Lisandra y yo– en la edición final de Los puros.

Más que tener a la guionista, era tener a Lisandra como persona. Comencé a hablar con ella, comenzamos a compartir maneras de ver el cine, de ver las historias, de acercarnos a contarlas. Con Lisandra fue espectacular; no solo porque es increíblemente talentosa y porque sabe tejer una historia de inicio a fin, tiene oficio, sino además porque tiene una sensibilidad increíble. Y lo que para mí es más importante: juntas hemos creado una hermandad fuerte y nos vemos una en la otra. Ella sabe entender por qué yo lo hice de esta manera o no, qué me falló o no, y sabe cómo ayudarme a encontrar mejor la historia. En ese sentido, desde esa hermandad, fue que empezamos a terminar de editar.

Y, luego, Lilmara […]. Yo no tenía un guion para Los puros; yo lo filmé, como te conté, sin escritura previa. Empecé a trabajar con Lilmara –a quien también me une una hermandad y una amistad muy grande, y nos entendemos muy bien–; eran muchas escenas y yo le di el material, y le dije: “¿Dime qué tú encuentras aquí? ¿Qué ves en este momento?”. Lilmara también editó mucho sola, pues ella conoce el material y conoce a mis padres y entiende también perfectamente lo que está en el centro de mis motivaciones. De la misma manera que lo entendió luego Lisandra. Y, claro, cuando tú trabajas con esas dos personas –que son capaces de querer a tus padres de la misma manera, […] de quererlos, cuidarlos; [capaces] de encontrar la emoción de la película y de entenderme a mí: por qué yo estaba haciendo una película sobre mis padres en ese momento y [por qué] filmaba de esa manera– es ideal.

Esta película es de nosotras. Luego, Glenda, en postproducción de sonido, aporta mucho a lo narrativo. Yo tuve un equipo hermoso. También Claudia Ruiz, quien hizo la corrección de color, y hay una relación muy cercana con ella. Trabajar con un equipo con el que me sentía hermanada: eso es fundamental. No podría trabajar de otra manera; he intentado otras cosas y no han salido bien.

Creo que no hay un guionista para documental y un guionista para ficción. Sí, Lisandra ha hecho mucho guion de documental, pero también puede escribir un guion de ficción o un cuento o una novela. Ella lo que tiene, más que saber escribir para las películas, es que sabe entenderlas; […] cuando se involucra, lo hace de lleno, y te deja compartir con ella todo: lo que te preocupa, lo que te da miedo, lo que no te gustó, o sí te gustó, lo que te gusta y no sabes por qué te gusta… Se convierte en una amiga, en una hermana, en una compañera.

Liso nos ayudó también a encontrar la estructura final de esta película. Teníamos muchos momentos, en el corte anterior, que reubicamos de manera que la estructura de la película fuera más en dirección a esa emoción final de mi mamá cantando. Eso es un hallazgo que fue, en grandísima parte, gracias a Lisandra, porque ella sabe encontrar esa fibra de las películas.

Parte del staff de ‘Los puros’, de Carla Valdés. Premiación en el 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana. (Imagen Instagram / Carla Valdés León)

¿Considerarías Los puros un aporte a la construcción colectiva de una memoria cubana? ¿Por qué?

No sé. Ojalá. Estaba viendo algunas cosas hace poco, pensando un poco en esto de la memoria fílmica cubana. Sobre todo, porque veo muy poco registro del presente. En otros momentos se filmaba “profesionalmente”, mucho, todo el tiempo, lo que ocurría; ahora se filma muy poco. Y eso me tenía pensando bastante.

Hace unos meses, Jose [José Luis Aparicio] y yo hicimos la curaduría de una muestra de películas cubanas recientes y no tan recientes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con filmes de Nicolás Guillén Landrián y de Sara Gómez. Y estaba pensando en ese cine más contemporáneo, más cercano a nosotros, y en cómo ahí está el registro emocional de una generación –porque no va a ser el registro documental de lo que sucede en la calle, y de lo que está pasando todos los días, como pudo haber sido el Noticiero ICAIC Latinoamericano, por ejemplo; pero es el registro emocional. Creo que tiene que ver un poco también con los géneros que están trabajándose en el cine: o sea, la ciencia ficción… bueno, el humor siempre… Estaba pensando mucho en eso: en el registro emocional de un tiempo y de una generación.

Creo que todos los personajes y las historias tienen un trasfondo de tragedia; son historias o personajes que han sido traicionados, burlados o [se han] desencantado de su historia, sin posibilidad de redención. Han quedado fuera […] de su historia e intentan siempre […] volver a montarse en ese tren; […] pero es imposible. Eso es una cosa de tragedia, pero eso está en la comedia, en la ciencia ficción, en el documental más clásico –como puede ser Los puros–, o en algo más experimental. Yo siento ese trasfondo en el cine cubano más reciente, y por eso te decía que esa memoria fílmica cubana es más emotiva que de registro documental in situ, directo, del momento, del día. Ojalá que una película como Los puros puedan ser parte de eso en un futuro, y que alguien pueda leerla de esa manera. No buscar en Los puros cómo era la generación de mis padres con cincuenta y tantos años, sino entender un poco sus miedos y su deber ser como generación a la cual se le prometió el mundo y más.

A mí a veces me da un poco de dolor decir eso sobre los padres, pero es cierto: esa generación, que estudió en la Unión Soviética, se formó en la esperanza de un proyecto colectivo que prometía mucho más de lo que cumplió. Cumplió cosas, pero no las cumplió todas, y sobre todo los dejó tirados en algún momento, sin explicaciones, cuando empezaban sus carreras, sus vidas, y tuvieron que recomponerse. Tuvieron que volver a armar[se en medio de] ese destrozo, ellos mismos, y solos, sin la compañía del gran Estado protector, sin la compañía del gran proyecto social. Al contrario, [lo hicieron] problematizando cada día, y ahora mucho más profundamente, ese proyecto social que ya no es lo que ellos desearon que fuera.

Pero yo no quiero verlos a ellos solo en esa tristeza. […] no es solo que hayan tenido que rearmarse solos, sino que lo hicieron de alguna manera. Y mi interrogante es cómo lo hicieron, para hacerlo yo, o para hacerlo de una manera diferente. Porque hay […] coraje también en la generación de nuestros padres. Tal vez, para muchos, no es el coraje que hubieran deseado, pero yo sí siento que han sido muy corajudos, han sido muy corajudas, y hay que aprender un poco de ellos también. Y entenderlos para juzgarlos mejor. Yo lo hago siempre desde el amor; no puedo hacerlo de otra manera.

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